miércoles, 24 de agosto de 2011

Utopía

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Comienza el verano: una algarabía de hélices, de sonidos estentóreos, retumba y se expande por el cielo. Afuera se respira inquietud. La ciudad condal parece un hervidero, en parte por el efecto amplificador de las redes sociales, que desde hace días echan humo, mientras la gente rebulle y acampa indignada, harta de tanto chorizo como nos gobierna, de tanta desidia.

De pronto aunque el ascua siga ahí, la alegría primera se ha esfumado. Facebook y Twitter parecen desinflarse. O, al menos, han dejado de ser ese hervidero de Babel, una olla exprés de voces heterogéneas y empuje suficiente como para hacerlo saltar  todo a la de trespor los aires. A una semana de que concluyan las vacaciones, la ciudad de Berlín sestea. Muy pronto habrá elecciones y se da por sentado que la actual canciller salga malparada (pero no).


El verano llega a su fin cuando en el cielo empieza a escucharse, tímidamente primero, una eclosión de hélices que aspea los aires, como si quisiera descuartizar el mayor número de pájaros. Arde la tarde cuando principia de nuevo el verano. 
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"