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Respiró con
profundidad antes de adentrarse en el bosque. Quería reconocer más despacio sus
heridas: en mitad del pecho una cicatriz antigua supuraba de nuevo. Lo atribuyó
al corte insidioso de una rama. Con la cabeza a punto de estallarle y el cuerpo
aterido de frío, hizo un esfuerzo por recordar qué diantres le había pasado.
Apenas necesitó echar un vistazo para comprobar que tenía el costado lleno de
magulladuras. Trató de limpiarse lo más rápido que pudo. No quería que sus
miembros se embotaran. Un dolor fiero había empezado a extendérsele por la
espalda, aunque lo más molesto era no acordarse. No lograba fijar el momento ni
el motivo; el lugar en que
presumiblemente lo habían atacado. Aparte de la vieja cicatriz, le dolían sobre
todo las uñas y algunos dientes sueltos, que bailaban tras su hocico. Lo de
menos era el escozor que lo atenazaba. Cuando vio que
podía arrastrarse a cuatro patas, recordó al fin: una pandilla de alimañas lo
había desvencijado a bastonazos.