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Sol y sombra. La mañana se atempera en las rocas. Quería contarte
tantas cosas, pero cuando me he sentado no podía hablarte, y para no
impacientarme demasiado he pospuesto la tarea hasta hace apenas un rato,
convencida de que la tarde iba a descoser por sí sola todos los enredos. Cuando
al fin me he acomodado en el sofá, he caído en la cuenta de que tampoco
entonces sabía por dónde empezar. La luz había comenzado a alumbrarme por la
espalda en un declive que parecía infinito, aunque un destello en el cristal me
ha obligado a cerrar los ojos. Así que me he dicho que tal vez fuera mejor
ponerse a ello sin más, tratar de convocar cualquier sentido; que ya habría
tiempo luego de corregir y reconducir mis palabras. Tengo desde hace un par de
años un cojín a cuadros sobre el que me apoyo para escribir de costado, como si
las palabras brotaran más diáfanas pronunciadas
al sesgo; el médico me regañaría por ello.
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