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Desde que soy una estatua ecuestre, dice el diccionario que represento una persona a caballo. Pero yo quise ser caballera de niña por otro motivo: no tanto por considerarme imitación del natural, como para poder observar el mundo desde esta pequeña atalaya que nadie considera; y "registrar desde ella el campo o el mar y dar aviso de lo que se descubre". Aunque sea un hecho más que probado que las estatuas ecuestres hayan caído en desuso desde hace tiempo. No me importa en absoluto. Paradójicamente, esta situación me ha permitido contemplar a mis anchas el paisaje humano: sus bondades y miserias, sus matojos y pájaros revueltos. Toda esta maraña. También el trajín inevitable que lleva consigo la mudanza de las estaciones; o ese ruido espurio y ensordecedor que lo envuelve todo hasta sumirlo en una polifonía de silencios; me recuerda al canto de las cigarras. "Durante los dos años en que las cigarras son ninfas, pasan por cinco estadios. A finales de mayo o principios de junio, las ninfas reaparecen a la superficie, y realizan su última muda, la llamada muda imaginal, antes de convertirse en adultas. Este es el momento de la vida de la cigarra en el que se encuentra más vulnerable a los peligros que la acechan".
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