viernes, 6 de julio de 2007

El sol del membrillo (Crítica de cine)

Hoy me marco un post vulgar y corriente; nada de microrrelatos... ¿Aceptáis una remomendación? Id corriendo al videoclub más cercano (si es que todavía queda alguno allá por donde viváis), y cogeos El sol del membrillo (1992), de Víctor Erice. Lo mejor es que la veáis solos (aunque también puede uno verla entre amigos, eso sí: siempre y cuando hayáis pactado de antemano guardar silencio durante la misma).

Es una película estupenda por muchas razones: en primer lugar, porque en ella vemos el empeño infructuoso del pintor Antonio López intentando atrapar la luz del sol a una determinada hora del día sobre un membrillero; imagen ésta que el pintor se empeña en traspasar a un óleo sin poder llevarla a cabo. Pero, sobre todo, porque en ella podemos observar en vivo a un artista afanándose en una labor que le da sentido pleno a su vida, y quizá sea esa visión tan desnuda del acto creativo lo que merezca que corráis a ver la peli.

A lo largo de su desarrollo, un documental estupendo, me maravilló sobre todo la tranquilidad del pintor a la hora de resignarse sin más ante la imposibilidad de su proyecto. ¡No se enfadó siquiera!, después de pasarse ya no semanas, sino meses, persiguiendo esa idea sutil de plasmar la luz sobre los membrillos. Así, al principio, tiene que hacer frente a días de tormenta y lluvia en los que apenas si sale el sol, pero después resulta que los frutos están demasiado maduros y arquean las ramas del árbol con su peso, por lo que el pintor se propone "corregir" su cuadro actualizando su pintura como si de una fotografía se tratase.

¿Por qué lo hace?, os preguntaréis. Pues porque busca reflejar la belleza perfecta de la realidad de ese membrillero que plantó él mismo en el jardín de su casa. Nada más y nada menos. Y para no traicionar esa belleza que empieza a decaer pero que no por ello deja de serlo, decide "corregir" su cuadro mientras pueda. Para ello, se vale de la ayuda de unas marcas blancas que traza él mismo sobre los frutos, y que van indicando el sucesivo decolgamiento de cada membrillo... (Increíble, ¿verdad?) Sólo cuando los membrillos empiecen a caer al suelo, abandonará Antonio López el proyecto del óleo para abordar otro distinto.

El segundo proyecto es, por tanto, ya del todo humano: una vez asumida la voluntad implacable de la naturaleza, siempre más fuerte que la del hombre, qué duda cabe; decide trazar ahora al carboncillo un dibujo del árbol con los pocos frutos que aún le quedan, aunque si lo pienso mejor, creo que ni siquiera se trata de un carboncillo, sino de un simple dibujo a lápiz... Toda una poética, la suya, de la vida y del arte, ¿no os parece?

Si tenéis la suerte de no haberla visto todavía, ¡que la disfrutéis!

2 comentarios:

  1. Mega, he llegado hasta aquí desde Scout Finch dando el salto por lo de las gafas (soy el que adora a las chicas con gafas y con nariz poderosa, me olvidé poner el alias y salió como anónimo).

    Pro con despiste o sin él, he encontrado tu blog y esta entrada que "tú", equivocándote, llamas "vulgar y corriente". Centrar las ideas ante una obra de arte no lo es (ni vulgar ni corriente). Para mí esa película (esa historia) se convirtió en algo parecido a lo que cuentas: una "señal" (por no decirlo con algún término desprestigiado) que indica cómo mejorarían las cosas que uno hace. Colecciono varias "señales" de esas que me sirven en mi vida.

    Quería decirte que, además de haber visto la peli varias veces, hace unos meses tuve la oportunidad de ver el cuadro, en una exposición en La Casa Encendida (Madrid), en las que entrevistas y visuales contaban todos los momentos previos a le decisión de hacer la película. Ese cuadro inacabado, en una sala casi a oscuras, estuvo a punto de sacarme unas lagrimillas.

    Y un amigo mío vive en el chalé de al lado del pintor, así que he "sentido" ese espacio. Para él el rodaje de la película fue terrible, porque estaban todo el día pidiéndole que sus hijos no gritaran, vocearan, etc.

    En cuanto tenga tiempo, iré leyendo otras entradas tuyas. ¡Berlín con gafas, qué maravilla, ¿no?!

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  2. ¡Qué lujo haber podido ver el cuadro en directo! Como bien dices, debió de ser algo sobrecogedor. Que ese cuadro, además, muestre el pulso que Antonio López se echa con la naturaleza, a pesar de fracasar, ¿no nos habla también del afán desmesurado del hombre por querer dejar atrás sus limitaciones? ;-)

    En fin. Gracias por tu caluroso comentario y bienvenido a mi blog.
    Berlín con gafas se ve como bajo una lupa de aumento...

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"