Seda salvaje
La escritora Lilian Elphick (Santiago de Chile, 1959) ha cultivado el
microrrelato, además del cuento, en libros como Ojo travieso (2007), Bellas de sangre contraria (2009) o Diálogo de tigres (2011). Asimismo, ha
sido incluida en diversas antologías sobre narrativa breve. Si en su primer
libro de microrrelatos se dedicaba a bucear entre los pliegues de la memoria (la
sombra de Alejandra Pizarnik es transversal en toda su poética); en el segundo recuperaba,
a través de la reescritura, audaces vidas de mujeres mitológicas: Hipatia,
Lilith, Pandora o Penélope, cuando no reinventaba otras posibles: Adana, Poseidona,
Sísifa o Aquilea...; mientras que en Diálogo
de tigres componía historias alegóricas de corte metaliterario en las que los
personajes compartían con la narradora su deambular errático.
En
su nuevo libro, Confesiones de una chica
de rojo, Elphick recrea desde la ficción una voz narrativa con visos
autobiográficos, como si necesitara hacer recuento de lo cosechado y perdido, partiendo
de determinados rasgos de estilo: el uso penetrante y descarnado del diálogo
propio del microteatro, la reelaboración irónica de mitologías o la invención
de supuestas historias que persiguen restablecer cierta justicia poética
respecto a sus personajes, algunos tan humanos que a menudo olvidamos su
naturaleza ficticia.
El
volumen se divide en dos secciones: la primera no posee título específico, mientras
que la segunda se denomina “Otras verosimilitudes”. La serie con que se inicia,
“El crujido de la seda”, quizá sea la mejor del conjunto: Está compuesta por seis
microrrelatos numerados, de lectura independiente, protagonizada por una pareja
de harapientos a lo Vladimir y Estragon, quienes huyen de un asesino por
haber sido testigos de un crimen, y cuya
suerte se decide al final, en las palabras que pronuncia uno de ellos: «si
cruje, no te asustes. La seda es así». No en balde, las piezas de Lilian
Elphick son siempre sugerentes, sensuales y lúdicas, sin que falte en ellas la
ironía o la sátira, tanto en relación con el lenguaje (puede apreciarse en “sesilU”,
“Ojepse” y “Expejo”), como por lo que refiere a las mismas historias y personajes,
quienes a duras penas se libran del infortunio, obligados como están a sobrellevar
un destino feroz. La narradora, consciente de ello, se ríe a menudo de sus
criaturas, aunque otras veces también se apiade.
De
igual modo, es frecuente en estos textos la presencia de narradores testigo o
en primera persona, lo que confiere a las diferentes historias poder de
convicción, una envidiable fuerza expresiva que termina por agrupar las
diversas piezas del conjunto. Aun cuando la mayoría de los microrrelatos hace
gala de una prosa poética perfectamente aquilatada, otras veces el tono se
revela cercano a lo ensayístico: «(…) convengamos en que el mal sueño es la
palabra. No hay nada que descifrar, para qué buscar significados en el agua
transparente, esa que bebemos todos los días, un poco cansados, trasnochados,
apurando el cigarrillo para prender otro», leemos en “El dolor”. Mientras que en
otro texto del último apartado, “Verdadera historia de la infamia”, se afirma:
«Decir más es imposible. Porque una palabra más es una explosión más, una mujer
sin nombre, el hambre desdentada apoderándose de un mendrugo». Con este libro Lilian
Elphick ratifica su importante posición dentro del microrrelato hispánico y chileno,
junto a Pía Barros, Juan Armando Epple, Diego Muñoz Valenzuela y Gabriela
Aguilera, cultivadores todos ellos de la narrativa más breve.
* Esta reseña ha aparecido en el número de diciembre de la revista de literatura Quimera. El dibujo de cubierta del libro de Lilian Elphick es de Sergio Astorga.