lunes, 22 de julio de 2013

Mansa corriente (1)

         
Otro día fuimos con los amigos del pueblo de excursión al río. Íbamos todos juntos porque se trataba de una actividad organizada de antemano, con momentos de riesgo y descanso, de ejercicio y diversión entremezclados, y la previsión era seguir la senda del río en busca de su origen; bordeando el cauce y los márgenes resbaladizos y húmedos; un paseo conocido para los de allí, no así para las dos únicas niñas de ciudad que íbamos confundidas con ellos. Por aquel entonces, yo ya tenía las rodillas repeladas y llenas de costras, y cargaba mi condición vergonzante de niña de ciudad, de modo que andaba pisando las piedras con verdadero tiento y cuidado, dispuesta a no caerme más de lo aceptable; resbaladizas y traidoras como eran todas para mí, en especial las de cantos rodados, cubiertas indefectiblemente por un musgo suave y engañoso.
(continuará)
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domingo, 21 de julio de 2013

Ochenta y tres

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El aborrecimiento de cierta clase política para con lo público es sibilina y directamente proporcional a su afán desmedido por privatizarlo.
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jueves, 18 de julio de 2013

Un cucharón de alpaca

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Estos días la nevera ha empezado a sudar por los codos. Es algo vieja pero sólo se pone así con la llegada del calor extremo, y aunque yo se lo consienta, ahora me paso el día de acá para allá limpiando con la bayeta y recogiendo el agua sobrante. Por la noche, antes de acostarme, he comprobado que la casa entera no dejaba de exudar. El pasillo y, con él, las estanterías cargadas de libros parecían de golpe una cascada de agua que buscase con urgencia sortear volúmenes y hendiduras, riscos y valles salvajes. Y aunque he nadado varias horas en todas direcciones para salvar la biblioteca, consciente de que a las brechas de agua les gusta sobre todo manar, al cabo me he refugiado en la cocina, agarrada a un cucharón gigante de alpaca. Ahí sigo, sumergida; a salvo quiero pensar de cualquier amenaza exterior.
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viernes, 12 de julio de 2013

Ochenta y dos

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Lo demasiado oído se torna inaudible.
Ángel de Frutos Salvador
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De igual modo
lo demasiado visto a menudo se vuelve invisible; 
lo demasiado sentido, insensible; 
lo demasiado admitido, inadmisible; 
lo demasiado dividido, indivisible;
e incluso lo demasiado favorecido puede llegar a resultar 
palmariamente desfavorecido 
o directamente desmejorado; 
sin apenas lustre.
Sin embargo, acaso convenga no olvidar que lo anterior sucede siempre en un contexto en donde lo excesivo -lo considerado en demasía- es percibido, en todo momento y bajo cualquier circunstancia humana, como algo insuficiente. 
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jueves, 11 de julio de 2013

Negra, roja y pálida

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Esta vez me han roto la nariz, de modo que voy por ahí buscando que los demás se compadezcan, me abracen, se sorprendan. Con la nariz aplastada como si fuera la de un negro blanco. Sin derramar por las esquinas demasiada sangre. Sin expresar tampoco excesiva rabia. Parezco un perro humano mendigando cariño, con mi pobre nariz rota y chafada de payaso. Tan negra, roja y pálida. Tan sumamente destrozada. Desfigurando pasos y tentativas hasta el sonrojo.
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miércoles, 10 de julio de 2013

Ochenta y uno

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El espacio contiene el tiempo por los siglos de los siglos. De ahí el misterio que encierran ciertos lugares.
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jueves, 4 de julio de 2013

El sumidero de cada día

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Ante mí, un plato de sopa disminuía rápidamente sin llegar a calmar mi hambre, sin colmarme tampoco por dentro. Al sumidero aéreo y voraz de mi boca había que añadirle el sumidero del fondo del plato, que de pronto ha quedado al descubierto mientras yo lo contemplaba con aprensión. Unos fideos hiperactivos avanzaban por él como gusanos. Menos mal que luego, por fin, le ha tocado el turno a la bendita normalidad: levantarse, vestirse y desayunar tan pancha.
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domingo, 30 de junio de 2013

Ochenta

Para Olga Bernad.........................
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Las palabras pueden herir y echar a perder una vida 
porque son acciones invisibles.
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sábado, 29 de junio de 2013

Un exceso de realidad

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Estoy en el metro, sentada en uno de esos vagones arruinados que hacen chirriar sus ejes cada vez que toman la curva de entrada al andén. Miro por la ventanilla. Un hombre extremadamente envejecido avanza con gran esfuerzo en dirección a la puerta del convoy. Varios de nosotros, la mayoría de mediana edad, seguimos el avance esforzado del intrépido escalador; salvo una chica muy joven que ha descubierto con desagrado que se halla justo delante de él. Ni siquiera se inmuta cuando lo ve agarrarse a los quicios metálicos para salvar el vacío. Le bastaría alargar el brazo, pero ha decidido ignorarlo. Para disimular mejor su desdén, le da la espalda mientras se dedica, muy concentrada, a buscar esos archivos tan urgentes de pronto, convencida de que sólo ellos podrán salvarla de semejante exceso de realidad. 
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viernes, 28 de junio de 2013

Polvo en el neón, de Carlos Castán


Novela de náufragos

Poético y sugerente, elíptico y sustancial, el estilo literario de Carlos Castán vuelve a adquirir forma en Polvo en el neón, su primera novela corta: un relato de carretera de apenas 42 páginas de texto que transcurre a lo largo de la mítica Ruta 66, traspasando los Estados Unidos de este a oeste a través de Albuquerque, la ciudad natal del fotógrafo Dominique Leyva, quien ilustra y narra esta historia sucinta de abandonos y traiciones hasta convertirla en un libro de 96 páginas con imágenes en color. Un tándem, Leyva y Castán, que parece compenetrarse muy bien pese a la dificultad del envite: relatar unos amores contrariados hasta la desolación.

Quinn quiere a Sally, pero la engaña desde hace tiempo con Jessica. Jessica está empeñada en que renuncie a su mujer y se larguen juntos de una vez, ahora que él ha descubierto que también Sally tiene a alguien, pero Quinn no se decide; Quinn vacila. Y, sobre todo, sufre. No en balde toda la novela es una huida hacia delante del protagonista por esa ruta de ensueño que constituye la carretera americana, casi onírica tal como muestran las fotos, hechas al sesgo y atendiendo a meros detalles que de pronto cobran especial relevancia; repleta de luces, sombras, letreros luminosos y moteles destartalados. Lugares marginales y esquivos como el personaje. “Conducir por cualquier carretera sin excesivas ganas de llegar a puerto puede ser en sí todo un destino”, empieza el texto de Castán. Un arranque enigmático que nos introduce de lleno en la experiencia de una huida que todo lo revuelve, arrollando a su paso no solo a Jessica, sino también las falsas esperanzas de este pobre náufrago dispuesto a reconducir su vida junto a Sally, la esposa despechada que ha ido a refugiarse en los brazos de otro hombre.

Quinn quiere a Sally aunque se acuesta con Jessica, puro ardor frente al hogar apacible y conocido que representaba vivir junto a su mujer; con la previsión del futuro resuelto y la sensación de una vida detenida, sin horizontes en apariencia, de una seguridad no menos engañosa. Así que Quinn coge el coche, como solía hacer de joven cuando necesitaba largarse para pensar, y pone ruta a la ciudad de Flagstaff, casi al otro extremo de los Estados Unidos, donde su tía Hanna les ha dejado en herencia, a él y su hermano, un motel que en realidad es una ruina, un problema añadido con el que bregar.

A partir de la voz omnisciente de un narrador en tercera persona que a menudo se funde con los pensamientos de Quinn, asistimos al carácter huraño de su protagonista, y a su visión desesperada de cuanto le acontece; al recorrido feroz que emprende movido por la necesidad, un deambular errabundo por un conjunto de situaciones absurdas amplificadas por ese halo de irrealidad que las envuelve y convierte en excepcionales, como un trasunto de su propia confusión; tal es el caso de la visita improvisada de Michelle, la hermana pequeña de Sally, otra desahuciada más a quien se propone seducir pero a la que, de pronto, descubre en la fragilidad más absoluta; una Michelle que de repente ha dejado de ser la muchacha vitalista que él conoció, perdiendo toda su luz. Nada subsiste, como si dijéramos. Ni la pasión, ni tampoco siquiera la belleza de los ángeles.
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Castán parece haber escrito esta historia para mostrarnos el particular descenso a los infiernos de Quinn a través de un recorrido repleto de señales y desvíos engañosos, pues al cabo el trazado y el sentido se revelan curiosamente únicos: con la sempiterna desilusión de fondo, y el más crudo desengaño. Los diferentes espacios por los que transita, plasmados con suma delicadeza y cercanía por Leyva, expresan todo el cúmulo de carencias y ausencias vividas, con imágenes turbias y borrosas tan parecidas a sus sentimientos, a través de las cuales el autor edifica esa atmósfera de soledad y nostalgia que resulta crucial en el comportamiento de esta novela de náufragos. Una vez más, Castán se erige en retratista de la desolación y el quebranto. De ese perderse de pura soledad. 




* Esta reseña ha aparecido publicada en el número de junio de la revista de literatura Quimera.

martes, 25 de junio de 2013

Setenta y nueve

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A menudo la vanidad se mira en el espejo de la envidia, cara y envés de un rostro que se muestra de perfil.
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lunes, 24 de junio de 2013

Setenta y siete, setenta y ocho...

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La literatura es incierta por naturaleza; cuando no lo es, el tiempo, tan astuto, se encarga de despojar al autor de sus certezas.
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La literatura sólo se redime por medio de la incertidumbre, desde lo incierto escrito.
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jueves, 20 de junio de 2013

Nuevas reseñas de La Danza

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Esta última semana la casualidad ha hecho que aparecieran casi a la vez dos críticas sobre La danza de las horas (Eclipsados, Zaragoza, 2012)

  • En Letras de Chile, a cargo de Denise Fresard.
  • Y en el suplemento de cultura "Artes y Letras", del Heraldo de Aragón, firmada por Olga Bernad.

Muchas gracias a las dos.


  


miércoles, 19 de junio de 2013

Desolación de la nada

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Salimos a almorzar. Pedimos. Nos sirven una pizza enorme, inextinguible, perpetua. Comemos con voracidad pese a que, por entonces, nos ha ido invadiendo la sensación creciente de haber sido engañados. Pagamos con disgusto aunque la pizza estuviera muy rica, malhumorados. De camino a casa, un viejo de pelo blanquísimo yace con sus dos perros bien avenidos junto a la boca del metro. Los devora un sol fiero mientras se acompañan. Tras tenderle la bolsa con los restos de pizza humeante, no puedo evitarlo: le doy las gracias.
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domingo, 16 de junio de 2013

Setenta y seis

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Lo que se escribe es nuestro. Pero no somos nosotros.
Carlos Pujol
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Un día fue nuestro cuanto escribimos. Tal vez mañana también lo sea.
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domingo, 9 de junio de 2013

Estela lívida

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Hay muertes 
que no 
terminan 
nunca
que se enquistan 
a cada rato
acostumbradas 
como están 
a consumirnos 
de a poco 
y a encostrarse
crispándonos 
sueños y letras 
mientras una estela 
lívida proyecta 
ansias 
de memoria 
dignas de un porvenir 
mucho más dulce. 
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Hay muertes que no terminan nuncaque se enquistan a cada ratoacostumbradas como están a consumirnos de a poco y a encostrarsecrispándonos sueños y letras mientras una estela lívida proyecta ansias de memoria dignas de un porvenir mucho más dulce.
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viernes, 7 de junio de 2013

Entresueño

Esta madrugada ha amanecido de improviso, como si a la noche la hubieran abandonado sus invitados. Serían las 3 o las 4 cuando los pájaros han estallado en un piar desconcertante de trinos orquestales, alborotándome la duermevela. El parto del día ha dado a luz un perfecto simulacro, pero no he podido conciliar el sueño de nuevo. ¿Por qué celebrarán así, cada vez, la misma jornada? ¿O es que acaso son siempre otros los pájaros?



miércoles, 5 de junio de 2013

Setenta y cinco

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Lo que me desagrada de facebook no es tanto que nos empuje a estar en medio a sol y sombra, venga o no a cuento; sino esa especie de celebración extemporánea que fomenta de la más simple de nuestras ocurrencias, como si su objetivo fuera la mera inserción de contenidos sin editar.
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domingo, 2 de junio de 2013

La puerta entreabierta, de Fernanda Kubbs


La vida amplificada

En esta primera novela firmada por su hermana de tinta, Fernanda Kubbs, Cristina Fernández Cubas vuelve a recuperar los extraños mundos de doble fondo que ya le conocíamos de sus cuentos, plagados de espejos, distorsiones, y lupas de aumento, pero también de hermanas gemelas –como lo es, de hecho, esta Fernanda que ahora la representa– y distintas clases de seres desdoblados, dispuestos a cruzar cuantas puertas entreabiertas les salgan al paso, a veces sin ser conscientes de ello.

Novela de aventuras y misterio, más que propiamente fantástica, Isa es una joven con el cometido de realizar un reportaje para el periódico en el que trabaja a partir de la visita a una vidente; pero todo se tuerce de pronto cuando, tras un conjuro inadvertido, se despierta absorbida y empequeñecida en el interior de la bola de cristal de la falsa adivina, Krauza-Pepita, pues, como enseguida veremos, las cosas no son lo que parecen. Aquí empieza, por tanto, su particular odisea –entre mágica y fantástica– por desandar el camino recorrido y tratar de volver a su otra realidad, aquella de la que procede, si bien a lo largo de sus páginas iremos viendo cómo establece contacto y estrecha vínculos con los habitantes que pueblan este mundo especular en el que ha desembocado por accidente; cambiando una vez más las prioridades que tuviera al despertar convertida en una especie de Pulgarcita o de Alicia; no en vano, el envés del mundo y de las cosas es capaz de revelarse tan o más auténtico que su haz.
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Múltiples son las relaciones asombrosas que se nos revelan a lo largo de su lectura: no solo la evidente entre CFC (de iniciales palindrómicas, por cierto), Fernanda Kubbs y su reportera protagonista, en su papel de narradora de La puerta entreabierta; sino también las que conservan algunos personajes, como sucede con la pareja Baltus-Miroslav, quienes desempeñan un papel complementario el uno del otro en sus respectivos mundos, conectados por una especie de hilo invisible; sin olvidar las frecuentes remisiones que, como lectores, iremos trazando entre puertas entreabiertas, escondrijos, cortinas corridas –o de agua, umbrales y fronteras varias, también entre las que separan la vigilia del sueño, o la presunta realidad objetiva del relato fabulado. No en balde, la novela está trufada de cuentecillos que son relatos orales narrados por los mismos personajes, como de hecho ocurre ya –si nos remontamos a los orígenes de nuestra tradición narrativa– en El Quijote, y cuyo poder de sugestión consiste en ilustrar o profundizar en los sucesos de la trama principal.

Así pues, y a diferencia de lo que acontece en el mundo objetivo, donde el discurso de lo real tiene preponderancia, en ese otro mundo que la pequeña Isa vislumbra desde la lupa de aumento en que se ha convertido la bola, los sucesos son interrumpidos, amplificados o alimentados constantemente por infinidad de historias secundarias a modo de fábulas morales, con un pie –eso sí– en la realidad, pues como ha declarado la autora, parte de esas historias presuntamente secundarias se dejan rastrear fácilmente a través de Internet. Una vez más, nos topamos entonces con la ambigüedad o dificultad a la hora de deslindar entre la sustancia del discurso perteneciente al plano de lo real y el mucho más fascinante de la ficción. Tanto es así que cuando Isa despierte al mundo real, por llamarlo de algún modo, tendrá que recurrir al sueño para bucear en sus recuerdos y convencerse de que su vida en la bola de cristal, en fin, llegó a suceder de veras. El epílogo funciona, en este sentido, como una vuelta a la normalidad cotidiana, a la recuperación de su identidad primera, pero también como un empeño por tratar de encontrar ese hilo que la conecte de nuevo con esas gentes del otro mundo. Una puerta entreabierta más que el lector no dudará en traspasar gustoso.
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* El pasado mes de mayo publiqué la siguiente reseña en la revista de literatura Quimera. Con ella inicio en el blog una sección de crítica donde iré colgando, al terminar cada mes, las distintas reseñas que vayan saliendo.
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jueves, 30 de mayo de 2013

Setenta y cuatro

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No conozco un solo autor que aguante una mala crítica. Sobre todo si es negativa.
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"