Quinientos noventa y dos

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Despejar toda clase de dudas para que la claridad diáfana nos renombre.
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Quinientos noventa y uno

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La escritura que me interesa parte de un naufragio.

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Quinientos noventa

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Amar secretamente y en perpetua confusión personas, ideales -a personas ideales, también- sueños de infancia; las mismas cosas, símbolos al cabo de otras; reconocer en todo momento nuestra condición anhelante de seres incompletos.
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Quinientos ochenta y nueve

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La buena poesía no pesa; antes bien, nos aligera de cargas indeseadas.

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Quinientos ochenta y ocho

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Las verdades, poliédricas, están llenas de aristas y desvelos.

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Quinientos ochenta y siete

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La propia carne cobra conciencia con el correr de los años.

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Quinientos ochenta y seis

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Reducirse a la mínima expresión para maximizarse. Implosionar.
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Quinientos ochenta y cinco

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Tensar la cuerda sin llegar a romperla, hacerlo bajo cualquier circunstancia que se precie, ¿es cosa de astutos o de insensatos?
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Quinientos ochenta y cuatro

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La dulce ansiedad de la espera.

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Quinientos ochenta y tres

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Las ideas que sostienen los aforismos pueden llegar a medir un kilómetro.
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Quinientos ochenta y dos

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La tristeza es una fuerza centrípeta; la alegría, centrífuga. Centrifuguémonos pues.
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Quinientos ochenta y uno

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Los aforismos que no apuntamos nos aguardan en el limbo de los justos.
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Quinientos ochenta

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El detalle lo es todo.

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Quinientos setenta y nueve

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Más que el porte, al adelgazar recuperamos el espíritu del joven que hemos sido.
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Quinientos setenta y ocho

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Penetrar en el secreto de las cosas para así comprender mejor cuanto en un futuro fuimos.

F e l i z    2 0 1 8

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Quinientos setenta y siete

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No hay nocturnidad sin alevosía.

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Quinientos setenta y seis

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El buen amor menoscaba nuestro desaliento.

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Quinientos setenta y cinco

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Los escritores tienen el ego prescrito.

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Quinientos setenta y cuatro

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Las verdades afloran. Pero sólo unas pocas florecen.

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Quinientos setenta y tres

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Premura, ese temblor en el ánimo.

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