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En Padua las calles son estrechas y empedradas
como en las ciudades antiguas de mayor solera, recorridas por
interminables soportales que han sido trazados con arcos de medio punto y la
voluntad de ponernos a salvo de las inclemencias del invierno. Y, sin embargo, es
difícil que la mirada tropiece con la muralla de la ciudad o se impaciente por
las prisas de los demás; hay en torno una amplitud que ensancha nuestra
respiración, una escala humana que agradezco y preciso.
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