martes, 18 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la E

Estimada Elisa:
Encontrándome esclerótico y evanescido (es decir, embotado y esfumado), le escribo esto con el empeño de enternecerla. El otro día la entreví en su casa: no estaba usted entonces enfadada sino enfrente del espejo. Estuve espiándola sin esperanzas, por espacio de escasos minutos, enfervorizado por su estilizada esbeltez y su entereza de espíritu y, en general, por esto y aquello. Era emocionante entender que esa experiencia estaba estableciendo por entero el éxito exiguo de estos días tan extraños y etéreos, tan henchidos de esfuerzos espurios...
¿Elisa mía, es que no espera entrar en contacto enseguida conmigo, su entregado esposo?
Entérese bien: estoy enfermo de estrés esperando el envío del escrito en donde usted me exprese su efusión.
Enteramente suyo,
Ernesto

Querido Ernesto:
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo nuestro es imposible. Acaso lo mejor sea el divorcio. Si no creo que podamos volver de nuevo, ello se debe -sintiéndolo mucho- a mi absoluta incapacidad de seguir compartiendo mi vida con la E, a quien empiezo a creer que quieres más que a mí.
No me guardes rencor... Yo en ningún momento imaginé que esto podía sucedernos.
Elisa

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"