domingo, 25 de mayo de 2014

Bulevar, de Javier Sáez de Ibarra


El fondo de la superficie

¿Puede escribirse una prosa narrativa sostenida en el puro argumento, sin aderezos, aparentemente desnuda; que huya “de la metáfora en todas sus manifestaciones”? Se trataría, en todo caso, de un ejercicio de contención, aun cuando el autor sepa que el poder asociativo de la palabra es la base misma de lo literario. Semejante propósito, desgranado en la «Defensa» que encabeza los dieciséis relatos de este libro, parece haber servido de estímulo a Javier Sáez de Ibarra: abordar unas historias al margen de los mecanismos retóricos propios de la ficción narrativa. ¿Pero es posible un lenguaje literario que sea sólo denotativo? Acaso un ejemplo extremo sea «Enciclopedia occidental», donde se limita a reproducir una lista de boda interminable en una escalada hacia el absurdo de efecto hilarante, en la que cada obsequio que se añade resulta más ridículo y prescindible que el anterior. Y, sin embargo, las distintas narraciones que desfilan por este muestrario lo hacen desde un lenguaje por momentos connotativo, capaz de ofrecernos un mosaico vivísimo del acontecer humano, no menos cotidiano en su peripecia, silencios y sobreentendidos, ni lacónico o fragmentario en sus finales abruptos, como si el cuento optara por replegarse tras haber esparcido su dosis oportuna de emoción.


En «Permiso», el primer relato, un operario va a recoger a una mujer a la que corteja y, anticipándose a la cita, la observa en su trabajo, agazapado. De hecho, la espía convirtiéndose en un intruso, momento en que el relato concluye. El cuento había arrancado poco antes con el protagonista desenvolviéndose en su faena, irrumpiendo esta vez en la esfera privada de su jefe, quien no duda en llamarle la atención. En manos del lector se deja, pues, la asociación de ambas escenas concatenadas, para que sea él mismo quien saque conclusiones. Este procedimiento de mostrar sin inmiscuirse apenas está presente en varios relatos, en la estela de Cheever o Carver. Así, en «El señor Remáser», por ejemplo, donde dos hombres comparten habitación en un hospital sin que, aparentemente, suceda nada extraño. Cristóbal recibe las visitas y atenciones de sus familiares y amigos; en cambio, Esteban, solo y abatido, parece dispuesto a morir mientras escucha música gospel por todo consuelo. Nada más se cuenta, ni falta que hace. Pero quizás el relato que yo prefiera sea «La reina», con la batalla que entablan un padre y su hijo a lo largo de una serie de jugadas de ajedrez; interrumpidas de golpe por la boda del joven a la que el padre no acude, pues «si la Reina es la pieza más valiosa (…), no importa lo que hagas con ella. Gana el Rey que se mantiene en pie hasta el final». Mientras que en «Sacar al perro», la relación de una chica con el chucho que lleva a pasear condiciona, a su vez, la evolución de la que inicia con su amante. Otro de los cuentos que prefiero es «Fuerza», un ejemplo de contención narrativa donde lo que se silencia pesa más que lo relatado. O «Termina primero», en que la ausencia de culpa empuja a unos chicos inconscientes a poner en la picota al profesor, que será quien aparezca como único responsable, con el beneplácito del director de la escuela.

Además, Javier Sáez de Ibarra lleva a cabo una serie de experimentos formales de otro orden en varios cuentos. No sólo construye y deconstruye el armazón del volumen barajando sus partes y explicitando ampliaciones posteriores, sino que varios de ellos son tanteos en sentido estricto: así ocurre en «Manda aquí», donde la forma condiciona el contenido, tal como desvelan las notas a pie de página; en «Una historia reciente», un ready made capaz de otorgar nuevos sentidos a la re-contextualización de las páginas de un libro de texto, o en «Actividades de refuerzo», tan vinculados los dos últimos, junto al relato de cierre, con su trabajo de profesor. «Bulevar», el cuento que da nombre al volumen, podría leerse como una poética en la que, frente a lo que pudiera parecer, Marcos ha aprendido a escribir de forma velada, a ser él mismo misterioso. En resumidas cuentas, el experimento que se plantea el autor resulta sugerente en conjunto, si bien no siempre se cumple a rajatabla las premisas de que parte.

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* Esta reseña ha aparecido en la revista Quimera, número 366, correspondiente al mes de mayo del 2014. El dibujo de la cubierta es de Susana Pozo.
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miércoles, 21 de mayo de 2014

Ciento setenta y cuatro

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Por fortuna, a los humillados siempre 
les quedan arrestos para levantarse.
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sábado, 17 de mayo de 2014

Remolineando (sic)

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Mientras doy el paseo de la tarde, caigo en la cuenta de que un remolino se ha empeñado en rebasarme. Lo sé por las infinitas vueltas y revueltas de pelusa que eleva, raudo, por los aires. Desde hace un buen rato está como queriendo asomarse. Entonces, corporeizada por él, tomo de golpe conciencia: nada de lo que no vemos deja de ser en ningún instante. Lo que sucede nos atraviesa.
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domingo, 11 de mayo de 2014

Ciento setenta y dos

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Todo exceso es una traición:
        al sentido de la medida,
        a la propia vergüenza,
        al justo medio,
        al medio más justo;

en fin, una injusticia que nos inf(l)ama en demasía.
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jueves, 8 de mayo de 2014

Ciento setenta y uno

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A partir de cierta edad, la vida se nos resbala a cada rato de las manos.
A partir de cierto momento, la vida se vuelve endiabladamente incierta.
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martes, 6 de mayo de 2014

lunes, 5 de mayo de 2014

Ciento sesenta y nueve

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Con la pleamar, las corrientes marinas se dedican 
a escu(l)pir en la orilla nuestro retrato más anfibio.
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sábado, 3 de mayo de 2014

viernes, 25 de abril de 2014

Por si se va la luz, de Lara Moreno



A oscuras

Esta es la primera novela de una autora que ya tiene en su haber libros de cuentos y de poesía, además de un atractivo blog, Guarda tu amor humano, donde publica con frecuencia excelentes fotos, y sus prosas breves y poemas. Por si se va la luz nos sitúa, desde el mismo arranque, en una atmósfera de incertidumbre y malestar que irá agradándose a medida que avance la trama, hasta concluir de forma abrupta e inesperada en un epílogo no menos violento. Se compone de dos partes: invierno y verano, separadas por una elipsis con la que prescinde de la bonanza de la primavera, y una coda final igual de extrema y trepidante que las secciones anteriores; como si todo ello respondiera al estado de necesidad y lucha en que se encuentran los personajes. Si algo pudiera concluirse de la lectura de esta narración sería que tanto en el arte como en la vida, avanzamos a oscuras.

Nadia y Martín son una pareja todavía joven y sin hijos que decide mudarse a un pueblo semiabandonado, lejos de todo progreso, para recuperar las riendas de su vida y, sobre todo, poner freno al cúmulo de angustias y desvelos que el mundo civilizado no ha conseguido atemperar. En esta mudanza que es a un tiempo una desposesión material y una purgación interior, Nadia, una artista reconocida en su pequeño círculo de amigos y colegas escultores, lo deja todo y accede a ir en pos de Martín, acaso el más hastiado de los dos; con la esperanza inevitable de que esta huida de la urbe suponga para ambos una nueva oportunidad.

En este pueblo, que una misteriosa organización les asigna para vivir, solo habitan tres solitarios más. La existencia de dos de ellos, Elena y Damián, ya casi ancianos, gira en torno de sus pequeñas rutinas diarias, sin mayores pretensiones que seguir adelante y hallar sentido a sus quehaceres, y alcanzar cierta felicidad a la medida de sus pequeñas vidas; otra de las lecciones de esta novela en que los viejos tienen aún mucho que enseñar a los jóvenes. Elena se comporta como una bruja buena, o bien como un demonio egoísta, pero más allá de las apariencias y sus modos bruscos, lo cierto es que la comunidad que forman se alimenta y sobrevive gracias a su crianza de animales de corral, y a sus habilidades como curandera, en una especie de vuelta súbita de todos ellos a una economía de trueque y de ayuda mutua, de subsistencia.



De hecho, Elena salvará a Nadia de unas fiebres terribles, y también al viejo Damián, de la misma manera que Nadia brindará su compañía y atenciones velando, cuando sea preciso, la enfermedad del anciano. Por su parte, Martín será guiado por Enrique en su adaptación inicial, al tiempo que este, dueño del único bar abierto y de una biblioteca secreta que hará las delicias de Nadia, gozará en todo momento de la compañía que estos jóvenes recién llegados le ofrezcan, aún con el misterio, las esperanzas y el entusiasmo juvenil casi intacto. Y sin embargo, con el tiempo se establecerá, de forma natural, una serie de afinidades y rechazos entre ellos, modificando, y enturbiando en ocasiones, antiguas relaciones que hasta entonces se habían conservado. Es el caso de Elena y Damián, cuya amistad se enfría con la aparición de Nadia. Semejante revuelo provoca también el regreso de Ivana, esta vez acompañada por Zhenia, quizá los dos personajes más libres de la novela junto con Martín, quien experimenta en su transcurso un giro de ciento ochenta grados, pues ambas han aprendido a esperar poco de los demás, o sólo cuanto les conviene, y a bastarse a sí mismas, aunque Ivana, llegado el momento, cambiará al encariñarse de la niña Zhenia.

La prosa delicada de esta autora, sustentada a base de pensamientos apenas esbozados e imágenes de una fuerte carga connotativa, con un lenguaje rico y asombrosamente elástico, nos muestra poco a poco las interioridades y recelos de estos personajes, mientras va trenzándose entre ellos un tapiz de afectos y desafectos cada vez más evidentes (los diversos capítulos narrados en primera persona o en estilo indirecto libre redundan en este sentido). O descubren, perplejos, que ese mundo alzado con escasos pobladores y la supuesta protección de una organización, puede venirse abajo –también- de la noche a la mañana, tras entrever la muerte anunciada de los dos viejos, verdaderos pilares de esta pequeña sociedad, o la súbita desaparición de esos desconocidos a quienes proclamaron sus salvadores; momento terrorífico en el que el anhelado y glorioso futuro se extingue sin más. Y entonces, sí, ya no hay luz ni amor ni amistad que valga.

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* Esta reseña ha aparecido en la revista Quimera, número 365, correspondiente al mes de abril del 2014. 

domingo, 20 de abril de 2014

Ciento sesenta y cuatro

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La tecnología confraterniza y revitaliza en la misma medida en que relativiza y vampiriza.
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sábado, 12 de abril de 2014

viernes, 11 de abril de 2014

miércoles, 9 de abril de 2014

martes, 8 de abril de 2014

martes, 1 de abril de 2014

Revista Narrativas

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Muy agradecida a Carlos Manzano por invitarme a publicar en su revista Narrativas, número 33, abril-junio, de nuevo cargada de diversa literatura (informes, relatos, entrevistas, reseñas...). La última vez que aparecí en ella lo hice con un micro. En esta ocasión colaboro con un relato (aunque muy breve). Os copio el enlace. 

sábado, 29 de marzo de 2014

Ciento cincuenta y siete

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Sentirse completo como abrazo de árbol, 
mientras los dedos echan raíces, y las ojas tiemblan.
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jueves, 27 de marzo de 2014

domingo, 23 de marzo de 2014

Ciento cincuenta y cuatro

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Solo hay que distanciarse lo justo de uno mismo
para volvernos fantasmales, profundamente monstruosos.
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sábado, 22 de marzo de 2014

lunes, 17 de marzo de 2014

Ciento cincuenta y dos

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 La verdad, cuando es pura y simple, apenas convence.*


* O lo que es igual: sólo nos seducen las apariencias; 
la versión más edulcorada y atractiva de un hecho; 
a menudo, su última actualización. Poco importa que 
sea algo improvisada si resulta coherente u ofrece 
una regurgitación adecuada del asunto, más 
o menos fiel. Al cabo, toda apariencia de realidad 
se habrá impuesto si ha sido capaz de cosechar por 
sí misma cierto aplomo, el consabido aplauso social. 
Eso sí: con el fin de que no se malogre, es preciso
que mantengamos en lo posible la transpiración y la 
textura del buen maquillaje, aquel que veamos 
que aguanta mejor según la ocasión.



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domingo, 16 de marzo de 2014

Ciento cincuenta y uno

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El exceso de perspicacia a unos espanta (y a otros, repugna) 
toda vez que suele descifrar no pocas verdades.
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viernes, 14 de marzo de 2014

Ciento cincuenta

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El infierno son los otros que se agolpan (y agazapan) en mí.
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jueves, 13 de marzo de 2014

Ciento cuarenta y nueve

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Todos somos huérfanos de quienes, en circunstancias radicalmente distintas, habríamos sido gustosos. 
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lunes, 10 de marzo de 2014

El vagabundo

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«Resulta molesto que esta niña pase siempre tan cerca y no me diga nada. Finge ir a lo suyo pero me mira por el rabillo del ojo cada vez».

Lleva el mismo sombrero de ala de entonces, de 30 años atrás. ¿Cómo es posible que todavía me acuerde de él? Vivía donde mis padres.

«Oye, tú. Sí, tú. Ven, que te quiero decir una cosa. Ven, bonita, que seguro que nunca has visto una como esta. Te la voy a enseñar si te acercas, vente a mi lado y siéntate conmigo».

Sigue igual: sombrero de ala ancha como si fuera un vaquero desahuciado, con su botella de litro y los pantalones raídos. Claro que ahora parece inofensivo.

«Ven, te digo. Corre, siéntate conmigo. ¿Cuántos años tienes? ¿12? ¿Has visto alguna vez una como esta? No tengas miedo, cógela».

Y yo lo veo ahora y me sigo acordando. El mismo tipo borracho sentado en un banco. De nuevo a tiro para mejor tropezarse

«Imbécil. Es usted un cerdo, un maldito idiota imbécil». 

Mudo por fin.
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sábado, 8 de marzo de 2014

(Sin título)

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Vientos huracanados me
elevan del suelo en tardes 
como esta. En sueños
traslado memorias de hueso 
maraña.
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* La acuarela es obra de la pintora Lola Valls

martes, 4 de marzo de 2014

sábado, 1 de marzo de 2014

Fisuras en el aire, de Araceli Esteves

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Vidas extrañas
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Con este primer libro, Araceli Esteves irrumpe en el mundo del microrrelato, aunque no somos pocos los que frecuentamos su blog, El pasado que me espera, dedicado íntegramente al género. En el prólogo, Flavia Company nos advierte que “trabaja con gran acierto un humor particular, de carácter sintético; una fantástica capacidad de observación y una no menos fantástica capacidad de fabulación”; atributos necesarios –sobre todo, los dos últimos- en cualquier narrador que se precie, habida cuenta de que el cultivo del micro no debe limitarse, como a veces ocurre en los concursos, a ofrecer una exhibición de ingenio y humor.
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Aun cuando sea frecuente encontrar en estas piezas la comicidad y el absurdo propio de ciertas situaciones cotidianas, tampoco resulta extraño ver cómo emerge en ellas lo sorprendente, en un vuelco inesperado de la realidad, si bien la autora introduce sus fisuras con un temple y una sorna que hará disfrutar al lector. No en balde, posee una rara habilidad para alternar en sus piezas lo real y lo fantástico como si habitaran un territorio común, sin posibilidad alguna de disociarlos. El título, asimismo, da cuenta de la naturaleza de su contenido: un conjunto de microrrelatos acerca de los más diversos temas, entre los que destacan las relaciones de pareja, el trabajo, la madre, el paso y el peso del tiempo y, en general, el sinsentido de la vida; sujetos a una variedad de tonos y tratamientos. Así, aparecen escritos ya en primera persona ya en tercera, con un sesgo irónico, trágico o dramático; lo que redunda en la capacidad proteica del género, de naturaleza profundamente versátil, cualidad que los críticos no han dejado de señalar.
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La extensión media de los textos suele abarcar una página, aunque sobresalgan los de mayor concisión y desnudez, con un punto de laconismo; en mi opinión, los textos más logrados, ya que cuanto más concisa se muestra la autora en su escritura, más agudas y afiladas se tornan sus tramas. Así pues, destacan piezas como “El pasado que me espera”, “Motín”, o “Nuestra casa”, donde se describe, a partir de la sucesión de una serie de oraciones negativas, lo que para la narradora todavía constituye su hogar, aun cuando su experiencia se empeñe en demostrarle justo lo contrario. En otro texto, “Amantis”, se alude de forma simultánea, en feliz correspondencia, a la figura del hombre menguante y a la descripción sutil de un orgasmo femenino. Y en “Amor fugaz”, de corte irónico, la pasión que nace con el sol, se pone de improviso con las primeras sombras del atardecer. Mientras que en “El terrible drama de Rodrigo”, uno de los más disparatados del conjunto, nos relata la biografía cruel de un amnésico, del que afirma al final: «Cuando llegaron los niños del colegio, rompió a llorar. Él, que ni siquiera tenía ojos». (p. 56). Junto a los microrrelatos citados, de tono sucinto y elíptico, despuntan también otros de mayor desarrollo narrativo: “Náufrago con suerte”, “La nueva casa”, “Fisura”, “Pequeñas miserias” o “Viaje interestelar”, por ejemplo.
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De igual modo, la autora homenajea a clásicos de la narrativa brevísima como Max Aub, y sus crímenes ejemplares, o Chuang Tzu, con su pieza maestra protagonizada por una mariposa, a partir de la elaboración de variaciones de estos mismos motivos. Hacia el final del libro se intuye el inicio de una senda hipnótica y poderosa en estos relatos, cobrando la elipsis, el ingenio y el laconismo un papel creciente, y dotando a sus creaciones de un halo de misterio. En definitiva, los micros de Araceli Esteves combinan la utopía y el humor, así como la crítica social y el absurdo, en un acercamiento a la realidad a través de la concisión que no puede dejar indiferente al lector interesado. 
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* La reseña ha aparecido en el número de marzo de la revista Quimera.
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jueves, 27 de febrero de 2014

martes, 25 de febrero de 2014

Ciento cuarenta y cinco

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Los amores felices se caracterizan por no precisar 
jamás de ningún reconocimiento.
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jueves, 20 de febrero de 2014

Berlín 2014

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Ya estoy de nuevo en Berlín. Después de instalarnos, he revisado el contenido de unas cajas que dejé allí ex profeso cuando regresamos a Barcelona. Son tres recipientes de tamaños distintos. Abro la primera, veo un sobre grande y blanco, le doy la vuelta y leo, escrito de mi puño y letra en una de sus esquinas: "Al tiempo le gusta brujulear como si estuviera encerrado en un reloj ingrávido". Seguía estando conforme: a mí me agrada especialmente la ingravidez de esta ciudad.
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lunes, 10 de febrero de 2014

Un continente precipitado

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Bastaba cerrar los ojos para vislumbrar la trama en la que mi casa era escenario y sustancia de cuanto me constituía; y yo, un continente irremediablemente contenido, a salvo -o eso creí- de cualquier borrasca inoportuna. Esta vez, no obstante, el sueño mostró las baldosas del cuarto de baño abriéndose raudas al baño del cuarto, como el dique que franquea sus compuertas sin estorbo, mientras una cantinela de pesadilla transpiraba entre bostezos su pequeño ahogo cotidiano. Me acomodé mejor la almohada. Seguí durmiendo.
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miércoles, 5 de febrero de 2014

La música de las sirenas, ed. de Javier Perucho

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Contenta de formar parte de esta antología sirenóloga, a cargo del editor mexicano Javier Perucho

Con Lilian Elphick, Diego Muñoz Valenzuela, Juan Epple, Juan Romagnoli, Sandra Bianchi


Isabel Mellado, Susana Camps Perarnau, Ginés Cutillas, Fermín López Costero, Antonio Serrano Cueto, Nana Rodríguez, Ana María Shua, Raúl Brasca, Daniel Ávila y otros muchos.



martes, 4 de febrero de 2014

Ciento cuarenta y cuatro

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Los asuntos del alma, incluso los dichosos, 
se ven siempre con aprensión.
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viernes, 31 de enero de 2014

La más cruel de las certezas, de Mario Pérez Antolín

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Decir sintiendo
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Tras la publicación de Profanación del poder (2011), este nuevo libro de aforismos, cuyo título alude a la muerte, es la segunda de las tres entregas que ha previsto el autor. Ambos comparten el empeño de criticar el poder y su ejercicio, además de un sinfín de reflexiones sobre la condición humana. En el volumen inicial de la trilogía, donde reúne aforismos, microensayos y poemas, junto a varias reflexiones en torno al cultivo del género aforístico, al que el autor desemboca desde la poesía, se anuncia su concepción del género: «Escribo filosofía; doy testimonio de mi ruina sin inmutarme»; o bien: «Hay maneras y maneras de anunciar el desastre: prefiero la que más se acerque a la hiperrealidad» (p. 48).  
            
Si en aquella primera incursión en el aforismo ponía de manifiesto su interés por diversos asuntos relacionados con el espíritu: ya se tratara de cuestiones más o menos abstractas, como la inspiración, el ansia de poder, el éxito y el fracaso; ya de pasiones netamente humanas, como la vanidad o, por el contrario, la capacidad de resistencia, entre otras; en el nuevo libro ahonda en esta misma senda de exploración del alma humana, y de cuanto la concierne, convencido de que en épocas de incertidumbre el pensamiento aforístico se revela crucial.
            
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Esta vez, sin embargo, el libro parece alimentarse de una interesante aportación: la que supone introducir el uso de la ficción narrativa; un recurso del que ya se hacía eco el profesor José Ramón González en su Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos. Antología (1980-2012), y de la que Pérez Antolín se aprovecha de igual modo: «Entre la pregnancia de lo real y lo ideal alambicado hay una hienda por la que se cuela la ficción, adoptando formas sagradas o profanas. Este relleno lubricante facilita el deslizamiento de los bloques titánicos de racionalidad» (p. 138). No podemos estar más de acuerdo con el autor, aparte de ser un hecho que cuando se remonta a las esferas celestes de la abstracción resulta, en ocasiones, algo retórico y alambicado; mientras que cuando desciende al terreno de lo real manifiesto, sin necesidad de pecar de anecdótico, parece mucho más certero, llevando a buen puerto el desarrollo de su elucubración.
            
La variedad de temas convierte este libro en una miscelánea de saberes y sentires que no duda en ofrecer desde la adopción de géneros diversos. Para ello, junto al aforismo y cierta narración que acerca sus textos al microrrelato sin dejar de ser microensayos narrativos, Pérez Antolín recurre al poema reflexivo, aunque más a menudo redondee sus pensamientos dentro de las hechuras del microensayo libérrimo de Montaigne, y que más tarde cultivaría Goethe, bajo la apariencia de ‘escritos de ocasión’.
            
En este sentido, Victoria Camps no duda en señalar lo siguiente: «Merece la pena detenerse en las ocurrencias que encierra este libro y dejarse interpelar por ellas» (p. 8). También el propio autor lo destaca en sus páginas como una posible poética del género: «En estas notas escribo lo primero que se me ocurre, cuando menos me lo espero y dando al resultado la menor importancia posible» (p. 16). Así, en lugar de ser un defecto, esta escritura de circunstancias se revela todo un acierto. «Has de ser menos elocuente para parecer convincente. La superioridad intelectual nos hace perder credibilidad emocional» (p. 26), comenta. Y, sin embargo, comparado con su anterior libro, en estas páginas creo que desarrolla un estilo más pulcro y llano que casa muy bien con cuanto quiere transmitir. No en vano, al finalizar su lectura nos queda la impresión de haber recorrido un momento decisivo de nuestro tiempo: el que atañe a la primera década del siglo XXI, tan sobrepasado ya de por sí, con tantísimos frentes abiertos que el autor no deja de abordar.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en la revista de literatura Quimera del mes de enero.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"