El fondo de la superficie
¿Puede escribirse una
prosa narrativa sostenida en el puro argumento, sin aderezos, aparentemente desnuda;
que huya “de la metáfora en todas sus manifestaciones”? Se trataría, en todo
caso, de un ejercicio de contención, aun cuando el autor sepa que el poder
asociativo de la palabra es la base misma de lo literario. Semejante propósito,
desgranado en la «Defensa» que encabeza los dieciséis relatos de este libro, parece haber servido de estímulo a Javier Sáez de
Ibarra: abordar unas historias al margen
de los mecanismos retóricos propios de la ficción narrativa. ¿Pero es posible
un lenguaje literario que sea sólo denotativo? Acaso un ejemplo extremo sea «Enciclopedia
occidental», donde se limita a reproducir una lista de boda interminable en una
escalada hacia el absurdo de efecto hilarante, en la que cada obsequio que se
añade resulta más ridículo y prescindible que el anterior. Y, sin embargo, las distintas
narraciones que desfilan por este muestrario lo hacen desde un lenguaje por
momentos connotativo, capaz de ofrecernos un mosaico vivísimo del acontecer
humano, no menos cotidiano en su peripecia, silencios y sobreentendidos, ni lacónico
o fragmentario en sus finales abruptos, como si el cuento optara por replegarse
tras haber esparcido su dosis oportuna de emoción.
En «Permiso», el
primer relato, un operario va a recoger a una mujer a la que corteja y,
anticipándose a la cita, la observa en su trabajo, agazapado. De hecho, la
espía convirtiéndose en un intruso, momento en que el relato concluye. El
cuento había arrancado poco antes con el protagonista desenvolviéndose en su faena,
irrumpiendo esta vez en la esfera privada de su jefe, quien no duda en llamarle
la atención. En manos del lector se deja, pues, la asociación de ambas escenas
concatenadas, para que sea él mismo quien saque conclusiones. Este
procedimiento de mostrar sin inmiscuirse apenas está presente en varios
relatos, en la estela de Cheever o Carver. Así, en «El señor Remáser», por
ejemplo, donde dos hombres comparten habitación en un hospital sin que,
aparentemente, suceda nada extraño. Cristóbal recibe las visitas y atenciones
de sus familiares y amigos; en cambio, Esteban, solo y abatido, parece dispuesto
a morir mientras escucha música gospel
por todo consuelo. Nada más se cuenta, ni falta que hace. Pero quizás el relato
que yo prefiera sea «La reina», con la batalla que entablan un padre y su hijo
a lo largo de una serie de jugadas de ajedrez; interrumpidas de golpe por la
boda del joven a la que el padre no acude, pues «si la Reina es la pieza más
valiosa (…), no importa lo que hagas con ella. Gana el Rey que se mantiene en
pie hasta el final». Mientras que en «Sacar al perro», la relación de una chica
con el chucho que lleva a pasear condiciona, a su vez, la evolución de la que inicia
con su amante. Otro de los cuentos que prefiero es «Fuerza», un ejemplo de
contención narrativa donde lo que se silencia pesa más que lo relatado. O
«Termina primero», en que la ausencia de culpa empuja a unos chicos inconscientes
a poner en la picota al profesor, que será quien aparezca como único
responsable, con el beneplácito del director de la escuela.
Además, Javier Sáez de Ibarra lleva a cabo una serie de experimentos formales de otro orden en varios cuentos. No sólo construye y deconstruye el armazón del volumen barajando sus partes y explicitando ampliaciones posteriores, sino que varios de ellos son tanteos en sentido estricto: así ocurre en «Manda aquí», donde la forma condiciona el contenido, tal como desvelan las notas a pie de página; en «Una historia reciente», un ready made capaz de otorgar nuevos sentidos a la re-contextualización de las páginas de un libro de texto, o en «Actividades de refuerzo», tan vinculados los dos últimos, junto al relato de cierre, con su trabajo de profesor. «Bulevar», el cuento que da nombre al volumen, podría leerse como una poética en la que, frente a lo que pudiera parecer, Marcos ha aprendido a escribir de forma velada, a ser él mismo misterioso. En resumidas cuentas, el experimento que se plantea el autor resulta sugerente en conjunto, si bien no siempre se cumple a rajatabla las premisas de que parte.
* Esta reseña ha aparecido en la revista Quimera, número 366, correspondiente al mes de mayo del 2014. El dibujo de la cubierta es de Susana Pozo.
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