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Habría que poder evitar que los desengaños moldeasen nuestras certezas en mayor medida que las ilusiones.
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lunes, 17 de agosto de 2015
domingo, 9 de agosto de 2015
sábado, 8 de agosto de 2015
sábado, 1 de agosto de 2015
jueves, 30 de julio de 2015
miércoles, 29 de julio de 2015
Ni puedo ni quiero, de Lydia Davis
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Una maestra del microrrelato en inglés
Después de la publicación de sus Cuentos completos (Seix Barral, 2011), en traducción del escritor Justo Navarro, una recopilación de 700 páginas que reunía doscientas narraciones breves de unas pocas líneas a las cuatro páginas, nos llega ahora un nuevo libro de microrrelatos y cuentos mordaces de Lydia Davis, tras un lapso de siete años en el cual se ha dedicado a traducir En busca del tiempo perdido y Madame Bovary.
Ni puedo ni quiero se compone de 122 relatos, traducidos al español de la Argentina, en los que la autora ha reconocido experimentar con deleite con las formas narrativas. Lydia Davis juega no sólo con el lenguaje destilado cuya mordacidad promueve el género del microrrelato, alcanzando cotas mayores en sus piezas más depuradas, sino también con el registro de su escritura, de ahí que sus textos hagan gala de una asombrosa variedad de modalidades literarias.
En esta recopilación procedente de publicaciones periódicas –a veces, tras ser corregidas–, sus microrrelatos recurren a formas genéricas tan diversas como la misiva, escrita normalmente con propósito de queja o de enmienda, casi siempre desde un humor que mueve a irrisión. Por ejemplo, en “Carta a un director de marketing”, “Carta a la compañía de caramelos de menta” y sobre todo, en el cuento “La carta a la Fundación”, la pieza más extensa del volumen, pues abarca 33 páginas, emparentada con la Carta al padre, de Kafka: no en vano, en ella se confiesa la narradora hasta desnudar su pensamiento, sin flaquear ni dar muestra de pudor alguno; o la menos tirante y más irónica “Carta al presidente del Instituto Biográfico de los Estados Unidos, INC” [en España, S.A.].
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Pero también recurre con una libertad envidiable al esbozo o apunte en “Notas durante una larga conversación telefónica con mi madre”, un texto que adopta la forma del caligrama sobre la hoja que garabatea supuestamente mientras charla con su madre, buscando tejer el vestido que piensa comprarle para el verano, de modo que la palabra algodón acaba componiendo, mediante diversos anagramas, un caleidoscopio cambiante de su relación con ella. Otras veces se sirve de las listas de cosas, o más bien, de pensamientos que elabora en “Estoy bastante cómoda, pero podría estar un poco más cómoda”, con frases lacónicas del tipo: “Estoy cansada” o “Nos sentaron demasiado cerca de la cocina”, además de la expresada en el mismo título, de la que las restantes dan cumplida fe; todo lo cual contribuye a esbozar un estado de ánimo de profundo malestar. O bien sus piezas se basan en sueños, cuya materia imaginaria se halla ligada a la esencia misma de la ficción, de ahí que se dedique a transcribir, y tal vez a reelaborar literariamente, los argumentos soñados.
Acaso la novedad mayor en medio de este sinfín de formas literarias que abarca el microrrelato sea la utilización de series: en especial, la que escribe bajo el membrete de relato de Flaubert, un ejercicio de estilo compuesto a partir de las cartas del autor francés dirigidas a su amante Louise Colet, que su traductora no ha dudado en reproducir y barajar, hasta obtener un texto propio que no traicionara, sin embargo, el espíritu del escritor. Pura intertextualidad postmoderna. E incluso llega a cultivar formas carentes de literatura como el silogismo hipotético (en “Contingencia vs. Necesidad”), la expresión burocrática (en “El lenguaje de la compañía telefónica”) o el palique en “Breve conversación (en la sala de espera del aeropuerto)”. En fin, todo un florilegio de representaciones verbales que van del perfil clásico al formato aséptico, pero que Lydia Davis logra siempre literaturizar.
Entre mis preferidos están “Vacas” o “En el tren”, por citar dos ejemplos de distinta extensión escritos a partir de unos pocos párrafos aislados, como simples brochazos de sentido. En las diferentes piezas la autora se diluye en la narradora protagonista, una voz en primera persona cuyas opiniones y afectos sospechamos que guardan estrecha relación con la singular personalidad de la señora Davis. “Estos días, prefiero los libros que tienen algo real, o algo que el autor al menos creyó que era real. No quiero aburrirme con la imaginación de otra persona”, confiesa en un texto. Sabemos ya mucho del microrrelato español, del hispánico en general, pero poco o casi nada de lo que se cuece en el resto del mundo, que quizá no sea demasiado, pero sí a veces muy valioso, como ocurre en este libro en que Lydia Davis se muestra como un pilar fundamental del nuevo género.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el número doble 380-381 de julio-agosto de Quimera.
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martes, 28 de julio de 2015
lunes, 27 de julio de 2015
martes, 21 de julio de 2015
Doscientos setenta y tres
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Mientras la publicidad hace pasar por certeza lo que es mera patraña, declarándose a sí misma sin empacho verdadera; la ficción, mucho más honesta, parte de su estatuto incierto para hablarnos de las verdades más ignoradas: las de la conciencia.
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domingo, 19 de julio de 2015
martes, 14 de julio de 2015
Doscientos setenta y uno
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No hay mayor desabrimiento que el experimentado con uno mismo. Los demás juegan siempre con la ventaja de ser otros.
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viernes, 10 de julio de 2015
miércoles, 8 de julio de 2015
domingo, 28 de junio de 2015
domingo, 21 de junio de 2015
Doscientos sesenta y siete
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En ocasiones, no aportar nada respecto a un asunto cualquiera
resulta la contribución más (a)preciada.
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lunes, 15 de junio de 2015
domingo, 14 de junio de 2015
lunes, 8 de junio de 2015
domingo, 7 de junio de 2015
En el blog de Antón Castro
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AC me hizo ayer un estupendo regalo de cumpleaños al
publicar en el blog literario que mantiene (nada menos que
desde el 2004) unos pocos micros. Muy agradecida.
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AC me hizo ayer un estupendo regalo de cumpleaños al
publicar en el blog literario que mantiene (nada menos que
desde el 2004) unos pocos micros. Muy agradecida.
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martes, 2 de junio de 2015
viernes, 29 de mayo de 2015
En el año de Electra, de Carmen Peire
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Las cuentas del futuro
Tras la publicación de dos libros
de relatos, Carmen Peire nos da ahora una novela corta en la que, desde el
título, apela a la obra casi homónima de Galdós y al símbolo que la encabeza, acaso
una forma de alertar al lector de que nos hallamos en un momento histórico no
menos candente. Electra, la pieza del
autor canario, estrenada en 1901 con éxito de público y gran revuelo político, contraponía
la España religiosa y caciquil con otra liberal y librepensadora mediante el
conflicto de su protagonista, impelida por su padre espiritual a ingresar en un
convento en lugar de asumir su destino de mujer enamorada, y que solo recuperaba
las riendas de su vida tras aparecérsele en clausura el espectro de su madre,
que la persuadía de su regreso al mundo. En fin, la obra levantó una enorme expectación
al basarse la trama en un hecho real acontecido un año antes (el caso Ubao), en
donde la progenitora de una joven de buena familia había llevado a los
Tribunales el ingreso de su hija en un convento, de lo que hacía responsable a su
mentor espiritual, acusando además a la orden religiosa de querer apoderarse de
la dote que le correspondía.
Un siglo después, esta nouvelle de Carmen Peire llena de
misterio, con visos teatrales, nos presenta a unos personajes enfrentados a su
destino durante la última década del siglo XX, escindidos entre un pasado colectivo
que les pesa y un futuro incierto que precisan conquistar. Si en la obra de Galdós
se ponía en juego dos futuros posibles a través de la figura de una novicia
seducida por la religión, en lo que venía a ser un ejercicio de libertad mal
entendido por parte de la joven; en estas nuevas páginas una muchacha busca su
identidad, intentando resolver una serie de engaños familiares para encarar el
futuro desde la asunción de su historia verdadera.
La narración se divide en cuatro
partes correspondientes a los nombres y personajes que desempeñan un papel
decisivo en la trama: Efraín, Electra, Isabel e Inés, emparentados entre sí por
lazos más fuertes de los que ellos mismos sospechan. Escrita en un estilo
diáfano, con escenas dialogadas y monólogos interiores para comunicarle al
lector sus pensamientos respectivos, En
el año de Electra no parece, por su pericia, el primer acercamiento de la
autora a un nuevo género; antes bien, su estructura posee una trabazón fruto de
una indudable madurez y oficio.
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Inés, la protagonista de este
drama, nacida de padres españoles en el exilio, visita a Efraín en su casa
porque desea hacerle unas preguntas sobre el origen de su familia. El hombre,
ya jubilado, vive parapetado tras los libros y la escritura con la única
compañía de Isabel, la criada que lo atiende y cuida, mientras se dedica a
escribir la historia de España a partir de sucesos que rastrea en diversos recortes
de periódico. Inés desea recabar información sobre su padre, tras descubrir que
era hijo de un republicano con el que su interlocutor había trabajado de joven.
Al cabo, su búsqueda la enfrenta
al pasado familiar, poniendo en entredicho el comportamiento de su familia
carnal, sobre todo la figura de la abuela, y enalteciendo el proceder de quienes
fueron sus parientes adoptivos, algunos incluso de procedencia humilde, de
conducta mucho más noble. Una vez descubierta su verdadera identidad, la joven sabrá
reconocer en Isabel y Efraín a dos amigos leales. Por su parte, este último recupera
el sentido de su escritura, logrando reconstruir la historia de la muchacha a
partir de unos cuantos cabos sueltos que anuda desde su imaginación
deslumbrada.
Carmen Peire añade un eslabón más
a una añeja tradición, mostrando una Electra moderna a través de una muchacha
que descubre la importancia de las relaciones elegidas libremente (aquí simbolizada
por la España exiliada que representa la chica), en contraposición con aquellas
heredadas o impuestas por la sangre (el país de procedencia). Así como la
necesidad de labrarse un destino propio capaz de superar un pasado engañoso, dispuesto
a hacer frente con esperanza y nuevos bríos esa entelequia llamada futuro.
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*Esta reseña ha aparecido en el número 378 del mes de mayo de la revista de literatura Quimera.
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domingo, 17 de mayo de 2015
viernes, 15 de mayo de 2015
domingo, 10 de mayo de 2015
sábado, 9 de mayo de 2015
lunes, 4 de mayo de 2015
sábado, 2 de mayo de 2015
viernes, 1 de mayo de 2015
miércoles, 29 de abril de 2015
Doscientos cincuenta y cuatro
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A algunos el paso del tiempo los torna deslenguados, desconsiderados,
desvergonzados. Menos sabios.
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A algunos el paso del tiempo los torna deslenguados, desconsiderados,
desvergonzados. Menos sabios.
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viernes, 24 de abril de 2015
sábado, 18 de abril de 2015
Doscientos cincuenta y dos
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El aforismo es breve porque es oleaginoso.
Otras veces lo es por ser vertiginoso.
Otras veces lo es por ser vertiginoso.
En fin, el buen aforismo te mancha las manos de vértigo.
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viernes, 17 de abril de 2015
lunes, 13 de abril de 2015
domingo, 12 de abril de 2015
viernes, 10 de abril de 2015
En la página de El Aforista
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Encontraréis una brevísima selección de piezas de mi autoría
en esta página dedicada al aforismo, junto a otros autores. También diversas entradas destinadas a reflexionar sobre el género.
Por cortesía de José Luis Herrera.
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miércoles, 8 de abril de 2015
martes, 31 de marzo de 2015
sábado, 28 de marzo de 2015
miércoles, 25 de marzo de 2015
Doscientos cuarenta y cinco
martes, 24 de marzo de 2015
El balcón en invierno, de Luis Landero
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La vida como ficción
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Por extraño que parezca,
esta novela autobiográfica, porque de una novela
se trata, arranca con la reflexión del narrador acerca del enorme esfuerzo
retórico que acarrea siempre construir una ficción. De la pereza, impostada o
no, que de pronto supuso para el autor sumergirse en las aguas de la memoria, con
el objetivo de discurrir una fábula que contuviera su mismo espíritu, semejante
fulgor. De sobra conocía Landero que, una vez más, habría de recurrir a
numerosas técnicas y artes, ponerlas al servicio de una narración que fuera cuando
menos verídica, que diera la impresión de ser verdad.
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Desde que escribiera su
primera novela, Juegos de la edad tardía
(1989), imbuida del mejor espíritu cervantino, hasta la más reciente Absolución (2012), el autor ha creado un
conjunto de obras con un afán parecido al que exhiben sus propios personajes, empeñado
en dar cuenta de una serie de ensueños y destinos magníficos, de ejecución a veces
imposible; volcado en narrar en todo momento historias llenas de vida y pasión.
Para ello ha utilizado una lengua rica pero sencilla, basada en un estilo pulcro
y sumamente trabajado, bajo el propósito encomiable de alcanzar una fluidez y
un cariz cercano a la oralidad.
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En El balcón en invierno, de igual modo, se plantea realizar el mismo
ejercicio pero desde un enfoque distinto. Demostrar a su madre nonagenaria, y de
paso al lector incrédulo, que también la vida puede ser novelada con fidelidad
a los hechos acaecidos desde un lenguaje llano, carente de retórica. De forma
que la novela resultante logre transmitir una doble verdad: la de la ficción propiamente
dicha, que el autor defiende como edificación verosímil y verdadera, y la del
retrato fiel a una memoria personal y colectiva. Esa hibridez consustancial a
toda obra de ficción se hace patente de modo especial en esta novela de título
sugerente, pues no otra cosa es el balcón
que un espacio ambiguo a caballo entre dos mundos, el ajeno y el propio, una
especie de umbral que permite una visión doble, objetiva y subjetiva a la vez.
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La composición
aparentemente desordenada, siguiendo el flujo libre de la consciencia a la
manera proustiana, tiene su origen en
una serie de saltos continuos en el tiempo hacia delante y atrás, que este
narrador realiza instalado en el balcón junto a su madre, mientras ambos recuerdan
la historia familiar y personal. Viajan juntos en la novela a través de un
sinfín de recuerdos compartidos, de modo semejante a como lo hacen en la vida
real, tras admitir el autor que cada año, con la llegada de la primavera, suele
acompañar a su madre al pueblo para reunirse con familiares y allegados; adonde
se desplazan a comer y conversar y, sobre todo, recordar a los muertos, un rito
cargado de sentido. Rememoran, por ejemplo, al abuelo Luis, quien fundara la
familia y un hogar (Los Barros) construido con sus propias manos. O al padre
del autor, un hombre ambicioso sin un destino claro en el que volcar su talento
y aptitudes, y que terminaría depositando sus esperanzas en hacer de su hijo un
hombre de provecho.
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En fin, el hilo conductor
no es otro que evocar y sacar a la luz, con los ropajes elocuentes de la
verdad, episodios decisivos de una existencia errática y llena de incertidumbres,
como lo fuera la de su primo Paco, el guitarrista, o la del padre, acuciados
ambos por el afán de labrarse un futuro mejor, aunque ellos no pudieran cumplir
sus deseos. Pero la novela es también un homenaje sincero a la madre, quien
solía acusarlo de fantasioso y de inventarse las cosas. Y a su abuela Francisca,
Frasca, depositaria de un sinfín de
cuentos, leyendas e historias, así como responsable de haber despertado en el
autor su interés por los relatos orales, además de su entrega absoluta a la palabra, siendo ella analfabeta. Quizá
por ello, la foto de la cubierta muestre el aprecio y la valía de esta mujer,
el porte digno de la abuela que custodia y salvaguarda una memoria campesina (personal
y colectiva), que, gracias al buen hacer de su nieto, no se perderá.
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* Esta reseña ha aparecido en el número 376 de marzo de la revista literaria Quimera.
domingo, 22 de marzo de 2015
viernes, 20 de marzo de 2015
martes, 17 de marzo de 2015
viernes, 13 de marzo de 2015
jueves, 5 de marzo de 2015
Doscientos cuarenta
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El silencio es elocuente, toda vez que el diálogo va siempre por dentro.
Cuando el diálogo en cuestión deja de ser mudo, ya no hablamos de silencio sino del ágil y fluctuante monólogo o soliloquio. No es extraño que este último luzca mejor a ojos vistas, ante un público invisible que atienda sus respectivas razones.
Cuando el diálogo en cuestión deja de ser mudo, ya no hablamos de silencio sino del ágil y fluctuante monólogo o soliloquio. No es extraño que este último luzca mejor a ojos vistas, ante un público invisible que atienda sus respectivas razones.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"