![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_xW2QOJOSeY8nP-K6bIO_cXLVstjDlm0uihmGQylFJA7MXK-UH6_VytrflAsoc-51a7SMp_Plrj-kCQQW7OJyD7WwSnQ9SFbF1mJk6wx0rO5Epx6PYR-ieISdqVYM-kCqEBS6oA/s400/nuevas+168.jpg)
Tras comprobar que el tiempo seguía surcando, indolente, su rostro de nácar, cogió el cepillo como hacía todos los días a la misma hora y estuvo peinando su hermosa cabellera por espacio de varios minutos. Absorta como estaba en ese gesto cotidiano de repasar, una y otra vez, las ondas rebeldes de su pelo de plata, se adentró sin darse cuenta en las sinuosas aguas del espejo.
.
De nuevo volvía a toparse con aquella anciana que le hacía señales a lo lejos para que la siguiera. Esta vez, sin embargo, no dudó. A decir verdad, la mujer, ahora se daba cuenta, tenía un rostro que le resultaba sumamente familiar, sus mismos ojos, su color.
.
En el breve lapso de un soplo, creyó adivinar la identidad fugitiva de aquella figura, tan venerable. Sin más dilación, interrumpió su tarea de peinarse y dejó el cepillo sobre la cómoda. En las líneas profundas de su piel ajada reconocía, al fin, la belleza inmutable de lo antiguo.
.