martes, 9 de febrero de 2010

El loco


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Un loco marca las horas y los segundos al son de un radiocasete de los años noventa, encaramado a un taburete en mitad de la noche. Ocupa el mismo sitio de siempre, y viste la falda escocesa de cada vez, con su correspondiente imperdible y esos calcetines a rombos que deberían cubrirle al menos las pantorrillas, vencidos a la altura de los tobillos, dejando a la vista una carne translúcida y como de cera; el cuerpo apenas abrigado con un chaquetón raído. Cuando lo alcanzo calculo que las calles llevarán desiertas un par de horas. El hombre, más joven que yo aunque pronto deje de parecerlo, actúa para el público ausente de otras veces, animado por el soniquete de la única música que le conozco, como si los movimientos de este autómata humano fueran a durar toda la noche. De pronto unos jóvenes hermosos, rebosantes de salud, se han acercado al loco por divertirse, y con la excusa de echarle unas monedas han decidido increparlo, parodiándolo con gestos simiescos. Les hace mucha gracia gritarle a la cara para comprobar de inmediato que el loco no se inmuta, situación que los excita y espolea en sus burlas, redobles y pantomimas, mientras repiten la gracia sin gracia y aumentan sus risotadas. Cuando los alcanzo y reprendo, compruebo que pese al jaleo que arman apenas son unos cuantos chicos y chicas de entre 18 y 20 años. Demasiado mayores, pienso para mis adentros. Compruebo también que están absolutamente sobrios. No tengo intención de moverme, así que me quedo plantada ahí, con la sangre hirviéndome, sin dejar de gritarles con el mismo desprecio que ellos han empleado con mi loco. Me miran sorprendidos sin entender. Sin ver tampoco. Como harían sus abuelos. Cansados de esperar, su juego se enfría y deciden marcharse. Al autómata y a mí nos tiemblan las piernas. El frío arrecia.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"