domingo, 26 de agosto de 2018
674
La escritura debe a veces cargar las tintas para expresar con justeza lo que, de otro modo, quedaría deslavazado.
viernes, 24 de agosto de 2018
jueves, 23 de agosto de 2018
miércoles, 22 de agosto de 2018
lunes, 20 de agosto de 2018
domingo, 19 de agosto de 2018
Una escueta salvación
Hay quien prefiere engañarse a vivir crudamente esta bendita realidad. Yo, sin ir más lejos. Al menos, de vez en cuando. Para desconectar, supongo. La realidad nos bendice a diario, abierta las 24 horas sin descanso; una tabarra en toda regla que no es posible sortear así como así. Bajo esas circunstancias, no resulta nada fácil hallar alivio. Algún consuelo fugaz. Una escueta salvación que nos redima de sus fantasmas. Aunque sea adoptando una actitud enajenada. Enajenante. Enajenadora. A veces, suprimir a tiempo toda comunicación se me antoja indispensable; el único remanso de paz.
viernes, 17 de agosto de 2018
miércoles, 15 de agosto de 2018
Verano azul
En realidad, azulísimo. De cuando las fotos eran por lo menos escasas, sorprendentes, casi un milagro. Y los futuros de cada uno de nosotros, lejanos, inconmensurables; tan borrosos, de hecho, como ilusos y francos se me antojan hoy nuestros rasgos de entonces. Hace ya no sé cuánto.
martes, 14 de agosto de 2018
domingo, 12 de agosto de 2018
jueves, 9 de agosto de 2018
miércoles, 8 de agosto de 2018
martes, 7 de agosto de 2018
Consideraciones vanas
Insensatos por falta de juicio. Por desquicio. Por colisión.
Como cuando dos cuerpos se aman. Sin mesura.
Sin privarse de nada.
Con candor.
lunes, 6 de agosto de 2018
664
Aceptar que la vida sea un continuo derrumbe, cuando no una terca erosión, no para constatarlo, sino para hacerle frente; tamaño candor.
viernes, 3 de agosto de 2018
Micrododecálogo
Este decálogo para escribir microrrelatos lo compuse hace ya algún tiempo. Refleja -claro- con todas las inexactitudes e imprecisiones que se quiera, omisiones también, mi propia concepción del género. A decir verdad, en estos dos últimos años apenas si lo he ampliado o modificado, al dedicarme sobre todo al aforismo. Sea como fuere, me pareció que tenía sentido publicarlo; que seguía teniendo validez. Lo irónico de esta clase de escritos es que el autor toma conciencia de aquello que le sirve o inspira cuando ya ha realizado cierto recorrido. Cuando tal vez necesite abrir otras sendas de investigación. Sirva, pues, de punto de partida para todo aquel que sienta aprecio y curiosidad por el género. De otro modo no será útil a nadie.
1. Sé tan breve e intenso como te exija el texto. Esta lección la aprendí del inconmensurable Monterroso.
2. De igual modo, muéstrate sinuoso como Horacio
Quiroga, Juan Rulfo y José María Arguedas;
3. eficaz a la manera en que Kafka o Cortázar se muestran en la exploración de sus mundos fantásticos;
4. ingenioso como Luisa Valenzuela, Eugenio
Mandrini, Ana María Shua o Raúl Brasca.
5. Trata de mantener, siempre que lo creas necesario,
el sentido del humor, o la fina ironía, de José María Merino; las resonancias
de Luis Mateo Díez.
6. No desdeñes el tono poético y visionario
de Juan Ramón Jiménez, de Ramón Gómez de la Serna ni de Lorca.
7. Las enseñanzas de Montaigne u Oscar
Wilde pueden serte útiles para pulir el lenguaje.
8. Aspira siempre a conquistar la humanidad
de un Shakespeare, Lope o Cervantes.
9. Ama mientras puedas las vanguardias, con
su pretensión dinamitadora de inocular la heterodoxia en el corazón de la
ortodoxia. No desdeñes, sin embargo, los textos clásicos, pues ellos son el
verdadero semillero de la gran literatura.
10. Un microrrelato no puede
ser nunca un esbozo narrativo o un apunte de algo. Antes bien, todo
texto que aspire a alcanzar la respiración de este nuevo género debería
intentar condensar dentro de sí tantas significaciones como le permita su
trama. Recuerda que cuentas con la gran ventaja de la brevedad. Aun cuando la
polisemia -la ambigüedad- pueda enriquecer o confundir argumentos y sentidos,
debes correr ese riesgo. Del talento del narrador -y del lector- dependerá que
la pieza alce el vuelo, o se estrelle con estrépito y quebranto de
huesos.
11. Si una narración admite,
favoreciéndolas, dos, tres, cinco lecturas, no lo dudes: has dado con El
Aleph del género, momento en el que a los demás narradores breves no
nos va a quedar más remedio que felicitarte, mientras te sacudes de encima,
aliviado, este micrododecálogo pretencioso. Es muy probable que sólo entonces
logres escribir sin miedo, aspiración irrenunciable en todo escritor -extenso o
breve- que se precie.
12. Sería una injusticia olvidarse de
Arreola, de Max Aub, de Ana María Matute, de tantos otros.
miércoles, 1 de agosto de 2018
martes, 31 de julio de 2018
domingo, 29 de julio de 2018
sábado, 28 de julio de 2018
miércoles, 25 de julio de 2018
jueves, 19 de julio de 2018
miércoles, 18 de julio de 2018
martes, 17 de julio de 2018
lunes, 16 de julio de 2018
domingo, 15 de julio de 2018
miércoles, 11 de julio de 2018
653
Reducir la literatura a la abstracción esencial de su forma.
O reducir la forma a la literatura esencial.
O reducir la esencia de la literatura.
Para quintaesenciarla.
domingo, 1 de julio de 2018
sábado, 30 de junio de 2018
viernes, 29 de junio de 2018
domingo, 24 de junio de 2018
domingo, 17 de junio de 2018
sábado, 16 de junio de 2018
lunes, 11 de junio de 2018
sábado, 9 de junio de 2018
En El Aforista
José Luis Trullo me ha invitado a participar en su sección de "aforismos inéditos", junto a -entre otros autores que la componen- Aitor Francos, Raquel Vázquez, Elías Moro y uno de sus posibles alter ego, Felix Trull. Muy agradecida. La presente recopilación forma parte del que será mi primer libro en este género, Medidas extremas. Espero que sea de vuestro agrado.
lunes, 4 de junio de 2018
sábado, 2 de junio de 2018
viernes, 1 de junio de 2018
lunes, 28 de mayo de 2018
Objetos frágiles, de Inés Mendoza
En
busca siempre
El denominador común de los dieciocho relatos que recoge la autora en este segundo libro es ir en busca del tiempo perdido, a la manera de Proust, de la esencia esquiva de las cosas, de su sentido profundo. Tras un primer volumen de gran calidad, El otro fuego, Inés Mendoza divide la presente colección de cuentos y microrrelatos en tres partes de título enigmático, ordenándolos de tal forma que parece como si fueran cediéndose el paso los unos a los otros. El tiempo, la amistad y la fragilidad de la vida son sus temas.
El primer cuento es de una belleza rotunda. De factura simbolista, «Nostalgia del velero» se titula, narra con lenguaje erótico la afrenta que padece una embarcación tras ser trasladada al jardín de unos amigos como mero objeto decorativo; perdiendo así no sólo los atributos propios de su naturaleza, sino también su dignidad; lo que aquí podría valer por cualquier usurpación que hombres, objetos y espacios padecen a diario de continuo; sin importarles a los usurpadores que con ello se desnaturalice su papel, sentido y función. El cuento vendría a ser un lamento ante la pérdida anunciada del valor de las cosas, si bien el mismo bajel confía en una posibilidad de redención. Este relato prólogo da buena cuenta del tono general que recorre el libro, a vueltas misterioso y enigmático, casi siempre onírico, con la salvedad del último texto, «Todo lo sólido», de factura más explícita en mi opinión. ¿Apunta, acaso, un nuevo camino en su trayectoria narrativa?
«Despedida», el primer microrrelato, es un canto a la amistad y a la felicidad voluble que esta conlleva de forma inevitable, cuando termina por abandonarnos. La pieza parece guardar relación con los relatos «En el faro» y, de nuevo, con «Todo lo sólido»: mientras en el primero se narra la amistad íntima de dos mujeres, en el segundo los tres amigos acaban compartiendo una relación que va más allá y con la que acaso no contaban. Por el contrario, en «Hopperiana» Mendoza nos muestra el suicidio de una sombra en medio de una ciudad incomprensible, a la que el narrador ha llegado sin recordar por qué; si bien acaba descubriendo que gracias a su mirada extranjera, las cosas “dejan de ser persianas, ventanas o cornisas para resucitar en formas puras”. Se trata de la ciudad misteriosa y vanguardista por excelencia, una Nueva York en la que el tiempo se ha detenido, acercando el cuento a la estampa poética. No en vano, lo único que fluye en él es la voz de la conciencia del narrador, quien, indeciso como la sombra que observa deslizarse en la fachada opuesta, se interroga por el motivo de su viaje, como si él mismo acabara de nacer.
El micro que le sigue, «Deconstrucción de la marquesa», cuestiona, con buenas dosis de ironía, el cultivo de una estética realista que no se atreva a contravenir siquiera “la materialidad de su propio cuerpo”; mientras que «Correspondencias», de apenas tres líneas de extensión, utiliza la elipsis de forma radical, acaso el ingrediente más difícil en la escritura de microrrelatos, epítome del misterio que estas piezas contienen. «Petite place de gare» me ha parecido la decantación misma de la obra pictórica (y no menos narrativa) de Paul Delvaux, también belga como esta historia que transcurre de noche en una estación semiabandonada. Aunque haya en su desarrollo un guiño a la sombra del cuento «Hopperiana», me ha gustado especialmente la elección de un lenguaje plagado de imágenes surrealistas y deslumbrantes, al servicio de un misterio que nunca se agota, con ecos de las leyendas de Bécquer. Todo el relato está ordenado a partir de la sucesión de una serie de escenas de suma teatralidad, de ahí la importancia de los escenarios y de los objetos que en él intervienen.
«Mohr, la que huye de la luz», por su parte, parece escrito en un lenguaje más depurado; a medio camino entre Julio Cortázar y ─digamos─ Ángel Zapata. He creído ver aquí un homenaje velado a los habitantes de Venezuela; un país de gentes luminosas cuyas vidas han de soportar, no obstante, los embates de una política desestabilizadora; resignadas ─cuando no condenadas─ a un destino poblado de tinieblas que deben encajar con la mejor disposición. «Epifanía del enemigo», de lenguaje onírico y simbolista, bellísimo, es un himno a ese reverso de la amistad en que se convierte a menudo el amor. Mientras que «Disolución de los mapas» parece servir de pórtico, un vez más, al cuento que le sigue, «Las ciudades perdidas», el cual enlaza, en su evocación poética, con «Petite place de gare», pero también con «Hopperiana» y, acaso, con la rosa-ciudad que protagoniza «Estado de sitio», donde asistimos a un canto a la belleza como campo de batalla.
En «Arcontes», precisamente, un sabio anciano recluido en su torre, que siempre había soñado con sumergirse “en el fondo del caos”, observa la llegada del Armagedón. Se trata de un relato a favor del misterio y el caos primigenio (anticipado en «Las invasiones»), y contra la presunta razón que nos gobierna desde el llamado Siglo de las Luces, responsable de haber tasado y constreñido el transcurso y la sustancia de las horas. En la tercera parte, el microrrelato «Umbral» franquea, de nuevo, el paso del lector a la siguiente narración, «Naturaleza muerta», protagonizado por un amasijo de restos en aparente confusión aunque con un mismo destino. En él apreciamos cómo Inés Mendoza evoluciona de un simbolismo poético hacia un expresionismo de cariz existencialista que me parece que logrará captar el interés de los lectores, tal y como ha conseguido interesarme a mí.
* Esta reseña ha aparecido, en su versión reducida, en el número 413 correspondiente al mes de mayo del 2018 de la revista literaria Quimera.
sábado, 19 de mayo de 2018
Seiscientos cuarenta y uno
La semántica es una disciplina que estudia los significados mantecosos de las palabras y sus complicaciones lingüísticas.
jueves, 17 de mayo de 2018
miércoles, 16 de mayo de 2018
martes, 15 de mayo de 2018
lunes, 14 de mayo de 2018
domingo, 6 de mayo de 2018
jueves, 3 de mayo de 2018
miércoles, 2 de mayo de 2018
lunes, 30 de abril de 2018
Una vida prestada, de Berta Vias Mahou
Mi corazón es una cámara
En una entrevista reciente la autora reconocía que más que la biografía en sí, le había interesado recrear en sus últimas novelas las vidas contrariadas ─amenazadas o cuestionadas en algún momento─ de personajes como Albert Camus (Venían a buscarlo a él, 2010), o el torero José Sáez, quien guardaba un enorme parecido físico con El Cordobés (Yo soy el otro, 2015). Incluso cabría relacionar esta última novela que gira en torno de la misteriosa artista que fue la niñera y fotógrafa Vivian Maier con Los pozos de la nieve (2008), por el uso en ambas de la segunda persona del singular, y que aquí le sirve para dar voz a una mujer que se pasó la vida escondiendo sus fotografías; tratando de poner a salvo una vocación y un arte que sentía peligrar ante la mirada prejuiciosa de esa misma sociedad burguesa para la que trabajó cuidando de sus vástagos.
La Vivian Maier que retrata Berta Vias Mahou ni se casó jamás, ni tampoco deseó formar un hogar propio, con obligaciones y ataduras. Antes bien, prefirió vivir en casas ajenas con un sueldo modesto, haciéndose cargo de los hijos de las familias pudientes, a cambio de disponer de una habitación propia que tuviera una cerradura y poder salvaguardar así su preciosa libertad. El título de la novela remitiría, en parte, al encargo que la autora recibe de la editora Silvia Querini para novelar la misteriosa existencia de esta mujer, de la que apenas si se sabía nada; con el objeto de ofrecernos una reconstrucción verosímil no sólo de la rutina diaria que probablemente jalonó su existencia, sino de su forma de mirar y de aprehender la vida ajena ─y también propia─ a través de su cámara, una Rolleiflex para profesionales, lo que da verdadera cuenta de que Vivian Maier siempre fue consciente de su condición de artista.
La novela se compone de siete capítulos. En el primero, un narrador de ochenta y tres años echa la mirada atrás para hacer balance. Resulta interesante desde el principio el juego de espejos que se establece entre esa voz narrativa predominante y las identidades cruzadas de las dos mujeres que la sustentan: Vivian Maier y Berta Vias Mahou, a lo que contribuye la alternancia de puntos de vista, sin solución de continuidad, de la segunda persona a la tercera e incluso, en ocasiones, a la primera. No en vano, el artista, ya sea pintor, escritor o fotógrafo, percibe la realidad desde el filtro de su mirada personal para devolvérnosla aumentada, perfilada de un modo nuevo. Capaz de revelar su verdad contingente. «Hay que ver lo que no se ve», reconoce la narradora protagonista.
En el capítulo titulado «Castillos en el aire», menciona algunos datos biográficos de quien fuera esta mujer para mejor comprender sus decisiones vitales (de Nueva York, se muda finalmente a Chicago) y dar cuenta de su vocación secreta. Pero es en el tercer capítulo, «La charca», donde accedemos por fin a la concepción artística de esta fotógrafa independiente, a propósito de la exposición «The family of man», celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1955, y que había de suponer, al decir de la crítica, la conquista de la mayoría de edad para la fotografía como arte y medio de expresión; una muestra que la niñera recorre mientras comenta, a salvo de camarillas y aplausos sociales, qué opinión le merece toda esa mierda celestial…
Pero la autora no sólo fantasea acerca de dos posibles historias
de amor que frustraría la propia Vivian Maier, sino también sobre el tipo de
persona y de niñera que Vivian debió de ser en realidad: una especie de Mary Poppins con ansias de justicia social a lo Robin Hood (pp. 122 y 130), dispuesta a bautizar con verdaderos nombres a los niños que cuida (León Azul, Pájaro Furioso y Orejas de Murciélago) y hasta al hombre que la corteja con bastante éxito (el Lechero Enamorado), además de a aquellos otros seres al margen de la sociedad con los que tan a gusto se siente (Cara Quemada, Cuerpo Torcido y Corazón Picado); o las mellizas A y B, tan iguales y asimismo tan distintas. Todos ellos formarían «La banda», su verdadera familia. En el último capítulo, la autora vuelve a adoptar el punto de vista del comienzo para ofrecernos, al cabo, una Vivian Maier no menos misteriosa y atractiva de lo que se entrevé en sus fotografías; una mujer alta y huesuda, de orígenes judíos y fuerte personalidad. «¿Qué soy? Una espía sin sueldo. Una artista sin público. Una hembra sin macho. Sin manada (…) Sí. Soy una máquina. Implacable. Y mi corazón es una cámara», parecen decirnos a coro Vivian Maier y Berta Vias Mahou.
* Esta reseña ha aparecido, en su versión reducida, en el número 412 correspondiente al mes de abril del 2018 de la revista literaria Quimera. La ilustración de la cubierta es de Mireia Pérez.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"