martes, 11 de septiembre de 2012

Cosiendo palabras

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Cosiendo palabras 
encantada, aunque 
no pueda impedir 
que el tiempo 
se desborde.
Gracias, 

Juan.
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* Las imágenes son del autor de la bitácora, Juan Yanes, gran fotógrafo y microrrelatista. 
También me podéis encontrar aquí: en La Nave de Fernando.
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Traducción de un micro de Cabré

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* A comienzos de mes apareció en La microbiblioteca, especializada en el género narrativo más breve, mi traducción al castellano de una pieza inédita de Jaume Cabré, una cortesía de Guri que os enlazo y copio a continuación:
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Un dia és un dia
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Havia decidit tirar-s’ho tot a l’esquena per un dia i confirmà la seva presencia a la festa que organitzaven els companys de feina. Telefonà a la dona i l’avisà que no l’esperés, que arribaria tard, un sopar de treball, gent vinguda de fora, els haurem d’acompanyar a voltar la ciutat…, que arribaré tard. Begué, s’entusiasmà amb els acudits i les mosses alegres que algú, amatent, havia fet venir. Ja molt tard, tardíssim, retirà cap a casa cansat, decebut i feliç d’haver fet el que havia volgut durant unes hores. Duia l’espanta-sogres a la mà i el barret absurd de verbenes cofat de gairell i anava un si és no és emboirat. Pujà d’esma les escales i obrí amb precaució. El llum era obert. Hi havia llum a tota la casa. I gent. Plors. Sentia gemegar la dona a l’habitació del nen. Una veïna l’avisà: el nano. I va callar. Ell, immòbil al menjador, deixà caure l’espanta-sogres a terra i avançà lentament cap a la cambra del seu fill. No s’havia adonat que encara portava el barret de gairell sobre una orella.
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Un día es un día
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Por una vez había decidido ponerse el mundo por montera, así que confirmó su presencia en la fiesta que organizaban los compañeros de oficina. Llamó a su mujer para avisarla de que no lo esperase, que llegaría tarde, una cena de trabajo, gente de fuera, tendremos que acompañarlos a recorrer la ciudad…; vendré tarde. Bebió, se entusiasmó con los chistes y las muchachas alegres que alguien, diligente, había traído. Muy tarde, tardísimo, se retiró cansado a su casa, decepcionado y feliz por haber hecho lo que le daba la gana durante unas horas. Llevaba el matasuegras en la mano y aquel ridículo sombrero de verbena caído hacia un lado, y andaba un tanto achispado. Subió las escaleras sin pensarlo y abrió con cuidado. La luz estaba encendida. Había luz por toda la casa. Y gente. Llantos. Oía sollozar a su mujer en el cuarto del niño. Una vecina lo avisó: el crío. Y enmudeció. Inmóvil en el comedor, dejó caer el matasuegras al suelo y avanzó lentamente hacia la habitación de su hijo. No se había dado cuenta de que el sombrero le resbalaba sobre una oreja.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"