Un hilo conductor recorre este libro de microrrelatos de principio a fin en forma de pregunta retórica: ¿Por qué tiene que darse necesariamente el binomio guerra-muerte, si bastaría con vencer, con someter al enemigo sin tener que aniquilarlo? Para responder a esta ardua cuestión, la autora argentina, maestra en el cultivo del género y en el uso medido de la ironía y el sarcasmo, se ha propuesto abordar el espinoso asunto de la guerra como nunca antes había sido tratado, a saber: sirviéndose de la riqueza y pluralidad de enfoques, tonos y registros posibles que le permite el género narrativo más breve y poliédrico: el microrrelato.
La pieza «Homero y las heridas de guerra» nos puede valer de ejemplo para comprender el sentido y alcance de este libro que gira en torno a un tema universal que la escritora ha encarado con voluntad y afán enciclopedista. “¿Quién fue Homero?”, se pregunta Ana María Shua. “Tal vez no haya sido un hombre sino muchos”, nos dice el narrador testigo, quien, sin embargo, a lo largo del volumen se envuelve a menudo en los ropajes de la omnisciencia para, así, ganar una mayor distancia y autoridad respecto del asunto tratado. Otras veces, cede la voz a los personajes o asume su punto de vista para relatar lo acaecido o, cuando menos, mostrar su visión de los hechos; ya se trate de guerreros, de animales o de extraterrestres invasores.
Pero Homero, se nos cuenta, “fue sin duda un periodista, el más famoso corresponsal de guerra de todos los tiempos”. De igual modo, tal vez quepa considerar esta compilación de saberes que ahora nos ocupa no solo como un tratado escrito a la manera del Arte de la guerra, de Sun Tzu (no confundir con el filósofo taoísta Chuang Tzu, el autor de «El sueño de la mariposa»), sino también como una crónica distópica de las batallas libradas a lo largo de la historia de la humanidad, desde sus albores como homo sapiens hasta su futura extinción a cargo de una especie invasora, a la manera de La guerra de los mundos, de G. H. Wells, o de las crónicas de Indias ─que si antaño fueron recuentos y relatos historiográficos, hoy ya nos parecen narraciones maravillosas─, pasando por el presente tecnológico. Pero, además, aunque la autora refiera hechos del pasado y del futuro alternándolos entre sí de continuo, no por ello deja de hablarnos en todo momento de los tiempos actuales. De hecho, con la última revelación sobre Homero que nos hace este narrador irónico ─“Lo conocí apenas”, dice como al descuido─, el gran poeta épico aparece aquí convertido en un hombre que disimula su enorme capacidad de ternura bajo la misma actitud cínica que lo empuja a despreciar que lo llamen poeta, alguien dotado sin duda de enorme talento para contar (o cantar batallas) con semejante intensidad; uno de los atributos principales del microrrelato.
El libro arranca con un texto introductorio que hace la función de prólogo en donde un narrador personaje ─presumiblemente, un soldado o incluso alguien de mayor rango─ habla desde la Gran Guerra, la Primera, para contarnos que durante dicha contienda se leía mucha ficción, y donde tacha nuestro libro de “muy interesante”. Ana María Shua se sirve, a continuación, del recurso del manuscrito encontrado y atribuido a un falso autor para enmarcar esta breve recopilación de piezas en una fina ironía y un distanciamiento no menos impostado; unas armas ideales que le serán de gran utilidad para tratar cuestiones delicadas y comprometedoras en torno a la guerra.
Compuesto por 131 microrrelatos, además del prólogo, la autora divide el volumen en cuatro partes: «El arte de la guerra», donde se plantea abordar y comprender la naturaleza y razón de ser de ésta; «Guerreros», en la que se hace recuento de un sinfín de dioses, hombres y animales con hazañas dignas de memoria y admiración contadas por un narrador omnisciente e irónico, quien todo lo ve y cuestiona, a menudo con una coda sapiencial a modo de cierre; «Armas», donde se muestra un catálogo infinito de instrumentos mortíferos, tales como el gas, la música militar, los murciélagos, los olores, las balas y las lanzas, las profecías y la guerra misma, los bebedizos y hasta las gaitas escocesas, entre otras posibilidades. No en vano, en esta tercera parte son habituales los desenlaces irónicos. Y, por último, «Estrategias», en cuya sección se hace inventario de las más variopintas demostraciones del ingenio humano, puestas al servicio del consabido y único fin de la guerra, que no es otro que asegurar, con la mayor eficacia, la muerte del contrario.
Ana María Shua ha creado una narradora testigo con una capacidad reflexiva de hondo calado, dispuesta a versionar frases hechas, dichos, refranes y lugares comunes para trascenderlos; un ejercicio fácil solo en apariencia. Ya en las primeras páginas, entabla una sagaz relación entre la guerra, la escritura y el amor. Así, en el primer microrrelato, que hace las veces de poética, afirma: “quien no sea capaz de engañar y por lo tanto sorprender, nunca logrará sobresalir en el arte de la guerra, de la escritura”, ni tampoco del amor, precisa en la reflexión planteada justo en la tercera pieza, que la continúa: “todo vale, nada vale, en la guerra y en el amor, salvo matar”. Me parece un acierto el celo historiográfico con el que escribe para afrontar todo tipo de asuntos: de la guerra civil a la contienda más antigua, sin olvidar el ejemplo prestigioso de héroes y dioses, tácticas de espionaje o trofeos de guerra, si bien al lector le será difícil librarse de la sensación acuciante de que en tiempos de guerra todo resulta fabuloso, increíble o inverosímil, hasta el punto de que el narrador extraterrestre pero juicioso que, a veces, asoma en sus páginas, juzgue la conducta humana con la severidad y el acierto que se merece.
* Esta reseña ha aparecido publicada en el último número de la revista TURIA, núm. 133-134, que cuenta con un monográfico dedicado al escritor Robert Walser.
Os dejo aquí el índice:
http://www.ieturolenses.org/revista_turia/index.php/revista-cultural-turia-numero-133-134.html
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