martes, 6 de enero de 2009

Naturaleza muerta

...
La frente, despejada. Los ojos, entornados. La boca, entreabierta. El cuello, estilizado. El gesto, lascivo. El escote, profundo. Los pechos, firmes. Los hombros, redondeados. Aunque, a decir verdad, ahora se daba cuenta, aquella mujer no tenía ni pechos ni hombros, sino más bien clavículas... perfiladas. El escritor impaciente se convenció de pronto de que si seguía por ese camino plagado de adjetivos disparatados, amén de tópicos y previsibles, no iba a poder erigir en toda la noche un relato mínimamente decente. A no ser que...
-¡Un momento! -imploró de pronto a un público que sabía no menos generoso que exigente-. ¿Qué hace esa zapatilla ahí en medio, colgando de la nada? ¿De veras no se dio cuenta el dueño del negocio, probablemente una mercería con las horas contadas, de que ese zapato de mujer, una sandalia de verano para ser más exactos, no debía de ponerse jamás a la altura de tan respingona nariz? Claro que, tal vez, la verdadera historia se agazapara, en realidad, tras el escaparate grotesco, en el espacio franco de la tienda desnuda con mostrador impoluto, o incluso en la trastienda fría, cuyo misterio creía adivinar a lo lejos, tras la oscuridad impenetrable que parecían enmarcar unas cortinas de encaje que, a buen seguro, fueron tejidas por el pulso firme de su anciana madre... La del tendero, claro.
Cuando concluyese el relato de misterio, ¿o era de intriga?, ya se encargaría de podarlo de tanto adjetivo inútil...
.
.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"