lunes, 16 de agosto de 2021

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 La quietud aparente de una vida en fuga.



La playa y el tiempo, de Ernesto Calabuig

Ansias de vivir

El autor de este libro es profesor de Filosofía y crítico literario en El Cultural y ha publicado, además, dos libros de relatos (Un mortal sin pirueta, 2008; y Caminos anfibios, 2014), junto con una novela (Expuestos, 2010). Ahora, Calabuig ha reunido diecinueve historias a caballo entre el cuento y el microrrelato, que giran en torno al motivo del paso del tiempo y de la voluntad humana por retenerlo o, cuando menos, por extraerle unas gotas de sustancia. Sus personajes, ya en la edad madura, tratan de librarse de esa impaciencia al borde de la ansiedad, tan propia de nuestra época y de su etapa vital.

Llama la atención que el conjunto de relatos esté planteado desde un enfoque metaliterario que busca reflexionar o ilustrar un determinado aspecto narrativo o técnica de escritura. Así, por ejemplo, el que da título al conjunto, acaso el más extenso, ahonda en la psicología de la protagonista, una mujer de 47 años que decide alargar de forma indefinida unas vacaciones en la playa hasta diluirse en ese mismo entorno que la acoge sin prejuicios, habitado por comunidades hippies y nudistas. Se trata de un relato de corte –digamos- quiroguiano, donde su disolución es consecuencia directa del progresivo despojamiento que experimenta. En el libro, de hecho, aparecen varios con un desenlace semejante.

La segunda y tercera narración estarían unidas por el subtítulo de Un cuento chino (I y II, respectivamente). En «Pekín-Xátiva», su protagonista, «un traductor de alemán agobiado por el plazo de entrega de una novela», en realidad, una especie de alter ego del autor, figura recurrente en estas páginas, emprende un viaje en tren desde la estación de Atocha, con destino a Valencia, dispuesto a aprovechar el tiempo del trayecto para traducir algunos pasajes de Siegfried Lenz, pero ya desde el principio tiene que renunciar a sus planes al tropezar con una joven china que necesita ayuda y que sólo chapurrea un poco de inglés. El título alude irónicamente al hecho de que su tiempo haya dejado de ser del narrador, quien sale desde Madrid, para pasar a serlo de la mujer oriental (Pekín). Si bien a cambio ha obtenido el argumento para escribir un relato. Frustrados sus planes, el traductor se entrega a imaginar varios destinos posibles ─a cada cual más fantasioso─ junto a la joven china, entre los que figura su propio deceso. Este relato le sirve, pues, al autor para ilustrar aspectos tales como el tratamiento del espacio, la ambientación de las escenas o la importancia de las descripciones, aparte de la elucubración libérrima que supone echar la imaginación a volar, una estrategia, esta última, constante en estos cuentos.

Asimismo, el microrrelato «Tiempo sagrado», que funciona como un entreacto o entremés para separar los dos cuentos chinos, se ocupa de la cuestión central del punto de vista, aparte del desarrollo narrativo, y lo hace con visos de poética: «Estas cosas del tiempo no merecerían una intervención despiadada (…) sino el suave, respetuoso pincel de un arqueólogo capaz de justicia, emoción, llanto y recuerdo», concluye. Y el segundo cuento chino, «¡Almuerzo, ciao!», a caballo entre el cuento breve y el microrrelato, se centra de nuevo en ilustrar el poder de la imaginación, la capacidad evocadora y las asociaciones de ideas, de las que el narrador echa mano para impulsar la trama; lo que ya vimos en la fabulación libre del primer cuento chino; y de hecho la protagonista podría identificarse con la misma mujer oriental, si bien tras su llegada a España. «Escribir es también poner en marcha hipótesis», zanja esta vez el narrador.

En el siguiente cuento breve («Estampa de una tarde en el mar del Norte») utiliza una mirada poética que se anticipa en el título, y en él cobra importancia el poder de evocación del narrador protagonista, quien se encuentra pasando unas vacaciones junto a M, confundiéndose la voz que habla con la del propio autor, y M con su mujer, la María que aparece en la dedicatoria. Hacia la mitad del libro, se suceden tres cuentos de invierno que transcurren en la capital alemana y que nuestro narrador-cronista ha compuesto para abordar, respectivamente, la capacidad de sugestión del artista, la vida vivida y, por último, la vida no vivida. Así pues, el primero («El señor Takanawa abrió una botella de agua con gas») trata de «la identidad y el límite que nos circunscribe», asunto que lo relaciona con el primer cuento de la colección, al ocuparse también el protagonista japonés de esta historia de la memoria y de los lastres del pasado. No en vano, un día se despierta aturdido, en la habitación de un hotel de Berlín, con la cabeza nublada, como si hubiera sufrido un ictus o algo parecido, aunque en esta ocasión el personaje logre vencer ─o sublimar─ la muerte tras evocar, en una especie de exorcismo, un episodio que vivió en la Segunda Guerra Mundial.

El segundo y tercer cuento de invierno estarían protagonizados por ese narrador-cronista que ya vimos en la estampa, de modo que no sólo entroncarían con la experiencia vital del autor, sino también con esta serie de relatos en donde él mismo toma la palabra y decide asomarse adrede para darnos su opinión cuando le place o considera oportuno. No en balde, en «Después de los niños» vuelven a ser ellos, M y el narrador, quienes pasan unos días de descanso en un hotel de Berlín poco antes de las Navidades, lo que les sirve para hacer balance de una vida compartida, ahora que los niños ya han crecido. Por fin, en «Una navidad tendrás cincuenta», será «la voz de ELLA» (sic) la que le dé pie al narrador a fantasear con una vida no vivida pero que pudo haber sido.

Acaso empiece aquí la tercera parte del libro ─tras una primera compuesta, a grandes rasgos, por la narración prólogo y la serie de cuentos chinos, y una segunda, por los cuentos de invierno─, formada en esta ocasión por relatos sueltos sin necesidad de subtítulo que los agrupe. En «Algorta lejano», por ejemplo, «ese hombre cincuentón, con su pelo cano ensangrentado, [que] fue en su día un buen atleta», es decir, el propio narrador-autor de estos relatos, se halla en el trance de morir tras sufrir un accidente inesperado, momento que aprovecha para rememorar a una novia vasca que tuvo y de cuya muerte ─también inesperada─ se ha enterado poco antes, compartiendo en el desenlace su mismo destino aciago. Hacia el final, el narrador toma consciencia, pues, de su propia muerte, que volvemos a encontrar en «Radiofrecuencia», o en «Mommsen», si bien en este último fantasea con la muerte como trasunto de una vida cumplida para preguntarse quiénes somos, mientras en la duermevela del narrador protagonista se entremezcla la ensoñación (la memoria recuperada) y la realidad (pues ha llegado a la última estación, al último día de su viaje).

De esta última parte, yo destacaría dos cuentos de extraña belleza: en el primero, «Túnel del tiempo con filósofos», protagonizado por el narrador-autor y «un buen amigo» (el escritor valenciano Pepe Cervera), el narrador le cuenta a su amigo, cuando ambos han franqueado ya la frontera de los cincuenta, cómo, con apenas 20 años, llegó a conocer a un Parménides y a un Heráclito con aspecto de haber resuelto por fin el viejo dilema que mantenían ambos entre identidad y devenir; encontrando de paso «un remedio contra la inquietud y la ansiedad» tan propia de la edad madura. Pero es en el segundo, «Cohen y Roshi en el monte Baldy», donde ese mismo narrador que guarda cierto parecido físico con el personaje, nos cuenta el retiro espiritual del cantautor y poeta Leonard Cohen en compañía de su maestro Roshi, dando como resultado un cuento-reportaje-crónica lleno de sabiduría y buen hacer: «Escribir, sabes, no es como estar ante un lujoso buffet donde te sientas y eliges esto y lo otro. Más bien lo que ocurre es que partimos de tener poco o nada, y rebuscamos por los bolsillos, arañamos a ver si aún nos queda algo, una idea, una historia que contar»; toda una poética, la de Cohen, que bien podríamos hacer extensible a nuestro autor en este inspirado conjunto de relatos.



* Esta reseña ha aparecido en el núm doble 451-452 de la revista de literatura Quimera, correspondiente a los meses de julio-agosto del 2021.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"