jueves, 8 de mayo de 2008

El pececillo de colores



Se recorría piscinas enteras a nado, sumergido varios minutos seguidos sin respirar, afirmaron unos; lo hacía cada día del año y sin esfuerzo aparente, adujeron otros. Y de pronto, sin más, ocurrió. En eso coincidieron todos; sorprendentemente, a nadie le había extrañado lo más mínimo.

En la piscina ninguno de los asiduos supo dar cuenta de cómo ni de cuándo ni, mucho menos, de por qué aquel sujeto se había metamorfoseado en un pececillo de colores. El lugar lo frecuentaban jubilados un poco hoscos, niños con alguna deficiencia física en su hora de entrenamiento, y ciertas octogenarias dicharacheras. Todos sin excepción dijeron que no podía haber sido de otro modo.

La cosa, por lo visto, venía de lejos: el chico nadaba a diario 180 piscinas. Al principio eran sólo 40, pero le bastó un par de años de práctica disciplinada para alcanzar las 100 piscinas de un tirón, sin descansar siquiera un momento, ni tener que ajustarse el gorro ni las gafas. La gente creía que las hacía buceando. Era una verdadera máquina. .

Su familia tampoco se extrañó lo más mínimo cuando se le comunicó el suceso. ¿Cómo iban a alarmarse, si en casa todos sabían que, de mayor, el niño quería ser pececillo de colores? No un nadador profesional, no. Había oído bien: "pe-ce-ci-llo-de-co-lo-res". Su vocación se remontaba, de hecho, a sus sueños infantiles más lejanos. Quería apearse de la humanidad. Dejar de ser hombre cuanto antes. Dado que los médicos no tenían soluciones para su caso, que insistían en tachar de clínico, tuvo que tomar la decisión él solo, y ponerse a ello enseguida.

Si bien, al principio, nadaba sólo para evadirse, con los años aquello devino en vocación. El chico nadaba y nadaba horas enteras, mañanas y tardes sin descanso, sin detenerse. Ya por entonces tenía algo de pez. Incluso hubo un día en que tuvieron que advertirle de que llevaba toda la jornada nadando sin parar, y que tanto exceso no podía traer nada bueno. Al final, para no levantar sospechas, nadaba por la mañana en una piscina, por la tarde en otra y durante el corto horario nocturno en una tercera. Curiosamente parecía alimentarse de su pasión. Por las noches, como era de prever, soñaba que seguía nadando. Y así, un año, y otro, y otro más. Y el chico iba creciendo.

Su madre insistió en afirmar que aquello sucedía desde siempre, desde que el niño era niño. Por eso no les había sorprendido en absoluto. En realidad, hasta ayer mismo parecía hallarse feliz dentro de la pecera de reducidas dimensiones, situada en el tercer estante del armario, en el cuarto de su hermana. Ahora, su única inquietud procede de las pesadillas que le asolan de vez en cuando: sueña con la posibilidad de volver a despertarse, cualquier día, bajo la horripilante apariencia de un ser humano.
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lunes, 5 de mayo de 2008

La imagen reflejada

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El óvalo del rostro ha ido cediendo al paso de los años, a su peso, de ahí que los párpados aparezcan decaídos, descolgados, perplejos. En sus orejas, se aprecia la prolongación de ese preciso abatimiento de que os hablo, el triunfo de lo decrépito. También sus ojeras son profundas, perfiladas a lápiz con la crueldad de un pulso firme. La nariz, por el contrario, se muestra imbatible, como si la decadencia general no fuera con ella, recta y altiva, lustrosa. El ceño, fruncido; la comisura de los labios, torcida; el cuello, derrotado.
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¿Y qué decir de la expresión de la mirada? En realidad, parece como si, en una pirueta imposible, tuviera los ojos fijos en el horizonte de sus ojos, y el tiempo se hubiera vuelto de pronto arisco, viscoso.
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Afuera, en efecto, la disolución sigue su curso y el mundo se desrealiza un poco más, en un avance apenas perceptible.

miércoles, 30 de abril de 2008

El espejo de azogue

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Aunque sepa que la riña no va con él, no puede evitar sentirse implicado.
No está muy seguro de su papel, pero en cualquier caso ha decidido dar su opinión para que nadie cuestione sus buenas intenciones: "Yo sólo soy un pobre espejo antiguo", empieza a decir con la esperanza de llegar a captar, cuando menos, la benevolencia del lector. "Pero ya estoy cansado, harto, a decir verdad, de que ese uno y ese otro me atribuyan, sin venir a cuento, especulaciones, reverberaciones y hallazgos brillantes que jamás ha sido mi propósito reflejar, ni ahora ni en el pasado, y que discutan como salvajes, como si les fuera en ello la vida".
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"Me resulta humanamente imposible contentarlos a ambos. Sus desatados egos no permiten que ninguno quiera atenerse a razones, sólo la sugerente apariencia, cuyo brillo no puedo dejar de propagar, los seduce y convence.
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"Sabido es de todos que tengo un solo cuerpo de material bruñido por artesanas manos y mis aguas nítidas han buscado, desde siempre, reflejar la vida que acontecía ahí afuera con la mayor exactitud y fidelidad de que eran capaces, sin partidismos espurios, ni falsas lealtades de ningún tipo, sin prejuicios ni intereses creados que pudieran empañar mi servicio a la verdad y, con ella, al bien de los hombres.
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"Cuando fui creado, me dijeron que mi primer cometido consistía en reproducir la realidad sin pretender vanamente duplicarla, ni mucho menos suplantarla, deformarla o falsearla. Pero está visto que los deseos de un azogue viejo como yo de poco o nada sirven frente a las caprichosas voluntades de los hombres. De veras que lo lamento, no lo saben ustedes bien, pero las cosas se han revelado así: en verdad tan sólo alcanzo a ser espejo de la fortuna."

lunes, 28 de abril de 2008

La sombra del otro


Al tipo de siempre le ha dado por asomar las narices cada cinco minutos en el espejo del cuarto de baño. Se comporta como lo haría un poseso o un loco compulsivo. De pronto, lo recorre como si se hubiera vuelto cóncavo y fuera preciso hurgar en su interior. En alguna ocasión ha creído divisarme fugazmente, apenas unos segundos, pero eso le ha bastado para creerse con derecho a perturbar el frágil equilibrio que habito.
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Otras veces, me ha parecido incluso que me miraba convencido de ser yo el responsable de todos sus defectos, fracasos y hasta fechorías, lo que me ha inquietado de veras, pues hasta ahora había conseguido vivir despreocupado del mundo y de sus sombras, la mar de tranquilo, relativamente a gusto dentro de este espejo de aguas quietas que cuelga, magnífico, de la pared de un cuarto de baño emplazado al fondo de un largo y tortuoso pasillo, aunque a mí, su ubicación, nunca me haya importado lo más mínimo.
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Pero esta vez todo es distinto. El otro día, sin ir más lejos, me dio un susto de muerte. En realidad, no me he repuesto todavía. Eso sí, de resultas del accidente, ahora procuro asomarme sólo de vez en cuando y siempre que no oiga ruidos o la casa se encuentre en perfecto silencio. Me parece que a ese sujeto no le gustan los seres como yo. Sin duda es un mal bicho, un tipo vulgar y sombrío. Temo que un día se harte y decida desprenderse del espejo.

jueves, 24 de abril de 2008

El otro


Después de levantarse a la misma hora de siempre, fue vistiéndose con gestos automáticos. Primero se puso las zapatillas, luego el batín, y sólo cuando hubo anudado el cinturón, se encaminó medio dormido hacia el cuarto de baño. Situado al fondo de un largo y tortuoso pasillo, a mano derecha, mientras se dirigía hacia él con la parsimonia de todas las mañanas, sintió que tenía el cuerpo revuelto, pero no pudo averiguar si su incomodidad procedía de la boca del estómago o, más bien, de sus adentros.

Le bastó verse en el espejo para descubrir que ese señor que había enfrente no era él. Tras reconocer el susto reflejado en los ojos del otro, se asustó él también. Gritó, o quizá gritara el otro primero, no lo sabía a ciencia cierta, pero en cualquier caso fue un grito lo bastante ensordecedor como para desparramarse, insolente, por el estrecho hueco del patio de la escalera. Más de uno se estremeció al oírlo.

Cuando a la mañana siguiente el vecino del sexto B le preguntó en el vestíbulo si se había encontrado indispuesto, el otro dijo por toda respuesta que se había sentido algo mal pero que, gracias a Dios, ya se encontraba mucho mejor.

lunes, 21 de abril de 2008

Basta lo suficiente

Se miraron, se sonrieron, y ya no necesitaron más para caer enamorados hasta los tuétanos, es decir, "hasta lo más íntimo o profundo de la parte física o moral del hombre", según aclaración del DRAE leída por la pareja una tarde de lluvia y besos destilados a resguardo.

Si bien les bastó unas décimas de segundo para intuir el tumulto que se les venía encima, necesitaron toda una vida y parte de la eternidad para explorar los infinitos giros, saltos y recovecos que dicha pasión les tenía reservada.

De lo que descubrieron acerca de este espinoso asunto, mejor no hablar.

viernes, 18 de abril de 2008

La gallina escritora

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El escritor inquieto tenía que entregar antes de que finalizara la mañana la cuenta de resultados del mes anterior, pero no lograba concentrarse en los cálculos. Un ansia de creación irresistible le recorría el cuerpo por entero, impidiéndole el desarrollo de su cometido: como si se tratara de una pobre gallina impaciente por poner un huevo.
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Una gallina que hacía números en lugar de revolotear por el corral a sus anchas, y que recibía desde hacía tiempo las amonestaciones de un gallo desdeñoso y de unos compañeros de trabajo más interesados en exhibir sus plumas de pavo real que del buen funcionamiento de la empresa.
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Como no había modo humano de poner el ansiado huevo, la gallina escritora se dispuso a liquidar, con la mayor diligencia posible, las sumas y restas pertinentes. Pero de nada sirvieron sus desvelos. Al gallo le bastó verificar su esterilidad para apartarla del grupo y relegarla al cuidado de los polluelos. Ya sólo aspira a donar su cuerpo para que, en el mejor de los casos, elaboren con los despojos un buen caldo jugoso.
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lunes, 14 de abril de 2008

Homo neanderthalensis

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Aun cuando su rostro denote el cansancio de varias horas seguidas de parto, esta mujer de aspecto frágil y delicado, todavía joven, no se da por vencida. Sus rasgos son armoniosos, y aunque su mirada se haya vuelto vidriosa, las mejillas luzcan sonrojadas y las manos temblorosas por el esfuerzo continuado, su belleza permanece intacta. Desde el principio, no ha cejado un segundo en su empeño por dar a luz esa vida que se resiste a nacer.

Cuando lo consiga, un bebé "pelirrojo, de ojos hundidos y esqueleto robusto, arcos supraorbitarios resaltados, frente baja e inclinada, rostro prominente, mandíbulas sin mentón y gran capacidad craneal", según recogen las mejores enciclopedias al uso, romperá a llorar desconsolado, con un llanto crudo, desgarrador y primigenio a un tiempo, ante la estupefacción de la matrona y el personal sanitario, pues ese niño del pasado ha venido al mundo para convertirse, de golpe y porrazo, en nuestro futuro más inmediato.
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Niño neandertal. Foto de Ph. Plailly y Atelier Daynes, procedente del diario El País

jueves, 10 de abril de 2008

Pisos Cortázar


Estaba leyendo con absoluta entrega "Continuidad de los parques" cuando sonó el teléfono en la habitación contigua:
-¿Dígame?
-Buenos días, señor Pérez López. Le habla el servicio automático Pisos Cortázar. En nuestra campaña de promoción, ha sido usted seleccionado para pasar un fin de semana con los gastos pagados en cualquiera de los pisos Cortázar, que a continuación pasamos a relacionar. Con el objetivo de que usted pueda disfrutar, a solas o con los suyos, de tan insólita oferta, disponemos de un amplio catálogo de patios, torres, villas, terrenos, naves, obra nueva, lofts, masías, estudios, áticos, locales, solares, chalets, bajos, habitaciones y lonjas. De seguir interesado, pulse usted la tecla 1 tras oír la señal.
Pero el escuchador ha marcado el cero.
- Su selección ha sido guardada. Tenga en cuenta que la oferta no es acumulable. Así pues, el próximo fin de semana del 26 al 27 de abril le tendremos reservada una habitación con vistas a un hermoso parque. El dormitorio cuenta con baño, televisión y un saloncito de lectura. Si lo precisa, también puede hacer uso de nuestro servicio de catering a partir de media tarde. Pisos Cortázar le garantiza, asimismo, una total discreción con el empeño de ofrecerle un descanso seguro. Deseándole una feliz estancia en Pisos Cortázar, reciba usted nuestra más cordial enhorabuena.

domingo, 6 de abril de 2008

Primeras palabras

El bebé yergue temerario la cabeza, mira con ojos desorbitados los rostros bobalicones de pura satisfacción de papá y mamá, y se decide por fin: “ma-ma-ma-ma-pa-pa-pa-pa”.

Quizá pudiera resumirse la historia de la humanidad en esos torpes balbuceos. Jamás otros sonidos contuvieron en el curso de los siglos, ni lo cosecharán siquiera en venideros, tanta verdad.

El caso

Aunque la policía tacharía aquel caso de insólito, en realidad se trataba de un suceso trivial: la chica se empeñaba en apretar el paso, pero sólo conseguía con ello estar cada vez más cerca. Su insistencia en perseguirme por delante terminó siendo mortal.

viernes, 4 de abril de 2008

El abrazo


Cuando se fundieron en aquel abrazo, ninguno de los dos podía creérselo. Justo después de convertirse en un ser hermafrodita empezaron los terribles dolores de cabeza.
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Al placer, le sucedió el miedo y hasta algún arrebato de pánico. Superada la fase inicial de exploración del cuerpo ajeno, en adelante propio, llegó el turno a las interioridades, al descubrimiento íntimo del otro.
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No hubo nada que hacer. Fue inevitable. Desde entonces, ya no se quieren en absoluto.

La escultura es de Igor Mitoraj.

miércoles, 2 de abril de 2008

Una inclinación como otra cualquiera

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Al tipo aquel le había fascinado desde siempre meterse bajo tierra a la menor ocasión. O, al menos, esa impresión transmitía. Más de una vez, cuando niño, incluso se había hecho imprescindible la intervención de las autoridades para rescatarlo de algún barranco a vida o muerte.

Durante un invierno especialmente gélido, hacía ya bastantes años, corrieron rumores acerca de su persona sobre extraños accidentes que habían tenido lugar en depresiones, hoyos, túneles, cuevas y algún sótano de los alrededores. Nadie se explicaba, tampoco él mismo, a qué podía responder ese gusto manifiesto, casi imperioso, por permanecer escondido a toda costa. Al parecer, lo que más le gustaba era encerrarse en casa meses enteros sin ningún motivo, yacer medio embozado, a salvo de las miradas furtivas y recelosas de la gente, emboscado de la realidad.

Tras muchos años, sigue en las mismas. Quizá la única diferencia destacable consista en haber radicalizado sus gustos con la edad. No en balde, su fascinación hasta límites indescriptibles por la noche, la oscuridad, el silencio, y las sepulturas ha ido en aumento. En muy poco tiempo se ha vuelto, además, insufrible; ya sólo tolera, de hecho, la compañía de su fiel y amante esposa, la Condesa de Drácula.
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domingo, 30 de marzo de 2008

(En mi Bitácora secreta...

...os tengo una
pequeña sorpresa...
...Galardón
... Blog Brillante)

sábado, 29 de marzo de 2008

Breve compendio de la historia del hombre

A mediados del siglo XXI, cuando la presencia de los robots en la vida diaria del hombre posinternético todavía era una entelequia, los científicos más brillantes establecieron, sin solución de continuidad, la siguiente secuencia evolutiva:
Célula->pez->anfibio->reptil->mamífero->mono antropomorfo->hombre->humanoide.

Hoy, decenas de siglos más tarde, a punto de despedirnos de un siglo terrible e indigno, amén de espantoso y deleznable, y deseosos de iniciar un ILVII distinto, más próspero e inteligente, resulta cuando menos intrigante comprobar cómo aquellos seres endebles de siglos pretéritos no fueron capaces de prever siquiera nuestra implacable y paulatina involución de homo roboticus a homo reptilis.

Tras lustros de ensayos clínicos con resultados fiables, los neurocientíficos pseudohumanizados auguran para el infrahumano que está a punto de alumbrar el nuevo siglo un desplome absoluto y desolador.

En la actualidad, la secuencia evolutiva de nuestra especie se muestra, pues, como sigue:
Célula->pez->anfibio->reptil->mamífero->mono antropomorfo->hombre->humanoide->reptil.

Después de siglos de lenta y dolorosa deshumanización, tal vez nos hallemos a las puertas de su mismo exterminio. De seguir así, es probable que el pronóstico inmediato, todavía reservado, nos lance, en caída libre, a un vacío sideral auspiciado por la propia muerte, tan benigna siempre.
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viernes, 28 de marzo de 2008

Yo, el verdadero

Vale que el escritor llevase una mala racha desde hacía meses, que no tuviera nada lúcido que contar, falto de inspiración, del más mínimo consuelo; pero aquel suicidio había sobrepasado con creces todas las previsiones, sospechas y rumores que circulaban en torno a su crisis de creatividad.

Arropado en el lecho de muerte, el cadáver sostenía un papel arrugado en el puño izquierdo. El inspector jefe de policía pudo leer las siguientes líneas:

"Toda mi obra es un maldito plagio del otro. Escribo lo que me dicta alguien que desconozco y que, por supuesto, no soy yo. Alguien que se alimenta de mis experiencias y reflexiones, que me roba mis sueños más secretos, que hasta se acuesta con mi mujer. El otro me ha usurpado la vida sin que yo me quejara ni una sola vez.
Yo, el verdadero, tan sólo soy un impostor, un pobre diablo.
No podía soportarlo más tiempo. Disculpen mi debilidad de tantos años."

viernes, 21 de marzo de 2008

La literatura o la vida

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El escritor metódico buscaba por todos los medios convertir en literatura cualquier atisbo de vida que cayera en sus manos. Tanto se acostumbró a realizar estos trasvases, que hasta llegó a desarrollar un sexto sentido en el que su cuerpo hacía las veces de órgano principal. De este modo, si veía una película que le agradaba, su organismo captaba la información de interés como lo haría una antena al absorber las ondas electromagnéticas; si hacía sol o llovía, auscultaba el exterior con la precisión de un termómetro; si estaba disgustado, se lanzaba a escribir prosa satírica; si en cambio se levantaba omnisciente o soñador, le venían a la cabeza, respectivamente, versos ditirámbicos o alejandrinos divididos en dos hemistiquios, según la ocasión.

Escribía, en suma, con el empeño secreto de dar vuelo a una vida que adivinaba demasiado aburrida. O tal vez, lo hiciera, no estaba muy seguro, para ahuyentar la muerte. O quizá, sencillamente, para ganarse el aprecio y el respeto de sus conciudadanos. En realidad, no tenía la menor idea de por qué escribía. Por lo general, el atribulado escritor solía espantar la cuestión de un simple manotazo, aunque otras veces no era capaz de alejar de sí ni siquiera el vuelo rasante de una mosca.

Aquella mañana era justo uno de esos días; el bendito escritor andaba, pues, tristón, con el ánimo alicaído. Una duda le rondaba la cabeza de manera insidiosa: de ser cierto que escribía para vivir mejor, y de ahí la necesidad de trasladar al papel cualquier aliento vital, ¿qué sentido tenía, entonces, convertir esa ganancia en nuevo desvelo? A lo mejor resultaba que escribía por pura necesidad, por un extraño amor a la literatura. ¿O sería a la vida?

miércoles, 19 de marzo de 2008

El tiempo

...
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En realidad, poco puede hacerse para no sentirlo.

Uno puede irse a nadar
a correr
a comer
a soñar
pero al cabo
deberá detenerse. Y entonces,
si está verdaderamente dispuesto
sentirá
mal que le pese,
sus pasitos pasos,
una y otra vez
muy despacio
yendo y viniendo
de acá para allá
de arriba abajo
y vuelta a empezar:
boca arriba
boca abajo
mal que le pese
sus pasitos pasos
sentirá
a veces, acelerados
armoniosos, las menos
huidizos, las más.

Sólo a ratos
si se concentra
logrará
acompasarlos
cuesta arriba
con el sol que se esconde
cuesta abajo
con la luna que asciende.

Pero sólo a ratos,
o en sueños.
En realidad, poco puede hacerse.

Esta entrada la saqué ayer en mi otro blog (Punto y seguido). Dado que ejerce de bitácora secreta, pensé que no le iría mal aparecer por duplicado, como si se tratara de un eco -o un bucle- en el tiempo...

martes, 11 de marzo de 2008

Sujeto a la tierra

Aquel eremita vivía retirado del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León; dispuesto a purgar las pasiones del mundo que lo mantenían sujeto a la tierra, con el fin de poder ascender a un estado superior de comunicación con Dios, fuera de toda carnalidad perentoria y ruin.

Una pequeña lacra obstaculizaba, sin embargo, la consecución de tan ansiado logro: el pobre ermitaño no aparentaba ser ni especialmente joven ni especialmente viejo, ni muy alto ni muy bajo, ni demasiado gordo ni demasiado flaco. En puridad, tanta medianía empezaba a resultar un verdadero fastidio.

De natural contentadizo, al tercer mes de purgación se dio por vencido. No le quedó más remedio. El mismo Dios en persona no vacilaría en desahuciarlo cuando le llegase su hora. Y todo, por falta de ambición.

jueves, 6 de marzo de 2008

Volatineros

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Cuando el payaso se decidió por fin e hizo acopio de todas sus fuerzas para dedicarle una tímida sonrisa a Gilda, la bella amazona, ésta se la devolvió por cortesía, como era natural que ocurriera, pero sin dejar de tener puestos sus pensamientos en el trapecista; fascinada como estaba ante aquel doble salto mortal que su amado solía ejecutar cada tarde, hubiera o no función.
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El acróbata, por su parte, sólo tenía ojos para los saltos y cabriolas de "La niña del trapecio", según él, "ligera como un ángel", aunque es preciso decir que, por aquel entonces, ignoraba la costumbre de la joven de visitar tras los ensayos, y por espacio de media hora, al domador de leones, un austríaco de largos bigotes enroscados, seducido hasta la médula por el bueno de Pierrot, quien andaba, a la sazón, enamorado perdido de la Luna.
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De este modo, mientras los habitantes del Circo "La Gran Ilusión" muestran cada noche bajo la carpa sus diferentes habilidades y ejercicios, harto complicados; la rueda de la fortuna que es la pista permite a estos saltimbanquis alimentar sus propios anhelos en los ojos esperanzadores de los niños, quienes, desde tiempos inmemoriales, abarrotan las gradas a cambio de unas risotadas.

jueves, 28 de febrero de 2008

El desmemoriado, 4

De pequeño podía vérsele, cada mañana a la hora del desayuno, pintando con sus lápices Alpino hermosos paisajes de horizontes infinitos, para orgullo de su madre. Hacia los siete u ocho años de edad, se acostumbró a salir todos los veranos a primera hora de la tarde a cazar mariposas con sus amigos o a lanzar piedras en el estanque, con el secreto afán de creerse invencible por un día.

Allá por la adolescencia, cuando alcanzó por fin los catorce, se enamoró perdidamente de su profesora de literatura. A los dieciséis le ocurrió lo mismo con su profesora de matemáticas. A los diecisiete, le tocó el turno a María, una jovencita del lugar de ojos rasgados y hermosa cola de caballo. Su especialidad eran las risas.

Ya de mayor, tras convertirse en un respetable contable y eficiente tecnócrata que ocupa sus horas en recibir a sus compañeros de juegos y hasta, en alguna ocasión, a su antigua profesora de matemáticas, no puede dejar de preguntarse cuándo fue que la vida dejó de rasgar el viento con su cola de caballo; por qué motivo las mariposas fueron apedreadas de forma tan risueña; cómo llegó a perderse el infinito, la promesa de un atardecer de colores Alpino.

martes, 26 de febrero de 2008

Verdadera naturaleza

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Cuando era niña le gustaba morderse los labios hasta provocarse llagas; las uñas hasta el límite mismo de rompérselas; los dedos hasta hacerlos sangrar.

Ahora que es ya mayor le gusta pintarse los labios para redefinirlos; las uñas para aumentarlas; los dedos, de negro tiznado, para devolverlos a su verdadera naturaleza de bruja piruja.

jueves, 21 de febrero de 2008

Meme de las palabras raras

Maripuchi, en un despliegue de actividad insaciable (debe de ser, ahora mismo, quien más memes hace y deshace dentro de la blogosfera), me ha mandado uno de letras, curioso y divertido donde los haya. Según aclaración de Mari, «esta vez, hay que buscar en Google cinco palabras raras para ver cuántas veces aparecen en este blog. Para ello, se abre Google y se escribe “palabra site:www.misitio.com”».
Lo dicho.
Una servidora, que es muy obsesiva, ha sentido curiosidad por muchísimas palabras. Vean, vean: .
Resultados:
1. Mega: 120.
2. Micro: 12. (Lógico que se le cayera el 0)
3. Microrrelato: 131.
4. Acaso: ¡125!
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Lo anterior me ha llevado a buscar otros sinónimos y términos parecidos, a saber:
1. Quizá: 13.
2. Quizás: 4.
3. Tal vez: 24.
4. A lo mejor: ¡42!
5. Duda: 33.
6. Incertidumbre: 1.
7. En fin: ¡80!
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Aunque se trataba de proponer tan sólo cinco palabras raras, me he quedado enganchada buscando las voces más inverosímiles y caprichosas que mi mente, no menos caprichosa, tenía a bien recordar. Por supuesto, he sacado las conclusiones pertinentes.
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Y como despedida: cuatro (no, cinco) más:
1. Sueño: ¡8!
2. Memoria: ¡6!
3. Olvido: ¡5!
4. Amor: 133.
5. Muerte: 21.
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PS: Se lo paso a quien quiera recogerlo (al mundo mundial); en realidad, a todo aquel que esté dispuesto a llevarse una sorpresa (¡o un susto!)

sábado, 9 de febrero de 2008

El ángel de L'Orangerie

Para Juan Eduardo Zúñiga
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Las manos un poco vueltas hacia atrás, como escondiendo la corona de laurel que seguía sujetando; los pies absolutamente humanos, y desnudos, como la mirada. Así mismo la descubrió aquella primera vez en que andaba paseando, distraído, por los jardines versallescos del Palacio de Sanssouci, en las afueras de Potsdam, liberado -al fin- de sus preocupaciones de trabajo.
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Le bastó divisarla a lo lejos para saber que nada había cambiado. Aunque la estatua seguía tan bella como siempre, no pudo evitar sentir cierta desazón ante el abandono en que se hallaba. No entendía por qué los conservadores del parque la habían descuidado tanto. De proponérselo, podrían haberle limpiado de impurezas su fina piel de bronce, su rostro y mirada melancólica. Únicamente aquel pie delicado mantenía su juventud, como si no hubiera cejado un momento en el empeño por alcanzar el suelo.
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Ya cuando estaba a punto de marcharse, pudo apreciar que las demás esculturas que rodeaban el estanque, dos a cada lado, permanecían intactas, casi relucientes en comparación con el ángel. Y entonces lo supo. Sólo el tiempo, sus estragos, se había compadecido de ellos. No era casualidad, pues, que ambos compartieran un mismo corazón envejecido. De bronce puro, por más señas.

jueves, 7 de febrero de 2008

El desmemoriado, 3

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El pobre infeliz no recordaba ni una sola línea del discurso que debía pronunciar en el salón de actos de una reconocidísima universidad de prestigio. Falto de tiempo, optó por salir al escenario, sonreír amablemente a quienes presumía que eran las autoridades competentes, e improvisar un discurso magnífico que hilaría de principio a fin sin que le temblara la voz, en buena medida gracias a su dilata experiencia de escritor, y a sus innumerables recursos de viejo zorro.

Apreciadas señoras y señores; ilustres autoridades académicas, señaló convencido, estoy encantado de encontrarme aquí esta noche, sin duda feliz, frente a tan insigne público. Aunque no sea exagerado afirmar que poseo una memoria prodigiosa, no quisiera esta vez aburrirles con relatos fatigosos de recuerdos lejanos, por todos conocidos. Por el contrario, nada me satisfaría más que poder contar con el testimonio erudito y fundamentado de los profesores pertenecientes a esta ilustre casa, por lo que quisiera invitar, desde un principio, a los miembros académicos sentados en la primera fila a que suban al estrado y me brinden su inestimable compañía, sabia y grata por igual. Será para mí un placer conversar con ellos de forma distendida sobre cuantos asuntos crean convenientes. Espero que esta noche tan deliciosa como festiva les resulte de merecido provecho. O, cuando menos, ojalá esta charla improvisada sea, para ustedes, digna de recuerdo.

Estimado público, en breves minutos daremos comienzo al acto sin más preámbulos, una vez nos hayamos acomodado como es debido...
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sábado, 2 de febrero de 2008

Harmonia mundi

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Se asomó un segundo a la barandilla y no tardó en divisar un amasijo de peces de colores a punto de devorarse los unos a los otros; en absurda lucha por la existencia. No salía de su asombro. Se suponía que aquel estanque estaba allí, en aquel emplazamiento privilegiado a las afueras de la ciudad, para distracción y deleite de ancianos y niños, pero no. En lugar de divisar hermosos peces de colores nadando en armonía, le pareció atisbar, espantado, a sus mismos compañeros de oficina, disputándose la promesa de un ascenso seguro a quien se mostrase más audaz. La visión gelatinosa de esos cuerpos en frenético movimiento terminó por marearlo.

Ser un pez que boquea y se resbala. Estar siempre tropezando con los otros, con sus cuerpos burbujeantes y fríos, impermeables a cuanto no satisfaga sus deseos inmediatos, se dijo. El lunes, a primera hora de la mañana, presentaría su dimisión. De forma irrevocable, además.

martes, 29 de enero de 2008

El desmemoriado, 2

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En aquel pueblecito costero vivía un señor que un día se había levantado sin recordar apenas nada de su existencia. Pese a todo, cada tarde solía ir al bar de la esquina para reunirse con sus amigos y charlar un rato. Lo más probable es que se acordara del camino porque había celebrado esos encuentros infinidad de veces, casi a diario, desde que fuera un simple muchacho. De joven había viajado a la capital en un par de ocasiones, sin tener jamás verdadera necesidad ni ambición de abandonar su pueblo natal, ni siquiera por motivos de trabajo. Al no tener familia ni parientes cercanos, vivía solo desde hacía algún tiempo, en compañía de sus fantasmas y gatos.

Los médicos le aseguraron que se trataba de un caso insólito de amnesia, muy parecido al que solían experimentar ciertos aventureros y exploradores del XIX en sus largas travesías por el desierto, hecho de olvidos caprichosos e intermitentes, de alucinaciones intensas. Los días en que vislumbraba el contenido volátil de su desmemoria, eran festejados en el bar por sus amigos entre grandes risotadas.

Por extraño que parezca, los frecuentes olvidos no le impedían llevar una existencia de lo más corriente. Además de cocinar y ocuparse de la casa, era capaz de cumplir con sus obligaciones con absoluta normalidad. Huelga decir que solía emprender todas esas actividades de buen grado, incluso con un deje de entusiasmo. Si en cierta ocasión algún malicioso se había atrevido a preguntarle por qué parecía siempre tan contento y relajado, él se encogía de hombros por toda respuesta. De costumbres fijas, cada atardecer podía vérsele en el cenador cruzando inmensas dunas de arena finísima, los ojos soñadores; otras veces recogiendo el desorden de la casa para poner a salvo algunos enseres que habían quedado desperdigados durante la última tormenta.
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domingo, 27 de enero de 2008

El desmemoriado, 1

Para José María Merino

Aquel hombre andaba por la calle con las manos en los bolsillos; el gesto contrariado y algo pesaroso, la tarde entera por delante sin tener nada que hacer. Pensó que, tal vez, si iba al bar de la plaza, se toparía con su buen amigo de la infancia, que acaso podrían charlar un rato juntos. Pero de pronto cayó en la cuenta de que no recordaba el nombre de aquel amigo tan leal. A decir verdad, tampoco lograba acordarse de cómo se llamaba el bar. A punto estaba de sufrir un ataque de ansiedad cuando se percató de que ni siquiera recordaba su propio nombre. Lo libró del síncope el hecho de olvidar enseguida el comportamiento natural de quienes padecen un acceso agudo de angustia. Antes bien, era la viva estampa de la felicidad. Tranquilo al fin por sentir un peso tan ligero sobre los hombros, en realidad no sabría decir qué clase de carga sobrellevaba, se dirigió, el paso decidido, hacia el lugar donde creía que estaba su casa.

Despido inminente

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Tras ser expulsado de la empresa, el chico deambulaba de aquí para allá sin ánimo de hacer nada; malhumorado e irritable; sin entender todavía el enfado del director. Que Eva le gustara no lo creía razón suficiente para recibir un castigo tan desmedido, tan sin contemplaciones. En realidad, le parecía injusto y cruel, propio de un alma despiadada, se decía para sí. No lograba comprender por qué su vida había cambiado de forma tan radical por el solo hecho de haber saboreado aquella fruta madura, si al fin y al cabo lo hizo a escondidas, con total discreción. Cierto que en horario de oficina estaba terminantemente prohibido acercarse a las chicas, charlar con ellas y reír, pero él había demostrado hasta la fecha una capacidad de trabajo, una fidelidad y obediencia, un respeto, en suma, que de pronto veía despreciados y pisoteados sin la menor consideración. No tenía sentido... A menos que, ahora caía en la cuenta, al jefe le gustara Eva tanto como a él.
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Resignado, cogió la chaqueta y, sin más preámbulos, se encaminó hacia la puerta de atrás de los grandes almacenes, abandonando para siempre El Paraíso.
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miércoles, 23 de enero de 2008

El escritor novel

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El afanoso escritor se afanaba por evitar las repeticiones sin lograr evitarlas. Con el paso de los años y el aumento de sus desvelos, creyó que podría mejorar su estilo si conseguía pulirlo. En adelante, escribiría con la sobriedad, sencillez y precisión de la lengua clásica, pensó, con su misma propiedad. Quería llegar a un público amplio. Años después, y viendo que los lectores seguían sin acercarse a su obra, decidió cambiar de estrategia. A lo mejor, se dijo, bastaba guiarse por la excelencia, emparentar sus escritos con el mejor estilo áureo español, con su bella y preciada retórica. Hizo dedos componiendo sonetos a la manera de Quevedo y de Góngora, aunque pronto tuvo que abandonar ese estilo alambicado, impropio de un talento mudable como el suyo.

Rondaría los cuarenta el día en que renunció al delicado arte de la poesía para dedicarse a la prosa poética. Tampoco resultó extraño que al cumplir los sesenta abandonara, por falta de fuerzas, el cultivo del teatro y del ensayo, tan estimados en otros tiempos, cuando seguía siendo un joven prometedor. A los ochenta se limitaba a esbozar algún que otro aforismo. Cinco años antes había desechado, por demasiado extensa y digresiva, la novela.

En la actualidad sólo escribe de vez en cuando breves párrafos, seducido por esa distancia media que supone garabatear unas pocas líneas. La duda y la incertidumbre rigen por entero su vida de escritor. Algunos aseguran que ha empezado a conquistar el difícil arte del microrrelato.
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sábado, 19 de enero de 2008

De una tienda antigua en Shöneberg...

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Un maniquí blanco viste de blanco, los brazos desnudos y lechosos, en un escaparate de la ciudad. Junto a él, otro maniquí negro, piel, zapatos y bolso a juego, muestra su impaciencia por salir. Como si quisieran aprovechar el letargo de las calles nocturnas para estirar un poco las piernas. Es crudo invierno.

Me paro un momento a observarlas y todavía consigo cazar al vuelo algunos retazos de su conversación.
-Ten cuidado, no te resbales... -comenta la primera mujer frente a la puerta.
-Espera un segundo, enseguida estoy lista -le responde su amiga.
Me ha sorprendido que compartan un mismo modelo de bolso. La escena me parece misteriosa y natural. Les saco una foto que me sirva de prueba y recuerdo.

En Berlín, las noches son frías y oscuras como en pocas ciudades. También son muy hermosas. Ellas lo saben, así que -tras sentirse descubiertas- se han lanzado a la calle, camino de Eldorado. Ambas comparten esa belleza trasnochada de las cosas envejecidas desde siempre. Es ya de madrugada cuando estas mujeres de fibra de vidrio se alejan de la mano, calle abajo. Persiguen sueños de músicas antiguas que sólo hallarán en aquel viejo local situado en la Motzstraße, envuelto, a estas horas, en sinuosas volutas de humo.
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jueves, 17 de enero de 2008

Todo lo demás

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Él conservaba de sus años jóvenes una barba desaliñada; ella vestía con exquisito gusto, llegando al extremo de cuidar su imagen de forma obsesiva.
Aquel hombre prefería atender, en cambio, la terraza de su casa, un verdadero jardín poblado de flores de todas las especies y procedencias. Los rosales que trepaban por la rugosa pared eran su mayor orgullo. Por otro lado, la mujer era capaz de cocinar las mejores recetas de su abuela paterna, no le gustaba en absoluto la soledad, y vivía desde hacía tres años con un gato. ..Fue casualidad que ambos frecuentaran aquella casa de comidas. Tras coincidir a menudo los viernes a la misma hora, pasaron a saludarse y, ya con el tiempo, a sonreírse con timidez. Los comensales del lugar no se extrañaron lo más mínimo el día en que ambos decidieron compartir mesa y manteles. Entonces, eran jóvenes y ante sí el futuro se desplegaba incierto y dichoso.
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En el momento presente en que escribo, él conserva su misma barba y desaliño; ella su preocupación por la apariencia y sus dotes culinarias. Siguen juntos. Claro que lo único que ha cambiado es todo lo demás.
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domingo, 13 de enero de 2008

Cruce de caminos

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No le basta, para empezar, que el semáforo esté en verde. Debería poder cruzar la calle pero no encuentra el modo. Que el viento sople tan a favor podría desorientarla. Por otro lado, también es cierto que apenas nadie notaría el cambio a estas horas desacostumbradas de la noche, cuando las gentes yacen en sus casas, felices por lo general, inconscientes al cabo en el calor de sus refugios. Aun cuando sepa que basta un leve movimiento, no consigue dar ese primer paso heroico, capaz de conducirla a un segundo, responsable de un tercero, que termine por depositarla con cuidado al otro lado. Hoy tampoco puede.

Tras ajustarse los guantes y recomponerse la falda, gira sobre sus talones y se dirige a casa, el paso decidido, dispuesta a refugiarse en el sofocante abrigo que da la inconsciencia. Tal vez mañana amanezca un nuevo día.

martes, 8 de enero de 2008

Luminosa oscuridad

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La tarde declina. Cree que si se queda un rato más, empezará a sentir frío, de tanto silencio como se escucha. Al fin se decide y extrae del bolso, medio a tientas, una cámara de fotos diminuta. El sol se va perdiendo por los surcos de la noche hasta que los árboles detienen su sombra. A estas horas, sólo pasean ya algunos turistas. Quisiera enfocar la cámara para perseguir la luz en movimiento. Saca varias fotos; se abriga. Cuando recoja sus pasos, será noche oscura.

lunes, 7 de enero de 2008

La edad provecta

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Permanece a oscuras en la habitación. Hace pocos meses que se ha quedado viudo pero él no se hace a la idea ni piensa hacérsela. Afuera, todavía es verano. Con la mirada perdida y la persiana baja, descubre de pronto que sus brazos desnudos tantean la oscuridad como si fueran los de un pobre viejo.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Poética

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Aquella mañana Microrrelato se sentía deprimido. Tras despertar, comprobó ante el espejo con disgusto que su nombre era demasiado largo para una naturaleza tan concentrada y compacta como la suya. Sin duda le habría ido mucho mejor si sus padres le hubieran llamado Micro desde el principio. Estaba convencido de que, con ello, se habría evitado buena parte de los malentendidos que seguían dándose de forma recurrente en su fantasiosa y libresca vida, tan literaria por lo demás.

Microrrelato se sentía, desde hacía ya algún tiempo, desconcertado y confuso. ¿De dónde sacaba el común esa manía de querer confundirlo, cada vez que hacía su aparición en público, con un chiste dudoso y vulgar? Otras veces, en cambio, preferían tomarlo por cualquier ocurrencia que la gente tuviera a bien referir; sin detenerse a pensar un minuto si con ello ofendían su sensibilidad extrema.

Microrrelato se sentía, según era previsible que ocurriera, profundamente dolido. Estaba cansado de gritarle al mundo que él no era en absoluto ni un cuento ni mucho menos un poema en prosa, aunque por supuesto guardaba ciertas características comunes con aquéllos, tales como la revelación del primero y la intensidad del segundo. Le ponía furioso que lo trataran como si fuera un género menor. Tampoco le gustaba que lo considerasen un maldito haikú.

Micro se sentía, en fin, tan pesaroso ese día, que se convenció de que acaso lo más sensato fuera esperar la llegada de la primavera antes de volver a salir a la calle. Así, y con el objetivo secreto de proteger su integridad, aquella misma tarde decidió emboscarse entre las páginas de un libro todavía en proceso de elaboración.

Horas después, mientras la joven que escribía a diario exhibía sobre el papel, sin el más mínimo pudor, su naturaleza desnuda, hecha de hibrideces y mixturas de todo tipo, Micro no pudo menos que reconocer la solemne tontería de haber querido mantenerse sano y salvo a toda costa. Como si la vida no terminara por colarse siempre.

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domingo, 16 de diciembre de 2007

Sísifo

Llega a casa, se descalza deprisa y empieza a desvestirse con la impaciencia de quien hace rato que desea apearse del trajín de un día complicado en la oficina. Las prendas de su traje de ejecutiva van quedando esparcidas sin orden ni concierto por las diversas habitaciones del piso. Luego, se desmaquilla frente al espejo -el rostro desencajado, el cuerpo tenso todavía-, con la misma profesionalidad con que lo haría un payaso tras la función. Cuando por fin se ha desnudado, se encamina hacia el baño y se da una ducha.

Inmediatamente después, y con el ánimo algo más recompuesto, se dirige aprisa a su cuarto para emprender de nuevo la difícil tarea de levantar, de apuntalar incluso, el desbaratado edificio de su identidad: primero se calza las zapatillas de dormir y, a continuación, se pone el pijama. Antes de acostarse, se prepara una cena frugal.

A medianoche, cuando el silencio se vea interrumpido tan sólo por los latidos de su corazón, soñará una vez más que vuela alto y lejos, como un maldito pájaro, igual de pertinaz.

martes, 11 de diciembre de 2007

La depuradora

Sabe que mientras se mantenga consciente, no tiene nada que temer. De eso está seguro. Además, basta probar de qué somos capaces para ver hasta qué punto un hombre, una mujer, pueden resistir bajo condiciones adversas. Luego, intuye, ya sólo queda esperar, descubrir en qué momento, de existir ese momento, empieza la deshumanización, el desmayo. Hoy mismo le han asegurado que iban a quitarle el alma. Será cuestión de segundos, le han dicho. La máquina se encarga de todo. Ella sola aspira en un santiamén toda la porquería que haya podido almacenar durante los últimos decenios, con la confianza de devolvérsela, tras los reajustes necesarios, limpia y reluciente. Así pues, en cuanto acaben, se la devuelven; sólo necesita, en realidad, unos pequeños retoques. Unos segundos de nada, le han dicho.

Ya empieza a sentir los primeros síntomas. El cable al que permanece conectado lleva chupándole la sangre varios minutos, o eso diría, con la precisión implacable de que sólo es capaz una sanguijuela mecánica. También diría que empieza a nublársele la vista y a sentir mucha sed; a nublársele también el entendimiento y la memoria. A lo mejor le falla la memoria. Siente hambre, miedo y sueño, y de nuevo hambre. Tal vez más hambre de la que pueda sentir jamás. Lo más probable es que no pueda soportarlo, o eso habría dicho si pudiera. En realidad, el proceso está a punto de completarse; no ha ido del todo mal, pero ¿qué pasará cuando dejen de administrarle el suero? ¿Cómo creen que soportará el dolor, la vida, un alma pura? Él no se atrevería a jurarlo, pero lo cierto es que lo han engañado. Sin memoria, me moriría, habría dicho si pudiera.

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(sE LO EnDOso a fREia. Puedes ver las instrucciones de este meme en casa de Leg, Maripuchi, Frilanser o Scout.)

sábado, 8 de diciembre de 2007

Al abrigo de las letras

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El escritor esforzado se escondía tras la retórica hueca de las palabras. Así, en lugar de decir "ese día el sol brillaba como nunca", optaba por "los rayos esplendorosos bañaban el ínclito día como si fuera la primera vez". Estaba convencido de embellecer con ello la realidad. De igual modo, creía que cuanto más adornados aparecieran sus escritos, mayores éxitos literarios obtendrían.
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Por su parte, el lector cursi era un gran admirador del escritor mencionado. En esencia, no sólo se refugiaba en los textos de su autor preferido como una forma de hallar consuelo, sino que además los creía capaces de mejorar el mundo circundante, de perfeccionar al mismo ser humano. Acaso no sea preciso decir que amaba la oratoria, la dialéctica y los versos esdrújulos.
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Un buen día el azar quiso que los pasos del animoso escritor se encontraran con los del lector trasnochado. No lograron reconocerse sin embargo. La coincidencia de pasear por la misma calle, a la misma hora, les pareció un dato demasiado vulgar para ser tenido en cuenta. Por otro lado, que pudiera existir una correspondencia perfecta como la que les unía iba a servirles de bien poco. Cuando tuvo lugar el tropiezo, y antes de seguir su camino como si tal cosa, ambos intercambiaron unas breves palabras:
-Imbécil, le dijo el poeta.
-Desgraciado, le contestó su lector más fiel.
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sábado, 1 de diciembre de 2007

La disolución

Aquella mujer todavía hermosa permanecía a su lado con la esperanza de que la vida se enderezara de una puñetera vez, deseando, temiendo, que el presente en que se les había embarrancado la existencia tuviera, no pudiera tener, los días contados.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Meme del escritorio

Leg arguye, en su defensa, que lo de endosar este meme en concreto, y que consiste nada menos que en mostrar-la-imagen-propia-de-nuestro-escritorio-privado-de-trabajo-del-ordenador-personal, "no es [en absoluto] curiosidad, lo prometo, es sólo un juego"...

Una servidora, como es muy confiada, se lo cree todo de pe a pa, esto es, a pie juntillas, de ahí que haya colgado la imagen al desnudo, sin aderezos ni otros adornos que pudieran distraer la inestimable atención del voyeaur de turno (¡ups!, quise decir del lector).

Sin iconos ni otras zarandajas (en la acepción nicaragüense de "vestido estrafalario", que documenta nuestro sapientísimo DRAE), así viste y calza mi escritorio:

Lo cierto es que me hubiera encantado trasladar este meme juguetón a nuestro resistente fustigador, pero para mi asombro, esta vez nos ha hecho los deberes (sin que sirva de precedente), así que se lo endoso al escurridizo Nán, a ver cómo se las arregla para sortearlo, que yo no he sabido...

PS: A lo mejor me cambio la imagen del escritorio por esta otra. ¿Os gusta? ;-)

domingo, 25 de noviembre de 2007

En-sueños

(I)
Cuando despertó, la vida era sueño.

(II)
Soñó que soñaba una vida de ensueño, de tan maravillosa y dulce como se le representaba. Tras despertar de ese primer viaje profundo y misterioso que le había dejado tan entusiasmado, le deprimió descubrir que la cruda realidad se agazapaba a la vuelta de la esquina, dispuesta a abalanzarse sobre él y arrabatarle todas sus ilusiones. Al despertar por completo de sus sucesivos sueños, descubrió con horror que...

(III)
Su mayor pesadilla fue no despertar nunca más.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Determinismos

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Si hubiera estudiado Arte en vez de Filosofía, Pedro habría terminado trabajando como restaurador de obras artísticas para el museo de El Prado. Si en lugar de haber cambiado de ciudad, se hubiera quedado en Madrid, un día a la salida del trabajo, de camino a un conocido restaurante del centro, habría tropezado con María, lo que le habría dado pie a disculparse y, claro, entablar conversación, además de ofrecerle el taxi que estaba a punto de coger. Si, como decimos, cambiar su ciudad natal por Valencia le impidió tropezarse con quien seguro habría terminado convirtiéndose en su esposa; tras la decisión de mudarse tropezó de igual modo–en fin, era consustancial en él dicho accidente- pero lo hizo con Sonia, a la salida del teatro, una mujer muy guapa, cierto, aunque sin el encanto de María.
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De acuerdo con esta caprichosa ruleta que es la vida, Sonia, con quien en efecto llegaría a casarse, no sólo aprendería a cocinar, andando el tiempo, unas paellas deliciosas, de chuparse los dedos, sino que además le daría tres hijos estupendos: Miguelito, María (pura coincidencia) y Mónica. Así las cosas, cada vez que este esforzado profesor de Filosofía en un instituto de las afueras de Valencia, invitara a comer en su casa a los colegas, todos ellos sin excepción se refugiarían de la falta generalizada de disciplina en las aulas en los efluvios deliciosos de la paella que su mujer iba a prepararles, por lo común, cada primer domingo de mes.
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Hoy en día, tras estudiar Filosofía, haberse casado con Sonia y comer a menudo, junto a su familia y allegados, una paella de rechupete, no puede evitar sentir de vez en cuando una punzada de nostalgia por un futuro inexistente que jamás llegará a conocer.
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lunes, 5 de noviembre de 2007

Un absurdo perfecto

Juan y Lucas son hermanos gemelos. Cuando llegue el momento, el primero se decantará por el estudio de las Ciencias Naturales, mientras el segundo es probable que manifieste una clara inclinación por la Filosofía en general y las Letras en particular.

Más tarde, cuando la Naturaleza se lo dicte, Juan se enamorará perdidamente de María, una joven rubia, alta y delgada, pianista de vocación aún en ciernes, pero de enorme talento en un futuro próximo, es decir, dentro de unos diez o doce años, que es el tiempo que la chica precisa para obtener el aplauso y el reconocimiento debidos. Lucas, por su parte, amará y será correspondido por Manuel, compañero suyo de trabajo en un periódico de prestigio, en donde todavía no sabe que entrará a trabajar como jefe de la sección de Cultura. Manuel lo hará poco después en calidad de responsable de las páginas de Economía.

Cuando ambos alcancen los 40 años, Juan y Lucas sentirán un vacío interior que les empujará sin remedio a separarse el uno y a divorciarse el otro, aun siendo idéntico el resultado. Que ambos lo hagan al mismo tiempo será sólo una maldita casualidad. Con hijos a su cargo y hartos de vivir solos, terminarán sus días juntos, como si alguna vez hubieran sido buenos hermanos, y lo harán por un sentido práctico de la existencia, esto es, para compartir gastos. Diez años después, tras darse cuenta de que no pueden vivir con un desconocido, por muy hermano gemelo que sea, lamentarán en un rapto de lucidez haber abandonado a sus respectivas parejas. También en esto, por desgracia, estarán odiosamente de acuerdo.

Y dejo aquí esta historia. Confío en que el paciente lector comprenda mi decisión. Si os soy del todo sincera, debería confesar que antes de interrumpir el relato de forma tan abrupta, llegué a la conclusión de que sus destinos empezaban a resultar demasiado vulgares, por conocidos... A lo mejor incluso consideráis que he sido un tanto cruel con sus vidas. Tal vez estéis en lo cierto y me haya excedido, no lo niego. En cualquier caso, sirva como disculpa que la presentación verosímil del mundo se me hizo de pronto cuesta arriba. Se trataba de describir la vulgar realidad sin tapujos, el absurdo perfecto que nos define y, de golpe, perdí el interés.

jueves, 25 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la J

José Jiménez justificaba a Juan Giménez porque, aunque le jodiera, ambos eran jerezanos, justamente de Jerez de la Frontera. Aparte de ser buenos jinetes, a menudo se jactaban de saber cortar el jamón como genios; generalmente a rodajas. Luego se lo jalaban con los brazos en jarras. (Justo es decir, a modo de ejemplo, que la filología del DRAE fija y recoge que "en Jerez, [una jarra es, por semejanza, un] recipiente de hojalata, de doce litros y medio de capacidad, que sirve para el trasiego de los vinos en la bodega."). Ambos eran, además, juiciosos jueces de genealogía jesuítica.

Si bien Juanillo se había juntado con una japonesa siendo muy joven, a José jamás le había parecido justo que se hubiera agenciado un ejemplar del otro género tan original, ni tampoco que su generosidad hacia una mujer con jambas de junco, gesto de jirafa y ojos de jaspe terminara generándole una jaqueca tan enojosa. El origen: Mijo, la gentil japonesa, tomaba jarabe en dosis ingentes con el objetivo de que dicho agente le dejase bailar una jota con la misma energía con que lo haría una pareja de jíbaros.

Para más inri (jolgorio o regocijo ajeno, como si dijéramos), Mijo usaba gel de baño a base de gelatina, esto es, de colágeno de tejido conjuntivo, y aunque sin duda amaba la jardinería (en su jardín de naranjos germinaban todos los junios y julios unos geranios ejemplares), no era, ni de lejos, de la jet...

(Por si el lector nostálgico anda escaso de juicio, dejo sentado que este micro es un homenaje a La cantante calva, de Eugène Ionesco...)

martes, 16 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la I

Incluso siendo inexperta, indagaba en los historiales incansable, intrigada por el inaudito giro que habían adquirido de improviso sus investigaciones. Inés intentaba historiar un hito inconmensurable: la irradiación del intelecto iluminado en los hindús más impuros e infelices. Desde el mismo instante de su ingreso en la India, había sido incapaz de ignorar esa irradiación incesante; incontenible, como digo, en los individuos más indigentes.

¿Y si Dios existía al fin?, se había interrogado a sí misma, inquieta hasta lo indecible. Sus indagaciones iban a significar un inconveniente insoslayable para la Iglesia. Indirectamente, para salir airosa de la lidia, insistía, inquisitiva, en inventariar los intelectos más ignotos, las irradiaciones más interesantes.

Si bien sus inferencias la inclinaban a dilucidar sus inquietudes hacia el sí, finalmente la Iglesia se había interpuesto indiferente, sin impedimento ninguno a su ingente influencia. Tras el litigio, sus ideas serían ignoradas, a juicio de la Diócesis, por irracionales e irrespetuosas, en principio con el fin de insuflar ingratitud en los espíritus más impertinentes. Implacable en su impunidad, la Iglesia se había limitado a identificar las tesis de Inés con ideologías infernales de siglos invictos. En el íncipit del impreso se decía que el obispo del distrito filipino iba a ser investido in partibus infidelium.

miércoles, 10 de octubre de 2007

La vida según el alfabeto: la H

Era Hilario un historiador heterodoxo, harto holgazán y huésped habitual de "La Hacienda". Hace apenas unas horas ha sido ahorcado en La Habana tras husmear sus habitantes en la habitación del hombre, y hallarle un hobby horrible: el susodicho hechizaba al resto de los huéspedes del hostal a base de hierro, hierbabuena y algún hierbajo, además de hipnotizar y hacer hibernar con híbridos de su cosecha al hipocondríaco de la habitación OCHO, un hombre de hechuras hercúleas, en absoluto hosco, de gran humanidad.

Han sido los hombres más humildes quienes, al verlo huir sin huella de honradez, tan deshonestamente, lo han humillado ahorcándolo. Ahora es el hazmerreír de los habaneros.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

¿Liebre o tortuga?

El día de la carrera las cosas transcurrían según lo previsto: mientras la liebre saboreaba una espléndida mañana de sol tumbada a la bartola, la tortuga avanzaba paso a paso, tozuda y pertinaz.

Al cabo de un rato, al nervioso animal le entraron unas ganas injustificadas de echarse a dormir. "Está visto que, en cualquier caso, tiene que ganarme la tortuga, se dijo entre sueños. Si mi vida es disipada y feliz, la del aburrido ovíparo es esforzada y pesarosa. Sea, pues", sentenció.

Tras despertar de su sueño, y conforme a lo establecido, la liebre se encaminó hacia la meta, donde iba a fallarse el famoso premio, pero algo la distrajo de pronto. En una pradera cercana, le pareció ver a la mismísima tortuga tomando un atajo. ¿Cómo era posible?

Pillada en falta (más de uno pensará que donde menos se espera, salta la liebre), la tortuga se justificaba una y otra vez: "No digas nada, no me delates. Tú sabes que debo ganar para que los niños más lentos tengan futuro. Anda, no me fastidies el día".

Y aunque no estaba previsto que la tortuga actuase con tanta doblez, no pudo evitar compadecerse del anciano reptil. Desde entonces, la liebre concede el triunfo a la tortuga en todas las carreras de fábula en las que coinciden.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Dudas existenciales (M)

Veinte, diecinueve, dieciocho, cuando acabara la cuenta atrás se decidiría de una vez por todas, diecisiete, dieciséis, no podía seguir así, sin saber por qué hacía las cosas, quince, catorce, trece, no iba a dejarse engañar, doce, once, tampoco arriesgaba nada. Diez, nueve, ocho, siete, sintió miedo, seis, cinco, cuatro, dudó, tres, dos, tuvo pánico. Uno, cero, se desmayó.

martes, 18 de septiembre de 2007

El penitente (Mic)

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Después de entrar en su casa todavía nervioso, y dejar el maletín tirado de cualquier modo, pudo quitarse finalmente el abrigo, los guantes y la bufanda. Buscaba aligerar la angustia que lo ahogaba. Sin mediar palabra con su reflejo, pasó a desvestirse a toda prisa hasta quedar en ropa interior frente a un espejo empeñado en burlarse de él. Nada, todo en vano. Desnudo, sentía la misma angustia de antes.

Entonces optó por afeitarse la barba. Pensó que acaso de este modo lograría rebajar un poco esa imagen de ejecutivo agresivo de la que se había sentido tan orgulloso en otro tiempo. Como era previsible, tampoco sirvió de nada.
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En aquel preciso instante, decidió pasar a la acción. Tras rasurarse la cabeza, el pecho y las piernas, abrió el cajón de la cocina y, cuchillo en mano, empezó a despellejarse con la misma facilidad con que pelaría un plátano maduro. Le sorprendió no sentir dolor más allá de la consabida presión dichosa bajo el pecho. Insistió una y otra vez; tampoco hubo manera.
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Cuando apenas le quedaba ya una tira de piel bajo el glúteo izquierdo, creyó atisbar en el abismo más profundo de sus adentros una pequeña porción de luz. Por fin comenzaba a sentir un poco de alivio. Pero se equivocaba una vez más. La arremetida feroz de los remordimientos lo empujó a no vacilar en su labor de seguir pelándose como una cebolla. No cejó hasta convertirse en la viva estampa de la muerte.

En su epitafio, una mano irónica escribió poco después lo siguiente: «El consuelo es la verdadera recompensa de los justos».
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lunes, 17 de septiembre de 2007

Comentario al Quijote de un desocupado lector (Micro)

Para Alberto Blecua
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Al principio, cuando apenas había leído unos cuantos capítulos de la primera parte, el atento lector estaba convencido de que ese ser escuálido y botarate, además de justiciero, capaz de empresas tan disparatadas como tiernas, lograba trascender sus fracasos gracias al espíritu fabuloso con que emprendía cada una de sus acciones.
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Sólo tras haber concluido la lectura del libro, pudo perfilar algo más la idea que le rondaba: en realidad, al caballero le había bastado ser para seducirnos desde el fracaso. Vino, vio y fue vencido, como si de un vulgar emperador se tratara. Y triunfó, cabría añadir, convirtiendo su caída en mito.
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martes, 4 de septiembre de 2007

Rutinas (Microrrelato)

En el acto de planchar su blusa preferida, no podía evitar sentirse repetida por el eco de miles de personas realizando la misma tarea. Cada vez que conducía, se veía multiplicada por los numerosos coches que formaban el atasco. Igual efecto experimentaba al ducharse, cuando andaba por la ciudad o se acostaba con algún hombre. En realidad, nada de lo que hiciera le parecía dotado de sentido, hasta que de pronto se encontraron.

Desde entonces, planchar se ha convertido en un acto rutinario, aunque ineludible, que ella realiza sin chistar para estar más guapa. Tras concluir su jornada de trabajo, conduce con el corazón en un puño sorteando el inevitable atasco para darse cuanto antes una ducha reparadora. Una vez en casa, y si todavía le queda tiempo, sale a comprar al supermercado de la esquina un par de botellas de buen vino.

Aunque no le preocupe demasiado dejar a medias estas obligaciones, no está dispuesta a renunciar a la rutina de acostarse con el mismo hombre.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Ulises (Microrrelato)

Cruza las piernas y, en ese leve movimiento, logra atraer unas cuantas miradas. Ahora se ha puesto en pie para ajustarse mejor la falda. Lleva un escote no muy pronunciado, pero sí lo bastante como para retener la atención del grupo. Acaso haya cosechado algunas miradas más. Tras pasear un rato por el estrecho pasillo sin poder disimular el ligero balanceo de sus caderas, decide volver a su asiento; por supuesto, ninguno de sus admiradores ha dejado un segundo de observarla.

Cierto que, en casos como éste, pasajeros y tripulación suele aprovechar cualquier circunstancia para entretenerse, pero también es justo reconocer que esta mujer tiene algo especial. Sin ser hermosa, es evidente su atractivo. Cuenta con esa edad en que las mujeres se ponen muy guapas. Debe haberse dado cuenta de que, para entonces, éramos legión los que estábamos mirándola, pues enseguida ha decidido poner a salvo su escote.

Pero ya era tarde. De pronto, su público entregado, yo entre ellos, hemos empezado a pedirle, a implorarle casi, que no fuera tan desdeñosa. Por suerte, no se ha hecho de rogar, consintiendo en darse otro paseo. Ya luego, casi de inmediato, ha ocurrido el accidente.

Tras el aterrizaje forzoso, y sólo cuando el avión se hallaba a salvo de las olas, he podido asistir a algunos pasajeros. Algo distraído, me ha parecido apreciar, apenas un instante, el rastro espumoso de una cola de sirena perderse entre las aguas.

Leyenda (Microrrelato)

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La joven de largas trenzas miraba arrobada aquel extraño cuadro, perteneciente a una de las colecciones de arte más bellas del lugar. Era la cuarta vez que recorría la misma sala, con la ilusión de desvelar su misterio, sorprendida y hasta temerosa del poderoso influjo que había ejercido desde el principio aquella desconocida pintura, en apariencia de escaso valor, si bien de subyugante fuerza expresiva. Se trataba de una obra compuesta apenas por unas pocas pinceladas de color sobre un fondo simbólico, como si remitiera a otra dimensión.
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En el transcurso de los días, la joven de las trenzas mostró siempre ante la pintura la misma actitud de ensimismamiento. Hacía su aparición en la sala a las siete de la tarde y, acto seguido, apretaba el paso hasta colocarse frente a aquella, no sabría cómo llamarla. Todavía desconocía que aquel cuadro sin título ni referencia alguna iba a ejercer sobre ella la misteriosa atracción de que sólo es capaz la realidad más precisa y rotunda, aun cuando estuviera hecha de ficciones y ensueños.
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Dos días después, cuando la exposición tuvo que seguir el itinerario previsto, la chica enfermó. ¿Podía alguien enamorarse de un cuadro? Desde aquel mismo instante en que ya no pudo tenerlo cerca de sí, su ánimo mudó por completo. A cada rato, suspiraba la joven por la fuerte añoranza que sentía.
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Muchas fueron las exposiciones que se sucederían a lo largo de su vida. En ninguna, sin embargo, logró la mujer de trenzas plateadas hallar de nuevo, con la precisa rotundidad de antaño, los colores tornasolados de aquel paisaje idílico e inalcanzable, lamentablemente de autor anónimo.
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Años más tarde, en su lecho de muerte, la anciana pudo reconocer, en los albores del nuevo día, las brumas de ensueño de aquel paisaje lejano. Cuando las gentes del lugar fueron a amortajarla, no hallaron su cuerpo.
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sábado, 25 de agosto de 2007

Identidades en fuga (Microrrelato)

Cada vez que el autor se dispone a escribir, pacta con el narrador que le representa que interprete sus anhelos, con el fin de dar forma narrativa a cuanto hasta entonces sólo había sido un amasijo de ideas y sentires.

De igual modo, cada vez que el narrador se decide a poner por escrito las ideas dictadas por el otro, no es extraño que sienta su identidad amenazada ante lo que considera un abuso de autoridad, circunstancia que lo fuerza a traicionar a su homólogo, según aprecia y reconoce el mismo autor.

Desde entonces, y en justa correspondencia, los autores han adoptado la sabia costumbre de negar la veracidad de cuanto relatan sus narradores, sin que logren, la mayoría de las veces, conciliar sus respectivos pareceres. Así las cosas, mientras el autor tiene que conformarse con la ficción del reconocimiento público, el narrador logra realizarse tan sólo sobre el papel.

jueves, 9 de agosto de 2007

Lugares comunes (Microrrelato)

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Tras vencer sus últimos recelos, se acercó a ella para decírselo.
–Te quiero desde el primer día en que me miraste con fijeza, le espetó, contrariado por haber recurrido a un tópico que siempre le había parecido ridículo. Si te lo digo así, tan de golpe, casi sin venir a cuento, es porque veo difícil que volvamos a vernos. Y aunque pueda parecerte cruel, necesitaba que lo supieras. En fin, carraspeó sin poder despegar los ojos del suelo, avergonzado por su atrevimiento. Perdóname por haber sido tan torpe. No pretendía molestarte.

Después de unos angustiosos segundos de silencio en que se sintió incapaz de mirarle a la cara, oyó que ella pronunciaba su nombre con ternura.
–No te preocupes, dijo para tranquilizarle. En realidad, lo sabía desde hace tiempo, añadió. ¡Cómo no iba a saberlo si tus ojos me lo decían a cada rato!, dijo por quitarle trascendencia a la situación. Tampoco ella supo prescindir de un lenguaje amoroso lleno de lugares comunes.

–Te recordaré siempre, soltó él por toda respuesta, algo agobiado ante tanta trivialidad.
–También yo, se atrevió a confesarle ella en justa correspondencia.

Y como ya luego sólo les quedaba darse media vuelta y tomar cada cual su camino, prefirieron no decirse nada más, de tan abrumados como estaban. Incluso hubo un momento en que estuvieron a punto de besarse. Les faltó, sin embargo, el valor necesario. O acaso fueran las palabras.
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sábado, 4 de agosto de 2007

La definición (Microrrelato)

Aun cuando el diccionario se afanara en concretar, con la mayor precisión posible, el término en cuestión, lo cierto es que no conseguía despejar sus dudas. “Que no tiene ni puede tener fin ni término”, revelaba la primera acepción. Tras prescindir de la segunda y de la séptima por ser demasiado inexactas (“Muy numeroso o enorme”, y “Excesivamente, muchísimo”, respectivamente), se detuvo unos instantes en la tercera propuesta: “Lugar impreciso en su lejanía y vaguedad”, aseguraba ésta; y a continuación aparecía el siguiente ejemplo: “La calle se perdía en el infinito”. Aunque al principio estuvo a punto de desecharla, enseguida se dio cuenta de que acaso se trataba de la acepción más certera de todas.

Ya más tranquila, siguió releyendo para sí, pero sus dudas surgieron de nuevo al toparse con las acepciones matemáticas: “Valor mayor que cualquier cantidad asignable.” Y más adelante: “Signo (∞) con que se expresa ese valor”. Así pues, por un lado se afirmaba que el infinito estaba más allá de cualquier cantidad asignable, y por otro que su valor podía expresarse mediante un signo. Tras reflexionar unos minutos más, se dio cuenta de que se hallaba igual de perdida que al inicio.

¿Era tangible, o no, el dichoso infinito?

miércoles, 11 de julio de 2007

Ocho al cuadrado (Meme)

Como he visto por ahí que es costumbre eso de actualizar los posts, cosa que yo hago constantemente, he creído oportuno reenviar esta actualización sin meme a fustigador y a garib, por si les apeteciera devanarse los sesos. Se trataría de seguir la estructura que aplica una servidora en el meme de más abajo. Al bueno de garib vamos a dejarle que nos haga un meme al cubo; faltaría más... (Si nán tuviera blog, también se lo habría mandado. ¿Tienes?) El resto lo dejo en vuestras manos.

domingo, 8 de julio de 2007

El gigante Enanón (Microrrelato)

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El pequeño gigante se sentía pesaroso y abatido. ¿Cómo iba nadie a temerlo, si ni siquiera era capaz de parecer un gigante de verdad? Por muchas serpientes y conejos que se zampara, seguía sin alcanzar la altura a que lo obligaba su condición, y ¿cómo pretendía asustar a nadie con esas medidas ridículas?
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Para más inri, el gigante Enanón estaba enamorado. Su padre le había dejado bien claro que, ante todo, debía hacerse fuerte y alto como un roble para poder atemorizar a cuantas princesas lograran subyugar su ímpetu y ferocidad, pero muy pronto no sólo se descubrió a sí mismo enano y cabezón, falto de las debidas proporciones, sino que cometió el lamentable error de enamorarse perdidamente de la princesa Principesa, bella entre las bellas, amén de muy alta.
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Principesa solía pensar que Enanón no era un gigante de verdad; pero en lugar de sentirse afortunada, lloraba como una niña malcriada a la que le hubieran torcido el gusto. ¡Ella quería para sí un gigante cruel y violento como los había a cientos en fábulas y cuentos! ¿Qué era eso de que a su reino le hubiera correspondido un gigante enano incapaz de raptarla como era debido? ¿Cómo osaba ese trozo de carne con patas privar a una princesa de su alcurnia y condición del ansiado rescate que debía llevar a cabo sin más tardanza el añoradísimo príncipe azul? A decir verdad, es probable que el susodicho estuviera a estas alturas pasándolas moradas, de tanto esperar una ocasión que no acababa de presentársele...
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Pero como no hay pena que cien años dure, un día, cansado de languidecer y de permanecer postrado hasta la exasperación, el gigante Enanón se echó un cubo de pintura azul por encima y, en un alarde de osadía y temeridad, subió al caballo de esa guisa y se encaminó al castillo de la princesa Principesa, su amada y desdeñosa señora.
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Viendo que un caballero azul pedía audiencia a tan inoportunas horas de la noche, lo hizo pasar de inmediato. Y como era tanta su ansia por ser raptada o salvada, que ya empezaba la pobre a hacerse un lío, cayó rendida ante su halo resplandeciente de caballero recién pintado.
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Ni que decir tiene que los futuros infantes serían altos como la princesa Principesa y cabezudos como el gigante Enanón. Por supuesto, comieron perdices. Lo de la felicidad es ya otro microrrelato.
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viernes, 6 de julio de 2007

El sol del membrillo (Crítica de cine)

Hoy me marco un post vulgar y corriente; nada de microrrelatos... ¿Aceptáis una remomendación? Id corriendo al videoclub más cercano (si es que todavía queda alguno allá por donde viváis), y cogeos El sol del membrillo (1992), de Víctor Erice. Lo mejor es que la veáis solos (aunque también puede uno verla entre amigos, eso sí: siempre y cuando hayáis pactado de antemano guardar silencio durante la misma).

Es una película estupenda por muchas razones: en primer lugar, porque en ella vemos el empeño infructuoso del pintor Antonio López intentando atrapar la luz del sol a una determinada hora del día sobre un membrillero; imagen ésta que el pintor se empeña en traspasar a un óleo sin poder llevarla a cabo. Pero, sobre todo, porque en ella podemos observar en vivo a un artista afanándose en una labor que le da sentido pleno a su vida, y quizá sea esa visión tan desnuda del acto creativo lo que merezca que corráis a ver la peli.

A lo largo de su desarrollo, un documental estupendo, me maravilló sobre todo la tranquilidad del pintor a la hora de resignarse sin más ante la imposibilidad de su proyecto. ¡No se enfadó siquiera!, después de pasarse ya no semanas, sino meses, persiguiendo esa idea sutil de plasmar la luz sobre los membrillos. Así, al principio, tiene que hacer frente a días de tormenta y lluvia en los que apenas si sale el sol, pero después resulta que los frutos están demasiado maduros y arquean las ramas del árbol con su peso, por lo que el pintor se propone "corregir" su cuadro actualizando su pintura como si de una fotografía se tratase.

¿Por qué lo hace?, os preguntaréis. Pues porque busca reflejar la belleza perfecta de la realidad de ese membrillero que plantó él mismo en el jardín de su casa. Nada más y nada menos. Y para no traicionar esa belleza que empieza a decaer pero que no por ello deja de serlo, decide "corregir" su cuadro mientras pueda. Para ello, se vale de la ayuda de unas marcas blancas que traza él mismo sobre los frutos, y que van indicando el sucesivo decolgamiento de cada membrillo... (Increíble, ¿verdad?) Sólo cuando los membrillos empiecen a caer al suelo, abandonará Antonio López el proyecto del óleo para abordar otro distinto.

El segundo proyecto es, por tanto, ya del todo humano: una vez asumida la voluntad implacable de la naturaleza, siempre más fuerte que la del hombre, qué duda cabe; decide trazar ahora al carboncillo un dibujo del árbol con los pocos frutos que aún le quedan, aunque si lo pienso mejor, creo que ni siquiera se trata de un carboncillo, sino de un simple dibujo a lápiz... Toda una poética, la suya, de la vida y del arte, ¿no os parece?

Si tenéis la suerte de no haberla visto todavía, ¡que la disfrutéis!

jueves, 5 de julio de 2007

Ocho (Meme)

1. Un rasgo de carácter: Aunque tiendo al escepticismo, resulta que en realidad soy más alegre de lo que aparento. (Sin llegar a ser la alegría de la huerta, claro está).
2. Una confesión: Desde Berlín, ciudad en la que resido, me acuerdo mucho de mis sobrinillos (de 6 y 2 años, respectivamente) y de mi abuelo (a punto de cumplir los 91). El caso es que siempre me he llevado muy bien con los niños y los mayores. A lo mejor es porque me gusta su manera de ser: su naturalidad y frescura. Su rotunda sinceridad.
3. Si hablamos de virtudes, la lealtad me define en buena medida. Si de defectos, la tozudez.
4. Un desahogo: Wenn ich ein perfekt Deutsch sprechen könnte, wäre ich total froh...
5. Un secreto: Me encanta escribir (aunque no sé si esto sería más bien un secreto a voces).
6. Un anhelo: (Seguir escribiendo...) ¿Que fuéramos todos más generosos y buenos?
7. Un deseo: No hacer sufrir a nadie. Vivir en paz.
8. Un temor: No conseguir mis anhelos y deseos (ya sé que he hecho trampas...)
Coda final: Besos.

lunes, 2 de julio de 2007

La ducha (Microrrelato)

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Puso el pie dentro de la bañera y sintió el suelo más helado que de costumbre. Luego metió el otro pie y corrió la cortina para no pasar más frío de lo normal. Era temprano. Abrió el grifo y el agua empezó a caer tras un pequeño borboteo. Primero se quemó, luego se heló y al cabo volvió a quemarse. Hasta que no hubo cerrado y abierto el grifo varias veces no consiguió regular el agua. ..
Mientras ésta caía con fuerza, su cabeza se despejó de toda animadversión. Cada vez que se frotaba con la esponja, sus temores disminuían de modo perceptible, así que cuando terminó parecía haber perdido dos centímetros de miedo y tres kilos de malos presagios. Asombrada por los extraños poderes de la ducha, creyó que la existencia en conjunto, llegado el momento, acaso fuera susceptible de transformarse de forma tan radical y súbita como su cuerpo acababa de hacerlo, pero al salir del baño y ver que la habitación del hotel era la de siempre y que el hombre con el que había pasado la noche, el mismo desconocido de cada noche, su optimismo se evaporó.
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Tras alcanzar con la mano la toalla y envolver con ella su pelo castaño, fue secándose sin prisa mientras, al otro lado, los ronquidos del intruso iban en aumento.
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sábado, 23 de junio de 2007

El lago (Microrrelato)

Se zambulló en el agua con la alegría de haber deseado ese baño toda la mañana. Apenas si había gente en la orilla. Cuando hubo nadado un rato, alcanzó a oír el eco lejano de unas risas infantiles, mientras el sol refulgía en lo alto, amo y señor de ese particular paraíso de arenas semidoradas.

Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.

Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.

Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.

viernes, 22 de junio de 2007

Vanitas (Microrrelato)

Todo en él reflejaba una naturaleza brillante y prometedora pese a su probada juventud: así, poseía una altura intelectual poco común, un saber fundado y razonado de las cosas, y una facilidad de palabra que, por lo general, solía servirle para ensalzar su ingenio, aun cuando a menudo la utilizara para proyectarse sobre los demás desde una superioridad cuyo brillo le complacía en extremo. Por supuesto, también solía hacer gala de un humor y una simpatía irresistibles.

Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.

domingo, 3 de junio de 2007

El hogar (Microrrelato)

Mario y María tenían el feliz empeño de vivir juntos desde hacía ya algún tiempo. Tal y como estaba previsto que sucediera, un día decidieron mudarse al piso de Mario con el fin de probar qué tal les iba la vida en común. Por descontado, ambos se habían propuesto mantener sus respectivos hogares por si las moscas; esto es, por si se daba el caso de que el experimento no saliera conforme a sus deseos.

Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.

Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.

Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.

¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El mejor árbol del mundo (Microrrelato)

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Cuando hubo terminado de leer El barón rampante, se fue corriendo hasta el bosque más cercano para encaramarse al único árbol sobre el que podría sentirse a gusto durante las próximas horas de la tarde. Le habría encantado poder emular al protagonista y quedarse a vivir en la espesura el resto de sus días, pero tiempo atrás había descubierto, no sin pesar, la insalvable frontera que separaba la ficción de la realidad, y por entonces nadie le había ofrecido siquiera la oportunidad de pasarse al otro lado. Así las cosas, le bastó permanecer allí en lo alto, con el libro en el bolsillo y la luna de compañera, para sentirse a salvo el resto de la tarde.

sábado, 14 de abril de 2007

Envite (Meme)

Resulta que mi amigo garib me ha tendido una trampa. Sin creer demasiado en estas cosas (comparto el parecer de fustigador), pensé que igual podía funcionar como juego. Ahí va, pues, el retrato robot de mi persona "deconstruida"...

Si fuera un mes: cualquiera. El tiempo, su bondad, es siempre subjetivo.
Si fuera un día de la semana: ídem.
Si fuera un momento del día: igual.
Si fuera un planeta: mercurio o venus. O la luna, lugar que a veces habito.
Si fuera un animal: una pulga o un elefante, pues me gusta tanto lo minúsculo como lo rotundo.
Si fuera un mueble: una silla.
Si fuera un líquido: un buen whisky con agua o hielo.
Si fuera una fruta: todas las dulces o agridulces: un pomelo, quizás.
Si fuera un instrumento musical: una flauta o un violín.
Si fuera una canción: las que se inventaba mi abuelo cuando era niña.
Si fuera una comida: italiana, japonesa, catalana, aunque también podría ser vasca, castellana, o gallega. Qué sé yo.
Si fuera una parte del cuerpo: los ojos, que todo lo expresan.
Si fuera un objeto: un pisapapeles o una gema.
Si fuera un árbol: un olmo, del que se dice que da buena sombra, o un sauce llorón.
Si fuera una materia de estudio: la literatura.
Si fuera un número: el 8 porque si lo tumbas, es infinito.
Si fuera un coche: ninguno, no me gustan.
Si fuera un color: el verde o el azul.
Si fuera una ciudad: Berlín.
Si fuera un mar: el Mediterráneo mismo.
Si fuera un idioma: el castellano, el catalán, el inglés, el alemán...
Si fuera una flor: la rosa o el tulipán.
Si fuera un verbo: ser.
Si fuera una estación: véanse las tres primeras entradas.
Si fuera una prenda: un pañuelo para el cuello, un guante.
Si fuera un cuadro: Picasso, Miró, Kandinsky...; los dibujos de Lorca.
Si fuera un monumento: artístico.
Si fuera un país: extranjero.
Si fuera un lugar: un locus amoenus.
Si fuera un deporte: la natación.
Si fuera un integrante de un grupo: The Cure, y un poco de Marilyn Manson, por aquello de provocar...

lunes, 9 de abril de 2007

La vida según el alfabeto: la G

Corregiría una generación entera de graves Gramáticas Generativas, arguyó, aunque igual consiguiera una grandeza mayor si alguien como él, de una gravedad y gentileza tan exiguas como agrestes, generase algunas Gramáticas Generales para Vagos, garantía segura de un gesto genial, genuinamente generoso para con sus iguales. ¡Agregaré las reglas de todas las gramáticas!, gesticulaba grandilocuente. Guillermo no quería engañarse: para gozar con el cargo, no tenía gana de gobernar a disgusto, sino de dirigir a un grupo de gente que le protegiera y agasajara por igual. Para Guillermo, el halago era el garante de todos los riesgos. Por lo general se guiaba bajo esos argumentos, pero un día perdió el sosiego: Esto de generar gramáticas es un galimatías, se dijo tragándose una galleta. Y mientras se atragantaba, vio cómo se ahogaban sus más graves designios. Desde entonces, ya no genera gramáticas. Tan sólo le enorgullece prolongar con desagrado su disgusto antes que pergeñar algo que le distraiga.

viernes, 6 de abril de 2007

Prosopopeya (Microrrelato)

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Las flores son un buen ejemplo, pensó. Las ves quietas como estatuas, rodeadas de esa extraña belleza hecha de eternidades imposibles, pero en realidad su deterioro interno no descansa un segundo. A fin de cuentas, su secreto es ese precisamente: parecer eternas en plena decadencia, o justo cuando apenas si se manifiestan los primeros signos de un deterioro seguro, de una decrepitud capaz de embriagar como un hechizo.
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En efecto, cómo no me había dado cuenta antes si en el fondo es algo evidente, siguió barruntando para sí el poeta: el esplendor de que están hechas no puede ignorar la podredumbre que las corroe por dentro. Sólo la eternidad del tiempo en que viven las muestra engañosamente perfectas. Una belleza caduca y frágil, la suya, es cierto. Sólo una apariencia. Un hechizo, su belleza, del todo absurdo; tan caduco, en verdad, como los ojos que lo contemplan, reconoció, para sus adentros, ensimismado.
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Y acto seguido, cogió el estilete que descansaba encima de su escritorio y se abrió las venas del brazo derecho en un acto de desesperación perfectamente orquestado. ¿Qué futuro podría alcanzar jamás la belleza caduca de unos versos?, había advertido. Y tras pronunciar estas palabras, se dispuso con dignidad a que el sueño de una muerte perfecta lo abrazara al menos para siempre.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"