lunes, 11 de mayo de 2009

Uno de tantos

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Pasear por la calle con los bolsillos vacíos y una edad desesperante no resulta el mejor presente que digamos, qué duda cabe. Pero me han despedido y la sola perspectiva de tener que ajustar mi vida a la terrible monotonía de encontrarme sin nada que hacer, se me antoja un fastidio tal, que a punto he estado de cruzar la vía cuando el bus pasaba por delante. No he alcanzado a hacerlo sin embargo. Por suerte o por desgracia, carezco del valor y del arrojo necesarios, de modo que, ahora, cada vez que me cruzo con el mismo autobús de dos plantas, me dedico a tomar conciencia de la magnitud de mi cobardía. Si por asomo llegara a descubrir que dentro de dos meses voy a seguir en las mismas, aunque convertido para entonces en un auténtico vagabundo, supongo que de la desesperación, me lanzaría sin pensarlo contra las ruedas del autobús, pero como no debería saberlo, me limito a dormir una noche más al raso y a aceptar los pocos euros que me confían a las puertas de la parroquia para tomar un trago. La única satisfacción que voy a recibir en adelante, aunque esto último también debería ignorarlo, la hallaré los sábados por la mañana, cuando las monjitas de la parroquia me den un bocadillo de atún y los buenos días. Mi pasado de impecable narrador omnisciente no logrará impedir, pese a todo, que dentro de un par de meses, el dichoso autobús me arrolle al fin.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"