Territorios felizmente ignotos
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Con varias novelas en su haber y tras publicar los libros de relatos: La marca de Creta (2008) y Pampanitos verdes (2010), el autor agrupa bajo un título de resonancias bíblicas que remite a la maldición que Yavé le dirigió a Caín, catorce cuentos de factura cuidadísima en donde sus protagonistas se nos muestran perdidos, o a punto de encontrarse, en un momento crucial de sus atribuladas existencias. Son historias que transcurren en ciudades tan distintas como Burgos, Florencia, Madrid, Oña, Dakar, Mtsensk, Moscú, Londres, Santa Mónica o París, a caballo entre los siglos XIX y XXI, con una clara presencia de la década de los 80 y 90 del pasado siglo, etapa que se corresponde con los recuerdos de juventud del autor, de los que en ocasiones bebe para recrear atmósferas y episodios vividos. Así ocurre en “La Florida”, de corte netamente autobiográfico, uno de mis cuentos preferidos, o en “El misterio de la Encarnación”, donde recrea con humor agridulce el embarazo no deseado de una niña de 13 años tras haber recibido la educación sexual típica de las escuelas religiosas en la España de entonces.
Estos relatos, compuestos por encargo para diversas publicaciones, tienen
como hilo conductor la aparente fragilidad de sus personajes. Todas y cada una
de las historias merecen atención, si nos atenemos a su calidad literaria. Y
también todas, sin excepción, dan cuenta de la madurez literaria que ha alcanzado
Esquivias, al reunir relatos que homenajean, entre otros, a Chéjov, Leskov, Dostoyevski
y Dickens; mientras a veces cultiva una experimentación que no rehúye la sátira
propia de Juan García Hortelano. Así ocurre en “La última víctima de
Trafalgar”, donde aparece el personaje adulto más perdido de todo el libro, el insigne profesor Robredo. O se propone
remedar el humor desternillante y disparatado de las mejores ficciones de
Mendoza o Eduardo Mendicutti, rastreable en “El Chino de Cuatroca”, divertídísimo
de principio a fin, pese a las bromas pesadas que tiene que soportar un sudaca español al que todo el mundo toma
por chino; o en “La casa de las mimosas”, otro de los relatos que prefiero, en
donde Esquivias lleva a cabo un homenaje al cine y al glamour hollywoodiense a través de las figuras de Greta Garbo y
Ramón Novarro, rememoradas en boca de un niño de ocho años a punto de descubrir
el misterio del sexo en las miradas penetrantes y los besos de película que a
menudo aparecen en la pantalla.
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La temática musical está a su vez muy presente en varias de las piezas mejor
resueltas, siendo “El príncipe Hamlet de Mtsensk”, situada hacia la mitad del
libro, la más destacada en este sentido. Aquí, se dispone a narrar la historia
del joven intérprete Yuri, y los amores sólo a medias correspondidos que
mantiene con su amigo Vania, en un relato lleno de sobreentendidos que me ha
recordado el cuento con que arranca el libro, “Todo un mundo lejano”, pues en
él también aparece una pareja de jóvenes enamorados e igualmente indecisos. Por
último, en “El arpa eólica”, de temática asimismo musical, contrapone a un
joven Hector Berlioz arrogante y desesperado, con la figura vanidosa de un enorme
Luigi Cherubini en una historia llena de humor que bebe, a un tiempo, de Robert
Louis Stevenson o del mismísimo Edgar Allan Poe.
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Esquivias domina un amplio registro
narrativo que va del cultivo del microrrelato (entre los que destacaría “Curso
de natación”), al cuento extenso, de casi 40 páginas (por ejemplo, “La última
víctima de Trafalgar”, pieza que podría leerse como una novela corta). Aun
cuando esta recopilación se muestre plagada de buenos relatos, “El príncipe
Hamlet de Mtsensk” me parece -entre los más extensos- uno de los mejores del
conjunto: por la gradual atmósfera que es capaz de construir hasta envolvernos
en un verdadero manto de época; así como por las innumerables referencias
ambientales y culturales capaces de trasladar al feliz lector a un tiempo y un
espacio distintos del suyo, aunque la presencia de la tecnología, tal como ocurre
en el primer cuento, termine por afianzar el tiempo narrativo en la actualidad
de nuestros días. La ilustración de Asís G. Ayerbe que aparece en la cubierta
remite sin duda a este cuento de factura impecable; mientras que la foto del
autor en la que aparece con gesto ensimismado subido a un vagón de tren, con
unas vías que le sirven de punto de fuga, apuntaría al leitmotiv del viaje de estos catorce espléndidos cuentos.
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* Esta reseña ha aparecido en el número 394 de septiembre de la revista Quimera. La foto de la cubierta es de Gaetano Plasmati.
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