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En la esquina de aquel aparador, una cabeza resquebrajada de arlequín multiplicaba su desazón de mercadillo en el espejo, empañando de melancolía el resto de prendas allí expuestas. A su lado, una zapatilla puesta como al descuido compartía, en mitad del escaparate, el apagado brillo de seda de la víctima.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"