lunes, 1 de junio de 2009

Disimulo

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Síndrome de Capgras:
quien lo padece se aferra a la creencia de que sus familiares y amigos más cercanos
han sido reemplazados por impostores de idéntica apariencia. El País semanal, 31/5/09.

Yo no puedo vivir en esa casa, ni estar casada con ese hombre que dicen. Tampoco tengo esos hijos por mucho que insistan. De ser ellos mi familia, me hablarían de otra manera, y ya no digamos en otro tono, con la complicidad y el cariño de siempre, en lugar de exhibir esa frialdad y distancia, ese desapego que insisten en mostrar cada vez que me necesitan.
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La semana pasada, es cierto, seguía siendo mi familia y yo la madre y esposa que conocen. Pero ahora se comportan como si me hubiera convertido en una extraña, en una especie de desequilibradamental, en una locaderremate, en una completayvulgarchalada; ellos, por su parte, se muestran incapaces de actuar como solían.
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Sólo Enrique, de cuatro años, se porta como miQuiquequerido. Ni Susana, de 14, ni Juan, de 16, me hablan ya como antes, con la misma normalidad. Tampoco mi marido, pero eso viene de antiguo; de antes incluso de que naciera el pequeñín.
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Quizá no lo sospechen aún, pero me está costando Dios y ayuda mantener con ellos esa naturalidad de otros tiempos, fingir que todo sigue igual, que es posible retomar el hilo. No sé qué voy a hacer cuando descubran que disimulo.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"