jueves, 15 de junio de 2017

miércoles, 14 de junio de 2017

Cuatrocientos setenta y nueve

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A veces un sentimiento te atrapa en su cedazo.
De nada sirve entonces repensar las cosas,
De nada racionalizarlas, y ya no digamos
racionarlas. (Absolutamente
de nada.)
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martes, 13 de junio de 2017

Cuatrocientos setenta y ocho

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Verdades como templos que ni acogen, ni sirven tampoco de refugio o retiro. Entonces, ¿para qué?
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domingo, 11 de junio de 2017

sábado, 10 de junio de 2017

Cuatrocientos setenta y cinco

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llorar a moco tendido; llorar y crujir de dientes. Ambas frases suelen utilizarse para dar a entender que se llora con mucho aparato y denuedo. La primera, echando mano de bastante puesta en escena; la segunda, de forma copiosa y exagerada, con un poco de punción y grandes dosis de arrepentimiento. Como harían las plañideras. A veces, asoma entre tanto lloriqueo un excéntrico que no duda en desternillarse de la risa. La impresión que resulta de semejante algarabía es descorazonante. Véase, en tales casos, lo que a uno le plazca. 
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Cuatrocientos setenta y cuatro

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desternillarse de la risa. Expresión extemporánea y descorazonadora que se produce al reírse uno por todo y por nada en concreto; especialmente por lo segundo. Muy común entre gente desalmada. Véase, enseguida, llorar a moco tendido; llorar y crujir de dientes.
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viernes, 9 de junio de 2017

Cuatrocientos setenta y tres

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descorazonar. Arrancarle el corazón de cuajo al otro con fines dudosos y sin que le tiemble a uno el pulso. Véase desternillarse de la risa.
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miércoles, 7 de junio de 2017

viernes, 19 de mayo de 2017

Cuatrocientos sesenta y seis

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Hay atardeceres que son anunciaciones de no sabemos qué. Un claro de luna que nos interpela a gritos.
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martes, 16 de mayo de 2017

miércoles, 10 de mayo de 2017

Preguntas retóricas

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Allá, a lo lejos, el castillo almenado de la nostalgia. Y más al fondo, varios amores correspondidos, olvidados de cualquier modo en la oscuridad del foso. Los alcanzó a reconocer con la fuerza de las verdades rotundas. Aquella fortaleza contenía, a decir verdad, los abandonos y renuncias principales de una vida cumplida. Ahí estaban, amalgamados, los amores escogidos, junto a otros más de circunstancias. Pero también los temidos o aborrecidos a pesar del tiempo. Todos y cada uno de ellos, mezclados sin distinción. Incluso era posible identificar unos pocos que, llegado el momento, no supo anticipar. Recorrer la fortaleza te dejaba una especie de peso muerto en la boca del estómago. De nada servían, allí, sus murallas. Observados de cerca, los había puros y sublimes; mayúsculos. Innegables de tan rotundos. Aparte de tímidos y vergonzantes. Daban ganas de preguntarles por extenso a cada uno de ellos cuáles habían sido sus razones. Cómo era posible que se hubieran enseñoreado de cuerpos tan enclenques con semejante insolencia. Al cabo, ¿qué sentido tenía tomar posesión de unas existencias incapaces de nada? ¿A qué tanto exceso y empeño vano, tanta desmesura y afán?
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"