martes, 18 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la E

Estimada Elisa:
Encontrándome esclerótico y evanescido (es decir, embotado y esfumado), le escribo esto con el empeño de enternecerla. El otro día la entreví en su casa: no estaba usted entonces enfadada sino enfrente del espejo. Estuve espiándola sin esperanzas, por espacio de escasos minutos, enfervorizado por su estilizada esbeltez y su entereza de espíritu y, en general, por esto y aquello. Era emocionante entender que esa experiencia estaba estableciendo por entero el éxito exiguo de estos días tan extraños y etéreos, tan henchidos de esfuerzos espurios...
¿Elisa mía, es que no espera entrar en contacto enseguida conmigo, su entregado esposo?
Entérese bien: estoy enfermo de estrés esperando el envío del escrito en donde usted me exprese su efusión.
Enteramente suyo,
Ernesto

Querido Ernesto:
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo nuestro es imposible. Acaso lo mejor sea el divorcio. Si no creo que podamos volver de nuevo, ello se debe -sintiéndolo mucho- a mi absoluta incapacidad de seguir compartiendo mi vida con la E, a quien empiezo a creer que quieres más que a mí.
No me guardes rencor... Yo en ningún momento imaginé que esto podía sucedernos.
Elisa

martes, 11 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la D de Monterroso

Debatir sobre "el dinosaurio" le resultaba desesperante...
Sin duda, el dichoso dinosaurio de Monterroso se le antojaba de antemano en decadencia. Desde que había sido entronizado por un destino despótico, Demetrio había descubierto una verdad de perogrullo (con perdón por la presencia de la 'p'). La decidida disposición que Dino había demostrado en demorarse más de lo debido (sin que se desvelara demasiado, dicho sea de paso) no designaba más que un decisivo delito: una desidia desestabilizadora, de que hacía gala delante de determinados desiderátums o decentes dignidades deslumbrantes...

Decididamente, cada vez que Désireé, su doctora, le deseaba los buenos días, se descoyuntaba de arriba abajo: el rostro se le desencajaba y, poco después, todo él deambulaba desorientado. Fue de este modo tan deslucido cómo Demetrio había descubierto, después de despertarse, la definitiva debilidad de Dino por ella, su determinación por desaparecer. Por descontado, acabó destapándose que, para empresa tan descomunal, de tamaña dimensión, el susodicho se sentía tan disminuido como decaída era su disposición de ánimo.

Acaso el dibujo de la historia no desmienta lo dicho: después de que Dino le hubiera declarado a Demetrio su desazón por adelantado a la hora de iniciar la desbandada, de darse a la huida como un desgraciado, ambos se habían dado cuenta de que su indisposición desvelaba un desabrimiento determinante e indefectible: el desmedido disgusto de saberse desconsolado y destemplado de todos modos.

lunes, 3 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la C

Cada comienzo de curso, Celedonio cedía sus credenciales a Cristina, célebre celadora, con el fin de que ésta calibrara de qué calaña estaba compuesta su clase. En concreto, quería que su celo certificase ciertas categorías (como las de cretinos, cenutrios y calamidades), con que clasificaba al conjunto de incapaces cuyo carácter no había conseguido conquistar; que conciliase criterios o acaso les cambiase su cabeza de chorlito.

Con el calor de su cariño, Cristina concedía cuantos caprichos confabulara Celedonio. Ciertamente, se citaba con él confiando en que sus cargantes recelos contumaces cesaran cualquier día contrariados. Pero concluía la clase, y ella se convencía entonces de que Celedonio sólo se daría cuenta del contenido de su corazón por casualidad.

domingo, 2 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la B y la V

Benito barruntó bebiéndose un vaso de vino: -¡Bandido!-. Vivía bajo la verja de Venancio, "el bizco".
Le bastó que el botarate de su vecino vapuleara en el valle a sus bondadosas vacas, para verse vilmente vilipendiado. Si bien solía ser un bendito, veces hubo en que su bravura había brillado valerosa.
Véase, si no, los veinte balazos que verificaron el vencimiento del bizco. Sin visado, le dio el visto bueno. Y Venancio vislumbró la verdad.

La vida según el alfabeto: la A

Ayer apareció Amanda apesadumbrada (¿o acaso fuera anteayer?). Andaba algo arisca y así anduvo, asqueada, hasta el amanecer. Ahora avanza, al fin, ágil como una ardilla, con el alma ardiente aunque alerta por si acaso. A pesar de habérsele anquilosado las articulaciones, se afana aún por aminorar asperezas. Aspira a... ¡respirar!
.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"