sábado, 20 de febrero de 2021

Movimiento de traslación

Estos días nadar se ha vuelto un ejercicio concentrado y minucioso. A cada brazada pretendo el sosiego de otras veces, pero a diferencia de aquellas, ahora soy mucho más consciente: de los cuerpos y de la desesperación de los cuerpos, pero también de la sutileza de algunos cada vez que se impone el instinto de esquivar al otro mientras avanzamos, paralelos, por el mismo carril. Téngase en cuenta que el agua está ligeramente salada, de modo que cuando salpica es fácil que te escuezan los ojos, como si la piscina fuera una poza de mar; una sensación que sin duda nuestros sistemas límbicos agradecen después de tanto encierro y privaciones. Su cuerpo es grande y bien proporcionado. Sus movimientos, armónicos. A mí me ha sorprendido, de hecho, que a pesar de la velocidad que alcanza, jamás hayamos tenido el menor encontronazo. Un cuerpo que percibe el espacio y las ondulaciones del agua, que vislumbra el avance ajeno es digno de admiración. Yo, por mi parte, trato de zambullirme en el carril de este ciego que todo lo ve mientras me regodeo en mi suerte y en mi compañero de nado.



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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"