. El mundo va a su maldita bola. ¿Debemos, pues, rasgarnos las vestiduras? ¿Abrirnos las venas? ¿Cerrar la boca para que no entren moscas inoportunas? ¿Acaso deberíamos quitarnos el sombrero, ponernos las botas? La bola del mundo no debería importarnos, pero nos importuna mal que nos pese -y nos pesa mucho-. Cada segundo cientos de almas se estrellan contra el asfalto; contra esta ciénaga que, en realidad, es camposanto.
. . Hermosa vida que pasó y parece ya no pasar… Desde este instante, ahondo sueños en la memoria: se estremece la eternidad del tiempo allá en el fondo. Y de repente un remolino crece que me arrastra sorbido hacia un trasfondo de sima, donde va, precipitado, para siempre sumiéndose el pasado.