.
De los sueños que no perviven
.
Las hermanas Oliver, Dora y Violeta, viven encerradas en La Rouche presumiblemente por voluntad propia, en mitad de una naturaleza desapacible y salvaje. Dicha comunidad pretende mantenerse lejos de la civilización, conforme a unas normas de conducta orientadas al bien común que han recibido como herencia incuestionable. O, al menos, esa es la versión oficial que trasciende a los demás de sus pequeñas vidas. Por su parte, Anita es la descendiente directa de los fundadores de esta sociedad hermética y estricta que no permite a los suyos volver a salir de ella una vez que se ha entrado, veladora a la fuerza de las esencias de este microcosmos que no tolera el menor fallo para garantizar su continuidad. A esta mujer la acompaña Tom a todas partes como si fuera su sombra, intentando convencerla de que lo acepte; dispuesto a lo que sea por ganarse su favor.
.
Así las cosas, Dora parece estar conforme con su destino preestablecido de hermana mayor, dedicada a mantener la casa donde vive salvaguardada por sus perros, un espacio inhóspito en el que hace mella constante la humedad y la podredumbre como trasunto de la eterna amenaza que se cierne sobre los habitantes de esa comunidad. Violeta, por el contrario, no parece resignarse al control y encierro forzoso que le impone su hermana, responsable de que vaya debilitándose hasta enfermar, mientras escribe en una libreta poemas que traslucen sus ansias crecientes de fuga y liberación. En las antípodas de este modo de vida, Denis, el joven por el que Violeta se siente atraída, que fue expulsado de la comunidad, se erige como un modelo alternativo de libertad absoluta, es decir, sin mesura ni control alguno.
.
Frente a estos tres personajes (Dora, Violeta y Denis) que concentran buena parte del drama de esta novela de atmósferas y miedo larvado, Anita y Tom representan la otra cara de la moneda, de nuevo con un reparto de papeles no siempre en consonancia con sus deseos. No en vano, a Anita le gustaría poder pasar jornadas enteras trabajando en su estudio, de espaldas a sus obligaciones, sin tener que velar por sus miembros ni ejercer de juez, dibujando y catalogando una naturaleza que se renueva sin piedad ni límites posibles. Sólo Tom, el eterno aspirante, parece satisfecho con su afán de pertenencia a la comunidad, mientras en secreto desea gobernarla; el único capaz de asegurar tamaño sistema.
.
.
A partir de la edificación sofisticada de esta sociedad llena de agujeros al margen de su voluntad de perpetuarse, la novela aparece dividida en diez capítulos para mejor contarnos las motivaciones y padecimientos de cada sujeto dentro y fuera de la comunidad, en medio de una Naturaleza que se nos revela como el personaje más oscuro e imponente. El título parece remitir, de hecho, a la imposibilidad de cumplir los sueños que nos animan, a las voluntades y sustancias efímeras que nos definen, de modo que basta alterar las condiciones de convivencia establecidas para que todo nuestro mundo se resquebraje. Así, Dora y Violeta invertirán sus papeles respectivos de hermana fuerte y hermana débil cuando una de ellas rompa la baraja inopinadamente, un reparto de papeles que cambiará de signo también entre Anita y Tom, e incluso entre Violeta y Denis, el cual no tolerará que Violeta viva sometida a Dora por más tiempo, convirtiéndose de golpe en un peligroso libertador. Así, nada resulta ser lo que parece y en este baile de máscaras que nos muestra la novela, quien más quien menos ejerce un papel impuesto a desgana como método de supervivencia, mientras los sueños de todos ellos se erosionan sin remedio, tras ser abandonados o pospuestos indefinidamente.
.
Escrita mediante un estilo incisivo, cargado de significado y simbología, Pilar Adón parece haberse inspirado, como punto de partida, en el Walden de Henry David Thoreau para desembocar en un entorno fiero de atmósfera opresiva más propio de Paul Bowles, en una novela vertiginosa en la que nadie es inocente ni dueño absoluto de su destino.
.
.
* Esta reseña ha aparecido publicada en la revista literaria Quimera, en su número doble de julio-agosto, 392-393, del 2016. La imagen de la cubierta es de Antonio Alonso.
.