martes, 5 de julio de 2016

El comensal, de Gabriela Ybarra

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Un nuevo plato vacío en la mesa
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«La muerte de mi madre resucitó la de mi abuelo paterno», leemos hacia la mitad de la novela en boca de su narradora protagonista, quien en esta ocasión coincide con la autora. A lo largo de estas páginas, Gabriela Ybarra se propone esclarecer y comprender el pasado inmediato, mientras indaga en la tragedia que supuso para su familia la muerte del abuelo a manos de ETA. Y ello sin rehuir la reconstrucción, a veces ficticia, de los hechos, habida cuenta de que en ocasiones precisa echar mano de la imaginación para rellenar ciertos huecos de la historia.
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Nieta de Javier de Ybarra, el empresario vasco asesinado en 1977, seis años antes de que la autora naciera, presidente de El Correo y de El Diario Vasco, miembro de la Real Academia de la Historia, alcalde de Bilbao y diputado por Vizcaya, Gabriela Ybarra nos relata en esta novela testimonial el proceso de duelo que se inicia con la inesperada muerte de su madre por un cáncer en el 2011, momento en que se produce en ella un estallido que le hace mirar hacia atrás para comprender mejor su pasado, tan vinculado con el de su familia y con la deriva de una sociedad que se revelará, retrospectivamente, fanatizada y enferma. No en vano, a raíz de la muerte del abuelo, a los Ybarra no les queda más remedio que abandonar el País Vasco, trasladándose en 1995 a vivir a Madrid, tras recibir el padre de la escritora amenazas de muerte y algún paquete sospechoso, cansado de sufrir por la seguridad de los suyos y de tener que moverse por la ciudad con escolta. 
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La novela no sólo cuenta, con una distancia admirable, diversos hechos con sus inevitables dosis de horror cotidiano, sino que lo hace sin dar muestras de rencor alguno en su relato, cuando éste habría resultado más que justificado; y, ya no digamos, sin asomo de odio. Como si, para que ello pudiera cumplirse, hubiera sido preciso que Gabriela y sus hermanas fueran apartadas por sus mayores de semejante entorno embrutecedor, del ambiente opresivo y estrecho de miras de aquella sociedad enfermiza. De igual modo, la autora no llega a conocer lo ocurrido plenamente hasta que empieza a dejar atrás la infancia y a indagar por sí misma en los sucesos del pasado, muchos años después de enterarse un día en el colegio, por casualidad, de que su abuelo, con quien tanto parecido físico y moral comparte, había sido asesinado. 
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Así las cosas, armada de valor o de resignación ante la muerte anunciada de su madre, la autora parece encontrar a través de la escritura de esta novela el medio o el momento propicio o, incluso, las fuerzas necesarias para poder adentrarse tanto en la historia de su familia como en la suya propia, habida cuenta de que toda la novela rezuma una amplitud de miras y una dignidad fuera de lo común, consoladora y, casi me atrevería a decir, cargada de esperanza. Después de un pequeño prólogo en donde expresa su intención de contar lo mejor posible su experiencia vivida, la novela se adentra en la reconstrucción del asesinato de su abuelo en la primera parte, mientras que en la segunda aborda la lenta muerte de su madre acontecida en el pasado reciente, para rescatar, hacia el final, impresiones y recuerdos de ambas experiencias en un presente por fin recuperado.
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Escrita con una prosa limpia y directa, desde una nobleza ejercida a conciencia que no rehúsa llamar a las cosas por su nombre, importan no tanto los detalles relatados o los datos referidos, cuanto las impresiones que causan esos mismos sucesos en la narradora protagonista y, por añadidura, en todos nosotros (en la tradición de obras anteriores de, por ejemplo, Raúl Guerra Garrido o Fernando Aramburu), en un viaje introspectivo que no parece buscar otro fin que armarse de valor para ingresar al cabo por la puerta grande en la edad adulta; un viaje del que su protagonista sale a todas luces reforzada, tal y como les ocurre también a los lectores.
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* Esta reseña ha salido publicda en la revista Quimera, núm. 391, correspondiente al mes de junio.
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domingo, 19 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y ocho

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campaneo. Dícese del repique en Padua de sus inclementes campanas, capaces de atronar con delicadeza a cualquier hora del día.
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jueves, 16 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y siete

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El deseo es la puerta por la que se cuela el amor, 
el único y verdadero ladrón de este aforismo.
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* Foto de Mireia Pellicer Bertrand.

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lunes, 13 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y cinco

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Los asuntos del corazón no se dejan reducir a simples operaciones de sumas y restas.
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viernes, 10 de junio de 2016

jueves, 9 de junio de 2016

La mujer que es rinde tributo

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La niña que fue no comprendía por qué los vecinos habían decidido cortar el único ciprés que, junto al campanario, definía el skyline de aquel pueblecito de su infancia.
La niña que fue deseó que todos los seres queridos se sintieran, por el solo hecho de serlo, amados a perpetuidad, sin que fueran necesarios los gestos ni demás actuaciones sociales; vanas puestas en escena para un corazón solitario como el que albergaba entonces.
La niña que fue quiso, desde muy niña, que sus compañeros la dejaran en paz, fundirse con el entorno como veía hacer a los pájaros, a los caracoles incluso. Crecer a salvo contra el mundo entero y, en especial, contra ese mundo.
La mujer que hoy es se acuerda de la niña que fue y que, acaso con un poco de suerte, pueda seguir siendo.
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miércoles, 8 de junio de 2016

Trescientos cuarenta y tres

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La hipocresía es un recordatorio incómodo: fingimos ser quien no somos para serlo al menos en falso.
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sábado, 4 de junio de 2016

miércoles, 1 de junio de 2016

sábado, 28 de mayo de 2016

Trescientos cuarenta

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Hay tipos (y tipas) tan educadamente groseros que hasta consiguen convencerse a sí mismos de su bonhomía.
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viernes, 27 de mayo de 2016

miércoles, 25 de mayo de 2016

martes, 24 de mayo de 2016

lunes, 23 de mayo de 2016

Trescientos treinta y seis

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rutinas. Repeticiones útiles, aunque no lo vean así ni por asomo quienes se entregan a su mandato.
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jueves, 19 de mayo de 2016

Trescientos treinta y cuatro

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A partir de cierta experiencia, el tiempo transcurre tan deprisa para nosotros como lento parece discurrir para los demás, mientras concurre en una serie de precipitaciones y atropellos, al recurrir a todas las distracciones y entretenimientos de que es capaz para engañarnos tantas veces como sean necesarias.
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Renu(e)ncias

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No soy muy consciente de haber viajado con el hámster de mi infancia metido en el bolso, pero cuando mi hermano me señala con alarma una mancha de humedad perfectamente distinguible, una ráfaga de agobio me empuja a abrirlo para rescatar de sus profundidades a mi olvidada mascota. En el interior de una bolsa de plástico, una cobaya diminuta da bocanadas desesperadas para tomar el aire que no tiene. Trato de recuperarla, aunque no consigo reprimir un profundo asco mientras la sujeto con la mano trémula; luego de reprocharme mi mala cabeza de siempre, esa acuciante desmemoria que no remite jamás. Parece que aún vive. Me alegro e impaciento por igual. ¿Qué demonios voy a hacer con un bicho de pelo ralo y reproche infinito? ¿Cómo ha logrado colarse desde tan lejos en mi bolso? Y, sobre todo, ¿para quéTras proseguir nuestro viaje por lo desconocido, le digo a mi hermano que lo mejor sería deshacerse de él. Que no se merece el pobre tanto sufrimiento inútil. Poco antes, le había comprado un saco de lona con hechuras de mochila para que pudiera respirar a sus anchas a través de la tela, con bolsillos interiores y correas firmes que lo sujetaran en medio de tanto vaivén. No me lo pienso y lo envuelvo a conciencia en la bolsa que ha pasado a ceñirlo con la firmeza justa. Ojalá se ahogue, nos ahoguemos todos, de una maldita vez. 
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miércoles, 18 de mayo de 2016

Trescientos treinta y tres

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Las verdades más hondas son captadas en el mismo instante en que se manifiestan. De hecho, su hondura depende de la urgencia requerida en emerger, de esa extraña precipitación.
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martes, 17 de mayo de 2016

Trescientos treinta y dos

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Los sueños nos cobran su sentido.
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* Esta foto es de Mireia Pellicer Bertrand.
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lunes, 16 de mayo de 2016

Trescientos treinta y uno

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Las ensoñaciones recurrentes expresan 
empecinamientos insalvables de todo orden. 
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*La foto es de Mireia Pellicer Bertrand.
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sábado, 14 de mayo de 2016

Trescientos treinta

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El grado de susceptibilidad en cualquier reacción 
lo da siempre la inteligencia herida.
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jueves, 12 de mayo de 2016

Trescientos veintinueve

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Ignoro en qué circunstancias menesterosas el azar o el mismo aburrimiento se inclinan por mejorarnos o justo por lo contrario.
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domingo, 8 de mayo de 2016

miércoles, 27 de abril de 2016

Trescientos ventiséis

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Lo terrible de un ignorante furioso no es su ignorancia, sino su absoluta predisposición a despreciar a quienes algo saben. Ante la evidencia de su renuncia, se sienten ofendidos en lo más profundo.
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lunes, 25 de abril de 2016

viernes, 22 de abril de 2016

Trescientos veinticuatro

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Bienaventurados los que se aventuran, 
pues serán relegados de los cielos terrenales.
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lunes, 18 de abril de 2016

Trescientos veintitrés

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La desconcentración nos fragmenta. A la inversa, 
la capacidad de concentración nos desfragmenta.
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domingo, 17 de abril de 2016

Pompas de jabón

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Había una vez tres gatos negros de cuerpos y andares desiguales. El primero era oscuro como el tizón, con ojos intensos de brasa y aspecto saludable. El segundo, por el contrario, maullaba raquítico por las esquinas con el pelo erizado, tenso el espinazo, dispuesto a implorarle a la luna cualquier despropósito con absoluta desfachatez. El tercero, de trapo lustroso, parecía un pelele surcando los cielos cada vez que los otros dos le mostraban las uñas, como si tuviera un resorte en su interior o pegara brincos por puro gusto. Esos tres gatos displicentes se colaron en mi cuarto una mañana de insomnio, sin que yo alcance a averiguar el motivo. Desde entonces, viven encerrados en esta pompa de jabón que son siempre los sueños rotos.
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miércoles, 13 de abril de 2016

viernes, 8 de abril de 2016

A escala

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En Padua las calles son estrechas y empedradas como en las ciudades antiguas de mayor solera, recorridas por interminables soportales que han sido trazados con arcos de medio punto y la voluntad de ponernos a salvo de las inclemencias del invierno. Y, sin embargo, es difícil que la mirada tropiece con la muralla de la ciudad o se impaciente por las prisas de los demás; hay en torno una amplitud que ensancha nuestra respiración, una escala humana que agradezco y preciso. 
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miércoles, 6 de abril de 2016

Trescientos veintiuno

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Las vocaciones cultivadas con diligencia nos diseccionan hasta los hígados.
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sábado, 2 de abril de 2016

Trescientos veinte

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Globalizados los cuerpos y las mentes, 
empezamos a flotar de pura inanidad por doquier
dando tumbos y volteretas silvestres.
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miércoles, 30 de marzo de 2016

En esa clase de bar

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Entro en ese bar globalizado que poseen casi todas las ciudades chic de cierta extensión. Me pido una bebida globalizada y, en ese momento, decido acompañarla de un dulce ídem. La señorita que me atiende me canta el precio en un tono que pretende ser conciliador, aun cuando la cantidad adeudada supere toda cifra decente. Busco en medio de la decoración de tarjeta postal que me rodea un sitio plácido donde poder sentarme y desintegrarme un poco, pasar desapercibida. No lo consigo. Mientras espero a la persona que no llega, decido ir rápidamente al baño. Al final del pasillo, varias puertas me reciben con el mismo rechazo inamovible. Abro una al azar; me equivoco. Abro otra, pero tampoco es la puerta indicada. Cuando estoy a punto de abrir la tercera, una valquiria de dos metros me escancia un portazo en toda la sien mientras con engolada voz finge un arrepentimiento que no siente. Como no la disculpo con la rapidez que ella merece, insiste en su compunción de mentirijillas:
-Oh, my darling. I'm so sorry...
La miro mientras trato de detener, encorvada por el dolor, la brecha de sangre que sus buenas palabras me han abierto en la cabeza. Debo de haberla sorprendido porque, de golpe, oigo cómo dice, con el mismo soniquete de antes:
-I'm so sorry, but it's your fault, my darling, not mine. It's YOURR fault. 
Al portazo en la frente le sigue el de la puerta de servicios. Vuelvo a mi sitio antes de que la vista se me nuble por completo. 
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martes, 29 de marzo de 2016

J. D. Kaplan, Whisna, el jardín de las luces. Una fábula de los tiempos del Buda

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Ser un águila destronada, un príncipe a punto de caer
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Hubo en torno al 300 a de C. un emperador sanguinario en la antigua India llamado Aśoka que, tras numerosas matanzas, se convirtió al budismo, procurando en adelante instaurar en el gobierno de su gran imperio valores tales como la consecución del bien común o la aspiración a la paz interior. En su figura se inspira este título con resonancias de Herman Hesse, Stefan Zweig o Rudyard Kipling. Así las cosas, es probable que el lector se pregunte por la identidad secreta de J. D. Kaplan, pseudónimo con el que Juan José Flores, autor de varios libros de cuentos y novelas de mérito, pretende en esta ocasión abordar una compleja fábula de misterio en apenas la distancia de una novela corta; averiguar desde el parapeto tras el que juega a esconderse si es posible que el príncipe de esta historia llegue a ser un hombre justo, como se ha propuesto el personaje que da nombre al libro, Whisna; perseguir lo que nos aguarda el destino para emprender así, de una vez por todas, el vuelo. No en vano, Kaplan, el espía imaginario del que todos hablan en Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock, es a Juan José Flores lo que el príncipe por destronar al águila de esta fábula.
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En definitiva, aun cuando el origen del libro remita a un pequeño cuento que Juan José Flores escribiera tiempo atrás, la historia de este príncipe a quien los demás pretenden asesinar para apoderarse de su reino tiene su correlato simbólico en el águila que un día pierde el equilibrio y cae del nido, aprendiendo a vivir –a partir de entonces– a ras del suelo, tras ser adoptado por Kuma, una ardilla capaz de trascender los prejuicios de su especie para acoger en su nido al aguilucho desamparado. Así pues, mientras el príncipe a punto de ser destronado se halla prisionero de los malos sentimientos, la violencia y el rencor de la Corte y el polluelo de águila, condenado a vivir como lo hacen las presas de las que debería alimentarse, a lo largo de sus respectivos viajes iniciáticos ambos deberán aprender a trascender sus determinismos vitales para comportarse como sólo hacen los verdaderos héroes: trazando su propia senda.
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En fin, se trata de una fábula que apuesta por el rechazo a la violencia instintiva, por resolver los problemas de forma diferente, asumiendo con sobrada maestría las enseñanzas propias de las fábulas de Esopo, La Fontaine y los cuentos tradicionales, emulando desde el comienzo semejante misterio y fulgor. No en vano, a las ineludibles correspondencias entre J. D. Kaplan y Juan José Flores, el joven príncipe de Bolpur y el águila Whisna, habría que sumar la que se establece entre la sabia y humilde ardilla, por una parte, y la anciana a la que todos llaman “maestra”, una especie de bienhechora que reina rodeada de peregrinos de diverso pelaje, ya se trate de hombres o de animales amansados, en el mágico enclave donde todo es posible que representa El jardín de las luces.
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Y, sin embargo, tanto Whisna, el pollo de águila, como el príncipe heredero en tiempos de Buda deberán hacer frente a su destino sin saber el uno del otro, aun cuando el príncipe atisbe en sueños los diversos lances que debe afrontar el pobre aguilucho. Ambas historias transcurren en paralelo desde el arranque, alternándose para desembocar en una trama común, que no podemos desvelar aquí. Si acaso, cabe apuntar que El jardín de las luces constituye una especie de umbral mágico dentro del que Whisna y el príncipe confluyen, convirtiéndose la fábula animal en símbolo de una trama política, no por legendaria, falaz. Al cabo, en sus páginas asistimos a la historia de un príncipe que es, sobre todo, poeta y amante antes que gobernador y guerrero; a su duro batallar interior. El estilo de estas páginas reproduce la prosa limpia y clara de los cuentos tradicionales, a los que esta fábula evoca y completa a un tiempo.
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* Esta reseña ha aparecido en el número 388 de marzo de la revista de literatura Quimera
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sábado, 26 de marzo de 2016

Trescientos diecinueve

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La gran literatura desquicia (en el buen sentido). 
O, para decirlo mejor, la buena literatura desquicia.
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miércoles, 9 de marzo de 2016

Trescientos diecisiete

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Las patrias nos expatrian de nuestro ser para repatriarnos a un estado no menos provisorio.
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domingo, 6 de marzo de 2016

Trescientos dieciséis

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Un corazón roto equivale, en realidad, 
a dos (o tres) corazones magullados.
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sábado, 5 de marzo de 2016

Materia oscura, de Ángel Zapata

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Indecibles universos paralelos
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La prosa diáfana que caracteriza el lenguaje claro y sencillo del último libro de narrativa breve de Ángel Zapata esconde, sin embargo, una enorme complejidad, como si hubiera apostado a sabiendas por un lector poco común, dispuesto a aventurarse por el reverso de unas historias de arriesgada y heterodoxa concepción. Ordenadas en cinco partes que guardan equilibrio entre sí, de unas diez páginas cada una, el autor parece brindarnos con ello un material absolutamente libérrimo bajo una envoltura formal, facilitándonos de ese modo su posible recepción. Nada más engañoso, pues esa quíntuple división de los diferentes microrrelatos, cuentos breves, aforismos, poemas en prosa y hasta microensayos que aparecen en sus páginas redunda en una fragmentación del sentido cuya disolución se ha propuesto alcanzar.
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El relato prólogo que encabeza el volumen, “Cosmogonía”, constituye toda una declaración de intenciones, una especie de poética en donde el narrador protagonista discute con Dios (en realidad, una liebre) sin cortarse un pelo, al afearle el absurdo de todo, ya se trate de la gratuidad del mundo creado, ya del mismo acto creador. Lo que viene a desembocar en la denuncia de nuestros miserables destinos de seres humanos, concebidos dentro de unos cauces demasiado estrechos. «Dios creó el mundo en un pispás porque no es capaz de encajar una crítica. Y lo hizo cabreadísimo, ya digo», afirma trasluciendo buenas dosis de humor que no eluden la crítica social.

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Son textos cuyo sentido discurre por debajo de la superficie, más que nihilistas, que también, de un existencialismo acerado, por el cual diversos personajes andan a la fuga o incluso al tuntún, sin cálculo aparente, aunque al cabo el narrador o el propio personaje entonen una reflexión cargada de simbolismo («Adherido a su piel, como un légamo, lo combatido se reviste de una desnudez nueva, cegadora», p. 63). El autor evita así que nos acerquemos a estos relatos como lo haríamos ante la narración convencional de un suceso, al quedarse demasiadas veces en eso: en mera descripción de unos hechos cuyo efecto suena a hueco, a vivencia rematadamente insulsa o banal. Por el contrario, estas piezas literarias exigen una lectura e interpretación distintas. Las citas de Valéry y Alejandra Pizarnik que preceden el conjunto dejarían ver a las claras el propósito de Zapata. En el lenguaje auténtico la palabra tiene una función que consiste no en representar sino en destruir, afirma sin ambages el primero, mientras la segunda añade: Alguna vez, tal vez, encontraremos refugio en la realidad verdadera. Se trataría, por tanto, de desautomatizar los sentidos configurados que constituyen la realidad circundante, a fin de atisbar algunos destellos de valor. 
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Grosso modo, las piezas aquí reunidas son textos oníricos, dentro de la esfera del absurdo, más cerca de la sugestión y la evocación poética que de la peripecia narrada y el argumento convencional, al margen de que posean en su mayoría una trama y un desarrollo heterodoxo, a menudo grotesco; cuando no apuestan directamente por la contención poética de un surrealismo lorquiano, próximo al de Poeta en Nueva York. Parece como si Zapata se hubiera propuesto que experimentáramos una revelación, o varias, a partir de la constatación de la imagen metafórica como almacén de sentido, mientras procura desembarazarse, a través del revulsivo de sus letras, de la inapetencia y pasividad general que manifiestan sus personajes, para quienes incluso lo extraño ha pasado a formar parte de la insulsa normalidad.
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El tono del libro resulta no tanto melancólico como angustiado, a la manera de un canto o poema épico de corte desgarrador. De modo que el humor absurdo rastreable sobre todo al comienzo deriva poco a poco hacia una mordacidad creciente: «A primeros de abril, la estrella de Belén llegará a Stuttgart, en viaje de negocios» (p. 39). Asimismo, los personajes de Zapata van adentrándose en unas historias disparatadas por las que deambulan sin nada que perder, dispuestos a abismarse en lo oscuro, a desasirse de todo lastre cuanto antes. En definitiva, un conjunto narrativo inspirado que bebe de las aguas puras del absurdo y el surrealismo, ambos muy presentes en sus libros de relatos anteriores: Las buenas intenciones y otros cuentos (2001) y La vida ausente (2006). Habrá que ver hacia dónde se encaminan sus pesquisas de escritor atento, consciente de un oficio que cultiva con toda la insatisfacción de que es capaz.
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* Esta reseña ha sido publicada en la revista literaria Quimeranúm. 387, correspondiente al mes de febrero del 2016.

lunes, 22 de febrero de 2016

jueves, 4 de febrero de 2016

Presentación de Maleza viva

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Es un placer anunciaros que la próxima semana voy a presentar Maleza viva acompañada por mis editores (Jekyll & Jill) y por los escritores Juan José Flores y Robert Saladrigas en Barcelona (miércoles, 10 de febrero, en La Central de la c/ Mallorca, a las 19 h) y por Olga Bernad y Fernando Aínsa en Zaragoza (jueves, 11 de febrero, en la Librería Cálamo a las 19.30 h). Me gustaría mucho que pudierais asistir. Cuelgo las dos tarjetas como recordatorio. (Gracias)
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miércoles, 3 de febrero de 2016

Orquesta de desaparecidos, de Francisco Javier Irazoki

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De asombros y maravillas
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La obra de Irazoki se ha desarrollado sobre todo en el ámbito de la poesía y, aun así, es notable el valor testimonial y narrativo que transmite. De hecho, eso mismo cabría afirmar de su anterior libro Los hombres intermitentes (2006), un conjunto de memorias en prosa donde daba cuenta de todos los hombres que había sido a lo largo de su existencia, compuesto por enfoques y visiones diversas. También algunas de las creaciones recogidas en este nuevo libro podrían entenderse mejor dentro de la tradición del microrrelato que de la poesía, debido a una concepción narrativa que tras afianzarse empieza a cuestionar su pertenencia al poema en prosa. El volumen se compone de cincuenta y un textos de factura estilizada escritos entre el 2007 y el 2014. El título remite a esas personas que forman parte de sí mismo como si se tratara de una orquesta de voces o de ecos que retiene su conciencia, a quienes, agradecido, les rinde homenaje.

El libro se abre con dos o tres piezas que funcionan como prólogos encadenados con reminiscencias a los días que vivió, de grato recuerdo. En ellas aparece un término que será clave a lo largo de este volumen: la conciencia. “La poesía no es una delicadeza decorativa”, comenta en la primera, titulada «Visitantes» en alusión a los seres que deambulan por estas páginas, “sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia”. Y en el segundo texto, que hace las veces de poética, tras mencionar a Eloy Sánchez Rosillo, reconoce que en su poesía “percibo un conocimiento que elige la respuesta luminosa”. Sin duda, toda una declaración de intenciones que reclama para sí.

En «Portal 2», el tercer prólogo, con el que propone que nos adentremos en su personal cosmogonía, ensalza su mesa de escritorio, la casa y el barrio de París donde vive, dispuesto a convocar a esa orquesta de desaparecidos que conserva en la memoria, remontándose a la infancia si es preciso para rescatar experiencias que irradien su luz. No en balde, en «Gente que camina en mi mente», se decide a mostrar cómo “la muerte de una persona” ilustra “la desaparición de un paisaje”; lo que comprueba cada vez que visita Lesaka, “una patria [llena] de huecos”, a cuya puerta llamaría el mismísimo Orson Welles, Huelles lo llamaban entonces, tal como se cuenta en «Fracasos de Dios», una de las piezas más narrativas del conjunto.
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El volumen está armado de forma que vayamos recorriendo la formación de Irazoki: así, en «Ladrón de palabras» nos cuenta el robo perpetrado por el niño que fue de un diccionario que pertenecía a su escuela, el único volumen que hubo durante un tiempo en su casa. “El diccionario envejeció conmigo. No devolví aquella llave de culpa y felicidad”. Tras aludir a la condición descalza de su madre, rendir tributo a la figura paterna, “en una tierra de coleccionistas de lindes, veíamos a pocos hombres con la altura de su serenidad”, y a su tío, enfermo de amor “hasta encontrar descanso en la demencia”, Irazoki pasa a recordar a individuos y tipos humanos que ejercieron sus oficios con una dignidad de otros tiempos, para volver luego en «Último verano» a la memoria de su hermana, fallecida de joven, quien “sabía dónde buscarme las palabras”. Ella introdujo al autor en la lectura de clásicos como Quevedo, Lautréamont, Joyce, Vicente Aleixandre u Octavio Paz. No en vano, “me hizo aprender sin ira el castellano” («Bandada de tijeras») y “me acompañó para que yo supiera estar solo”.

Pero también desfilan por sus páginas carpinteros gozosos, extranjeros “barbirrubios y apacibles”, «El bosque asfaltado» de Madrid, Nueva York y el jazz y, claro, los ciudadanos de París, junto a escritores como Ramiro Pinilla, Leopoldo María Panero o Fernando Aramburu, entre otros. Sin olvidar el símbolo de la casa del padre, que el autor se propone defender “contra la pureza y sus banderas ensangrentadas”. En el texto siguiente, «Sin celdas», con el que forma un bello díptico, Irazoki se plantea dispersar las cenizas de la casa paterna, “a puñados las arrojaré a los lindes de otras tierras”, un acto cargado de sentido. Las últimas piezas son un viaje onírico de tintes surrealistas, plagado de imágenes fulgurantes muy en consonancia con los versos de este hombre tranquilo, coleccionista de asombros y maravillas.
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* Esta reseña ha aparecido en el número 386 de la revista literaria Quimera, correspondiente al mes de enero del 2016. La ilustración de cubierta es de Fernando Martínez.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"