miércoles, 19 de octubre de 2016

Azul

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Una ballena azul gigante junto a su cría. Eso era. La madre dio un coletazo en mitad del mar para advertirme de su presencia, pero a la cría la vi sólo después, mientras nadaban las dos en paralelo con la línea del horizonte o, por mejor decir, con respecto a mi orilla. Ese mamífero descomunal debía de pesar, como poco, cien toneladas. Qué raro que no varase a tan corta distancia. No me asustó verla emerger. Antes al contrario, me maravilló: su aparición era sin duda un aviso para mí, que me encontraba en mitad de un sueño de argumento guadianesco y afluentes cenagosos; por fin, iba tomando cuerpo lo que presumía toda una revelación. Me sentía feliz, pletórica. El inmenso mar que acogía a este ser pacificador y cercano brillaba bajo un sol hiriente, incapaz sin embargo del menor daño. El día parecía relucir de puro contento. Y entonces abrió su ojo inteligente de mira telescópica y me enfocó. Parecía el mismísimo Neptuno resurgiendo de las aguas. La Más Grande Revelación jamás vista hecha ballena. Respiré por fin. No me importó lo más mínimo pasar el resto de la noche en vilo.
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sábado, 8 de octubre de 2016

martes, 4 de octubre de 2016

Trescientos sesenta y cuatro

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Las amistades se consolidan en el amor. Sólo algunos amores se consolidan en la amistad.
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El ascensor

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Me subo al artilugio. Lo tengo claro. Hay ascensores que son como ruletas rusas. Norias chirriantes de feria. Ruedas desbocadas para hámsters. Lanzaderas espaciales que se comportan como lanzadoras de balaJaulas destinadas a contener a un ejército de grillos, a cuál más grillado, que estorban como grilletes de mazmorra. Submarinos varados en un banco de arena de aspecto plácido que, justo cuando termina el viaje circular que habían previsto, abren sus fauces para dispararte, escupirte o arrojarte al mundo exterior (al exterior más remoto del mundo) en un alunizaje imposible, mientras luce un sol incrédulo y sopla, por lo demás, una brisa placentera. 
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viernes, 30 de septiembre de 2016

Andarás perdido por el mundo, de Óscar Esquivias


Territorios felizmente ignotos
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Con varias novelas en su haber y tras publicar los libros de relatos: La marca de Creta (2008) y Pampanitos verdes (2010), el autor agrupa bajo un título de resonancias bíblicas que remite a la maldición que Yavé le dirigió a Caín, catorce cuentos de factura cuidadísima en donde sus protagonistas se nos muestran perdidos, o a punto de encontrarse, en un momento crucial de sus atribuladas existencias. Son historias que transcurren en ciudades tan distintas como Burgos, Florencia, Madrid, Oña, Dakar, Mtsensk, Moscú, Londres, Santa Mónica o París, a caballo entre los siglos XIX y XXI, con una clara presencia de la década de los 80 y 90 del pasado siglo, etapa que se corresponde con los recuerdos de juventud del autor, de los que en ocasiones bebe para recrear atmósferas y episodios vividos. Así ocurre en “La Florida”, de corte netamente autobiográfico, uno de mis cuentos preferidos, o en “El misterio de la Encarnación”, donde recrea con humor agridulce el embarazo no deseado de una niña de 13 años tras haber recibido la educación sexual típica de las escuelas religiosas en la España de entonces.

Estos relatos, compuestos por encargo para diversas publicaciones, tienen como hilo conductor la aparente fragilidad de sus personajes. Todas y cada una de las historias merecen atención, si nos atenemos a su calidad literaria. Y también todas, sin excepción, dan cuenta de la madurez literaria que ha alcanzado Esquivias, al reunir relatos que homenajean, entre otros, a Chéjov, Leskov, Dostoyevski y Dickens; mientras a veces cultiva una experimentación que no rehúye la sátira propia de Juan García Hortelano. Así ocurre en “La última víctima de Trafalgar”, donde aparece el personaje adulto más perdido de todo el libro, el insigne profesor Robredo. O se propone remedar el humor desternillante y disparatado de las mejores ficciones de Mendoza o Eduardo Mendicutti, rastreable en “El Chino de Cuatroca”, divertídísimo de principio a fin, pese a las bromas pesadas que tiene que soportar un sudaca español al que todo el mundo toma por chino; o en “La casa de las mimosas”, otro de los relatos que prefiero, en donde Esquivias lleva a cabo un homenaje al cine y al glamour hollywoodiense a través de las figuras de Greta Garbo y Ramón Novarro, rememoradas en boca de un niño de ocho años a punto de descubrir el misterio del sexo en las miradas penetrantes y los besos de película que a menudo aparecen en la pantalla.
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La temática musical está a su vez muy presente en varias de las piezas mejor resueltas, siendo “El príncipe Hamlet de Mtsensk”, situada hacia la mitad del libro, la más destacada en este sentido. Aquí, se dispone a narrar la historia del joven intérprete Yuri, y los amores sólo a medias correspondidos que mantiene con su amigo Vania, en un relato lleno de sobreentendidos que me ha recordado el cuento con que arranca el libro, “Todo un mundo lejano”, pues en él también aparece una pareja de jóvenes enamorados e igualmente indecisos. Por último, en “El arpa eólica”, de temática asimismo musical, contrapone a un joven Hector Berlioz arrogante y desesperado, con la figura vanidosa de un enorme Luigi Cherubini en una historia llena de humor que bebe, a un tiempo, de Robert Louis Stevenson o del mismísimo Edgar Allan Poe.
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Esquivias domina un amplio registro narrativo que va del cultivo del microrrelato (entre los que destacaría “Curso de natación”), al cuento extenso, de casi 40 páginas (por ejemplo, “La última víctima de Trafalgar”, pieza que podría leerse como una novela corta). Aun cuando esta recopilación se muestre plagada de buenos relatos, “El príncipe Hamlet de Mtsensk” me parece -entre los más extensos- uno de los mejores del conjunto: por la gradual atmósfera que es capaz de construir hasta envolvernos en un verdadero manto de época; así como por las innumerables referencias ambientales y culturales capaces de trasladar al feliz lector a un tiempo y un espacio distintos del suyo, aunque la presencia de la tecnología, tal como ocurre en el primer cuento, termine por afianzar el tiempo narrativo en la actualidad de nuestros días. La ilustración de Asís G. Ayerbe que aparece en la cubierta remite sin duda a este cuento de factura impecable; mientras que la foto del autor en la que aparece con gesto ensimismado subido a un vagón de tren, con unas vías que le sirven de punto de fuga, apuntaría al leitmotiv del viaje de estos catorce espléndidos cuentos.
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* Esta reseña ha aparecido en el número 394 de septiembre de la revista Quimera. La foto de la cubierta es de Gaetano Plasmati.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"