sábado, 23 de junio de 2007

El lago (Microrrelato)

Se zambulló en el agua con la alegría de haber deseado ese baño toda la mañana. Apenas si había gente en la orilla. Cuando hubo nadado un rato, alcanzó a oír el eco lejano de unas risas infantiles, mientras el sol refulgía en lo alto, amo y señor de ese particular paraíso de arenas semidoradas.

Nadó un buen trecho, adentrándose en aguas más frías todavía. Desde la perspectiva que daba saberse en el centro mismo del lago, los bañistas parecían cabezas de alfiler de colorines correteando de acá para allá. Cansada por el esfuerzo de tener que mover sin parar pies y brazos, se tumbó boca arriba extendiendo su cuerpo sobre la superficie acuosa como si fuera una hoja muerta. Un bello nenúfar flotaba junto a ella, solitario.

Visto desde el epicentro, bordeaba el lago una corona frondosa de árboles silvestres y pájaros. Cerró los ojos para oírlos mejor. También para sentir el calor del sol sobre su piel blanquecina de ninfa.

Poco después, cuando quiso abrirlos de nuevo, ya no pudo. Por sus nervios corría de pronto la savia entera de una vida salvaje y verde. Hasta que el sol pudriera su carne, viviría como la hoja caída que siempre había sido; como una ondina más; como légamo del lago luego.

viernes, 22 de junio de 2007

Vanitas (Microrrelato)

Todo en él reflejaba una naturaleza brillante y prometedora pese a su probada juventud: así, poseía una altura intelectual poco común, un saber fundado y razonado de las cosas, y una facilidad de palabra que, por lo general, solía servirle para ensalzar su ingenio, aun cuando a menudo la utilizara para proyectarse sobre los demás desde una superioridad cuyo brillo le complacía en extremo. Por supuesto, también solía hacer gala de un humor y una simpatía irresistibles.

Sólo una cosa podía objetársele entre tanto derroche de talento: su insistencia en decir llamarse Albert Einstein.

domingo, 3 de junio de 2007

El hogar (Microrrelato)

Mario y María tenían el feliz empeño de vivir juntos desde hacía ya algún tiempo. Tal y como estaba previsto que sucediera, un día decidieron mudarse al piso de Mario con el fin de probar qué tal les iba la vida en común. Por descontado, ambos se habían propuesto mantener sus respectivos hogares por si las moscas; esto es, por si se daba el caso de que el experimento no saliera conforme a sus deseos.

Enseguida se dieron cuenta de que, en lo fundamental, el piso de Mario representaba todo lo contrario del de María. Así, mientras él vivía en una planta baja, ella había preferido habitar un ático; si Mario convivía desde hacía años con un perro, María parecía dispuesta a admitir en su casa únicamente a las moscas aludidas.

Cientos de obstáculos jalonaban la convivencia diaria de la cada vez más infeliz pareja, condenados a entenderse como estaban más allá de la aparente compenetración de sus nombres. Si a Mario le gustaba tomar sopa por las noches, María prefería cenar una ensalada. Y así hasta la exasperación, según es costumbre que ocurra.

Lo más insólito sucedió el día en que, por accidente, tuvieron que pernoctar en casa de María. La cocina de su actual vivienda se había inundado, así que tras llamar al fontanero y cerrar la llave del agua, no les quedó más remedio que mudarse provisionalmente al ático. Por aquel entonces, su relación también hacía aguas, en opinión fundada de sus mismos vecinos.

¡Qué cosa más extraña que encontraran la armonía perdida con sólo cambiar de hogar! Ellos nunca supieron hallarle una explicación, pero el hecho fue que el ático les sentaba mejor que la planta baja, como también les había sentado de maravilla el suelo de parquet en lugar de las baldosas modernistas; o el televisor de pantalla plana en vez del de formato panorámico. Con vistas a prolongar una relación que sabían delicada, decidieron soslayar de mutuo acuerdo aquellos temas peliagudos de los que solían disentir. Tras haber tomado conciencia del misterio o capricho que regía sus vidas, en adelante no cenarían ni sopa ni ensalada. Por si las moscas.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El mejor árbol del mundo (Microrrelato)

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Cuando hubo terminado de leer El barón rampante, se fue corriendo hasta el bosque más cercano para encaramarse al único árbol sobre el que podría sentirse a gusto durante las próximas horas de la tarde. Le habría encantado poder emular al protagonista y quedarse a vivir en la espesura el resto de sus días, pero tiempo atrás había descubierto, no sin pesar, la insalvable frontera que separaba la ficción de la realidad, y por entonces nadie le había ofrecido siquiera la oportunidad de pasarse al otro lado. Así las cosas, le bastó permanecer allí en lo alto, con el libro en el bolsillo y la luna de compañera, para sentirse a salvo el resto de la tarde.

sábado, 14 de abril de 2007

Envite (Meme)

Resulta que mi amigo garib me ha tendido una trampa. Sin creer demasiado en estas cosas (comparto el parecer de fustigador), pensé que igual podía funcionar como juego. Ahí va, pues, el retrato robot de mi persona "deconstruida"...

Si fuera un mes: cualquiera. El tiempo, su bondad, es siempre subjetivo.
Si fuera un día de la semana: ídem.
Si fuera un momento del día: igual.
Si fuera un planeta: mercurio o venus. O la luna, lugar que a veces habito.
Si fuera un animal: una pulga o un elefante, pues me gusta tanto lo minúsculo como lo rotundo.
Si fuera un mueble: una silla.
Si fuera un líquido: un buen whisky con agua o hielo.
Si fuera una fruta: todas las dulces o agridulces: un pomelo, quizás.
Si fuera un instrumento musical: una flauta o un violín.
Si fuera una canción: las que se inventaba mi abuelo cuando era niña.
Si fuera una comida: italiana, japonesa, catalana, aunque también podría ser vasca, castellana, o gallega. Qué sé yo.
Si fuera una parte del cuerpo: los ojos, que todo lo expresan.
Si fuera un objeto: un pisapapeles o una gema.
Si fuera un árbol: un olmo, del que se dice que da buena sombra, o un sauce llorón.
Si fuera una materia de estudio: la literatura.
Si fuera un número: el 8 porque si lo tumbas, es infinito.
Si fuera un coche: ninguno, no me gustan.
Si fuera un color: el verde o el azul.
Si fuera una ciudad: Berlín.
Si fuera un mar: el Mediterráneo mismo.
Si fuera un idioma: el castellano, el catalán, el inglés, el alemán...
Si fuera una flor: la rosa o el tulipán.
Si fuera un verbo: ser.
Si fuera una estación: véanse las tres primeras entradas.
Si fuera una prenda: un pañuelo para el cuello, un guante.
Si fuera un cuadro: Picasso, Miró, Kandinsky...; los dibujos de Lorca.
Si fuera un monumento: artístico.
Si fuera un país: extranjero.
Si fuera un lugar: un locus amoenus.
Si fuera un deporte: la natación.
Si fuera un integrante de un grupo: The Cure, y un poco de Marilyn Manson, por aquello de provocar...

lunes, 9 de abril de 2007

La vida según el alfabeto: la G

Corregiría una generación entera de graves Gramáticas Generativas, arguyó, aunque igual consiguiera una grandeza mayor si alguien como él, de una gravedad y gentileza tan exiguas como agrestes, generase algunas Gramáticas Generales para Vagos, garantía segura de un gesto genial, genuinamente generoso para con sus iguales. ¡Agregaré las reglas de todas las gramáticas!, gesticulaba grandilocuente. Guillermo no quería engañarse: para gozar con el cargo, no tenía gana de gobernar a disgusto, sino de dirigir a un grupo de gente que le protegiera y agasajara por igual. Para Guillermo, el halago era el garante de todos los riesgos. Por lo general se guiaba bajo esos argumentos, pero un día perdió el sosiego: Esto de generar gramáticas es un galimatías, se dijo tragándose una galleta. Y mientras se atragantaba, vio cómo se ahogaban sus más graves designios. Desde entonces, ya no genera gramáticas. Tan sólo le enorgullece prolongar con desagrado su disgusto antes que pergeñar algo que le distraiga.

viernes, 6 de abril de 2007

Prosopopeya (Microrrelato)

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Las flores son un buen ejemplo, pensó. Las ves quietas como estatuas, rodeadas de esa extraña belleza hecha de eternidades imposibles, pero en realidad su deterioro interno no descansa un segundo. A fin de cuentas, su secreto es ese precisamente: parecer eternas en plena decadencia, o justo cuando apenas si se manifiestan los primeros signos de un deterioro seguro, de una decrepitud capaz de embriagar como un hechizo.
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En efecto, cómo no me había dado cuenta antes si en el fondo es algo evidente, siguió barruntando para sí el poeta: el esplendor de que están hechas no puede ignorar la podredumbre que las corroe por dentro. Sólo la eternidad del tiempo en que viven las muestra engañosamente perfectas. Una belleza caduca y frágil, la suya, es cierto. Sólo una apariencia. Un hechizo, su belleza, del todo absurdo; tan caduco, en verdad, como los ojos que lo contemplan, reconoció, para sus adentros, ensimismado.
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Y acto seguido, cogió el estilete que descansaba encima de su escritorio y se abrió las venas del brazo derecho en un acto de desesperación perfectamente orquestado. ¿Qué futuro podría alcanzar jamás la belleza caduca de unos versos?, había advertido. Y tras pronunciar estas palabras, se dispuso con dignidad a que el sueño de una muerte perfecta lo abrazara al menos para siempre.
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sábado, 31 de marzo de 2007

Sueño infantil (Microrrelato)

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Se trataba de un sueño recurrente. No entendía por qué le causaba tanto pavor pero bastaba cerrar los ojos para convocar su terrible amenaza. Tendría nueve años por aquel entonces. Quizás incluso unos cuantos menos. Ahí mismo, justo en medio de la nada que sale a relucir cuando nos dejamos vencer por la pendiente del sueño, aparecía ella de nuevo, desdoblada en una Alicia recién llegada a las profundidades de un cubículo claustrofóbico; encerrada para siempre entre las cuatro paredes de un enorme cuarto oscuro. Nada se veía ni nadie podía permanecer allí, pero a tientas buscaba una salida, e irremisiblemente desembocaba en el centro mismo de la habitación, donde un gran sillón de orejas grandiosas, casi descomunal, como el que tenía su abuelo, reposaba satisfecho de su condición de fuerza centrípeta. Ella se acercaba y acercaba hasta tropezar con el dichoso sillón orejero, según le ocurría cada vez.
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Para poder abrirse paso entre la bruma de la habitación, formada por una atmósfera densa e irrespirable, hecha de muerte y vacío, de ahogo visceral, braceaba con fuerza buscando dispersar esa niebla fría, heladora en realidad. Pero no había escapatoria. El implacable sillón tenía la autoridad de quien se sabe irresistible y conoce todas las triquiñuelas posibles para salirse con la suya, de ahí que la escena fuera la misma una y otra vez, en cada nueva ocasión que se repetía el maldito sueño en que el sillón de orejas enormes terminaba atrapándola como si fuera una vulgar mosca, y se la tragaba.
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A decir verdad, tenía el sillón las orejas tan grandes como las del lobo de Caperucita, si bien Alicia no entendía qué demonios estaba haciendo dentro de aquella historia tan agobiante, cuando lo único que quería era ver el sol, las nubes y los pájaros, poder jugar.
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jueves, 29 de marzo de 2007

Blanca y tibia (Microrrelato)

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Por fin la vio a altas horas de la madrugada, cuando el taxi que había llamado por teléfono la había conducido por los aires de la ciudad vacía hasta el hospital en que acababa de morir, hacía menos de una hora. Cuando se quedaron a solas, no supo si le angustiaría la perspectiva de tener que velarla. Los familiares la recogerían más tarde. Sin saber por qué, sintió cómo la abuela le brindaba su compañía de mujer recién muerta, presente aún en la blanca y tibia estancia. Su cuerpo sereno era un indicio clarísimo de que se encontraba allí mismo, en un más allá todavía cercano.
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De pronto, la muerte había convertido su rostro de anciana dormida en una máscara resplandeciente. Tras besarle la frente con labios temblorosos, enseguida se percató de que guardaba la tibieza de lo vivo, apenas un hilo de calor. Poco a poco, la habitación que había sido su cuarto durante tantos días fue convirtiéndose en un velatorio. Una abuela durmiente y su nieta se hacían una vez más compañía. Incluso eso era como siempre.
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jueves, 4 de enero de 2007

La vida según el alfabeto: la F

Forzándose a ello, fiaba en su furibunda fantasía todo su afán de fenecer como un modo feroz de poner fin a todo aquello, de fiero desfogue ante un fracaso futuro que se figuraba flagrante.

En efecto, si Félix fallecía, hablarían de él fatalmente todas las falsas féminas de fondos falaces con que había fornicado ex profeso, no sólo con el fin de obtener un disfrute manifiesto, falto de formalidades y formalismos; sino con el artificio de fabricar, en cada fusión amorosa, la fonética más fina y fabulosa del alfabeto.

Aun cuando ninguna le hubiera confesado jamás su felicidad, por fuerza habrían de festejar, el día de su fallecimiento, las infinitas fanfarrias en defensa de su franca y diáfana figura, tan de fidalgo esforzado, fieles al fin a una faz desfigurada y fea hasta el infinito, aunque de afable perfil.

martes, 18 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la E

Estimada Elisa:
Encontrándome esclerótico y evanescido (es decir, embotado y esfumado), le escribo esto con el empeño de enternecerla. El otro día la entreví en su casa: no estaba usted entonces enfadada sino enfrente del espejo. Estuve espiándola sin esperanzas, por espacio de escasos minutos, enfervorizado por su estilizada esbeltez y su entereza de espíritu y, en general, por esto y aquello. Era emocionante entender que esa experiencia estaba estableciendo por entero el éxito exiguo de estos días tan extraños y etéreos, tan henchidos de esfuerzos espurios...
¿Elisa mía, es que no espera entrar en contacto enseguida conmigo, su entregado esposo?
Entérese bien: estoy enfermo de estrés esperando el envío del escrito en donde usted me exprese su efusión.
Enteramente suyo,
Ernesto

Querido Ernesto:
Con el tiempo me he dado cuenta de que lo nuestro es imposible. Acaso lo mejor sea el divorcio. Si no creo que podamos volver de nuevo, ello se debe -sintiéndolo mucho- a mi absoluta incapacidad de seguir compartiendo mi vida con la E, a quien empiezo a creer que quieres más que a mí.
No me guardes rencor... Yo en ningún momento imaginé que esto podía sucedernos.
Elisa

martes, 11 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la D de Monterroso

Debatir sobre "el dinosaurio" le resultaba desesperante...
Sin duda, el dichoso dinosaurio de Monterroso se le antojaba de antemano en decadencia. Desde que había sido entronizado por un destino despótico, Demetrio había descubierto una verdad de perogrullo (con perdón por la presencia de la 'p'). La decidida disposición que Dino había demostrado en demorarse más de lo debido (sin que se desvelara demasiado, dicho sea de paso) no designaba más que un decisivo delito: una desidia desestabilizadora, de que hacía gala delante de determinados desiderátums o decentes dignidades deslumbrantes...

Decididamente, cada vez que Désireé, su doctora, le deseaba los buenos días, se descoyuntaba de arriba abajo: el rostro se le desencajaba y, poco después, todo él deambulaba desorientado. Fue de este modo tan deslucido cómo Demetrio había descubierto, después de despertarse, la definitiva debilidad de Dino por ella, su determinación por desaparecer. Por descontado, acabó destapándose que, para empresa tan descomunal, de tamaña dimensión, el susodicho se sentía tan disminuido como decaída era su disposición de ánimo.

Acaso el dibujo de la historia no desmienta lo dicho: después de que Dino le hubiera declarado a Demetrio su desazón por adelantado a la hora de iniciar la desbandada, de darse a la huida como un desgraciado, ambos se habían dado cuenta de que su indisposición desvelaba un desabrimiento determinante e indefectible: el desmedido disgusto de saberse desconsolado y destemplado de todos modos.

lunes, 3 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la C

Cada comienzo de curso, Celedonio cedía sus credenciales a Cristina, célebre celadora, con el fin de que ésta calibrara de qué calaña estaba compuesta su clase. En concreto, quería que su celo certificase ciertas categorías (como las de cretinos, cenutrios y calamidades), con que clasificaba al conjunto de incapaces cuyo carácter no había conseguido conquistar; que conciliase criterios o acaso les cambiase su cabeza de chorlito.

Con el calor de su cariño, Cristina concedía cuantos caprichos confabulara Celedonio. Ciertamente, se citaba con él confiando en que sus cargantes recelos contumaces cesaran cualquier día contrariados. Pero concluía la clase, y ella se convencía entonces de que Celedonio sólo se daría cuenta del contenido de su corazón por casualidad.

domingo, 2 de julio de 2006

La vida según el alfabeto: la B y la V

Benito barruntó bebiéndose un vaso de vino: -¡Bandido!-. Vivía bajo la verja de Venancio, "el bizco".
Le bastó que el botarate de su vecino vapuleara en el valle a sus bondadosas vacas, para verse vilmente vilipendiado. Si bien solía ser un bendito, veces hubo en que su bravura había brillado valerosa.
Véase, si no, los veinte balazos que verificaron el vencimiento del bizco. Sin visado, le dio el visto bueno. Y Venancio vislumbró la verdad.

La vida según el alfabeto: la A

Ayer apareció Amanda apesadumbrada (¿o acaso fuera anteayer?). Andaba algo arisca y así anduvo, asqueada, hasta el amanecer. Ahora avanza, al fin, ágil como una ardilla, con el alma ardiente aunque alerta por si acaso. A pesar de habérsele anquilosado las articulaciones, se afana aún por aminorar asperezas. Aspira a... ¡respirar!

jueves, 22 de junio de 2006

Resignación (Microrrelato) / Historia de fantasmas

Dicen que la oscuridad es el territorio de los fantasmas. Tú estás absolutamente convencido. Sin duda hay alguien en esa habitación que ahora ocupas sigiloso. Deben de ser las tres o las cuatro de la madrugada cuando ese rumor persistente, apenas audible al principio, empieza a crecer.
Hace frío y tienes mucho miedo.

Con los primeros rayos de sol, los ronquidos del durmiente se vuelven atronadores. Una vez más, te escurres por la chimenea.

miércoles, 31 de mayo de 2006

Tríada

No sabría decirles cuál de los tres casos siguientes me ha producido mayor estupor: si la quema en un cajero de Barcelona de una vagabunda confiada por parte de un grupo de niños bien (descerebrados), un caso evidente de ensañamiento bárbaro según se desprende de las imágenes contenidas en la grabación llevada a cabo por la entidad bancaria (¿recuerdan American Psyco de Bret Easton Ellis, o La naranja mecánica de Kubrick?); si el descubrimiento azaroso por parte del casero del cadáver de una mujer, creo que inglesa, relativamente joven aún, de unos 55 años, debido al impago del alquiler durante tres largos años; o si la muerte por inanición -de nuevo en Barcelona- de una señora de edad semejante a la anterior que fue encontrada en su piso del Raval con apenas 33 kilos de peso.

A propósito del primer fallecimiento, se descubrió luego que esa mujer desvalida -mero objeto de burla y distracción de sus asesinos-, había trabajado como secretaria o administrativa en una empresa; del segundo, se dijo que la señora cuya compañía nadie parecía echar de menos era, por lo visto, una mujer con familia. Aun así, su desaparición no fue denunciada por sus hermanas, ni a nadie escandalizó demasiado que, junto a su cuerpo, yacieran esparcidos por el suelo la bolsa de la compra y unos cuantos regalos navideños, también ellos cadáveres.

El último caso se ha revelado, si cabe, como el más espeluznante: la señora que murió de hambre había sido, durante su juventud, una estrella del porno de cierto renombre, pero además convivía con una madre de 92 años incapaz de valerse por sí misma y con un hermoso hijo de 35, funcionario de la Generalitat. Se trataba de un militante "más o menos conocido" dentro de las filas de ERC que se había significado en diversas reivindicaciones y manifiestos ocasionales, y para cuya lista por la circunscripción de Barcelona aparecía como aspirante a diputado número 70, si no me falla la memoria. Un "adolescente eterno", en palabras certeras de un vecino que lo conocía. En realidad, un "desalmado patriota", por decirlo según su propia lógica.

lunes, 22 de mayo de 2006

Barcelonistas (Microrrelato)

Desde el inicio del partido, creyó que la ciudad se despoblaba a marchas forzadas, que muy pronto nadie en su sano juicio estaría deambulando sin rumbo por sus calles. Un silencio opaco se había apoderado de la urbe. Si te lo proponías, podías incluso llegar a oír el susurro impercepible de los árboles; a decir verdad, un sordo latido, no demasiado audible al principio, empezaba a dejarse sentir cada vez con mayor fuerza.

Recordaba haber cruzado la avenida deprisa, sin fijarse en los semáforos. De los agujeros infectos de algunos bares, se percibía a las claras el rugido atronador de los televisores a todo volumen. Menos mal que, por el momento, el Barça no había marcado todavía. De lo contrario, la ciudad habría empezado a celebrar un éxito apenas esbozado.

Deseó para sus adentros que su equipo perdiera por una vez. Lo deseó con todas sus fuerzas. Al fin y al cabo, la situación empezaba a cobrar unos tintes molestos, anormales incluso. Sus vecinos y conciudadanos, su familia y compañeros de trabajo, todos por igual, parecían enajenados de un tiempo a esta parte. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Acaso no le creyeran, pero la primera vez que sospechó sobre la naturaleza del fenómeno que se avecinaba, faltaban sólo 24 horas para que se celebrase el encuentro.

¡Qué no debían estar haciendo ahora! -había exclamado poco después, visiblemente sobrecogido, tras marcar el primer tanto el Arsenal (en realidad, no pudo evitar imaginarse a su jefe fuera de sí, berreando como solía hacer ante el balance de resultados de cada mes). Se asustó un poco. Aunque había procurado sonreír, por quitarle hierro al asunto, al fin se decidió y apretó el paso... Y luego, estaba aquello, algo sin duda difícil de entender. ¡Pero cómo explicarlo!

Tras marcar el Barça el primer gol, recordaba que la ciudad había eclosionado en un estallido repleto de violencia y espanto. No fue, sin embargo, hasta el segundo que los barcelonistas más fanáticos habían empezado a disiparse al unísono, a ver que sus propios cuerpos se desvanecían en una nebulosa fantasmal, de tan gaseosos como se revelaron. ¡Caso más extraño no se había visto! Al tiempo que la entregada afición desaparecía sin dejar rastro de su antigua existencia, la ciudad recuperaba el antiguo vigor de sus años más vivaces.

Los supervivientes, felices ciudadanos al fin, decidieron tomarse el fenómeno como si de un aviso para navegantes se tratara. Con la templanza que da saberse los elegidos, optaron sabiamente por correr un tupido velo y no volver jamás a mencionar el caso. En adelante, fue conocido entre los historiadores como "La Terrible Disipación". Ni que decir tiene que el susodicho bautizo se realizó con suma cautela y secreto. Bastó que el tiempo neutralizara los temores desatados, la inevitable alarma social, para recuperar poco a poco la normalidad perdida, alterada ya para siempre.

De proponérselo, aún hoy cualquier investigador curioso podría rescatar de las hemerotecas titulares olvidados como éste: "Barcelona pierde parte de su población. Las autoridades advierten a los temperamentos coléricos de que se abstengan de mudarse a la ciudad condal".

lunes, 8 de mayo de 2006

Rashomon (Microrrelato)

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Pepa tenía la fea costumbre de asomar las narices en el correo de su padre cada vez que éste, presumiblemente, recibía misiva puntual de Laura, de quien seguro se habría enamorado como un tonto.
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Laura también espiaba de soslayo a la esposa de su amante, Sofía, buena amiga suya al parecer, con el fin de conocer los entresijos de una vida familiar que a ella le había sido negada; pautada desde antiguo por la costumbre y la serenidad que da saberse a salvo, si bien con algún amago de zozobra de vez en cuando, pero al amparo de un hogar que ardía lo menos doce años atrás.
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Pedro, el amantísimo marido, no sabía por quién desvivirse más: si por su esposa querida, a quien adoraba; o por su bella Laura de ojos oscuros.
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Siendo Sofía objeto de todas las miradas, ¡qué lejos estaba ella de conocer que un día el azar o el inapelable destino, de quererlo, podría trastocar la rutina apacible en que vivía, descoyuntarla de un solo golpe como a una muñeca vieja! Hecha esta salvedad, se consideraba a sí misma una mujer afortunada.
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viernes, 28 de abril de 2006

Una de bichos (Microrrelato)

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La otra noche tuve un sueño de lo más estrambótico. No recuerdo con detalle el contenido del mismo, ni siquiera si se trataba en verdad de una pesadilla, pero mientras mi familia dormía plácida, yo (no el del sueño, sino el real) me frotaba la oreja incómodo, y no era para menos pues del oído interno de mi ser durmiente surgía un asqueroso bicho que nada tenía que envidiar al hipogrifo o a la quimera. Bajo un cuerpo de caracol y un alma de insecto, venía a ser una especie de artrópodo agazapado en el interior de una cáscara brillante y viscosa.
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"No vas a leer más a Kafka -me dije espantado al despertar-. Ni tampoco a Cortázar. No te conviene. A partir de hoy mismo, sólo lecturas clásicas en donde no aparezcan bichos". Incluso llegué a dudar de la bondad de las fábulas de Monterroso. En realidad, estaba dispuesto a censurarme cualquier lectura que rezumase, no ya un asomo de sobresalto o de disgusto, sino de simple extrañeza. "Te pasa como al Quijote, pero en versión fagocitadora".
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En ningún momento mi yo soñador fue consciente de la imposibilidad del fenómeno. Ni siquiera se cuestionó que contuviera en su interior semejante asquerosidad... Tomando en sueños la lógica fantástica como real, según es costumbre que suceda, sólo al despertar caí en la cuenta de que se trataba de una experiencia aterradora. A saber lo que hubieran dicho de mí Freud o el propio Jung....
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Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.


Jaime Gil de Biedma, "Recuerda"