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jueves, 14 de mayo de 2009

Laberinto: misterio revelado

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Este texto que os copio a continuación es el primer relato que escribí por pura necesidad de conservar un sueño que tuve. Todavía es menor de edad, pues sólo cuenta 17 años, el pobrecín. Me acordé de él el otro día, mientras leía el fabuloso escrito de Olga Bernad: "Seis leones hambrientos ocultos en el bosque"; también un sueño.
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Andábamos por un parque los tres y de pronto emprendíamos la huida. Mi sueño duró escasos minutos; era de esos que se tienen cuando hace apenas un rato que has oído el despertador y te empeñas en seguir durmiendo. Yo paseaba contigo y con X tranquilamente, o eso recuerdo. Andábamos por un parque charlando y nos inquietaba súbitamente descubrir que aquello no era el parque que conocíamos, sino una especie de laberinto. Fue un sueño de esos que se acaban de golpe al tropezarse con su propio fin. Me desperté poco después de agotar su argumento. De pronto nos sorprendía descubrir que estábamos encerrados en un jardín parecido al de la película El resplandor, igual de lúgubre y ajeno, de irreal; nos sentíamos acorralados por algo que sólo podíamos intuir y buscábamos cada vez más ansiosos una salida.
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Entonces aparecieron esas bestias y nos asustamos de verdad. Eran de color amarillo o quizá marrón; en realidad, muy pequeñas. Tenían un cuerpo como de perro y una cabeza de gato: toda redonda; los ojos muy fijos y grandes, llenos de furia. No recuerdo con exactitud cómo eran porque echamos a correr de inmediato. Sí recuerdo que yo corría poco y que no quería tropezar, que sentíamos tanto miedo que ni siquiera nos salían las palabras, que sólo intercambiábamos miradas petrificadas por el terror. En mi sueño yo era a la vez espectadora de la escena, de modo que mi desdoblamiento me mantenía a salvo a pesar de verme acosada por aquellos bichos que nos venían pisando los talones. La parte que podía pensar, la que no estaba en peligro, me decía que habíamos cometido un grave error.
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La verdad es que el sueño en sí era desagradable, obsesivo. Mostraba únicamente la esencia terrible de una huida que no ofrecía ninguna pista, ninguna oportunidad de salvación. Corríamos por infinidad de caminos para despistarlos, pero ellos siempre aparecían desde cualquier lado. No parábamos de retroceder y desviarnos. Ese mismo día, por la noche, me hice con el libro que tenía mi vecina sobre interpretación de los sueños. Aunque desconfío bastante de las respuestas tipificadas, sentía cierta curiosidad por conocer qué posible solución planteaban sus páginas. En él alcancé a leer lo siguiente: "laberinto: misterio revelado". Una respuesta un tanto enigmática, aunque no del todo equivocada. Enseguida la relacioné con la revelación que había tenido en el instante mismo de despertarme.
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Mi desdoblamiento me permitía una visión absoluta de todos nuestros movimientos. Lo observaba todo: veía a X y me veía a mí huyendo. A ti también te veía, aunque en un momento dado te metías por un desvío y te perdíamos de vista. En cierta ocasión, X me llevaba en brazos porque yo no corría lo suficiente, aunque no duraba mucho. Luego, por ejemplo, aparecíamos corriendo el uno al lado del otro, deshaciendo el único camino que en ese instante nos mostraba el laberinto. Después se repetía la escena pero a la inversa. X se retrasaba demasiado, así que yo acababa cargando con él de cualquier manera, a pesar de que mis fuerzas se agotaban rápidamente. Para mi vecina, la interpretación de esa escena estaba clarísima: "X y tú os protegéis mutuamente", me dijo. Yo creo que estaba en lo cierto.
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Entonces, sin ningún sentido, aparecía yo en otra escena corriendo contigo. De pronto, X se había esfumado del sueño, no corría ya más junto a mí. Como si, en ese preciso instante, me diera cuenta de que nos habíamos olvidado de ti, así que me veía de súbito perdida en otro tramo del laberinto y nos encontrábamos. Durante un rato más, soñé que corríamos las dos, que corríamos y tú te salvabas, como en los finales felices.
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Ahora ni tú ni X estabais ya en el laberinto. No estabais ni estaríais más conmigo, aunque me sentía feliz de que así fuera al fin. El laberinto me había conducido hasta su mismo centro y yo hacía rato que había dejado de correr. No corría porque ya era inútil: estaba rodeada por las bestias esas que no dejaban de mirarme con sus ojos de gato y su cuerpo de perro.

Ocurrió del modo en que suele acontecer en los sueños: de pronto y sin venir a cuento, aquellas bestias habían dejado de ser peligrosas y yo me extrañaba muchísimo, no sabía cómo reaccionar. Decididamente, se habían vuelto más pequeñas, como si fueran cachorros de perro. Les había desaparecido la cabeza de gato que tanto miedo me daba y se me acercaban con mansedumbre, buscándome. Se me acercaban sin saber por qué y eran tan pequeños que se enredaban sin querer entre mis patas. Y yo sentía un cariño inmenso hacia ellos, y les daba de mamar.
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jueves, 7 de mayo de 2009

Destinos inciertos

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Si todos los senderos condujeran a un destino cierto, me decantaría por éste, se dijo. Llevaba recorriendo la misma ruta desde hacía semanas, aunque la sola posibilidad de transitarla a diario lo ponía de buen humor. Aquel día, de hecho, tampoco le había importado que el sol se mostrase más huraño que de costumbre.
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Hasta que no hubo recorrido varios kilómetros de tierra firme por entre barrancos del bosque, rodeado de árboles esbeltos y cantos extraños, sus ropas no empezaron a ceder sobre el cuerpo engrandecido/acrecentado, mientras un hermoso pelaje le cubría lomo y patas. Ahora ya sólo se acuerda de su destino de hombre cada vez que reconoce, en ese niño que juega entre arbustos, sus mismos ojos de almendra.
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II.
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Si todos los senderos condujeran a un destino cierto, me decantaría por éste, se dijo convencido. Llevaba recorriendo la misma ruta desde hacía escasas semanas, aunque la sola posibilidad de transitarla a diario lo ponía de buen humor. Aquel día, de hecho, tampoco le había importado que el sol se mostrase más huraño que de costumbre.
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Hasta que no hubo recorrido varios kilómetros de tierra firme por entre barrancos y estepas, rodeado de árboles esbeltos y sonidos extraños, no la vio. Andaba recogiendo fresas mientras canturreaba melodías para sus adentros. En su mirada amarga de almendra reconoció, al instante, su dulce destino.
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lunes, 9 de marzo de 2009

Con los ojos vendados

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Entonces, la joven señora se dirigió con estas palabras al caballero más muchacho:
-Si aspiráis de veras a conseguir mi beneplácito, deberéis primero ascender a lo más alto de la torre con los ojos vendados, y una vez arriba permanecer encerrado un lustro entero, sin que a ninguna de las damas de mi séquito le llegue un lamento vuestro ni una queja siquiera, comiendo con la frugalidad de los pájaros, y alimentando vuestro espíritu de hombre cabal a fuerza de penalidades. Sólo entonces me hallaréis en condiciones de aceptaros.
-¿Por qué, mi señora, resulta tan difícil ser digno de vuestro favor?
-Allí, en lo alto de la torre, no sólo tendréis tiempo de aprender cuán engañoso es el amor, por tanta dulzura como atesora, sino que también descubriréis la luenga aridez de la vida y sus tropiezos, cuyos embates, siempre molestos, únicamente los espíritus más nobles son capaces de sortear.
-Como vuecencia gustéis.
Y mientras se alejaba dándole apenas su bendición, oyó el muchacho que la princesa le decía a su doncella de confianza:
-Si no tuviera todavía un pie en la infancia y el corazón lleno de miel, os aseguro que no habría podido mostrarme tan severa.
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martes, 6 de enero de 2009

Naturaleza muerta

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La frente, despejada. Los ojos, entornados. La boca, entreabierta. El cuello, estilizado. El gesto, lascivo. El escote, profundo. Los pechos, firmes. Los hombros, redondeados. Aunque, a decir verdad, ahora se daba cuenta, aquella mujer no tenía ni pechos ni hombros, sino más bien clavículas... perfiladas. El escritor impaciente se convenció de pronto de que si seguía por ese camino plagado de adjetivos disparatados, amén de tópicos y previsibles, no iba a poder erigir en toda la noche un relato mínimamente decente. A no ser que...
-¡Un momento! -imploró de pronto a un público que sabía no menos generoso que exigente-. ¿Qué hace esa zapatilla ahí en medio, colgando de la nada? ¿De veras no se dio cuenta el dueño del negocio, probablemente una mercería con las horas contadas, de que ese zapato de mujer, una sandalia de verano para ser más exactos, no debía de ponerse jamás a la altura de tan respingona nariz? Claro que, tal vez, la verdadera historia se agazapara, en realidad, tras el escaparate grotesco, en el espacio franco de la tienda desnuda con mostrador impoluto, o incluso en la trastienda fría, cuyo misterio creía adivinar a lo lejos, tras la oscuridad impenetrable que parecían enmarcar unas cortinas de encaje que, a buen seguro, fueron tejidas por el pulso firme de su anciana madre... La del tendero, claro.
Cuando concluyese el relato de misterio, ¿o era de intriga?, ya se encargaría de podarlo de tanto adjetivo inútil...

jueves, 4 de diciembre de 2008

El oficinista

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Se levanta, va al cuarto de baño, orina. A continuación, se lava las manos y la cara, se las seca.
Cuando termina, da media vuelta y se dirige a la cocina. Una vez allí, se prepara un desayuno frugal: café con leche de cafetera italiana, de los de verdad, y unas tostadas con mantequilla y mermelada de ciruela. Se sienta, echa azúcar en el café, se ensimisma. De pronto, se espabila.
-¡Uy, qué tarde!
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Se ha hecho, en efecto, muy tarde, así que se mete rápidamente en el cuarto de baño, se descalza y da una ducha. Luego se afeita, peina y refresca. Esta vez no se perfuma. Aunque duda, finalmente se atreve a mirarse en el espejo, un poco de soslayo, eso sí. De inmediato se deprime. No se desespera.
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Ya el maldito tiempo se le ha echado encima por entero, así que se dirige al recibidor y se pone la chaqueta deprisa y corriendo. De nuevo, se atreve a mirarse en el espejo: esta vez, la imagen sesgada de su persona parece haberse recompuesto algo más. Se saluda:
-Buenos días, don Pedro. Precisamente, hace tiempo que quería hablar con usted. Le tenía prometido un aumento de sueldo, ¿lo recuerda? Pásese a las seis por mi despacho; hágame el favor.
Se ríe, jajaja, y abriga. Ahora sí, se dispone a salir: se calza los guantes y el gorro ruso, y tras atusarse los bigotes -también rusos-, se coloca, cuidadoso, la bufanda, que el tiempo es muy traicionero, mientras se encamina feliz al trabajo, convencido de su inminente destino.
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miércoles, 13 de agosto de 2008

El desconcierto


Y, al fin, se desprende la última hoja del árbol desde una altura nada desdeñable, sin previo aviso, como de puntillas. Aunque se trate de una caída previsible, de nuevo su vuelo incierto ha ido creando figuras de una belleza lacerante, círculos concéntricos y elípticos de perfecta evolución y armonía. Pero, una vez más, el ojo humano no estaba preparado para verlo, ocupado en escrutar esto y aquello, aquí y allá, sin tiento ni tino.
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¡Si al menos un hombre solo pudiera percibir la entereza de un desprendimiento tan ligero, de trazo tan limpio!
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En breve el baile tocará a su fin, y la hoja descansará de su primer y único vuelo. Tal vez en otro tiempo ese hombre que cruza la calle, distraído, hubiera podido reconocer, en esa danza minúscula, toda la intensidad y riqueza de una vida majestuosa. Su posible fulgor.

lunes, 21 de julio de 2008

Vidas paralelas

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Desde hacía algún tiempo, el tercer personaje del segundo párrafo trataba de zafarse de una trama que se le antojaba engorrosa y hasta agobiante, digna de alguien de menor consideración, con el mismo afán con que el dueño de su destino, el autor propiamente dicho, buscaba por todos los medios someterlo a la severa ficción de aquel relato.
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Mientras el sujeto de papel aspiraba a recibir un trato acorde con el estatus recién adquirido, no en vano había logrado a espaldas del narrador escalar posiciones como si de un Julien Sorel se tratara; el escritorzuelo, en su torpeza manifiesta, pretendía liquidar deprisa y corriendo una historia compleja de vidas paralelas, poniendo en peligro los deseos del personaje, y valiéndose de ridículos ardides, sin considerar ni su adecuación, ni la más mínima verosimilitud con respecto a los hechos narrados.
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Así de crispados andaban los ánimos cuando, de repente, sucedió lo imprevisto: sus anhelos irreconciliables se cruzaron en un plano de imposible intersección. Para entonces, ambos se hallaban en el mismo punto muerto: el hombre de acción, partidario del universo de la mímesis, trataba de elevarse de cualquier modo, en tanto el acérrimo defensor de una diégesis sin fisuras buscaba cortarle las alas al personaje insolente del segundo párrafo.
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El tumulto que armaron a raíz de aquel encuentro fue tal que parecía que un rayo del cielo les hubiera caído encima con toda la furia de los dioses. Pasado un tiempo razonable, empezaron a actuar como si les moviera una misma pasión. Como si aquel rayo fiero, en realidad, los hubiera fulminado de amor.
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viernes, 6 de junio de 2008

Senectud

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Tras comprobar que el tiempo seguía surcando, indolente, su rostro de nácar, cogió el cepillo como hacía todos los días a la misma hora y estuvo peinando su hermosa cabellera por espacio de varios minutos. Absorta como estaba en ese gesto cotidiano de repasar, una y otra vez, las ondas rebeldes de su pelo de plata, se adentró sin darse cuenta en las sinuosas aguas del espejo.
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De nuevo volvía a toparse con aquella anciana que le hacía señales a lo lejos para que la siguiera. Esta vez, sin embargo, no dudó. A decir verdad, la mujer, ahora se daba cuenta, tenía un rostro que le resultaba sumamente familiar, sus mismos ojos, su color.
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En el breve lapso de un soplo, creyó adivinar la identidad fugitiva de aquella figura, tan venerable. Sin más dilación, interrumpió su tarea de peinarse y dejó el cepillo sobre la cómoda. En las líneas profundas de su piel ajada reconocía, al fin, la belleza inmutable de lo antiguo.
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miércoles, 30 de abril de 2008

El espejo de azogue

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Aunque sepa que la riña no va con él, no puede evitar sentirse implicado.
No está muy seguro de su papel, pero en cualquier caso ha decidido dar su opinión para que nadie cuestione sus buenas intenciones: "Yo sólo soy un pobre espejo antiguo", empieza a decir con la esperanza de llegar a captar, cuando menos, la benevolencia del lector. "Pero ya estoy cansado, harto, a decir verdad, de que ese uno y ese otro me atribuyan, sin venir a cuento, especulaciones, reverberaciones y hallazgos brillantes que jamás ha sido mi propósito reflejar, ni ahora ni en el pasado, y que discutan como salvajes, como si les fuera en ello la vida".
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"Me resulta humanamente imposible contentarlos a ambos. Sus desatados egos no permiten que ninguno quiera atenerse a razones, sólo la sugerente apariencia, cuyo brillo no puedo dejar de propagar, los seduce y convence.
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"Sabido es de todos que tengo un solo cuerpo de material bruñido por artesanas manos y mis aguas nítidas han buscado, desde siempre, reflejar la vida que acontecía ahí afuera con la mayor exactitud y fidelidad de que eran capaces, sin partidismos espurios, ni falsas lealtades de ningún tipo, sin prejuicios ni intereses creados que pudieran empañar mi servicio a la verdad y, con ella, al bien de los hombres.
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"Cuando fui creado, me dijeron que mi primer cometido consistía en reproducir la realidad sin pretender vanamente duplicarla, ni mucho menos suplantarla, deformarla o falsearla. Pero está visto que los deseos de un azogue viejo como yo de poco o nada sirven frente a las caprichosas voluntades de los hombres. De veras que lo lamento, no lo saben ustedes bien, pero las cosas se han revelado así: en verdad tan sólo alcanzo a ser espejo de la fortuna."

miércoles, 2 de abril de 2008

Una inclinación como otra cualquiera

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Al tipo aquel le había fascinado desde siempre meterse bajo tierra a la menor ocasión. O, al menos, esa impresión transmitía. Más de una vez, cuando niño, incluso se había hecho imprescindible la intervención de las autoridades para rescatarlo de algún barranco a vida o muerte.

Durante un invierno especialmente gélido, hacía ya bastantes años, corrieron rumores acerca de su persona sobre extraños accidentes que habían tenido lugar en depresiones, hoyos, túneles, cuevas y algún sótano de los alrededores. Nadie se explicaba, tampoco él mismo, a qué podía responder ese gusto manifiesto, casi imperioso, por permanecer escondido a toda costa. Al parecer, lo que más le gustaba era encerrarse en casa meses enteros sin ningún motivo, yacer medio embozado, a salvo de las miradas furtivas y recelosas de la gente, emboscado de la realidad.

Tras muchos años, sigue en las mismas. Quizá la única diferencia destacable consista en haber radicalizado sus gustos con la edad. No en balde, su fascinación hasta límites indescriptibles por la noche, la oscuridad, el silencio, y las sepulturas ha ido en aumento. En muy poco tiempo se ha vuelto, además, insufrible; ya sólo tolera, de hecho, la compañía de su fiel y amante esposa, la Condesa de Drácula.
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viernes, 28 de marzo de 2008

Yo, el verdadero

Vale que el escritor llevase una mala racha desde hacía meses, que no tuviera nada lúcido que contar, falto de inspiración, del más mínimo consuelo; pero aquel suicidio había sobrepasado con creces todas las previsiones, sospechas y rumores que circulaban en torno a su crisis de creatividad.

Arropado en el lecho de muerte, el cadáver sostenía un papel arrugado en el puño izquierdo. El inspector jefe de policía pudo leer las siguientes líneas:

"Toda mi obra es un maldito plagio del otro. Escribo lo que me dicta alguien que desconozco y que, por supuesto, no soy yo. Alguien que se alimenta de mis experiencias y reflexiones, que me roba mis sueños más secretos, que hasta se acuesta con mi mujer. El otro me ha usurpado la vida sin que yo me quejara ni una sola vez.
Yo, el verdadero, tan sólo soy un impostor, un pobre diablo.
No podía soportarlo más tiempo. Disculpen mi debilidad de tantos años."

sábado, 2 de febrero de 2008

Harmonia mundi

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Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.

Ser un pez que boquea y se resbala. Estar siempre tropezando con los otros, con sus cuerpos burbujeantes y fríos, impermeables a cuanto no satisfaga sus deseos inmediatos, se dijo. El lunes, a primera hora de la mañana, presentaría su dimisión. De forma irrevocable, además.

miércoles, 23 de enero de 2008

El escritor novel

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El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.

Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.

En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
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domingo, 11 de noviembre de 2007

Determinismos

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Si hubiera estudiado Arte en vez de Filosofía, Pedro habría terminado trabajando como restaurador de obras artísticas para el museo de El Prado. Si en lugar de haber cambiado de ciudad, se hubiera quedado en Madrid, un día a la salida del trabajo, de camino a un conocido restaurante del centro, habría tropezado con María, lo que le habría dado pie a disculparse y, claro, entablar conversación, además de ofrecerle el taxi que estaba a punto de coger. Si, como decimos, cambiar su ciudad natal por Valencia le impidió tropezarse con quien seguro habría terminado convirtiéndose en su esposa; tras la decisión de mudarse tropezó de igual modo–en fin, era consustancial en él dicho accidente- pero lo hizo con Sonia, a la salida del teatro, una mujer muy guapa, cierto, aunque sin el encanto de María.
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De acuerdo con esta caprichosa ruleta que es la vida, Sonia, con quien en efecto llegaría a casarse, no sólo aprendería a cocinar, andando el tiempo, unas paellas deliciosas, de chuparse los dedos, sino que además le daría tres hijos estupendos: Miguelito, María (pura coincidencia) y Mónica. Así las cosas, cada vez que este esforzado profesor de Filosofía en un instituto de las afueras de Valencia, invitara a comer en su casa a los colegas, todos ellos sin excepción se refugiarían de la falta generalizada de disciplina en las aulas en los efluvios deliciosos de la paella que su mujer iba a prepararles, por lo común, cada primer domingo de mes.
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Hoy en día, tras estudiar Filosofía, haberse casado con Sonia y comer a menudo, junto a su familia y allegados, una paella de rechupete, no puede evitar sentir de vez en cuando una punzada de nostalgia por un futuro inexistente que jamás llegará a conocer.
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lunes, 5 de noviembre de 2007

Un absurdo perfecto

Juan y Lucas son hermanos gemelos. Cuando llegue el momento, el primero se decantará por el estudio de las Ciencias Naturales, mientras el segundo es probable que manifieste una clara inclinación por la Filosofía en general y las Letras en particular.

Más tarde, cuando la Naturaleza se lo dicte, Juan se enamorará perdidamente de María, una joven rubia, alta y delgada, pianista de vocación aún en ciernes, pero de enorme talento en un futuro próximo, es decir, dentro de unos diez o doce años, que es el tiempo que la chica precisa para obtener el aplauso y el reconocimiento debidos. Lucas, por su parte, amará y será correspondido por Manuel, compañero suyo de trabajo en un periódico de prestigio, en donde todavía no sabe que entrará a trabajar como jefe de la sección de Cultura. Manuel lo hará poco después en calidad de responsable de las páginas de Economía.

Cuando ambos alcancen los 40 años, Juan y Lucas sentirán un vacío interior que les empujará sin remedio a separarse el uno y a divorciarse el otro, aun siendo idéntico el resultado. Que ambos lo hagan al mismo tiempo será sólo una maldita casualidad. Con hijos a su cargo y hartos de vivir solos, terminarán sus días juntos, como si alguna vez hubieran sido buenos hermanos, y lo harán por un sentido práctico de la existencia, esto es, para compartir gastos. Diez años después, tras darse cuenta de que no pueden vivir con un desconocido, por muy hermano gemelo que sea, lamentarán en un rapto de lucidez haber abandonado a sus respectivas parejas. También en esto, por desgracia, estarán odiosamente de acuerdo.

Y dejo aquí esta historia. Confío en que el paciente lector comprenda mi decisión. Si os soy del todo sincera, debería confesar que antes de interrumpir el relato de forma tan abrupta, llegué a la conclusión de que sus destinos empezaban a resultar demasiado vulgares, por conocidos... A lo mejor incluso consideráis que he sido un tanto cruel con sus vidas. Tal vez estéis en lo cierto y me haya excedido, no lo niego. En cualquier caso, sirva como disculpa que la presentación verosímil del mundo se me hizo de pronto cuesta arriba. Se trataba de describir la vulgar realidad sin tapujos, el absurdo perfecto que nos define y, de golpe, perdí el interés.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

¿Liebre o tortuga?

El día de la carrera las cosas transcurrían según lo previsto: mientras la liebre saboreaba una espléndida mañana de sol tumbada a la bartola, la tortuga avanzaba paso a paso, tozuda y pertinaz.

Al cabo de un rato, al nervioso animal le entraron unas ganas injustificadas de echarse a dormir. "Está visto que, en cualquier caso, tiene que ganarme la tortuga, se dijo entre sueños. Si mi vida es disipada y feliz, la del aburrido ovíparo es esforzada y pesarosa. Sea, pues", sentenció.

Tras despertar de su sueño, y conforme a lo establecido, la liebre se encaminó hacia la meta, donde iba a fallarse el famoso premio, pero algo la distrajo de pronto. En una pradera cercana, le pareció ver a la mismísima tortuga tomando un atajo. ¿Cómo era posible?

Pillada en falta (más de uno pensará que donde menos se espera, salta la liebre), la tortuga se justificaba una y otra vez: "No digas nada, no me delates. Tú sabes que debo ganar para que los niños más lentos tengan futuro. Anda, no me fastidies el día".

Y aunque no estaba previsto que la tortuga actuase con tanta doblez, no pudo evitar compadecerse del anciano reptil. Desde entonces, la liebre concede el triunfo a la tortuga en todas las carreras de fábula en las que coinciden.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Comentario al Quijote de un desocupado lector (Micro)

Para Alberto Blecua
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Al principio, cuando apenas había leído unos cuantos capítulos de la primera parte, el atento lector estaba convencido de que ese ser escuálido y botarate, además de justiciero, capaz de empresas tan disparatadas como tiernas, lograba trascender sus fracasos gracias al espíritu fabuloso con que emprendía cada una de sus acciones.
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Sólo tras haber concluido la lectura del libro, pudo perfilar algo más la idea que le rondaba: en realidad, al caballero le había bastado ser para seducirnos desde el fracaso. Vino, vio y fue vencido, como si de un vulgar emperador se tratara. Y triunfó, cabría añadir, convirtiendo su caída en mito.
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sábado, 1 de septiembre de 2007

Ulises (Microrrelato)

Cruza las piernas y, en ese leve movimiento, logra atraer unas cuantas miradas. Ahora se ha puesto en pie para ajustarse mejor la falda. Lleva un escote no muy pronunciado, pero sí lo bastante como para retener la atención del grupo. Acaso haya cosechado algunas miradas más. Tras pasear un rato por el estrecho pasillo sin poder disimular el ligero balanceo de sus caderas, decide volver a su asiento; por supuesto, ninguno de sus admiradores ha dejado un segundo de observarla.

Cierto que, en casos como éste, pasajeros y tripulación suele aprovechar cualquier circunstancia para entretenerse, pero también es justo reconocer que esta mujer tiene algo especial. Sin ser hermosa, es evidente su atractivo. Cuenta con esa edad en que las mujeres se ponen muy guapas. Debe haberse dado cuenta de que, para entonces, éramos legión los que estábamos mirándola, pues enseguida ha decidido poner a salvo su escote.

Pero ya era tarde. De pronto, su público entregado, yo entre ellos, hemos empezado a pedirle, a implorarle casi, que no fuera tan desdeñosa. Por suerte, no se ha hecho de rogar, consintiendo en darse otro paseo. Ya luego, casi de inmediato, ha ocurrido el accidente.

Tras el aterrizaje forzoso, y sólo cuando el avión se hallaba a salvo de las olas, he podido asistir a algunos pasajeros. Algo distraído, me ha parecido apreciar, apenas un instante, el rastro espumoso de una cola de sirena perderse entre las aguas.

sábado, 23 de junio de 2007

El lago (Microrrelato)

Se zambulló en el agua con la alegría de haber deseado ese baño toda la mañana. Apenas si había gente en la orilla. Cuando hubo nadado un rato, alcanzó a oír el eco lejano de unas risas infantiles, mientras el sol refulgía en lo alto, amo y señor de ese particular paraíso de arenas semidoradas.

Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.

Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.

Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.

jueves, 22 de junio de 2006

Resignación (Microrrelato) / Historia de fantasmas

Dicen que la oscuridad es el territorio de los fantasmas. Tú estás absolutamente convencido. Sin duda hay alguien en esa habitación que ahora ocupas sigiloso. Deben de ser las tres o las cuatro de la madrugada cuando ese rumor persistente, apenas audible al principio, empieza a crecer.
Hace frío y tienes mucho miedo.

Con los primeros rayos de sol, los ronquidos del durmiente se vuelven atronadores. Una vez más, te escurres por la chimenea.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"