viernes, 20 de enero de 2012

Sin rumbo

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Mira ese árbol, ese edificio, esa calle tan comunes y reconoce que están como siempre: caídas las hojas y rezumantes sus muros, pálido el espejo del suelo mientras lanza destellos sin ton ni son, sin cambios que los transformen. Los días de lluvia la ciudad en que nació le parece la misma que la urbe de sus padres y abuelos, primos y tíos; muy semejante a la que vieron y vivieron sus parientes más lejanos. Incluso podría decirse -si se la observa con los ojos entreabiertos, o entrecerrados como ajados postigos- que ha logrado conservarse mejor, por más tiempo, que ciertos paisajes naturales, hoy desolados de puro invisibles. Sucede con todas las ciudades, decide mientras pasea sin rumbo, doblando de forma inconsciente sus esquinas recortadas. 
De pronto se topa con la catedral de Gaudí y no puede evitar sentirla como una excepción a esa regla maléfica de pervivencia del paisaje urbano que se manifiesta en árboles, edificios y calles intactos. No es tanto que generaciones de turistas y nativos la hayan contemplado inacabada, acostumbrados como están a verla mudar de continuo, cuanto que, de forma lenta e indefectible, hayan terminado por reconocerla según le parece estar viéndola ahora: esbelta y rodeada de grúas, a un tiempo fastuosa e irreverente, o religiosa y pagana; en movimiento perpetuo. 
En realidad, bastará un año escaso para que sea distinta. Desde que tuvo memoria de ella, se ha limitado a metamorfosearse al ritmo en que lo hace la mayoría de comercios de esta ciudad. Como si eso tuviera importancia... De ahí que sólo los árboles, algunos viejos edificios y las sempiternas calles que enterraron sus adoquines bajo el asfalto militante le recuerden a la ciudad de su infancia. Sólo ellos parecen dispuestos -tal vez junto a algún vecino incauto- a enfermar de frío y fiebre mientras una fina llovizna esparce por doquier su humedad incesante
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"