lunes, 14 de abril de 2008

Homo neanderthalensis

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Aun cuando su rostro denote el cansancio de varias horas seguidas de parto, esta mujer de aspecto frágil y delicado, todavía joven, no se da por vencida. Sus rasgos son armoniosos, y aunque su mirada se haya vuelto vidriosa, las mejillas luzcan sonrojadas y las manos temblorosas por el esfuerzo continuado, su belleza permanece intacta. Desde el principio, no ha cejado un segundo en su empeño por dar a luz esa vida que se resiste a nacer.

Cuando lo consiga, un bebé "pelirrojo, de ojos hundidos y esqueleto robusto, arcos supraorbitarios resaltados, frente baja e inclinada, rostro prominente, mandíbulas sin mentón y gran capacidad craneal", según recogen las mejores enciclopedias al uso, romperá a llorar desconsolado, con un llanto crudo, desgarrador y primigenio a un tiempo, ante la estupefacción de la matrona y el personal sanitario, pues ese niño del pasado ha venido al mundo para convertirse, de golpe y porrazo, en nuestro futuro más inmediato.
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Niño neandertal. Foto de Ph. Plailly y Atelier Daynes, procedente del diario El País
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"