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jueves, 12 de marzo de 2009

Mascarada

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Iba a empezar a afeitarse cuando, de repente, le ha dado un mareo. A punto ha estado de golpearse la cabeza contra el espejo, pero se ha incorporado a tiempo -siempre tuvo buenos reflejos-, aunque ahora sospecha que ese señor con cara de muerto se parece demasiado a él. 
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Si por azar alguien se detuviera frente a su máscara y observara con ojos de forense el estado de ese hombre, llegaría a la conclusión feliz, valga la paradoja, de que no fue feliz en absoluto, valga la redundancia. Es más: podría sospechar con fundamento, a salvo de que la Susodicha protestara incluso con una mueca de espanto, que él solo fue el responsable único de sus desaciertos. Fíjense bien, si no. ¿Podría decirme alguien a qué viene esa caída de ojos, ese mirar vago, de náufrago perdido? Y esa rigidez, ¿acaso no define la actitud propia de un hombre desdeñoso, altivo incluso? La expresión misma de su cara, ¿no creen ustedes que está gritándole al mundo su desacuerdo, su profundo fastidio por tener que decir, de repetir sin ninguna gana, que llevaba muerto la vida entera? Obsérvenle, vamos, no sean tímidos.
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Sean honestos y convendrán conmigo en que ya estaba acabado desde hacía meses, acaso desde hacía más tiempo: probablemente, desde antes del nacimiento de sus hijos, o quizá mucho antes de obtener aquel empleo, o por qué no decirlo de una vez, desde el mismo principio, de cuando no había modo humano de saber -o intuir siquiera- que terminaría muerto frente a un espejo cuyo reflejo discrepa incluso de su máscara mortuoria.
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sábado, 2 de agosto de 2008

Instrucciones para llegar a ser alguien en la vida (siquiera en verano)


(...) Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón (...).
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En primer lugar, se recomienda encarecidamente tentarse el cuerpo con ahínco y actitud concentrada a fin de cerciorarse sobre la existencia de uno. Si tras ese pequeño palmeo, hay indicios claros y objetivos de que se tiene sombra propia o, en su defecto, mala sombra, no lo dude: es usted un sujeto de derecho, o de facto, que lo uno va ligado a lo otro, vaya usted a saber porqué.
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Tras una breve comprobación de que le funcionan los cinco sentidos, imbúyase sin más preámbulos de un sentimiento de plenitud capaz de convencer a los demás, si no a sí mismo, de que nadie como usted posee una personalidad arrolladora. En caso de no lograrse, puede intentarlo de todos modos echando mano de la imaginación, con el fin de persuadirse de ello sin perder tontamente la compostura.
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A lo largo de todo el proceso, y aun cuando el objetivo básico estribe en obtener un bienestar sólido y duradero, resultará crucial que aprenda a aguantar el tipo sin levantar sospechas. Que no se le pase por las mientes dudar demasiado al realizar cada uno de los pasos debidamente prescritos.
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Sería muy penoso, amén de contraproducente, mostrar a los demás cualquier signo de debilidad o desfallecimiento, así como un exceso de entusiasmo por su parte. En general, está mal visto dar muestras extemporáneas de alegría ante sus progresos, por muy ciertos que éstos sean, o de hallarse usted pletórico, loco de contento. Los excesos de ánimo, sean del signo que sean, se consideran de pésimo gusto. Como todo en la vida, la supervivencia es un arte que exige de cierta contención, habida cuenta de que las apariencias, una vez más, lo son todo, y en casos como éste, muy especialmente.
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Después de haber seguido, con mayor o menor fortuna -pero siempre con éxito-, los pasos anteriores, ya puede usted considerarse sujeto activo, o pasivo, tanto da, pues al fin y al cabo lo uno lleva a lo otro y todo termina en lo mismo.

Feliz verano, queridos!)

lunes, 7 de julio de 2008

El perfecto idiota

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El perfecto cuentista, en adelante PC, no sólo cree haber dado con el asunto fundamental de su nuevo relato, sino que convencido de su interés, deja cuanto estaba haciendo (enviar unos faxes de cierta urgencia que le ha pedido el jefe) para correr a su escritorio como una exhalación, no vaya a ser que su musa se volatilice antes de haber escrito, cuando menos, un esbozo de la brillante idea que revolotea, desde hace escasos minutos, por su cabeza, y que ahora se dispone a anotar con devoción, a espaldas -desde luego- de sus queridos compañeros de mesa.
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Aunque a ojos de cualquiera en horario de oficina su irreprimible vocación pudiera parecer ridícula y hasta desvergonzada, una irresponsabilidad en toda regla, hace ya quince años por lo menos que el perfecto cuentista no ceja un segundo en su afán por hinchar ese germen tan diminuto y prometedor que lo embarga sin previo aviso, con el fin de transformarlo en el relato que debería haber escrito, como digo, quince años atrás.
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Así las cosas, el PC sabe que su cometido resulta inaplazable, que la urgencia creadora no admite esperas. Lo sabe pero también está lo de su jefe, así que de pronto se encuentra ante una decisión salomónica que tomar, al tiempo que se dice para sus adentros que la resolución de dicho dilema exige la fortaleza hercúlea de un Sansón. El perfecto cuentista se sonríe ante su capacidad manifiesta por hilvanar metáforas de tamaño calibre. Luego, y sin más preámbulos, el PC se dirige a su PC y esboza siquiera el título.
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En vano se esfuerza el perfecto cuentista por desarrollar su fugitiva idea. El cursor se ha quedado parpadeando en mitad de la pantalla como un martillo pilón, piensa con acierto. Y de pronto, el jefe:
-Fernández, ¿para cuándo esos faxes? ¿De veras desea usted que le aumente de una puñetera vez el sueldo? Ante esta última pregunta, retórica a no dudarlo, formulada cuando la hermosa Mariluz cruzaba por delante de su mesa, al PC se le ha puesto cara de perfecto idiota. En adelante, PI.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El agente doble

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Al llegar a casa, lo primero que hacía el agente de bolsa era quitarse deprisa el feroz traje de superejecutivo para ponerse, enseguida, el esponjoso pijama de algodón, la única prenda capaz de concederle el sosiego que no tenía, regalo de su hija. Aun cuando su tarjeta de visita diera por cierto su trabajo como corredor de bolsa, aquel hombre de 40 años recién cumplidos padecía continuas taquicardias y extrañas arritmias a causa de una misteriosa dolencia, que yo, la verdad sea dicha, no supe, en un primer momento, interpretar.
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El doctor que lo llevaba le había aconsejado cambiar de trabajo cuanto antes. Ahora ya puedo decirles que hubiera bastado con que se sentara a escribir ante su viejo cuaderno verde dos veces por semana para seguir con vida. Porque, créanme, aquel agente de cambio era, en realidad, un poeta enorme, vivísimo y genial, sin parangón, si bien ignorado e ignorante de sí mismo. Servidor fui el único capaz de averiguarlo.
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Déjenme que les diga que hoy la historia de la poesía española ha perdido, por descuido e impericia en mi nuevo oficio de narrador omnisciente, al que tal vez fuera el mejor poeta oculto de todos los tiempos, alguien capaz de erigir deslumbrantes imágenes llenas de temblor, fulgurantes, según tuve ocasión de reconocer más adelante.
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Sin duda, mi terrible condición de novato, lento e inoportuno en extremo, ha resultado tan vergonzante que apenas si hubo tiempo de descubrir la verdadera naturaleza de aquel pobre agente, doble y secreto por más señas. Qué desastre, mis indulgentes lectores, qué pérdida más terrible...
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viernes, 16 de mayo de 2008

El hombre sin voz

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Hacía años que el escritor se esforzaba por conquistar una voz narrativa propia, plagada de autenticidad y de fuerza; un estilo que lo distinguiera de tantos autores sin voz como había, tan fatuos en su mayoría, tan ridículos. Le parecía increíble que toda esa caterva de presuntuosos no se hubiera percatado aún de que, para ser un gran escritor, había que lograr una voz personal e intransferible, cultivarla día y noche sin descanso, desearla de veras; una voz que fuera capaz de singularizarse del resto, que se revelara densa, con volumen, poliédrica; que lo elevara, en fin, hasta las alturas, depositándolo en el justo pedestal que le correspondía...
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Tan embebido estaba el pobre en labrarse esa voz que olvidó apuntalar la estupenda edificación de su ingenio, malbaratando en un pispás aquel universo maravilloso repleto de voces magníficas, tan prometedor, probablemente su obra maestra, la creación que habría de erigirse en garante de su felicidad; un castillo de naipes fabuloso, una pena.
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lunes, 5 de mayo de 2008

La imagen reflejada

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El óvalo del rostro ha ido cediendo al paso de los años, a su peso, de ahí que los párpados aparezcan decaídos, descolgados, perplejos. En sus orejas, se aprecia la prolongación de ese preciso abatimiento de que os hablo, el triunfo de lo decrépito. También sus ojeras son profundas, perfiladas a lápiz con la crueldad de un pulso firme. La nariz, por el contrario, se muestra imbatible, como si la decadencia general no fuera con ella, recta y altiva, lustrosa. El ceño, fruncido; la comisura de los labios, torcida; el cuello, derrotado.
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¿Y qué decir de la expresión de la mirada? En realidad, parece como si, en una pirueta imposible, tuviera los ojos fijos en el horizonte de sus ojos, y el tiempo se hubiera vuelto de pronto arisco, viscoso.
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Afuera, en efecto, la disolución sigue su curso y el mundo se desrealiza un poco más, en un avance apenas perceptible.

lunes, 21 de abril de 2008

Basta lo suficiente

Se miraron, se sonrieron, y ya no necesitaron más para caer enamorados hasta los tuétanos, es decir, "hasta lo más íntimo o profundo de la parte física o moral del hombre", según aclaración del DRAE leída por la pareja una tarde de lluvia y besos destilados a resguardo.

Si bien les bastó unas décimas de segundo para intuir el tumulto que se les venía encima, necesitaron toda una vida y parte de la eternidad para explorar los infinitos giros, saltos y recovecos que dicha pasión les tenía reservada.

De lo que descubrieron acerca de este espinoso asunto, mejor no hablar.

jueves, 10 de abril de 2008

Pisos Cortázar


Estaba leyendo con absoluta entrega "Continuidad de los parques" cuando sonó el teléfono en la habitación contigua:
-¿Dígame?
-Buenos días, señor Pérez López. Le habla el servicio automático Pisos Cortázar. En nuestra campaña de promoción, ha sido usted seleccionado para pasar un fin de semana con los gastos pagados en cualquiera de los pisos Cortázar, que a continuación pasamos a relacionar. Con el objetivo de que usted pueda disfrutar, a solas o con los suyos, de tan insólita oferta, disponemos de un amplio catálogo de patios, torres, villas, terrenos, naves, obra nueva, lofts, masías, estudios, áticos, locales, solares, chalets, bajos, habitaciones y lonjas. De seguir interesado, pulse usted la tecla 1 tras oír la señal.
Pero el escuchador ha marcado el cero.
- Su selección ha sido guardada. Tenga en cuenta que la oferta no es acumulable. Así pues, el próximo fin de semana del 26 al 27 de abril le tendremos reservada una habitación con vistas a un hermoso parque. El dormitorio cuenta con baño, televisión y un saloncito de lectura. Si lo precisa, también puede hacer uso de nuestro servicio de catering a partir de media tarde. Pisos Cortázar le garantiza, asimismo, una total discreción con el empeño de ofrecerle un descanso seguro. Deseándole una feliz estancia en Pisos Cortázar, reciba usted nuestra más cordial enhorabuena.

viernes, 21 de marzo de 2008

La literatura o la vida

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El escritor metódico buscaba por todos los medios convertir en literatura cualquier atisbo de vida que cayera en sus manos. Tanto se acostumbró a realizar estos trasvases, que hasta llegó a desarrollar un sexto sentido en el que su cuerpo hacía las veces de órgano principal. De este modo, si veía una película que le agradaba, su organismo captaba la información de interés como lo haría una antena al absorber las ondas electromagnéticas; si hacía sol o llovía, auscultaba el exterior con la precisión de un termómetro; si estaba disgustado, se lanzaba a escribir prosa satírica; si en cambio se levantaba omnisciente o soñador, le venían a la cabeza, respectivamente, versos ditirámbicos o alejandrinos divididos en dos hemistiquios, según la ocasión.

Escribía, en suma, con el empeño secreto de dar vuelo a una vida que adivinaba demasiado aburrida. O tal vez, lo hiciera, no estaba muy seguro, para ahuyentar la muerte. O quizá, sencillamente, para ganarse el aprecio y el respeto de sus conciudadanos. En realidad, no tenía la menor idea de por qué escribía. Por lo general, el atribulado escritor solía espantar la cuestión de un simple manotazo, aunque otras veces no era capaz de alejar de sí ni siquiera el vuelo rasante de una mosca.

Aquella mañana era justo uno de esos días; el bendito escritor andaba, pues, tristón, con el ánimo alicaído. Una duda le rondaba la cabeza de manera insidiosa: de ser cierto que escribía para vivir mejor, y de ahí la necesidad de trasladar al papel cualquier aliento vital, ¿qué sentido tenía, entonces, convertir esa ganancia en nuevo desvelo? A lo mejor resultaba que escribía por pura necesidad, por un extraño amor a la literatura. ¿O sería a la vida?

martes, 11 de marzo de 2008

Sujeto a la tierra

Aquel eremita vivía retirado del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León; dispuesto a purgar las pasiones del mundo que lo mantenían sujeto a la tierra, con el fin de poder ascender a un estado superior de comunicación con Dios, fuera de toda carnalidad perentoria y ruin.

Una pequeña lacra obstaculizaba, sin embargo, la consecución de tan ansiado logro: el pobre ermitaño no aparentaba ser ni especialmente joven ni especialmente viejo, ni muy alto ni muy bajo, ni demasiado gordo ni demasiado flaco. En puridad, tanta medianía empezaba a resultar un verdadero fastidio.

De natural contentadizo, al tercer mes de purgación se dio por vencido. No le quedó más remedio. El mismo Dios en persona no vacilaría en desahuciarlo cuando le llegase su hora. Y todo, por falta de ambición.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"