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lunes, 28 de noviembre de 2011

Costumbrismo on the road

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Una anciana cruza la calle sin mirar. El semáforo se ha puesto en rojo en ese instante. Al otro lado de la acera, una pareja ha empezado a desenamorarse a gran velocidad. Van a morir las seis de la tarde. 
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Una anciana cruza la calle sin mirar. El semáforo se ha puesto en rojo en ese instante. Al otro lado de la acera, una pareja ha empezado a desenamorarse a gran velocidad. Han muerto para siempre las seis de la tarde. 
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miércoles, 24 de agosto de 2011

Utopía

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Comienza el verano: una algarabía de hélices, de sonidos estentóreos, retumba y se expande por el cielo. Afuera se respira inquietud. La ciudad condal parece un hervidero, en parte por el efecto amplificador de las redes sociales, que desde hace días echan humo, mientras la gente rebulle y acampa indignada, harta de tanto chorizo como nos gobierna, de tanta desidia.

De pronto aunque el ascua siga ahí, la alegría primera se ha esfumado. Facebook y Twitter parecen desinflarse. O, al menos, han dejado de ser ese hervidero de Babel, una olla exprés de voces heterogéneas y empuje suficiente como para hacerlo saltar  todo a la de trespor los aires. A una semana de que concluyan las vacaciones, la ciudad de Berlín sestea. Muy pronto habrá elecciones y se da por sentado que la actual canciller salga malparada (pero no).


El verano llega a su fin cuando en el cielo empieza a escucharse, tímidamente primero, una eclosión de hélices que aspea los aires, como si quisiera descuartizar el mayor número de pájaros. Arde la tarde cuando principia de nuevo el verano. 
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martes, 25 de agosto de 2009

Mi sobrino, el entomólogo

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En escena, apenas un fragmentito de cielo blanquiazul entrevisto desde la terraza. Es la hora de la siesta de un verano que emprende sus primeros pasos. El sobrino intrépido examina, concentrado, cuanto se desarrolla ahí afuera, auscultando con la cámara los sonidos procedentes del exterior. Pese a contar con la altura insuficiente de un niño de 8 años, cuenta también con el instinto indómito del artista. Nunca nadie dijo que ir en pos de vuelos escurridizos de mosca fuera tarea fácil...
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Antecedentes
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Un poco más lejos, casi de forma simultánea al transcurso de la primera escena, el entomólogo mayor es observado por la mirada rapaz del entomólogo menor, conocido allende los mares con el sobrenombre de Popi. Dirige la operación un maestro de ceremonias con alma y vocación indudables de náufrago. Si bien el primero persigue documentar con un novedoso enfoque oblicuo su trabajo de campo; el segundo persigue simplemente, como miquín que es. Se desconocen qué objetivos mueven al maestro de ceremonias.
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sábado, 15 de agosto de 2009

La casa tumbada ;-)

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En escena, esta vez, tres personajes fundamentales; sin mencionar, por descontado, la irrupción de esa paseante de pantalón blanco que ha decidido, por su cuenta y riesgo, entrometerse en la obra:

Ruido ambiental: Ssssssshhh...
Un coche sumamente silencioso: [Roummmmm]...
El apuntador, percatándose -tarde, como siempre- de la cruda realidad: Ah! No...
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domingo, 14 de junio de 2009

Dos hombres comparten soledad/ Horizontes infinitos

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en

la

revista


f

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.. (Los enlaces relativos al blog de la revista y a la revista misma los encontraréis en la sección Redes. Vaya por delante mi agradecimiento a sus artífices: Álex Chico y Sergio Sastre).
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.Dos hombres comparten soledad sobre un escenario con piano: el Hombre Libre y el Hombre Cautivo. Por descontado, no es la primera vez que ambos coinciden sobre las tablas. Con frecuencia el Hombre Libre se ha sentido cautivado por las férreas cadenas del otro, mientras el Hombre Cautivo se libraba de su yugo realizando tímidos vuelos -no exentos de vértigo- sobre horizontes infinitos. Si bien han adquirido la inexplicable costumbre de ignorarse por completo, lo cierto es que se aman. Así las cosas, prefieren fingir un desprecio mutuo que los mantenga a salvo de procelosos naufragios...

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HOMBRE CAUTIVO: He perdido mis pasos, ¿los has visto tú?
HOMBRE LIBRE: ...
HOMBRE CAUTIVO: ¿No los habrás escondido, verdad?
HOMBRE LIBRE: ¿Para qué iba a querer yo hacer tal cosa, si puede saberse?
HOMBRE CAUTIVO: Uff, se me ocurren mil respuestas. Por ejemplo, para sentirte más libre si cabe.
HOMBRE LIBRE: ¡¿Acaso crees que te debo mi libertad?! ¡¿Estás loco?!
HOMBRE CAUTIVO: Sin duda.
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De pronto, El Hombre Cautivo ha tenido una brillante idea. Sin dejarle al Hombre Libre la más mínima posibilidad de escapatoria, ha sonreído por lo bajo y, de un golpe, lo ha sacado fuera de escena. Luego, todavía temeroso por semejante jugarreta, se ha sentado frente al piano de hermosísima cola. Sus manos han sostenido un vuelo perfecto de tímidas notas..
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..HOMBRE EXLIBRE: He perdido mis alas, ¿acaso las has visto tú?
HOMBRE EXCAUTIVO: ...
HOMBRE EXLIBRE: ¿No me las habrás arrebatado, verdad?
HOMBRE EXCAUTIVO: ¿Para qué iba yo a querer hacer tal cosa, si puede saberse?
HOMBRE EXLIBRE: Uff, se me ocurren mil respuestas. Por ejemplo, para sentirte menos cautivo si cabe.
HOMBRE EXCAUTIVO: ¡¿Acaso crees que te debo mi libertad?! ¡¿Estás loco?!
HOMBRE EXLIBRE: Sin duda.
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jueves, 2 de abril de 2009

Bosquejo de luces

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A esas horas de la tarde en que las ramas colorean de ecos silvestres las frías aguas del río, el niño de la gorra pasea por la orilla.
-Buenas tardes, río precioso, le dice de vivo pensamiento.
-Buenas tardes, niño carmesí. No esperaba hoy tu visita. ¿Qué haces por estos cauces de mansa corriente?
-Paseaba...
-Eso es bueno, pero ¿no estarías mucho mejor divirtiéndote con tus amigos?
-Seguramente, señor río de reflejos de asombro, pero ya no tenía ganas. Al final me cansé de tanto correr de un lado para otro tras un balón bobo de puro redondo. Siempre es lo mismo.
-¡Pero, qué dices, niño de ojos de almendra y andares desolados; si ésa es precisamente tu suerte: poder reír, saltar porque sí, correr libremente! Como hace cualquier niño de tu edad.
-Ya lo sé, río infinito, pero es que sentí ganas de pasear por esta orilla cuyas aguas alumbran buena sombra; cuyas ondas, buen cobijo.
-Mis luces son apenas bosquejos de vida. Es mejor que busques afilados ángulos por otros lugares. Créeme: en esta orilla los deseos rezuman demasiada humedad. Todavía eres muy joven para eso.
-Pero a mí esas luces apenas bosquejadas me gustan casi tanto como me inspiran. Además, aquí se respira distinto.
-Si tan sólo es eso, puedes venir siempre que quieras, niño alado de sueño tibio.
-Gracias, río grandioso.
-De nada, niño-río.
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sábado, 28 de marzo de 2009

El descenso

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-¿A qué estás esperando? ¿No piensas subir?
-¿Para qué, si puede saberse? ¿Lo crees de veras necesario?
-En realidad, no; pero me hubiera gustado que subieras. Simplemente, no entiendo por qué te cuesta tanto...
-En realidad, no me cuesta nada. Espera, que ya subo.
-Déjalo, ¿quieres? Ya bajo yo.
-Así resulta imposible...
-Yo también acabo de darme cuenta.
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viernes, 20 de febrero de 2009

La visita

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La memoria vacilante de este hombre se ha asomado por sus ojos verdes de fondo amarillo con la timidez de un pájaro, en el mismo instante en que los primeros rayos de sol resbalaban por el cristal de la ventana. Hace ya más de un lustro que ocupa por entero esa cama de matrimonio de dimensiones ciclópeas, pero sólo se anima si recibe cierta visita en particular, lo que de un tiempo a esta parte ha empezado a ocurrir a menudo.
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Cada atardecer, cuando las luces se vuelven irreales y los fantasmas campan por sus respetos, hace su aparición para ir a sentarse en el extremo opuesto de la cama. Se comporta como si, en realidad, no fuera una completa desconocida. Ella se justifica diciendo que ha venido para hacerle un poco de compañía, que sólo pretende aliviarle esa soledad desconsiderada, por su bien y consuelo, etcétera.
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-Más consumido que una vela estoy: sin apenas cera que arder. Apagándome, ¿sabe usted?
Y la dama, que no es mujer de muchas palabras, no le dice ni que sí ni que no; antes bien, se limita a sonreírle tímidamente como si esas palabras no fueran con ella y, en efecto, se tratara de una visita de circunstancias, discreta y precavida.
Siempre que recupera la memoria se olvida de la visita; por lo mismo, sólo cuando aquélla lo abandona, hace ésta su aparición.
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-Y dígame, señorita, ¿a qué debo tanto honor?
El viejo se expresa así porque la mujer es toda una señora. Al menos, viste y calza como tal, con telas buenas y caras, y va siempre bien peinada, aunque no parezca necesitar demasiado maquillaje. Por el contrario, luce una piel finísima de porcelana, casi translúcida.
-¿Me lo puede usted aclarar? Le estaría muy agradecido.
Y aunque otras veces, cuando recibe las verdaderas visitas de importancia, de su hija o de sus nietos, se pone tan contento que confiesa haberle entrado unas ganas locas de bailar, sólo la otra se ha vuelto fiel y asidua, familiar.
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Esta vez la señora ha decidido darle un abrazo por toda despedida.
-Bueno, pues en tal caso, también quiero un beso, ¿concede usted?
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sábado, 31 de enero de 2009

Un viaje largo

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Por la mañana la había llamado por teléfono:
-Si quieres, y tienes un rato, me acerco y te veo. Ya sabes a qué me refiero.
-Claro, pásate ahora mismo y almorzamos juntas mientras lo hablamos.
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Sentadas en sendos taburetes tras la barra americana de la cocina, removían al unísono dos tazas de café con leche, humeantes y oloroso.
-¿Un trozo de tarta?
-Vale.
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Y entonces, mientras la otra partía la tarta por una mitad demasiado engañosa, se persuadió de que no había remedio.
A la hora de la siesta, procurando no hacer ruido, recogió sus cosas y se marchó para siempre, en un viaje largo, sin retorno.
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domingo, 12 de octubre de 2008

El descabezado

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Noche cerrada. En el aparador de una librería de viejo, una cabeza de madera dispuesta sobre una mesilla de cristal exhibe su calvicie rotunda en un delicado equilibrio de tres patas herrumbrosas. A estas horas de la madrugada, pocos transeúntes circulan ya por la ciudad. La cabeza dialoga, ensimismada, con sus pensamientos. El dramaturgo, un servidor, reproduce el siguiente fragmento in medias res.
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CABEZA DE MADERA: ¿Qué se hizo de los antiguos sastres, de las mercerías, de las boticas? ¿Qué de los aparadores lustrosos, de las grandes avenidas señoriales, de los paseos? ¿Adónde fue a parar todo ese frufrú de telas distinguidas, de sombreros de copa, de fieltro, de raso; todo cuanto se me antoja hoy amarga desazón de mi existir? ¿Quién fue el sinvergüenza, el culpable, de que acabara mis días aquí encerrado, condenado en vida dentro de esta gruta oscura que se finge librería de viejo; una cueva, ésta, tan desapacible y deshabitada que más parece nido de polvo y de ácaros fieros que solaz de espíritus en flor? ¿Por qué tengo que languidecer en este palacio de termitas del tamaño de un gorrión?
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Nunca nadie, ni siquiera los empleados más antiguos de la tienda, había alcanzado a escuchar jamás lloros tan sentidos y lastimeros como aquéllos. Hasta yo mismo me siento conmovido... A decir verdad, ¿tanto esfuerzo le costaba al dueño del local cubrirle la cabeza al pobre, concederle un poco de calor? ¿Acaso no se dio cuenta de que él mismo, en pocos años, iba a ser objeto de parecido desdén? ¿Tan ciego está? ¿Es que ya no quedan autores de buen corazón?
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lunes, 6 de octubre de 2008

El presente continuo

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Sobre las tablas, tres grandes hombres en fila india dan vueltas en círculo sin demasiado entusiasmo. Ignoran quién los ha convocado y por qué ese alguien caprichoso ha querido reunirlos. Los tres se hallan igual de incómodos y malhumorados. En apariencia, no hay público que los observe.
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De pronto, El pasado remoto, el mayor de los congregados aunque también el más niño, se ha puesto a pelar una naranja de espaldas a sus compañeros, como si no quisiera compartirla. El presente implacable ha preferido no inmutarse, sabedor de que El futuro incierto tarde o temprano termina cobrándose nuestras mezquindades.
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Pero tras terminar El pasado remoto de comer su naranja, El presente ha estallado sin remedio. Enojadísimo, ha decidido salirse del círculo que formaban los tres; acaso un golpe de efecto para recuperar el protagonismo perdido. Le ha bastado dar un paso al frente para ello.
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EL PRESENTE IMPLACABLE: Señores, sigan ustedes sin mí. No tiene sentido que les acompañe por más tiempo...
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El futuro incierto, conocedor de su naturaleza resentida, de su comportamiento quejica e irresponsable, ha girado la cabeza para cerciorarse de que, en efecto, el tipo acababa de cumplir su amenaza.
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EL FUTURO INCIERTO: Y entonces, ¿cómo pretendes que nos las apañemos?
EL PRESENTE IMPLACABLE: Como siempre hacéis, ¡vaya pregunta!: repartiéndoos el protagonismo.
EL PASADO REMOTO: ¿Qué diablos le pasa a éste? ¿Está tonto?
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El futuro incierto le ha hecho un gesto con la mano, como diciéndole «Allá tú». Pero El presente ya no escucha, ni piensa moverse un milímetro de su posición.
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Pasan las horas y la situación sigue igual. En realidad, sin la consabida mediación de El presente implacable, resulta harto difícil dilucidar si El pasado remoto persigue sin tregua a El futuro incierto o sucede, más bien, al contrario. En cualquier caso, parece como si El presente de ambos se hubiera vuelto perpetuo. Implacable, sonríe satisfecho mientras hace mutis por el foro...
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martes, 30 de septiembre de 2008

Antes del almuerzo

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Una mujer solitaria espera sentada en la terraza de un bar. Final del verano. Toma cerveza y unas aceitunas antes del almuerzo.
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EL PASADO QUE ASOMA: Disculpe, ¿está libre esta silla?
LA MUJER SOLITARIA SIN SABERLO: Claro, puede ocuparla si quiere.
EL PASADO QUE SIGUE ASOMANDO: ¿No le importa entonces si me siento con usted?
LA MUJER SOLITARIA: En absoluto. Por favor...
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En cuanto se han visto, tanto el pasado que emerge como la mujer solitaria han tenido la misma extraña sensación.
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EL PASADO CORPÓREO: Y dígame, ¿espera usted a alguien?
LA MUJER TODAVÍA SOLITARIA: No, qué va. Simplemente estaba haciendo tiempo.
EL PASADO CADA VEZ MÁS RESUELTO: Se lo decía porque tal vez no le importe que yo...
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La mujer sentada no ha visto en ningún momento a ese señor como un seductor. Tampoco lo cree un pelma. Al cabo de un rato tiene que admitir que con muy pocas personas se siente tan a gusto sin motivo.
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LA MUJER ACOMPAÑADA SIN SABERLO: Con muy poca gente se puede charlar sobre cualquier cosa...
EL PRETÉRITO IMPERFECTO: Muchas gracias, es cierto. ¿Cómo se llama?
LA MUJER ACOMPAÑADA : Martina, Martina González. ¿Y usted?
EL PASADO MÁS PRESENTE QUE NUNCA: Gonzalo Martín, jaja, qué cosas.
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Por más que lo intenten, el pasado continuo no consigue acordarse de la mujer a la que acompaña. A ella le pasa igual.

Se hace tarde, así que ese día deciden comer juntos, y al otro también, hasta que ambos se dan cuenta de que podrían compartir un futuro simple. Tal vez uno compuesto con el correr de los años. La mujer, más acompañada y feliz que nunca, le dice que sí.
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domingo, 28 de septiembre de 2008

Un futuro incierto

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Se habían encontrado en el andén un día cualquiera. Ella se dio cuenta enseguida de que tenía su futuro al alcance de la mano, aunque en realidad no supiera cómo abordarlo. Fue entonces cuando el rostro sin rostro se le acercó.
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EL FUTURO: Óyeme. Soy tu futuro, ¿no me reconoces? Mírame bien.
ELLA: Ya veo... No te me acerques más, ¿quieres?
EL FUTURO: Concédeme al menos un minuto...
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Pero no pensaba concedérselo, así que viendo el futuro que si no actuaba rápido iba a perderla, trató de asirla por el brazo antes de que fuera tarde. Fue en vano: a la primera curva del convoy, saltaba triunfante a la vía.

viernes, 12 de septiembre de 2008

El gigante y la niña


El gigante y la niña pasean de la mano como cada tarde. A ambos les gusta seguir el sendero que corre junto al río y contemplar, desde lo alto del camino, el pueblito en el que viven.
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GIGANTE: ¿Has visto?, -le dice señalando el vuelo rasante de una golondrina que les sale al paso.
NIÑA: Sí.
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Al cabo de media hora de paseo, llegan a la cima y deciden descansar un rato antes de retomar el camino de vuelta a casa. El gigante tiene las manos grandotas y las espaldas muy anchas. La niña, una sonrisa redonda y brillante como un sol.
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GIGANTE: ¿Te ha gustado el paseo?
NIÑA: Sí.
GIGANTE: ¿Y no te has cansado esta vez?
NIÑA: No.
GIGANTE: ¿Querrás que volvamos entonces mañana?
NIÑA: Sí.
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El gigante y la niña contemplan los últimos rayos de sol, antes de que éste se esconda definitivamente, según tiene por costumbre. A la niña no le importa que el gigante sea feúcho y grandullón. A lo lejos, las chimeneas empiezan a humear.
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martes, 9 de septiembre de 2008

Manifestaciones de un amor alambicado

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A la mesa, esta vez, un matrimonio mal avenido. Su desprecio es sólido y mutuo. Cuenta nada menos que con una antigüedad de cuarenta y seis años.
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MUJER: Esas naranjas que compraste en el colmado de la esquina están agrias. 
MARIDO: Están como siempre.
MUJER: Las del mercado son mejores.
MARIDO: ...
MUJER: Hace un rato ha llamado el niño.
MARIDO: ¿Estás segura?
MUJER: ¿No iba a saber cuándo llama Juanito?
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Cuatro años después, tras celebrar tras celebrar sus bodas de oro:
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MARIDO: Las naranjas del mercado están pasadas.
MUJER: Ya empezamos... Pues a mí me parecen riquísimas.
MARIDO: Nada que ver con las del colmado de la esquina.
MUJER: ...
MARIDO: Esta mañana ha llamado Juanito.
MUJER: ¿Qué Juanito?
MARIDO: Tu hijo.

sábado, 6 de septiembre de 2008

La semana


Lunes. El padre se asoma a la habitación del hijo para ver qué está haciendo.
-¿Qué haces?, -le pregunta desde la puerta, sin decidirse a entrar.
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Martes. El padre ha sospechado de repente que a lo mejor el hijo anda escribiendo otra vez.
-Sí, papa, ya lo ves.
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Miércoles. El padre duda, pero al final, se encamina hacia el cuarto del hijo.
-¿No te gusta salir con tus amigos?
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Jueves. La misma escena de los últimos días.
-Supongo que, por ahora, prefiero quedarme y escribir.
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Viernes lluvioso. El padre espía por el quicio de la puerta el interior del habitáculo. Al fondo, el hijo escribe concentrado.
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Sábado. Hoy el chaval no está en casa. Ha salido con sus amigos. El padre aprovecha la ausencia del chico para husmear en su habitación.
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Domingo. De nuevo se ha encerrado en el cuarto. Parece que la cosa va en serio. Sin saber por qué, el chico se siente amenazado.
-¿Y lo de estudiar, para cuándo?, ¿puede saberse?, -le pregunta esta vez.
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Lunes. El padre asoma la cabeza un momento buscando sorprender al hijo. Pero lo encuentra -lápiz en mano- repasando los accidentes geográficos del continente asiático. Cuando por fin anochezca y un silencio acogedor se apodere de la casa, el joven se levantará a hurtadillas para retomar su tarea secreta.

sábado, 30 de agosto de 2008

Un matrimonio bien avenido

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Hace ya más de media hora que han dado las diez. Un matrimonio celebra su 56 aniversario sentado a la mesa. El centro del escenario lo preside un mueble respetable anterior a la guerra. La pareja, de unos ochenta años de edad, cena sola. Ya no recibe visitas.
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Cuando se alza el telón, los ancianos están a punto de empezar a comer el segundo plato, después de haber desechado la sopa. Sentados frente a frente, muestran al espectador su perfil más afilado.
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HOMBRE: Otra vez.
MUJER: ¡No!
HOMBRE: Sí, querida...
MUJER: Pero ¿cómo?
HOMBRE: Eso mismo digo yo: ¿cómo es posible?
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Tras dejar a medias el guiso, también salado, la mujer se levanta para retirar los platos. De pronto, dan las once en el reloj del salón, situado fuera de escena. El marido escucha concentrado el martilleo pertinaz del reloj, tan parecido al graznido de un ganso. La esposa le tiende ahora un trozo de tarta de manzana recién horneada.
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HOMBRE: El azúcar.
MUJER: No.
HOMBRE Sí, querida...
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"