Hay miradas que son marismas de mal agüero. De pronto alguien planta la vista una mañana sincera, como si levantara un campamento en mitad del desierto, sin vacilaciones ni ventiscas, en el mismo centro de una nada oceánica donde pretende que acampe nuestro deseo. Y lo hace sin miramientos ni espejismos que valgan. Con la entereza de un oasis. Por puro desvelo.
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