viernes, 4 de noviembre de 2016

Trescientos setenta y uno

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La verdadera reconciliación debería darse entre las almas y los cuerpos como si fueran uno. Como si nunca hubieran dejado de serlo.
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jueves, 3 de noviembre de 2016

Trescientos setenta

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No hay amores absolutos ni absolutos desamores. También aquí la inteligencia nos condena al justo medio.
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martes, 1 de noviembre de 2016

Trescientos sesenta y nueve

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La ausencia de grandes personajes engendra al Gran Personaje: 
el yo que se narra
Andrés Neuman

En literatura, lo impersonal o neutro ha venido a confundirse con una primera persona que ya no busca identificarse tanto con el autor, sino con el lector que devora sus páginas. De ahí, precisamente, la nueva percepción universal del narrador personaje, que a menudo es el mayor enigma de la historia.

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lunes, 31 de octubre de 2016

Trescientos sesenta y ocho

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La fragmentación del sentido, más que del texto (que debe mostrarse cohesionado), es un ingrediente básico del empleo capital de la elipsis en los géneros más breves. 
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jueves, 27 de octubre de 2016

Trescientos sesenta y siete

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Siempre se escribe a partir de los logros de los grandes maestros. 
Y sobre todo, gracias a ellos.
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jueves, 20 de octubre de 2016

Trescientos sesenta y seis

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El buen microrrelato tiene tantas acepciones como una definición extensa de diccionario.
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miércoles, 19 de octubre de 2016

Azul

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Una ballena azul gigante junto a su cría. Eso era. La madre dio un coletazo en mitad del mar para advertirme de su presencia, pero a la cría la vi sólo después, mientras nadaban las dos en paralelo con la línea del horizonte o, por mejor decir, con respecto a mi orilla. Ese mamífero descomunal debía de pesar, como poco, cien toneladas. Qué raro que no varase a tan corta distancia. No me asustó verla emerger. Antes al contrario, me maravilló: su aparición era sin duda un aviso para mí, que me encontraba en mitad de un sueño de argumento guadianesco y afluentes cenagosos; por fin, iba tomando cuerpo lo que presumía toda una revelación. Me sentía feliz, pletórica. El inmenso mar que acogía a este ser pacificador y cercano brillaba bajo un sol hiriente, incapaz sin embargo del menor daño. El día parecía relucir de puro contento. Y entonces abrió su ojo inteligente de mira telescópica y me enfocó. Parecía el mismísimo Neptuno resurgiendo de las aguas. La Más Grande Revelación jamás vista hecha ballena. Respiré por fin. No me importó lo más mínimo pasar el resto de la noche en vilo.
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sábado, 8 de octubre de 2016

martes, 4 de octubre de 2016

Trescientos sesenta y cuatro

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Las amistades se consolidan en el amor. Sólo algunos amores se consolidan en la amistad.
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El ascensor

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Me subo al artilugio. Lo tengo claro. Hay ascensores que son como ruletas rusas. Norias chirriantes de feria. Ruedas desbocadas para hámsters. Lanzaderas espaciales que se comportan como lanzadoras de balaJaulas destinadas a contener a un ejército de grillos, a cuál más grillado, que estorban como grilletes de mazmorra. Submarinos varados en un banco de arena de aspecto plácido que, justo cuando termina el viaje circular que habían previsto, abren sus fauces para dispararte, escupirte o arrojarte al mundo exterior (al exterior más remoto del mundo) en un alunizaje imposible, mientras luce un sol incrédulo y sopla, por lo demás, una brisa placentera. 
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viernes, 30 de septiembre de 2016

Andarás perdido por el mundo, de Óscar Esquivias


Territorios felizmente ignotos
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Con varias novelas en su haber y tras publicar los libros de relatos: La marca de Creta (2008) y Pampanitos verdes (2010), el autor agrupa bajo un título de resonancias bíblicas que remite a la maldición que Yavé le dirigió a Caín, catorce cuentos de factura cuidadísima en donde sus protagonistas se nos muestran perdidos, o a punto de encontrarse, en un momento crucial de sus atribuladas existencias. Son historias que transcurren en ciudades tan distintas como Burgos, Florencia, Madrid, Oña, Dakar, Mtsensk, Moscú, Londres, Santa Mónica o París, a caballo entre los siglos XIX y XXI, con una clara presencia de la década de los 80 y 90 del pasado siglo, etapa que se corresponde con los recuerdos de juventud del autor, de los que en ocasiones bebe para recrear atmósferas y episodios vividos. Así ocurre en “La Florida”, de corte netamente autobiográfico, uno de mis cuentos preferidos, o en “El misterio de la Encarnación”, donde recrea con humor agridulce el embarazo no deseado de una niña de 13 años tras haber recibido la educación sexual típica de las escuelas religiosas en la España de entonces.

Estos relatos, compuestos por encargo para diversas publicaciones, tienen como hilo conductor la aparente fragilidad de sus personajes. Todas y cada una de las historias merecen atención, si nos atenemos a su calidad literaria. Y también todas, sin excepción, dan cuenta de la madurez literaria que ha alcanzado Esquivias, al reunir relatos que homenajean, entre otros, a Chéjov, Leskov, Dostoyevski y Dickens; mientras a veces cultiva una experimentación que no rehúye la sátira propia de Juan García Hortelano. Así ocurre en “La última víctima de Trafalgar”, donde aparece el personaje adulto más perdido de todo el libro, el insigne profesor Robredo. O se propone remedar el humor desternillante y disparatado de las mejores ficciones de Mendoza o Eduardo Mendicutti, rastreable en “El Chino de Cuatroca”, divertídísimo de principio a fin, pese a las bromas pesadas que tiene que soportar un sudaca español al que todo el mundo toma por chino; o en “La casa de las mimosas”, otro de los relatos que prefiero, en donde Esquivias lleva a cabo un homenaje al cine y al glamour hollywoodiense a través de las figuras de Greta Garbo y Ramón Novarro, rememoradas en boca de un niño de ocho años a punto de descubrir el misterio del sexo en las miradas penetrantes y los besos de película que a menudo aparecen en la pantalla.
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La temática musical está a su vez muy presente en varias de las piezas mejor resueltas, siendo “El príncipe Hamlet de Mtsensk”, situada hacia la mitad del libro, la más destacada en este sentido. Aquí, se dispone a narrar la historia del joven intérprete Yuri, y los amores sólo a medias correspondidos que mantiene con su amigo Vania, en un relato lleno de sobreentendidos que me ha recordado el cuento con que arranca el libro, “Todo un mundo lejano”, pues en él también aparece una pareja de jóvenes enamorados e igualmente indecisos. Por último, en “El arpa eólica”, de temática asimismo musical, contrapone a un joven Hector Berlioz arrogante y desesperado, con la figura vanidosa de un enorme Luigi Cherubini en una historia llena de humor que bebe, a un tiempo, de Robert Louis Stevenson o del mismísimo Edgar Allan Poe.
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Esquivias domina un amplio registro narrativo que va del cultivo del microrrelato (entre los que destacaría “Curso de natación”), al cuento extenso, de casi 40 páginas (por ejemplo, “La última víctima de Trafalgar”, pieza que podría leerse como una novela corta). Aun cuando esta recopilación se muestre plagada de buenos relatos, “El príncipe Hamlet de Mtsensk” me parece -entre los más extensos- uno de los mejores del conjunto: por la gradual atmósfera que es capaz de construir hasta envolvernos en un verdadero manto de época; así como por las innumerables referencias ambientales y culturales capaces de trasladar al feliz lector a un tiempo y un espacio distintos del suyo, aunque la presencia de la tecnología, tal como ocurre en el primer cuento, termine por afianzar el tiempo narrativo en la actualidad de nuestros días. La ilustración de Asís G. Ayerbe que aparece en la cubierta remite sin duda a este cuento de factura impecable; mientras que la foto del autor en la que aparece con gesto ensimismado subido a un vagón de tren, con unas vías que le sirven de punto de fuga, apuntaría al leitmotiv del viaje de estos catorce espléndidos cuentos.
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* Esta reseña ha aparecido en el número 394 de septiembre de la revista Quimera. La foto de la cubierta es de Gaetano Plasmati.
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lunes, 26 de septiembre de 2016

jueves, 22 de septiembre de 2016

Trescientos sesenta y dos


La desmemoria es un mar de fondo de recuerdos 
ovillados en caracolas. Pesca de arrastre.
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sábado, 10 de septiembre de 2016

Oración por los amores más viejos

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Los nuevos amores son a veces los más antiguos. Algo seduce en ellos que resuena a todas las renuncias. A todos los adioses que se acumularon en el hueco de la escalera sin que hubiera ocasión de airearlos. 

Los nuevos amores a veces son los más fieles y sencillos. Amores genuinos que se empeñan en abrirse paso por un mar de dunas, persistente en su azote de arena infinita.

Los nuevos amores se saben incólumes pese a su carga futura de impureza; pese a los desencantos tan puntualmente venideros; debido, sobre todo, a nuestro encantamiento tan fuera de tiempo y de lugar.

Los nuevos amores son frescos tal vez por ser sumamente viejos. Tan encantadores son que nos seguirán seduciendo incluso cuando languidezcan nuestros sueños.
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Trescientos sesenta y uno

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El mañana acorta el futuro, pero el pasado lo alarga.
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viernes, 9 de septiembre de 2016

martes, 30 de agosto de 2016

domingo, 28 de agosto de 2016

Trescientos cincuenta y siete

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Cumplir con los buenos propósitos sin mayor propósito que verlos realizados. Semejante despropósito.
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viernes, 5 de agosto de 2016

Las efímeras, de Pilar Adón

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De los sueños que no perviven
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Las hermanas Oliver, Dora y Violeta, viven encerradas en La Rouche presumiblemente por voluntad propia, en mitad de una naturaleza desapacible y salvaje. Dicha comunidad pretende mantenerse lejos de la civilización, conforme a unas normas de conducta orientadas al bien común que han recibido como herencia incuestionable. O, al menos, esa es la versión oficial que trasciende a los demás de sus pequeñas vidas. Por su parte, Anita es la descendiente directa de los fundadores de esta sociedad hermética y estricta que no permite a los suyos volver a salir de ella una vez que se ha entrado, veladora a la fuerza de las esencias de este microcosmos que no tolera el menor fallo para garantizar su continuidad. A esta mujer la acompaña Tom a todas partes como si fuera su sombra, intentando convencerla de que lo acepte; dispuesto a lo que sea por ganarse su favor. 
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Así las cosas, Dora parece estar conforme con su destino preestablecido de hermana mayor, dedicada a mantener la casa donde vive salvaguardada por sus perros, un espacio inhóspito en el que hace mella constante la humedad y la podredumbre como trasunto de la eterna amenaza que se cierne sobre los habitantes de esa comunidad. Violeta, por el contrario, no parece resignarse al control y encierro forzoso que le impone su hermana, responsable de que vaya debilitándose hasta enfermar, mientras escribe en una libreta poemas que traslucen sus ansias crecientes de fuga y liberación. En las antípodas de este modo de vida, Denis, el joven por el que Violeta se siente atraída, que fue expulsado de la comunidad, se erige como un modelo alternativo de libertad absoluta, es decir, sin mesura ni control alguno. 
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Frente a estos tres personajes (Dora, Violeta y Denis) que concentran buena parte del drama de esta novela de atmósferas y miedo larvado, Anita y Tom representan la otra cara de la moneda, de nuevo con un reparto de papeles no siempre en consonancia con sus deseos. No en vano, a Anita le gustaría poder pasar jornadas enteras trabajando en su estudio, de espaldas a sus obligaciones, sin tener que velar por sus miembros ni ejercer de juez, dibujando y catalogando una naturaleza que se renueva sin piedad ni límites posibles. Sólo Tom, el eterno aspirante, parece satisfecho con su afán de pertenencia a la comunidad, mientras en secreto desea gobernarla; el único capaz de asegurar tamaño sistema. 
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A partir de la edificación sofisticada de esta sociedad llena de agujeros al margen de su voluntad de perpetuarse, la novela aparece dividida en diez capítulos para mejor contarnos las motivaciones y padecimientos de cada sujeto dentro y fuera de la comunidad, en medio de una Naturaleza que se nos revela como el personaje más oscuro e imponente. El título parece remitir, de hecho, a la imposibilidad de cumplir los sueños que nos animan, a las voluntades y sustancias efímeras que nos definen, de modo que basta alterar las condiciones de convivencia establecidas para que todo nuestro mundo se resquebraje. Así, Dora y Violeta invertirán sus papeles respectivos de hermana fuerte y hermana débil cuando una de ellas rompa la baraja inopinadamente, un reparto de papeles que cambiará de signo también entre Anita y Tom, e incluso entre Violeta y Denis, el cual no tolerará que Violeta viva sometida a Dora por más tiempo, convirtiéndose de golpe en un peligroso libertador. Así, nada resulta ser lo que parece y en este baile de máscaras que nos muestra la novela, quien más quien menos ejerce un papel impuesto a desgana como método de supervivencia, mientras los sueños de todos ellos se erosionan sin remedio, tras ser abandonados o pospuestos indefinidamente.
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Escrita mediante un estilo incisivo, cargado de significado y simbología, Pilar Adón parece haberse inspirado, como punto de partida, en el Walden de Henry David Thoreau para desembocar en un entorno fiero de atmósfera opresiva más propio de Paul Bowles, en una novela vertiginosa en la que nadie es inocente ni dueño absoluto de su destino.

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* Esta reseña ha aparecido publicada en la revista literaria Quimera, en su número doble de julio-agosto, 392-393, del 2016. La imagen de la cubierta es de Antonio Alonso.

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lunes, 18 de julio de 2016

sábado, 16 de julio de 2016

Trescientos cincuenta y uno

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Sin posibilidad de silencio, no hay lectura ni meditación que valga. Sólo la furia de los días cayéndonos a traición. 
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martes, 5 de julio de 2016

Trescientos cincuenta


La necesidad de establecerse responde, en realidad, a un vivo deseo por restablecerse.



El comensal, de Gabriela Ybarra

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Un nuevo plato vacío en la mesa
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«La muerte de mi madre resucitó la de mi abuelo paterno», leemos hacia la mitad de la novela en boca de su narradora protagonista, quien en esta ocasión coincide con la autora. A lo largo de estas páginas, Gabriela Ybarra se propone esclarecer y comprender el pasado inmediato, mientras indaga en la tragedia que supuso para su familia la muerte del abuelo a manos de ETA. Y ello sin rehuir la reconstrucción, a veces ficticia, de los hechos, habida cuenta de que en ocasiones precisa echar mano de la imaginación para rellenar ciertos huecos de la historia.
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Nieta de Javier de Ybarra, el empresario vasco asesinado en 1977, seis años antes de que la autora naciera, presidente de El Correo y de El Diario Vasco, miembro de la Real Academia de la Historia, alcalde de Bilbao y diputado por Vizcaya, Gabriela Ybarra nos relata en esta novela testimonial el proceso de duelo que se inicia con la inesperada muerte de su madre por un cáncer en el 2011, momento en que se produce en ella un estallido que le hace mirar hacia atrás para comprender mejor su pasado, tan vinculado con el de su familia y con la deriva de una sociedad que se revelará, retrospectivamente, fanatizada y enferma. No en vano, a raíz de la muerte del abuelo, a los Ybarra no les queda más remedio que abandonar el País Vasco, trasladándose en 1995 a vivir a Madrid, tras recibir el padre de la escritora amenazas de muerte y algún paquete sospechoso, cansado de sufrir por la seguridad de los suyos y de tener que moverse por la ciudad con escolta. 
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La novela no sólo cuenta, con una distancia admirable, diversos hechos con sus inevitables dosis de horror cotidiano, sino que lo hace sin dar muestras de rencor alguno en su relato, cuando éste habría resultado más que justificado; y, ya no digamos, sin asomo de odio. Como si, para que ello pudiera cumplirse, hubiera sido preciso que Gabriela y sus hermanas fueran apartadas por sus mayores de semejante entorno embrutecedor, del ambiente opresivo y estrecho de miras de aquella sociedad enfermiza. De igual modo, la autora no llega a conocer lo ocurrido plenamente hasta que empieza a dejar atrás la infancia y a indagar por sí misma en los sucesos del pasado, muchos años después de enterarse un día en el colegio, por casualidad, de que su abuelo, con quien tanto parecido físico y moral comparte, había sido asesinado. 
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Así las cosas, armada de valor o de resignación ante la muerte anunciada de su madre, la autora parece encontrar a través de la escritura de esta novela el medio o el momento propicio o, incluso, las fuerzas necesarias para poder adentrarse tanto en la historia de su familia como en la suya propia, habida cuenta de que toda la novela rezuma una amplitud de miras y una dignidad fuera de lo común, consoladora y, casi me atrevería a decir, cargada de esperanza. Después de un pequeño prólogo en donde expresa su intención de contar lo mejor posible su experiencia vivida, la novela se adentra en la reconstrucción del asesinato de su abuelo en la primera parte, mientras que en la segunda aborda la lenta muerte de su madre acontecida en el pasado reciente, para rescatar, hacia el final, impresiones y recuerdos de ambas experiencias en un presente por fin recuperado.
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Escrita con una prosa limpia y directa, desde una nobleza ejercida a conciencia que no rehúsa llamar a las cosas por su nombre, importan no tanto los detalles relatados o los datos referidos, cuanto las impresiones que causan esos mismos sucesos en la narradora protagonista y, por añadidura, en todos nosotros (en la tradición de obras anteriores de, por ejemplo, Raúl Guerra Garrido o Fernando Aramburu), en un viaje introspectivo que no parece buscar otro fin que armarse de valor para ingresar al cabo por la puerta grande en la edad adulta; un viaje del que su protagonista sale a todas luces reforzada, tal y como les ocurre también a los lectores.
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* Esta reseña ha salido publicda en la revista Quimera, núm. 391, correspondiente al mes de junio.
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domingo, 19 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y ocho

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campaneo. Dícese del repique en Padua de sus inclementes campanas, capaces de atronar con delicadeza a cualquier hora del día.
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jueves, 16 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y siete

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El deseo es la puerta por la que se cuela el amor, 
el único y verdadero ladrón de este aforismo.
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* Foto de Mireia Pellicer Bertrand.

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lunes, 13 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y cinco

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Los asuntos del corazón no se dejan reducir a simples operaciones de sumas y restas.
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viernes, 10 de junio de 2016

jueves, 9 de junio de 2016

La mujer que es rinde tributo

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La niña que fue no comprendía por qué los vecinos habían decidido cortar el único ciprés que, junto al campanario, definía el skyline de aquel pueblecito de su infancia.
La niña que fue deseó que todos los seres queridos se sintieran, por el solo hecho de serlo, amados a perpetuidad, sin que fueran necesarios los gestos ni demás actuaciones sociales; vanas puestas en escena para un corazón solitario como el que albergaba entonces.
La niña que fue quiso, desde muy niña, que sus compañeros la dejaran en paz, fundirse con el entorno como veía hacer a los pájaros, a los caracoles incluso. Crecer a salvo contra el mundo entero y, en especial, contra ese mundo.
La mujer que hoy es se acuerda de la niña que fue y que, acaso con un poco de suerte, pueda seguir siendo.
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miércoles, 8 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y tres

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La hipocresía es un recordatorio incómodo: fingimos ser quien no somos para serlo al menos en falso.
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sábado, 4 de junio de 2016

miércoles, 1 de junio de 2016

sábado, 28 de mayo de 2016

Trescientos cuarenta

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Hay tipos (y tipas) tan educadamente groseros que hasta consiguen convencerse a sí mismos de su bonhomía.
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viernes, 27 de mayo de 2016

miércoles, 25 de mayo de 2016

martes, 24 de mayo de 2016

lunes, 23 de mayo de 2016

Trescientos treinta y seis

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rutinas. Repeticiones útiles, aunque no lo vean así ni por asomo quienes se entregan a su mandato.
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jueves, 19 de mayo de 2016

Trescientos treinta y cuatro

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A partir de cierta experiencia, el tiempo transcurre tan deprisa para nosotros como lento parece discurrir para los demás, mientras concurre en una serie de precipitaciones y atropellos, al recurrir a todas las distracciones y entretenimientos de que es capaz para engañarnos tantas veces como sean necesarias.
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Renu(e)ncias

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No soy muy consciente de haber viajado con el hámster de mi infancia metido en el bolso, pero cuando mi hermano me señala con alarma una mancha de humedad perfectamente distinguible, una ráfaga de agobio me empuja a abrirlo para rescatar de sus profundidades a mi olvidada mascota. En el interior de una bolsa de plástico, una cobaya diminuta da bocanadas desesperadas para tomar el aire que no tiene. Trato de recuperarla, aunque no consigo reprimir un profundo asco mientras la sujeto con la mano trémula; luego de reprocharme mi mala cabeza de siempre, esa acuciante desmemoria que no remite jamás. Parece que aún vive. Me alegro e impaciento por igual. ¿Qué demonios voy a hacer con un bicho de pelo ralo y reproche infinito? ¿Cómo ha logrado colarse desde tan lejos en mi bolso? Y, sobre todo, ¿para quéTras proseguir nuestro viaje por lo desconocido, le digo a mi hermano que lo mejor sería deshacerse de él. Que no se merece el pobre tanto sufrimiento inútil. Poco antes, le había comprado un saco de lona con hechuras de mochila para que pudiera respirar a sus anchas a través de la tela, con bolsillos interiores y correas firmes que lo sujetaran en medio de tanto vaivén. No me lo pienso y lo envuelvo a conciencia en la bolsa que ha pasado a ceñirlo con la firmeza justa. Ojalá se ahogue, nos ahoguemos todos, de una maldita vez. 
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"