domingo, 27 de septiembre de 2015

Doscientos ochenta y nueve

..
El microrrelato es una glosa. 
(¿Y qué literatura no lo es?)
.
.

Malas palabras, de Cristina Morales

..
Empresas, amores y razones
..
La nueva novela de Cristina Morales (Granada, 1985) confirma lo que algunos sospechábamos: que es uno de los escritores jóvenes, de los nuevos nombres, más prometedores. Ya tenía en su haber un libro de relatos, La merienda de las niñas (2008) y otra novela, Los combatientes (2013), en donde reflexionaba sobre movimientos sociales como el 15-M. Ahora, un encargo con motivo del quinto centenario de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), nacida como Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, ha sido el acicate y punto de partida para componer estas Malas palabras.


La historia transcurre durante el período en que la monja escribe el Libro de la vida, acaso la primera obra autobiográfica de verdadero mérito en nuestras letras, mientras se hospeda en casa de doña Luisa de la Cerda y vive bajo su protección. Seis años después de la muerte de Teresa de Jesús, Fray Luis de León rescata el manuscrito y lo edita en 1588. De hecho su versión es la que nos ha llegado, tal como nos recuerda Cristina Morales en el epílogo. Así, la novela adopta la forma de una autobiografía puesta en boca de la monja, pues la voz narradora asume su personalidad desde el mismo arranque, alternando la primera persona con la segunda las veces en que intenta hacer examen de conciencia en soledad. No se trata, en consecuencia, de una obra apócrifa, sino de un palimpsesto que persigue completar las motivaciones que llevaron a Teresa de Ávila a escribir, siendo aborrecida y amada por ello.
..

..
Es bien sabido que fue criticada por leer en romance la Biblia y por interpretar las Sagradas Escrituras, práctica prohibida a las mujeres, además de desoír la obligación de leer en voz alta y defender el rezo en silencio. Asimismo, Teresa Sánchez funda la Orden de las Carmelitas Descalzas, una rama que procede de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, cuya regla se cifraba en la vida contemplativa, la meditación de la Sagrada Escritura y el trabajo. La novela se presenta como el texto que la monja jamás se atrevió a escribir, pero que podría haber compuesto en caso de haber gozado de una libertad que no tuvo. Ante el mandato del fraile dominico que la confiesa de que ponga por escrito sus experiencias, decide escribir unas Memorias que, de tan verdaderas, no se atreve a entregarle a su confesor (se trata de estas Malas palabras), dándole a cambio otras aptas para su publicación, las que formarían su Libro de la vida. Por tanto, puede afirmarse que Cristina Morales escribe para reinterpretar la trascendencia de Teresa de Jesús en su condición de mujer, escritora y religiosa. Aun cuando la autora nos advierta de que la Iglesia habría rechazado estas malas palabras, sostiene que cabría tachar también de tales las que sí escribiera, habida cuenta de que, al componer su obra, faltó a la humildad a que estaba obligada. Para ahondar en esta idea de mujer de carácter fuerte y ambiciosa, la novela nos muestra a una religiosa no tan santa, consciente de que, con 47 años, sigue siendo casi tan vanidosa y orgullosa como cuando era niña, y jugaba entonces con su hermano y su primo a ser mártires, en tanto martirizaba de amor al segundo.


Pero la novela es también una confesión de por qué compadeció la niña Teresa, y quiso tanto, a su madre, cristiana vieja, muerta a los treinta y pocos años tras numerosos partos no deseados, impuestos por un marido comerciante y converso, que, si bien les permitía leer a escondidas, llevó a la tumba a su esposa tras humillarla y someterla con cada nuevo embarazo. Y es además un relato sobre el valor de la amistad entre mujeres, así la que entablan la monja y la dueña que la hospeda. Hacia el final, la propia autora, Cristina viene de cristiana, de seguidora de Cristo, mientras imposta la voz de Teresa de Ávila, juega también a cuestionarse sus verdaderas motivaciones de escritora, para lo cual contrapone con malicia las de una Teresa cristinizada a las de un fray Juan de Bonilla, asceta franciscano autor del Breve Tratado donde se declara cuán necesaria sea la paz del Alma, y cómo se puede alcanzar. Mientras nos cuenta esta biografía tan llena de accidentes, al lector le queda la impresión de haber realizado un viaje por el pasado y por la vida de la monja de gran profundidad y alcance, no exento de dosis de humor y causticidad, sobre todo en los diálogos que entabla la monja con quienes pretenden reprenderla, de los que sale siempre airosa.

* Esta reseña ha sido publicada en el número 382 de septiembre de la revista Quimera. La cubierta es de Laia Tarruella.




.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"