sábado, 1 de septiembre de 2007

Ulises (Microrrelato)

Cruza las piernas y, en ese leve movimiento, logra atraer unas cuantas miradas. Ahora se ha puesto en pie para ajustarse mejor la falda. Lleva un escote no muy pronunciado, pero sí lo bastante como para retener la atención del grupo. Acaso haya cosechado algunas miradas más. Tras pasear un rato por el estrecho pasillo sin poder disimular el ligero balanceo de sus caderas, decide volver a su asiento; por supuesto, ninguno de sus admiradores ha dejado un segundo de observarla.

Cierto que, en casos como éste, pasajeros y tripulación suele aprovechar cualquier circunstancia para entretenerse, pero también es justo reconocer que esta mujer tiene algo especial. Sin ser hermosa, es evidente su atractivo. Cuenta con esa edad en que las mujeres se ponen muy guapas. Debe haberse dado cuenta de que, para entonces, éramos legión los que estábamos mirándola, pues enseguida ha decidido poner a salvo su escote.

Pero ya era tarde. De pronto, su público entregado, yo entre ellos, hemos empezado a pedirle, a implorarle casi, que no fuera tan desdeñosa. Por suerte, no se ha hecho de rogar, consintiendo en darse otro paseo. Ya luego, casi de inmediato, ha ocurrido el accidente.

Tras el aterrizaje forzoso, y sólo cuando el avión se hallaba a salvo de las olas, he podido asistir a algunos pasajeros. Algo distraído, me ha parecido apreciar, apenas un instante, el rastro espumoso de una cola de sirena perderse entre las aguas.

Leyenda (Microrrelato)

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La joven de largas trenzas miraba arrobada aquel extraño cuadro, perteneciente a una de las colecciones de arte más bellas del lugar. Era la cuarta vez que recorría la misma sala, con la ilusión de desvelar su misterio, sorprendida y hasta temerosa del poderoso influjo que había ejercido desde el principio aquella desconocida pintura, en apariencia de escaso valor, si bien de subyugante fuerza expresiva. Se trataba de una obra compuesta apenas por unas pocas pinceladas de color sobre un fondo simbólico, como si remitiera a otra dimensión.
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En el transcurso de los días, la joven de las trenzas mostró siempre ante la pintura la misma actitud de ensimismamiento. Hacía su aparición en la sala a las siete de la tarde y, acto seguido, apretaba el paso hasta colocarse frente a aquella, no sabría cómo llamarla. Todavía desconocía que aquel cuadro sin título ni referencia alguna iba a ejercer sobre ella la misteriosa atracción de que sólo es capaz la realidad más precisa y rotunda, aun cuando estuviera hecha de ficciones y ensueños.
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Dos días después, cuando la exposición tuvo que seguir el itinerario previsto, la chica enfermó. ¿Podía alguien enamorarse de un cuadro? Desde aquel mismo instante en que ya no pudo tenerlo cerca de sí, su ánimo mudó por completo. A cada rato, suspiraba la joven por la fuerte añoranza que sentía.
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Muchas fueron las exposiciones que se sucederían a lo largo de su vida. En ninguna, sin embargo, logró la mujer de trenzas plateadas hallar de nuevo, con la precisa rotundidad de antaño, los colores tornasolados de aquel paisaje idílico e inalcanzable, lamentablemente de autor anónimo.
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Años más tarde, en su lecho de muerte, la anciana pudo reconocer, en los albores del nuevo día, las brumas de ensueño de aquel paisaje lejano. Cuando las gentes del lugar fueron a amortajarla, no hallaron su cuerpo.
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sábado, 25 de agosto de 2007

Identidades en fuga (Microrrelato)

Cada vez que el autor se dispone a escribir, pacta con el narrador que le representa que interprete sus anhelos, con el fin de dar forma narrativa a cuanto hasta entonces sólo había sido un amasijo de ideas y sentires.

De igual modo, cada vez que el narrador se decide a poner por escrito las ideas dictadas por el otro, no es extraño que sienta su identidad amenazada ante lo que considera un abuso de autoridad, circunstancia que lo fuerza a traicionar a su homólogo, según aprecia y reconoce el mismo autor.

Desde entonces, y en justa correspondencia, los autores han adoptado la sabia costumbre de negar la veracidad de cuanto relatan sus narradores, sin que logren, la mayoría de las veces, conciliar sus respectivos pareceres. Así las cosas, mientras el autor tiene que conformarse con la ficción del reconocimiento público, el narrador logra realizarse tan sólo sobre el papel.

jueves, 9 de agosto de 2007

Lugares comunes (Microrrelato)

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Tras vencer sus últimos recelos, se acercó a ella para decírselo.
–Te quiero desde el primer día en que me miraste con fijeza, le espetó, contrariado por haber recurrido a un tópico que siempre le había parecido ridículo. Si te lo digo así, tan de golpe, casi sin venir a cuento, es porque veo difícil que volvamos a vernos. Y aunque pueda parecerte cruel, necesitaba que lo supieras. En fin, carraspeó sin poder despegar los ojos del suelo, avergonzado por su atrevimiento. Perdóname por haber sido tan torpe. No pretendía molestarte.

Después de unos angustiosos segundos de silencio en que se sintió incapaz de mirarle a la cara, oyó que ella pronunciaba su nombre con ternura.
–No te preocupes, dijo para tranquilizarle. En realidad, lo sabía desde hace tiempo, añadió. ¡Cómo no iba a saberlo si tus ojos me lo decían a cada rato!, dijo por quitarle trascendencia a la situación. Tampoco ella supo prescindir de un lenguaje amoroso lleno de lugares comunes.

–Te recordaré siempre, soltó él por toda respuesta, algo agobiado ante tanta trivialidad.
–También yo, se atrevió a confesarle ella en justa correspondencia.

Y como ya luego sólo les quedaba darse media vuelta y tomar cada cual su camino, prefirieron no decirse nada más, de tan abrumados como estaban. Incluso hubo un momento en que estuvieron a punto de besarse. Les faltó, sin embargo, el valor necesario. O acaso fueran las palabras.
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sábado, 4 de agosto de 2007

La definición (Microrrelato)

Aun cuando el diccionario se afanara en concretar, con la mayor precisión posible, el término en cuestión, lo cierto es que no conseguía despejar sus dudas. “Que no tiene ni puede tener fin ni término”, revelaba la primera acepción. Tras prescindir de la segunda y de la séptima por ser demasiado inexactas (“Muy numeroso o enorme”, y “Excesivamente, muchísimo”, respectivamente), se detuvo unos instantes en la tercera propuesta: “Lugar impreciso en su lejanía y vaguedad”, aseguraba ésta; y a continuación aparecía el siguiente ejemplo: “La calle se perdía en el infinito”. Aunque al principio estuvo a punto de desecharla, enseguida se dio cuenta de que acaso se trataba de la acepción más certera de todas.

Ya más tranquila, siguió releyendo para sí, pero sus dudas surgieron de nuevo al toparse con las acepciones matemáticas: “Valor mayor que cualquier cantidad asignable.” Y más adelante: “Signo (∞) con que se expresa ese valor”. Así pues, por un lado se afirmaba que el infinito estaba más allá de cualquier cantidad asignable, y por otro que su valor podía expresarse mediante un signo. Tras reflexionar unos minutos más, se dio cuenta de que se hallaba igual de perdida que al inicio.

¿Era tangible, o no, el dichoso infinito?

miércoles, 11 de julio de 2007

Ocho al cuadrado (Meme)

Como he visto por ahí que es costumbre eso de actualizar los posts, cosa que yo hago constantemente, he creído oportuno reenviar esta actualización sin meme a fustigador y a garib, por si les apeteciera devanarse los sesos. Se trataría de seguir la estructura que aplica una servidora en el meme de más abajo. Al bueno de garib vamos a dejarle que nos haga un meme al cubo; faltaría más... (Si nán tuviera blog, también se lo habría mandado. ¿Tienes?) El resto lo dejo en vuestras manos.

domingo, 8 de julio de 2007

El gigante Enanón (Microrrelato)

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El pequeño gigante se sentía pesaroso y abatido. ¿Cómo iba nadie a temerlo, si ni siquiera era capaz de parecer un gigante de verdad? Por muchas serpientes y conejos que se zampara, seguía sin alcanzar la altura a que lo obligaba su condición, y ¿cómo pretendía asustar a nadie con esas medidas ridículas?
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Para más inri, el gigante Enanón estaba enamorado. Su padre le había dejado bien claro que, ante todo, debía hacerse fuerte y alto como un roble para poder atemorizar a cuantas princesas lograran subyugar su ímpetu y ferocidad, pero muy pronto no sólo se descubrió a sí mismo enano y cabezón, falto de las debidas proporciones, sino que cometió el lamentable error de enamorarse perdidamente de la princesa Principesa, bella entre las bellas, amén de muy alta.
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Principesa solía pensar que Enanón no era un gigante de verdad; pero en lugar de sentirse afortunada, lloraba como una niña malcriada a la que le hubieran torcido el gusto. ¡Ella quería para sí un gigante cruel y violento como los había a cientos en fábulas y cuentos! ¿Qué era eso de que a su reino le hubiera correspondido un gigante enano incapaz de raptarla como era debido? ¿Cómo osaba ese trozo de carne con patas privar a una princesa de su alcurnia y condición del ansiado rescate que debía llevar a cabo sin más tardanza el añoradísimo príncipe azul? A decir verdad, es probable que el susodicho estuviera a estas alturas pasándolas moradas, de tanto esperar una ocasión que no acababa de presentársele...
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Pero como no hay pena que cien años dure, un día, cansado de languidecer y de permanecer postrado hasta la exasperación, el gigante Enanón se echó un cubo de pintura azul por encima y, en un alarde de osadía y temeridad, subió al caballo de esa guisa y se encaminó al castillo de la princesa Principesa, su amada y desdeñosa señora.
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Viendo que un caballero azul pedía audiencia a tan inoportunas horas de la noche, lo hizo pasar de inmediato. Y como era tanta su ansia por ser raptada o salvada, que ya empezaba la pobre a hacerse un lío, cayó rendida ante su halo resplandeciente de caballero recién pintado.
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Ni que decir tiene que los futuros infantes serían altos como la princesa Principesa y cabezudos como el gigante Enanón. Por supuesto, comieron perdices. Lo de la felicidad es ya otro microrrelato.
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viernes, 6 de julio de 2007

El sol del membrillo (Crítica de cine)

Hoy me marco un post vulgar y corriente; nada de microrrelatos... ¿Aceptáis una remomendación? Id corriendo al videoclub más cercano (si es que todavía queda alguno allá por donde viváis), y cogeos El sol del membrillo (1992), de Víctor Erice. Lo mejor es que la veáis solos (aunque también puede uno verla entre amigos, eso sí: siempre y cuando hayáis pactado de antemano guardar silencio durante la misma).

Es una película estupenda por muchas razones: en primer lugar, porque en ella vemos el empeño infructuoso del pintor Antonio López intentando atrapar la luz del sol a una determinada hora del día sobre un membrillero; imagen ésta que el pintor se empeña en traspasar a un óleo sin poder llevarla a cabo. Pero, sobre todo, porque en ella podemos observar en vivo a un artista afanándose en una labor que le da sentido pleno a su vida, y quizá sea esa visión tan desnuda del acto creativo lo que merezca que corráis a ver la peli.

A lo largo de su desarrollo, un documental estupendo, me maravilló sobre todo la tranquilidad del pintor a la hora de resignarse sin más ante la imposibilidad de su proyecto. ¡No se enfadó siquiera!, después de pasarse ya no semanas, sino meses, persiguiendo esa idea sutil de plasmar la luz sobre los membrillos. Así, al principio, tiene que hacer frente a días de tormenta y lluvia en los que apenas si sale el sol, pero después resulta que los frutos están demasiado maduros y arquean las ramas del árbol con su peso, por lo que el pintor se propone "corregir" su cuadro actualizando su pintura como si de una fotografía se tratase.

¿Por qué lo hace?, os preguntaréis. Pues porque busca reflejar la belleza perfecta de la realidad de ese membrillero que plantó él mismo en el jardín de su casa. Nada más y nada menos. Y para no traicionar esa belleza que empieza a decaer pero que no por ello deja de serlo, decide "corregir" su cuadro mientras pueda. Para ello, se vale de la ayuda de unas marcas blancas que traza él mismo sobre los frutos, y que van indicando el sucesivo decolgamiento de cada membrillo... (Increíble, ¿verdad?) Sólo cuando los membrillos empiecen a caer al suelo, abandonará Antonio López el proyecto del óleo para abordar otro distinto.

El segundo proyecto es, por tanto, ya del todo humano: una vez asumida la voluntad implacable de la naturaleza, siempre más fuerte que la del hombre, qué duda cabe; decide trazar ahora al carboncillo un dibujo del árbol con los pocos frutos que aún le quedan, aunque si lo pienso mejor, creo que ni siquiera se trata de un carboncillo, sino de un simple dibujo a lápiz... Toda una poética, la suya, de la vida y del arte, ¿no os parece?

Si tenéis la suerte de no haberla visto todavía, ¡que la disfrutéis!

jueves, 5 de julio de 2007

Ocho (Meme)

1. Un rasgo de carácter: Aunque tiendo al escepticismo, resulta que en realidad soy más alegre de lo que aparento. (Sin llegar a ser la alegría de la huerta, claro está).
2. Una confesión: Desde Berlín, ciudad en la que resido, me acuerdo mucho de mis sobrinillos (de 6 y 2 años, respectivamente) y de mi abuelo (a punto de cumplir los 91). El caso es que siempre me he llevado muy bien con los niños y los mayores. A lo mejor es porque me gusta su manera de ser: su naturalidad y frescura. Su rotunda sinceridad.
3. Si hablamos de virtudes, la lealtad me define en buena medida. Si de defectos, la tozudez.
4. Un desahogo: Wenn ich ein perfekt Deutsch sprechen könnte, wäre ich total froh...
5. Un secreto: Me encanta escribir (aunque no sé si esto sería más bien un secreto a voces).
6. Un anhelo: (Seguir escribiendo...) ¿Que fuéramos todos más generosos y buenos?
7. Un deseo: No hacer sufrir a nadie. Vivir en paz.
8. Un temor: No conseguir mis anhelos y deseos (ya sé que he hecho trampas...)
Coda final: Besos.

lunes, 2 de julio de 2007

La ducha (Microrrelato)

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Puso el pie dentro de la bañera y sintió el suelo más helado que de costumbre. Luego metió el otro pie y corrió la cortina para no pasar más frío de lo normal. Era temprano. Abrió el grifo y el agua empezó a caer tras un pequeño borboteo. Primero se quemó, luego se heló y al cabo volvió a quemarse. Hasta que no hubo cerrado y abierto el grifo varias veces no consiguió regular el agua. ..
Mientras ésta caía con fuerza, su cabeza se despejó de toda animadversión. Cada vez que se frotaba con la esponja, sus temores disminuían de modo perceptible, así que cuando terminó parecía haber perdido dos centímetros de miedo y tres kilos de malos presagios. Asombrada por los extraños poderes de la ducha, creyó que la existencia en conjunto, llegado el momento, acaso fuera susceptible de transformarse de forma tan radical y súbita como su cuerpo acababa de hacerlo, pero al salir del baño y ver que la habitación del hotel era la de siempre y que el hombre con el que había pasado la noche, el mismo desconocido de cada noche, su optimismo se evaporó.
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Tras alcanzar con la mano la toalla y envolver con ella su pelo castaño, fue secándose sin prisa mientras, al otro lado, los ronquidos del intruso iban en aumento.
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sábado, 23 de junio de 2007

El lago (Microrrelato)

Se zambulló en el agua con la alegría de haber deseado ese baño toda la mañana. Apenas si había gente en la orilla. Cuando hubo nadado un rato, alcanzó a oír el eco lejano de unas risas infantiles, mientras el sol refulgía en lo alto, amo y señor de ese particular paraíso de arenas semidoradas.

Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.

Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.

Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.

viernes, 22 de junio de 2007

Vanitas (Microrrelato)

Todo en él reflejaba una naturaleza brillante y prometedora pese a su probada juventud: así, poseía una altura intelectual poco común, un saber fundado y razonado de las cosas, y una facilidad de palabra que, por lo general, solía servirle para ensalzar su ingenio, aun cuando a menudo la utilizara para proyectarse sobre los demás desde una superioridad cuyo brillo le complacía en extremo. Por supuesto, también solía hacer gala de un humor y una simpatía irresistibles.

Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.

domingo, 3 de junio de 2007

El hogar (Microrrelato)

Mario y María tenían el feliz empeño de vivir juntos desde hacía ya algún tiempo. Tal y como estaba previsto que sucediera, un día decidieron mudarse al piso de Mario con el fin de probar qué tal les iba la vida en común. Por descontado, ambos se habían propuesto mantener sus respectivos hogares por si las moscas; esto es, por si se daba el caso de que el experimento no saliera conforme a sus deseos.

Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.

Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.

Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.

¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El mejor árbol del mundo (Microrrelato)

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Cuando hubo terminado de leer El barón rampante, se fue corriendo hasta el bosque más cercano para encaramarse al único árbol sobre el que podría sentirse a gusto durante las próximas horas de la tarde. Le habría encantado poder emular al protagonista y quedarse a vivir en la espesura el resto de sus días, pero tiempo atrás había descubierto, no sin pesar, la insalvable frontera que separaba la ficción de la realidad, y por entonces nadie le había ofrecido siquiera la oportunidad de pasarse al otro lado. Así las cosas, le bastó permanecer allí en lo alto, con el libro en el bolsillo y la luna de compañera, para sentirse a salvo el resto de la tarde.

sábado, 14 de abril de 2007

Envite (Meme)

Resulta que mi amigo garib me ha tendido una trampa. Sin creer demasiado en estas cosas (comparto el parecer de fustigador), pensé que igual podía funcionar como juego. Ahí va, pues, el retrato robot de mi persona "deconstruida"...

Si fuera un mes: cualquiera. El tiempo, su bondad, es siempre subjetivo.
Si fuera un día de la semana: ídem.
Si fuera un momento del día: igual.
Si fuera un planeta: mercurio o venus. O la luna, lugar que a veces habito.
Si fuera un animal: una pulga o un elefante, pues me gusta tanto lo minúsculo como lo rotundo.
Si fuera un mueble: una silla.
Si fuera un líquido: un buen whisky con agua o hielo.
Si fuera una fruta: todas las dulces o agridulces: un pomelo, quizás.
Si fuera un instrumento musical: una flauta o un violín.
Si fuera una canción: las que se inventaba mi abuelo cuando era niña.
Si fuera una comida: italiana, japonesa, catalana, aunque también podría ser vasca, castellana, o gallega. Qué sé yo.
Si fuera una parte del cuerpo: los ojos, que todo lo expresan.
Si fuera un objeto: un pisapapeles o una gema.
Si fuera un árbol: un olmo, del que se dice que da buena sombra, o un sauce llorón.
Si fuera una materia de estudio: la literatura.
Si fuera un número: el 8 porque si lo tumbas, es infinito.
Si fuera un coche: ninguno, no me gustan.
Si fuera un color: el verde o el azul.
Si fuera una ciudad: Berlín.
Si fuera un mar: el Mediterráneo mismo.
Si fuera un idioma: el castellano, el catalán, el inglés, el alemán...
Si fuera una flor: la rosa o el tulipán.
Si fuera un verbo: ser.
Si fuera una estación: véanse las tres primeras entradas.
Si fuera una prenda: un pañuelo para el cuello, un guante.
Si fuera un cuadro: Picasso, Miró, Kandinsky...; los dibujos de Lorca.
Si fuera un monumento: artístico.
Si fuera un país: extranjero.
Si fuera un lugar: un locus amoenus.
Si fuera un deporte: la natación.
Si fuera un integrante de un grupo: The Cure, y un poco de Marilyn Manson, por aquello de provocar...

lunes, 9 de abril de 2007

La vida según el alfabeto: la G

Corregiría una generación entera de graves Gramáticas Generativas, arguyó, aunque igual consiguiera una grandeza mayor si alguien como él, de una gravedad y gentileza tan exiguas como agrestes, generase algunas Gramáticas Generales para Vagos, garantía segura de un gesto genial, genuinamente generoso para con sus iguales. ¡Agregaré las reglas de todas las gramáticas!, gesticulaba grandilocuente. Guillermo no quería engañarse: para gozar con el cargo, no tenía gana de gobernar a disgusto, sino de dirigir a un grupo de gente que le protegiera y agasajara por igual. Para Guillermo, el halago era el garante de todos los riesgos. Por lo general se guiaba bajo esos argumentos, pero un día perdió el sosiego: Esto de generar gramáticas es un galimatías, se dijo tragándose una galleta. Y mientras se atragantaba, vio cómo se ahogaban sus más graves designios. Desde entonces, ya no genera gramáticas. Tan sólo le enorgullece prolongar con desagrado su disgusto antes que pergeñar algo que le distraiga.

viernes, 6 de abril de 2007

Prosopopeya (Microrrelato)

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Las flores son un buen ejemplo, pensó. Las ves quietas como estatuas, rodeadas de esa extraña belleza hecha de eternidades imposibles, pero en realidad su deterioro interno no descansa un segundo. A fin de cuentas, su secreto es ese precisamente: parecer eternas en plena decadencia, o justo cuando apenas si se manifiestan los primeros signos de un deterioro seguro, de una decrepitud capaz de embriagar como un hechizo.
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En efecto, cómo no me había dado cuenta antes si en el fondo es algo evidente, siguió barruntando para sí el poeta: el esplendor de que están hechas no puede ignorar la podredumbre que las corroe por dentro. Sólo la eternidad del tiempo en que viven las muestra engañosamente perfectas. Una belleza caduca y frágil, la suya, es cierto. Sólo una apariencia. Un hechizo, su belleza, del todo absurdo; tan caduco, en verdad, como los ojos que lo contemplan, reconoció, para sus adentros, ensimismado.
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Y acto seguido, cogió el estilete que descansaba encima de su escritorio y se abrió las venas del brazo derecho en un acto de desesperación perfectamente orquestado. ¿Qué futuro podría alcanzar jamás la belleza caduca de unos versos?, había advertido. Y tras pronunciar estas palabras, se dispuso con dignidad a que el sueño de una muerte perfecta lo abrazara al menos para siempre.
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sábado, 31 de marzo de 2007

Sueño infantil (Microrrelato)

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Se trataba de un sueño recurrente. No entendía por qué le causaba tanto pavor pero bastaba cerrar los ojos para convocar su terrible amenaza. Tendría nueve años por aquel entonces. Quizás incluso unos cuantos menos. Ahí mismo, justo en medio de la nada que sale a relucir cuando nos dejamos vencer por la pendiente del sueño, aparecía ella de nuevo, desdoblada en una Alicia recién llegada a las profundidades de un cubículo claustrofóbico; encerrada para siempre entre las cuatro paredes de un enorme cuarto oscuro. Nada se veía ni nadie podía permanecer allí, pero a tientas buscaba una salida, e irremisiblemente desembocaba en el centro mismo de la habitación, donde un gran sillón de orejas grandiosas, casi descomunal, como el que tenía su abuelo, reposaba satisfecho de su condición de fuerza centrípeta. Ella se acercaba y acercaba hasta tropezar con el dichoso sillón orejero, según le ocurría cada vez.
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Para poder abrirse paso entre la bruma de la habitación, formada por una atmósfera densa e irrespirable, hecha de muerte y vacío, de ahogo visceral, braceaba con fuerza buscando dispersar esa niebla fría, heladora en realidad. Pero no había escapatoria. El implacable sillón tenía la autoridad de quien se sabe irresistible y conoce todas las triquiñuelas posibles para salirse con la suya, de ahí que la escena fuera la misma una y otra vez, en cada nueva ocasión que se repetía el maldito sueño en que el sillón de orejas enormes terminaba atrapándola como si fuera una vulgar mosca, y se la tragaba.
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A decir verdad, tenía el sillón las orejas tan grandes como las del lobo de Caperucita, si bien Alicia no entendía qué demonios estaba haciendo dentro de aquella historia tan agobiante, cuando lo único que quería era ver el sol, las nubes y los pájaros, poder jugar.
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jueves, 29 de marzo de 2007

Blanca y tibia (Microrrelato)

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Por fin la vio a altas horas de la madrugada, cuando el taxi que había llamado por teléfono la había conducido por los aires de la ciudad vacía hasta el hospital en que acababa de morir, hacía menos de una hora. Cuando se quedaron a solas, no supo si le angustiaría la perspectiva de tener que velarla. Los familiares la recogerían más tarde. Sin saber por qué, sintió cómo la abuela le brindaba su compañía de mujer recién muerta, presente aún en la blanca y tibia estancia. Su cuerpo sereno era un indicio clarísimo de que se encontraba allí mismo, en un más allá todavía cercano.
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De pronto, la muerte había convertido su rostro de anciana dormida en una máscara resplandeciente. Tras besarle la frente con labios temblorosos, enseguida se percató de que guardaba la tibieza de lo vivo, apenas un hilo de calor. Poco a poco, la habitación que había sido su cuarto durante tantos días fue convirtiéndose en un velatorio. Una abuela durmiente y su nieta se hacían una vez más compañía. Incluso eso era como siempre.
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jueves, 4 de enero de 2007

La vida según el alfabeto: la F

Forzándose a ello, fiaba en su furibunda fantasía todo su afán de fenecer como un modo feroz de poner fin a todo aquello, de fiero desfogue ante un fracaso futuro que se figuraba flagrante.

En efecto, si Félix fallecía, hablarían de él fatalmente todas las falsas féminas de fondos falaces con que había fornicado ex profeso, no sólo con el fin de obtener un disfrute manifiesto, falto de formalidades y formalismos; sino con el artificio de fabricar, en cada fusión amorosa, la fonética más fina y fabulosa del alfabeto.

Aun cuando ninguna le hubiera confesado jamás su felicidad, por fuerza habrían de festejar, el día de su fallecimiento, las infinitas fanfarrias en defensa de su franca y diáfana figura, tan de fidalgo esforzado, fieles al fin a una faz desfigurada y fea hasta el infinito, aunque de afable perfil.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"