miércoles, 31 de mayo de 2006

Tríada

No sabría decirles cuál de los tres casos siguientes me ha producido mayor estupor: si la quema en un cajero de Barcelona de una vagabunda confiada por parte de un grupo de niños bien (descerebrados), un caso evidente de ensañamiento bárbaro según se desprende de las imágenes contenidas en la grabación llevada a cabo por la entidad bancaria (¿recuerdan American Psyco de Bret Easton Ellis, o La naranja mecánica de Kubrick?); si el descubrimiento azaroso por parte del casero del cadáver de una mujer, creo que inglesa, relativamente joven aún, de unos 55 años, debido al impago del alquiler durante tres largos años; o si la muerte por inanición -de nuevo en Barcelona- de una señora de edad semejante a la anterior que fue encontrada en su piso del Raval con apenas 33 kilos de peso.

A propósito del primer fallecimiento, se descubrió luego que esa mujer desvalida -mero objeto de burla y distracción de sus asesinos-, había trabajado como secretaria o administrativa en una empresa; del segundo, se dijo que la señora cuya compañía nadie parecía echar de menos era, por lo visto, una mujer con familia. Aun así, su desaparición no fue denunciada por sus hermanas, ni a nadie escandalizó demasiado que, junto a su cuerpo, yacieran esparcidos por el suelo la bolsa de la compra y unos cuantos regalos navideños, también ellos cadáveres.

El último caso se ha revelado, si cabe, como el más espeluznante: la señora que murió de hambre había sido, durante su juventud, una estrella del porno de cierto renombre, pero además convivía con una madre de 92 años incapaz de valerse por sí misma y con un hermoso hijo de 35, funcionario de la Generalitat. Se trataba de un militante "más o menos conocido" dentro de las filas de ERC que se había significado en diversas reivindicaciones y manifiestos ocasionales, y para cuya lista por la circunscripción de Barcelona aparecía como aspirante a diputado número 70, si no me falla la memoria. Un "adolescente eterno", en palabras certeras de un vecino que lo conocía. En realidad, un "desalmado patriota", por decirlo según su propia lógica.

lunes, 22 de mayo de 2006

Barcelonistas (Microrrelato)

Desde el inicio del partido, creyó que la ciudad se despoblaba a marchas forzadas, que muy pronto nadie en su sano juicio estaría deambulando sin rumbo por sus calles. Un silencio opaco se había apoderado de la urbe. Si te lo proponías, podías incluso llegar a oír el susurro impercepible de los árboles; a decir verdad, un sordo latido, no demasiado audible al principio, empezaba a dejarse sentir cada vez con mayor fuerza.

Recordaba haber cruzado la avenida deprisa, sin fijarse en los semáforos. De los agujeros infectos de algunos bares, se percibía a las claras el rugido atronador de los televisores a todo volumen. Menos mal que, por el momento, el Barça no había marcado todavía. De lo contrario, la ciudad habría empezado a celebrar un éxito apenas esbozado.

Deseó para sus adentros que su equipo perdiera por una vez. Lo deseó con todas sus fuerzas. Al fin y al cabo, la situación empezaba a cobrar unos tintes molestos, anormales incluso. Sus vecinos y conciudadanos, su familia y compañeros de trabajo, todos por igual, parecían enajenados de un tiempo a esta parte. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Acaso no le creyeran, pero la primera vez que sospechó sobre la naturaleza del fenómeno que se avecinaba, faltaban sólo 24 horas para que se celebrase el encuentro.

¡Qué no debían estar haciendo ahora! -había exclamado poco después, visiblemente sobrecogido, tras marcar el primer tanto el Arsenal (en realidad, no pudo evitar imaginarse a su jefe fuera de sí, berreando como solía hacer ante el balance de resultados de cada mes). Se asustó un poco. Aunque había procurado sonreír, por quitarle hierro al asunto, al fin se decidió y apretó el paso... Y luego, estaba aquello, algo sin duda difícil de entender. ¡Pero cómo explicarlo!

Tras marcar el Barça el primer gol, recordaba que la ciudad había eclosionado en un estallido repleto de violencia y espanto. No fue, sin embargo, hasta el segundo que los barcelonistas más fanáticos habían empezado a disiparse al unísono, a ver que sus propios cuerpos se desvanecían en una nebulosa fantasmal, de tan gaseosos como se revelaron. ¡Caso más extraño no se había visto! Al tiempo que la entregada afición desaparecía sin dejar rastro de su antigua existencia, la ciudad recuperaba el antiguo vigor de sus años más vivaces.

Los supervivientes, felices ciudadanos al fin, decidieron tomarse el fenómeno como si de un aviso para navegantes se tratara. Con la templanza que da saberse los elegidos, optaron sabiamente por correr un tupido velo y no volver jamás a mencionar el caso. En adelante, fue conocido entre los historiadores como "La Terrible Disipación". Ni que decir tiene que el susodicho bautizo se realizó con suma cautela y secreto. Bastó que el tiempo neutralizara los temores desatados, la inevitable alarma social, para recuperar poco a poco la normalidad perdida, alterada ya para siempre.

De proponérselo, aún hoy cualquier investigador curioso podría rescatar de las hemerotecas titulares olvidados como éste: "Barcelona pierde parte de su población. Las autoridades advierten a los temperamentos coléricos de que se abstengan de mudarse a la ciudad condal".

lunes, 8 de mayo de 2006

Rashomon (Microrrelato)

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Pepa tenía la fea costumbre de asomar las narices en el correo de su padre cada vez que éste, presumiblemente, recibía misiva puntual de Laura, de quien seguro se habría enamorado como un tonto.
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Laura también espiaba de soslayo a la esposa de su amante, Sofía, buena amiga suya al parecer, con el fin de conocer los entresijos de una vida familiar que a ella le había sido negada; pautada desde antiguo por la costumbre y la serenidad que da saberse a salvo, si bien con algún amago de zozobra de vez en cuando, pero al amparo de un hogar que ardía lo menos doce años atrás.
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Pedro, el amantísimo marido, no sabía por quién desvivirse más: si por su esposa querida, a quien adoraba; o por su bella Laura de ojos oscuros.
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Siendo Sofía objeto de todas las miradas, ¡qué lejos estaba ella de conocer que un día el azar o el inapelable destino, de quererlo, podría trastocar la rutina apacible en que vivía, descoyuntarla de un solo golpe como a una muñeca vieja! Hecha esta salvedad, se consideraba a sí misma una mujer afortunada.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"