No se escribe ni con la vista, ni con el gusto, ni con el olfato, ni con el tacto. Tales sentidos, si bien útiles, no son imprescindibles frente a la página en blanco. Se escribe de oído. Es preciso encontrar el ritmo, la melodía adecuada para cada frase, el sonido que da sentido a un párrafo, que lo colma y encierra.
F.M., "Oído", recogido en Ciclos, Lengua de Trapo, Madrid, 2000.
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Para alcanzar la plenitud,
no basta con tener espina dorsal, ni pelos como escarpias, o —en su defecto— pinchos de erizo con el
fin de impedir ofensas y desplantes. (El hombre es siempre un fruto tardío). Por
el contrario, la naturaleza deberá moldearnos con la masa reblandecida de los
años; dejar que nuestra piel se curta primero para volverse luego más tersa; permitirnos madurar sin echar mano de púas, espinas, ni ninguna otra arma
suicida.