viernes, 13 de marzo de 2015

jueves, 5 de marzo de 2015

Doscientos cuarenta

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El silencio es elocuente, toda vez que el diálogo va siempre por dentro. 
Cuando el diálogo en cuestión deja de ser mudo, ya no hablamos de silencio sino del ágil y fluctuante monólogo o soliloquio. No es extraño que este último luzca mejor a ojos vistas, ante un público invisible que atienda sus respectivas razones.
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viernes, 27 de febrero de 2015

Demonios familiares, de Ana María Matute


Pura Matute

Esta es la última novela que la autora escribiera y que dejó inacabada al morir. La crítica la ha calificado de inconclusa tras interrumpirse de forma abrupta en el capítulo 11, pero también ha reconocido que su escritura se presenta revisada y pulida. El prólogo de Gimferrer califica su prosa de “tensa, y al mismo tiempo alucinada”, pues posee “la verdad de las imágenes simbólicas”. Y ello a pesar de que el nudo de la narración se encuentre truncado, y el desenlace constituya una enorme incógnita que la autora ha decidido llevarse para siempre consigo.

En Demonios familiares depura una serie de motivos literarios recurrentes en su narrativa, donde la memoria de la niñez y primera juventud desempeña a menudo un papel decisivo. Así, por ejemplo, la soledad que sus personajes experimentan en el tránsito de la infancia a una adolescencia no menos precaria. O el consuelo que supone para ellos, frente a una madurez que se revela ajena o esquiva, hallar refugio en la imaginación y el ensueño, materializados en esta novela en el ámbito secreto del bosque y el privado del desván. E incluso el mismo trasfondo de la Guerra Civil, presente en otras obras realistas como Los Abel (1948), Los hijos muertos (1958) o Primera memoria (1959). Sin olvidar la alusión velada a un universo adulto apenas entrevisto, regido por intuiciones, destellos y atisbos de toda clase desde la visión inexperta y asustada de sus jóvenes personajes, portavoces de un asombro que ya afloraba en Paraíso inhabitado (2008), su anterior novela. En Demonios familiares, por lo demás, combina el punto de vista de una narradora protagonista de apenas 16 años, con una voz omnisciente capaz de meterse en la piel de su personaje.
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Eva es una postulante a monja que vuelve a casa, tras el estallido de la Guerra Civil, cargada de un rencor desconocido hacia su progenitor; dispuesta a asumir una doble paradoja: que ama profundamente cuanto la rodea, todo lo material y hasta los objetos más nimios, y que deberá someterse de nuevo al yugo de su anciano padre. Conocido por todos como el Coronel, vive atrincherado en la casa, atendido por el fiel y oscuro Yago, una especie de criado que poco a poco irá revelando su verdadera identidad. De modo que la muchacha encuentra su único desahogo en la amistad con Jovita, hija del farmacéutico y novia de Berni, un huido republicano que Eva descubre herido en mitad del bosque y que, con la ayuda de Yago, decide esconder en el desván de la casa… Con estos pespuntes casi folletinescos, la autora compone un mundo sólido plagado de matices, desbordante de insinuaciones, medias verdades y secretos a voces, capaces de elaborar un fresco muy creíble en torno a la opresión y violencia en tiempos de incertidumbre.

Aunque incompleta, sería un error considerarla apenas una novela esbozada, por cuanto la autora corrigió el original varias veces, nos lo indica en el epílogo María Paz Ortuño, hasta conseguir ese efecto depurado y sugerente propio de su escritura. En este sentido, Ana María Matute “se ponía a escribir cuando ya la novela estaba escrita en su cabeza”. El periodista Xavi Ayén recordaba en La Vanguardia (24 de septiembre del 2014) que la referencia en las dos últimas páginas a uno de los protagonistas (Yago) como “el chico de al lado (sic)” remite al primer relato que publicó la autora en la revista Destino en 1947, recogido después en su libro El tiempo (1957). Tal vez anunciase con ello, al final de su vida y de sus letras, un desarrollo y desenlace prometidos que, sin embargo, no pudo completar. Un círculo que parece haber querido cerrar a sabiendas.
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* Esta reseña ha sido publicada en el número 375 de la revista de literatura Quimera, correspondiente al mes de febrero del 2015.

martes, 10 de febrero de 2015

Doscientos treinta y siete

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La presunción de inocencia resulta 
en ocasiones verdaderamente sospechosa. 
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lunes, 9 de febrero de 2015

Aforistas españoles vivos

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Una antología a cargo de José Luis Herrera(Acaba de salir en formato eletrónico. También disponible en papel.)
Edita Libros al Albur. 
Feliz.

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jueves, 5 de febrero de 2015

domingo, 1 de febrero de 2015

Doscientos treinta y cinco

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Acaso la confesión no sea más que una curiosa forma de contrarrestar el confinamiento del yo.
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viernes, 30 de enero de 2015

Doscientos treinta y cuatro

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La lucidez es ese momento de suspensión en el que por fin nuestro ánimo siente que ha acertado en algún blanco.
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lunes, 26 de enero de 2015

Doscientos treinta y tres

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Cualquier clase de apaciguamiento supone la aspiración de una paz convulsa.
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lunes, 19 de enero de 2015

viernes, 16 de enero de 2015

martes, 13 de enero de 2015

Doscientos veintinueve

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¿Y qué culpa tienen los miserables de ser tan pobres 
que ni siquiera les alcanza el ser?
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lunes, 12 de enero de 2015

Doscientos veintiocho

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Un día aceptaremos sin remilgos nuestra conversión 
-auspiciada por los grandes mercados- 
en productos de gama baja.
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domingo, 11 de enero de 2015

domingo, 4 de enero de 2015

Doscientos veintiséis

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¿La imposibilidad de una vida plena 
o la plenitud de una vida imposible?
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miércoles, 31 de diciembre de 2014

lunes, 22 de diciembre de 2014

Mansa chatarra, de Francisco Ferrer Lerín


Memoria iluminada

Este libro de corte singular intercala prosas de Ferrer Lerín, algunas verdaderos microrrelatos, con una selección de fotografías absolutamente personal; como si el editor hubiera dispuesto, con el beneplácito del escritor, su obra narrativa breve a la manera de un dietario. Así, el volumen propone un recorrido cronológico a través del imaginario de nuestro autor a partir de piezas procedentes de La hora oval (1971), Cónsul (1987), El bestiario de Ferrer Lerín (2007), Papur (2008), Fámulo (2009), Gingival (2012), Hiela sangre (2013), y una veintena de textos inéditos extraídos de su blog. 

Llama la atención la coherencia y continuidad que se desprende de la lectura de estos textos escogidos, a pesar de cumplirse entre los primeros (de 1963) y los últimos (del 2013) la friolera de casi 50 años. No en balde el título remite a un conjunto de prosas de factura heterodoxa a caballo entre el sueño, el pensamiento –llamémosle– iluminado y la narrativa más breve; inclasificables de algún modo. Aun cuando el microrrelato haya procurado carta de naturaleza a muchos de estos textos –véase en este sentido Gingival, con epílogo de Fernando Valls: una antología que agrupa estrictamente los microrrelatos de Ferrer Lerín–, no todos los aquí recogidos poseen sustancia narrativa, hasta el punto de componer su naturaleza proteica un batiburrillo de piezas de difícil adscripción. 


El editor destaca su carácter pesadillesco y ominoso, tan propio de los sueños plagados de monstruos quiméricos y rara avis. Asimismo la inquietud se erige en ingrediente habitual de estas fábulas protagonizadas con frecuencia por un narrador personaje, junto con la divagación sin objeto ni lógica de una voz en primera persona que da rienda suelta a su fantasía ante el asombro del lector. De ahí que estas piezas iniciales estén más cerca del libre fluir de la conciencia que de una composición narrativa debidamente perfilada. Así sucede, por ejemplo, en “El monstruo”, o en “Otelo”, un relato escenificado donde la elaboración de cierta atmósfera resulta crucial para dotar de color y sentido simbólico al texto. No en vano, podrían considerarse en buena medida estampas onírico-absurdas. En ellas el narrador acostumbra a desplazarse en coche, vinculando estos relatos a una especie de viaje iniciático. También coge el vehículo en “Mis Memorias”, no así en “Mansa chatarra”, un díptico construido sobre la frase común «Debo de equivocarme a menudo», que me ha recordado los textos experimentales de Juan García Hortelano. 

Y aun así, creo que aquello que los aúna sobre todo es la voz singular de este narrador absolutamente libérrimo, dispuesto a dejarse llevar por la irracionalidad y la aventura de la imaginación. Si en “La dama que vive” es un sátiro entregado a la causa de embaucar a la dama del título, en “Viejo circus” se erige más bien en una especie de bestia, tal vez un oso, mientras que en “Corvus corax”, una de las mejores piezas, ha quedado reducido a un ave rapaz. El salto de la tercera a la primera persona hace pensar que se trata del propio narrador animalizado.

En sus prosas se trasluce la preocupación por el lenguaje. Así, en “Elena Blum”, leemos: «A menudo nos sentimos viciados por determinadas sintaxis y terminologías. Podríamos decir que el léxico –que algunas porciones del léxico- nos coacciona, nos obliga incluso a desfigurar una trayectoria limpia». De hecho, son numerosas las piezas en las que el narrador personaje emula una voz de corte científico para revestirse de autoridad, sin que parezca importarle su efecto impostado. Otras veces los textos adoptan la forma de una entrada enciclopédica con visos de bestiario, lo que le permite disparatar de forma consciente: ocurre en “Morcas”, “Quet” o “Guácharo”, por ejemplo. Como los personajes de esta serie acostumbran a ser monstruos horripilantes, a menudo lo grotesco –véase “Sobas-munisinos (Envenenadores o chupadores de sangre)”– se mezcla con lo escatológico (“Malabestia”); rayando su peripecia en el desvarío más desatado del subconsciente: son los casos de “Tanchelino” y “Yaga-bara”, entre otros.

En fin, los textos que prefiero se hallan dentro de la órbita del sueño y de un narrador protagonista confundible con el mismo escritor, o al menos con alguien dotado de su personalidad. Es el caso de “Sueños 1”, donde simula recrear recuerdos infantiles y fantasías del propio autor, o de “Sueños 2”, en el que confiesa: «Cada vez más, a medida que voy envejeciendo, considero los sueños como formantes de una eternidad: el segundo mundo que vamos habitando». Un libro tan heterodoxo, cuando menos, como la fama que precede a Ferrer Lerín.


* Esta reseña ha aparecido en el número 373 de la revista Quimera, correspondiente al mes de diciembre.

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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"