lunes, 22 de mayo de 2006

Barcelonistas (Microrrelato)

Desde el inicio del partido, creyó que la ciudad se despoblaba a marchas forzadas, que muy pronto nadie en su sano juicio estaría deambulando sin rumbo por sus calles. Un silencio opaco se había apoderado de la urbe. Si te lo proponías, podías incluso llegar a oír el susurro impercepible de los árboles; a decir verdad, un sordo latido, no demasiado audible al principio, empezaba a dejarse sentir cada vez con mayor fuerza.

Recordaba haber cruzado la avenida deprisa, sin fijarse en los semáforos. De los agujeros infectos de algunos bares, se percibía a las claras el rugido atronador de los televisores a todo volumen. Menos mal que, por el momento, el Barça no había marcado todavía. De lo contrario, la ciudad habría empezado a celebrar un éxito apenas esbozado.

Deseó para sus adentros que su equipo perdiera por una vez. Lo deseó con todas sus fuerzas. Al fin y al cabo, la situación empezaba a cobrar unos tintes molestos, anormales incluso. Sus vecinos y conciudadanos, su familia y compañeros de trabajo, todos por igual, parecían enajenados de un tiempo a esta parte. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Acaso no le creyeran, pero la primera vez que sospechó sobre la naturaleza del fenómeno que se avecinaba, faltaban sólo 24 horas para que se celebrase el encuentro.

¡Qué no debían estar haciendo ahora! -había exclamado poco después, visiblemente sobrecogido, tras marcar el primer tanto el Arsenal (en realidad, no pudo evitar imaginarse a su jefe fuera de sí, berreando como solía hacer ante el balance de resultados de cada mes). Se asustó un poco. Aunque había procurado sonreír, por quitarle hierro al asunto, al fin se decidió y apretó el paso... Y luego, estaba aquello, algo sin duda difícil de entender. ¡Pero cómo explicarlo!

Tras marcar el Barça el primer gol, recordaba que la ciudad había eclosionado en un estallido repleto de violencia y espanto. No fue, sin embargo, hasta el segundo que los barcelonistas más fanáticos habían empezado a disiparse al unísono, a ver que sus propios cuerpos se desvanecían en una nebulosa fantasmal, de tan gaseosos como se revelaron. ¡Caso más extraño no se había visto! Al tiempo que la entregada afición desaparecía sin dejar rastro de su antigua existencia, la ciudad recuperaba el antiguo vigor de sus años más vivaces.

Los supervivientes, felices ciudadanos al fin, decidieron tomarse el fenómeno como si de un aviso para navegantes se tratara. Con la templanza que da saberse los elegidos, optaron sabiamente por correr un tupido velo y no volver jamás a mencionar el caso. En adelante, fue conocido entre los historiadores como "La Terrible Disipación". Ni que decir tiene que el susodicho bautizo se realizó con suma cautela y secreto. Bastó que el tiempo neutralizara los temores desatados, la inevitable alarma social, para recuperar poco a poco la normalidad perdida, alterada ya para siempre.

De proponérselo, aún hoy cualquier investigador curioso podría rescatar de las hemerotecas titulares olvidados como éste: "Barcelona pierde parte de su población. Las autoridades advierten a los temperamentos coléricos de que se abstengan de mudarse a la ciudad condal".
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"