sábado, 1 de marzo de 2014

Fisuras en el aire, de Araceli Esteves

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Vidas extrañas
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Con este primer libro, Araceli Esteves irrumpe en el mundo del microrrelato, aunque no somos pocos los que frecuentamos su blog, El pasado que me espera, dedicado íntegramente al género. En el prólogo, Flavia Company nos advierte que “trabaja con gran acierto un humor particular, de carácter sintético; una fantástica capacidad de observación y una no menos fantástica capacidad de fabulación”; atributos necesarios –sobre todo, los dos últimos- en cualquier narrador que se precie, habida cuenta de que el cultivo del micro no debe limitarse, como a veces ocurre en los concursos, a ofrecer una exhibición de ingenio y humor.
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Aun cuando sea frecuente encontrar en estas piezas la comicidad y el absurdo propio de ciertas situaciones cotidianas, tampoco resulta extraño ver cómo emerge en ellas lo sorprendente, en un vuelco inesperado de la realidad, si bien la autora introduce sus fisuras con un temple y una sorna que hará disfrutar al lector. No en balde, posee una rara habilidad para alternar en sus piezas lo real y lo fantástico como si habitaran un territorio común, sin posibilidad alguna de disociarlos. El título, asimismo, da cuenta de la naturaleza de su contenido: un conjunto de microrrelatos acerca de los más diversos temas, entre los que destacan las relaciones de pareja, el trabajo, la madre, el paso y el peso del tiempo y, en general, el sinsentido de la vida; sujetos a una variedad de tonos y tratamientos. Así, aparecen escritos ya en primera persona ya en tercera, con un sesgo irónico, trágico o dramático; lo que redunda en la capacidad proteica del género, de naturaleza profundamente versátil, cualidad que los críticos no han dejado de señalar.
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La extensión media de los textos suele abarcar una página, aunque sobresalgan los de mayor concisión y desnudez, con un punto de laconismo; en mi opinión, los textos más logrados, ya que cuanto más concisa se muestra la autora en su escritura, más agudas y afiladas se tornan sus tramas. Así pues, destacan piezas como “El pasado que me espera”, “Motín”, o “Nuestra casa”, donde se describe, a partir de la sucesión de una serie de oraciones negativas, lo que para la narradora todavía constituye su hogar, aun cuando su experiencia se empeñe en demostrarle justo lo contrario. En otro texto, “Amantis”, se alude de forma simultánea, en feliz correspondencia, a la figura del hombre menguante y a la descripción sutil de un orgasmo femenino. Y en “Amor fugaz”, de corte irónico, la pasión que nace con el sol, se pone de improviso con las primeras sombras del atardecer. Mientras que en “El terrible drama de Rodrigo”, uno de los más disparatados del conjunto, nos relata la biografía cruel de un amnésico, del que afirma al final: «Cuando llegaron los niños del colegio, rompió a llorar. Él, que ni siquiera tenía ojos». (p. 56). Junto a los microrrelatos citados, de tono sucinto y elíptico, despuntan también otros de mayor desarrollo narrativo: “Náufrago con suerte”, “La nueva casa”, “Fisura”, “Pequeñas miserias” o “Viaje interestelar”, por ejemplo.
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De igual modo, la autora homenajea a clásicos de la narrativa brevísima como Max Aub, y sus crímenes ejemplares, o Chuang Tzu, con su pieza maestra protagonizada por una mariposa, a partir de la elaboración de variaciones de estos mismos motivos. Hacia el final del libro se intuye el inicio de una senda hipnótica y poderosa en estos relatos, cobrando la elipsis, el ingenio y el laconismo un papel creciente, y dotando a sus creaciones de un halo de misterio. En definitiva, los micros de Araceli Esteves combinan la utopía y el humor, así como la crítica social y el absurdo, en un acercamiento a la realidad a través de la concisión que no puede dejar indiferente al lector interesado. 
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* La reseña ha aparecido en el número de marzo de la revista Quimera.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"