miércoles, 23 de enero de 2008

El escritor novel

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El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.

Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.

En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
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6 comentarios:

  1. Interesante proposición, ir del todo expandido al comprimido, a la esencia. Y no te falta razón, no, es difícil escribir una novela, me consta; pero, no sé si paradójicamente, fraguar un hermoso microrrelato es un trabajo no menos arduo que requiere, a menudo, más talento que el de la novela y, esta última revelación tuya, en mi opinión, no está exenta de él.
    Gracias.

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  2. Quizá el protagonista de tu hermosa historia, en tales alturas biográficas, hubiese debido consagrarse a la composición de un sublime epitafio.
    Muchos besos

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  3. ¡Ahhhhh ha vuelto mi escritor! ¡Cómo lo he echado de menos!
    Me alegre comprobar que sigue con sus dudas, sus retrocesos y avances, su eterno perderse por pasillos enormes, como los de los sueños.
    Acabo de darme cuenta realmente del mono que tenía... jaja.
    Un abrazo

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  4. Joseba, en realidad, no creo que un género requiera más talento que otro. Ahora bien, por lo mismo, en mi opinión no habría géneros de menor exigencia y mérito que otros. Cualquiera de ellos exige esfuerzo y desvelos varios...

    Herman, el epitafio tal vez se lo reserve para cuando llegue a los 90 años...

    Freia, pobrecito escritor. ¿No te da vergüenza disfrutar tanto con sus desvelos?

    Un fuerte abrazo de parte del escritor (yo sólo soy una simple mediadora) a estos tres lectores.

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  5. En realidad, esto no creo se aleje mucho de las tribulaciones de bastantes apasionados de la escritura. A menudo es la autoexigencia lo que lleva a no publicar lo que uno escribe, por considerar que no reúne valor para ser editado. Creo que hay mucha gente que escribe para sí misma, y estoy convencido de que gran parte de de esas páginas que nunca llegan a publicarse esconden gran valor literario. De hecho, actualmente se publican, en blogs personales, textos que de otro modo no se editarían, y uno a veces entra en ellos y descubre que tienen valor literario. (Porque ¿qué es valor literario? Creo que es todo aquello que se lee con placer.)

    Sobre eso de la autoexigencia, me parece que fue Oscar Wilde quien dijo algo así como:

    "Ayer me pasé todo el día corrigiendo una frase. Primer le puse una coma. Luego se la quité".

    De todos modos, quienes no obtienen reconocimiento a sus obras,y quienes ni siquiera llegan a publicarlas, reciben otra clase de compensación, no desdeñable, que es el mero placer de crearlas.

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  6. ¡Cómo entiendo lo de estar quitando y poniendo comas...!

    ;-)

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"